Serie completa de romance contemporáneo +18
Novelas autoconclusivas. Es mejor si se leen en orden

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Alex y Blake se conocen en Yellowstone, en un campamento de verano, siendo adolescentes.
Pero como todos los veranos que llegan a su fin, la historia de Alex y Blake también lo hace.
Así regresan a sus vidas, perdiendo contacto absoluto; dejando atrás la experiencia de haber tenido unas vacaciones únicas, un romance inolvidable e ignorando que volverán a encontrarse en el futuro; justo cuando Baltashar Eldridge, padre de Alex, necesita encontrar la forma de separar a su hija de su prometido Gary Lockwood, un oportunista que solo está con ella por la fortuna que sabe que heredará.
Baltashar se da cuenta de que Blake Olson es la única carta que tiene en juego y debe usarla bien para lograr su cometido, aunque su hija termine odiándolo para siempre.
¿Se prestará Blake a seguir el juego del Sr. Eldridge? ¿Alex estará dispuesta a revivir su pasado con Blake?
Emerick y Alexandra Eldridge se incorporaron al grupo que se convertiría, durante los siguientes treinta días, en lo más cercano a una familia.
No era la primera vez que salían de casa para divertirse en algún campamento de verano, pero sí era la primera vez que estarían lejos de sus padres durante tanto tiempo.
Para los Eldridge, era normal tomar un descanso familiar durante el verano que les permitiera compartir momentos que dejarían gratos recuerdos en la vida de todos. Por ello siempre buscaban campamentos que fuesen aptos para padres e hijos, si bien les separaban en algunas actividades para que cada grupo pudiera tener un poco de libertad y vivir experiencias acordes a sus respectivas edades.
Ese verano sería diferente para todos.
Abie y Baltashar Eldridge decidieron enviar a sus hijos lejos de casa para poder hablar con mayor libertad sobre el divorcio. Las peleas constantes entre ellos y la falta de armonía en el hogar que alguna vez fue «perfecto», estaba haciendo la vida de los chicos un infierno y ellos no querían hacerles sufrir más. Para nadie era un secreto que Baltashar fue el culpable de que las cosas llegaran al punto de no retorno gracias a que mezcló placer y trabajo con una de sus pasantes.
Baltashar no había engañado antes a su mujer, ni siquiera con la excusa de lo mal que estaba su matrimonio y que apenas si se hablaban. Pero aquella vez, se dejó llevar por sus instintos viscerales y cuando quiso deshacer lo ocurrido, la pasante ya tenía las piernas abiertas y él tenía una erección que difícilmente cedería ante su «No podemos hacer esto», sobre todo después de haber estado un buen tiempo sin tener sexo ni con su mujer ni con nadie más.
Y ese error de momento, le llevó a ponerle punto y fin a casi veintidós años de matrimonio.
Por esa razón, mientras ellos se comían vivos a reclamos y gritos en casa, Emerick y Alexandra disfrutarían de treinta días al aire libre con chicos de su edad; y Calvin, el primogénito de los Eldridge, a pesar de haber hecho hasta lo imposible por quedarse en casa para hacer el papel de mediador entre sus padres, estos se negaron y lo subieron obligado al avión que le llevaría junto con sus compañeros de clase al tan esperado viaje de fin de curso en Los Ángeles.
Los chicos salieron de casa cabizbajos, sabiendo que al regresar, la casa, todo dentro de ella y hasta sus propias vidas, estarían divididas. Incluso alcanzando la mayoría de edad, seguirían divididos entre padre y madre.
Alexandra lo tenía muy claro, su padre, la persona que más admiraba en la vida; su héroe, la había decepcionado. Más allá de la infidelidad, Alexandra sentía que Baltashar los defraudó a todos actuando como siempre dijo que no se debía actuar en la vida. Era él quien siempre decía que los engaños, las mentiras y las trampas solo dejaban malas experiencias.
Sabía que su madre no era una mujer de fácil carácter, también tendría parte de culpa en todo lo ocurrido y le pareció justo que ella misma se lo confirmara en la conversación «de chicas» que tuvieron antes de que ella y Emerick partieran al campamento. Su madre le pidió que, por favor, le diera la oportunidad a Baltashar de explicarle lo ocurrido porque a fin de cuentas, lo que llegó a su final fue el matrimonio de ellos; que él seguiría siendo su padre y le debía un mínimo de respeto y consideración.
Sin embargo, Alexandra pensaba lo contrario. No podía tener un mínimo de respeto y consideración por alguien que no la respetaba a ella. ¿Acaso no fue su padre quien le enseñó que lo más importante que siempre tendrá un ser humano serán sus principios? ¿Que la tranquilidad depende solo de la consciencia?
Crecer y convertirse en adulto era detestable.
Su hermano la abrazó.
—La vamos a pasar genial, ya verás. Quita esa cara y deja de pensar en papá y mamá.
—Deben estar cruzados de brazos, negándose a cederle al otro la casa.
Emerick respiró profundo. No podía evitar sentir compasión por su hermana. Su padre lo era todo para ella y la noticia de la traición la lastimó mucho.
Emerick le hacía honor a las teorías sobre el hijo del medio. Era un año mayor que su hermana y un año menor que Calvin, recibía la atención de ambos padres por igual mas no con la misma devoción con la que la recibían Alexandra por parte de su padre y Calvin por parte de su madre. No se sentía mal por ello, a pesar de que se daba cuenta de que sus padres tenían preferencias por sus hermanos, él sabía muy bien que ellos le amaban tanto como a los otros dos. Solo que cada quien tenía su preferido, como le ocurría a él con Alex.
Guardaba recuerdos en su memoria de la primera vez que cargó a Alex, aun cuando él era tan pequeño que ni siquiera hablaba bien. Ese recuerdo lo tenía grabado en su memoria como el mejor del mundo porque su madre le permitió cargar a su pequeña hermanita y desde que la colocaron en sus brazos, tan calentita y blandita, Emerick supo que serían inseparables el resto de la vida. Era tan hermosa que quiso protegerla desde entonces y se ponía como un demonio si alguien, daba igual si era su padre o su madre, la lastimaba.
—Escucha, Alex —la vio a los ojos—. Nada va a cambiar lo que ocurra entre ellos. Papá nos falló a todos. Algún día deberás hablar de eso con él porque no puedes pasarte toda la vida molesta por lo que hizo. Todos cometemos errores y tal como te lo dijo mamá, él siempre será nuestro padre —Sabía que Alex no iba a ceder con tanta facilidad pero debía encontrar la forma de que ella dejara de pensar en lo que ocurría en casa en ese momento y por los siguientes treinta días. Odiaba saber que estaba triste—. Ahora es nuestro momento de divertirnos porque podremos culpar a nuestros padres de nuestro mal comportamiento.
Ella sonrió a medias.
—No me voy a comportar como una delincuente porque mis padres se estén divorciando.
Emerick levantó los hombros al tiempo que la veía con picardía.
—No exageremos, no voy a permitir que te conviertas en una delincuente, quiero que te diviertas y dejes de pensar en ellos.
—¿Qué te parece si me voy de fiesta con un chico?
Emerick hizo una mueca de disgusto.
—Me parece que entonces yo me convertiría en un asesino porque le arrancaría la cabeza si intenta tocarte. Ya tuvimos esta conversación en casa con respecto a los chicos, el campamento y creo que lo dejamos claro.
Ella le sonrió divertida.
—Me escaparé por las noches cuando ya estés dormido.
Emerick vio a su alrededor.
—A ver, pequeña Alex, no hay ningún chico que valga semejante esfuerzo. Además, yo no duermo. Soy un vampiro y te protejo de los monstruos a los que les temes, ya te lo he dicho antes.
—Me lo estás repitiendo desde que tenía cinco años y le tenía miedo a los monstruos que podían salir del armario. Lo que aún no alcanzo a entender es ¿cómo sobrevives sin sangre?
—Es que soy un vampiro bueno y me alimento de animalitos para que la gente no sospeche de mí.
—En ese caso, espero que mi pequeña Sasi no aparezca muerta en medio del bosque porque voy a tener que dejarte al sol o clavarte una estaca, lo que sea que resulte contigo —dijo un chico que estaba junto a ellos y que inevitablemente escuchó toda la conversación—. Soy Blake, por cierto. Y ella es Sasi —levantó la jaula para dejar ver a una linda conejilla de indias.
Emerick lo vio de arriba a abajo con cara de pocos amigos.
Debía admitir que sentía un poco de respeto hacia el chico por atreverse a interrumpir una conversación privada con un chiste. Lo vio con los ojos entrecerrados. El chico también lo inspeccionaba pero no podía evitar que sus ojos se desviaran hacia Alex que le mostraba una gran sonrisa. De no haber sido por esa mirada que clavó en Alex y que Emerick reconocía porque él también veía así a algunas chicas, hubiese pensado que el tal Blake prefería a los chicos. ¿Quién diablos a esa edad tenía una conejilla de indias por mascota y además, la llamaba Sasi? ¿Qué clase de nombre era ese?
—Es hermosa —respondió Alex con interés. Su hermana tenía interés por cualquier animal. Levantó la vista y sus ojos se clavaron en los de Blake. Emerick tuvo el presentimiento de que ese chico se quedaría sin cabeza al finalizar el verano. Y su modo de hermano protector se activó de inmediato.
—Vamos, que el guía nos está llamando —tomó a su hermana de un brazo y la fue alejando del intruso.
—Nos veremos luego. Yo me encargaré de que mi mascota no se coma a la tuya —dijo Alex a Blake en tono divertido.
—Te lo agradezco, me alivia saber que tendré una aliada en la lucha contra mal.
—El mal va a reencarnar en mí como ese imbécil siga diciendo estupideces —protestó Emerick—. Y tú, deja de llamarme mascota.
—Es que pareces un pit bull rabioso.
—Soy tu hermano, no un perro.
—Entonces comportarte como tal y deja de ser un cavernícola. Si quieres que me olvide de papá y mamá deberás darme un poco de libertad.
Emerick se dio la vuelta para ver si Blake los seguía con la mirada.
—¿Me estás buscando? —el chico lo sorprendió por el otro lado haciendo que Emerick se sobresaltara—. Empezamos mal, no he debido meterme en la conversación entre tú y tu hermana. Es que perdí a mi hermana de vista y mientras intentaba localizarla con la mirada, los escuché. Davina, a los cinco años, creía que yo era Superman. Entiendo el sentimiento del hermano mayor —le extendió la mano para saludarlo con formalidad—. Empecemos de la manera correcta. Soy Blake Olson. Encantado de conocerlos.
Emerick bajó la guardia un poco. Alguien que le ofrecía una disculpa tan honorable y hablaba de su hermana con el mismo sentimiento que él tenía hacia Alex, merecía una oportunidad. Aunque seguía sin entender lo de la mascota «Sasi» e hizo una nota mental de preguntarle —más adelante— en qué diablos pensaba cuando la llamó de esa manera.
—Nosotros somos Emerick y Alexandra Eldridge —le apretó la mano a Blake.
—Espero que estemos en el mismo grupo —dijo Blake extendiéndole la mano a Alex de forma respetuosa y con un brillo particular en la mirada.
—Eso espero también yo —respondió ella sonriendo mientras entornaba los ojos hacia Blake.
Emerick volvió la mirada al cielo y rogó para que Blake fuera asignado a otro campamento, y mejor, si era en la otra punta del país.
***
Después de tres semanas, los hermanos Eldridge y los hermanos Olson podían entrar en la categoría de buenos amigos y «algo más que amigos» también.
Emerick hizo todo lo que pudo para no dejar solos a Blake y Alexandra aunque estos se lo hicieron cada vez más complicado porque eran muy escurridizos y además, Davina Olson representaba una seria distracción para Emerick ya que desde que la vio no pudo separarse de ella. Alexandra identificó de inmediato el interés de su hermano por la chica y ni tonta que fuera, se aprovechó de ello para hacer más actividades junto a Blake, de las que eran aptas para el público que los rodeaba y también, de las que no lo eran.
Al siguiente día de haberse instalado, los organizadores hicieron un almuerzo especial para darle la bienvenida a los chicos y asignar las tareas cotidianas de cada grupo. Así mismo, hablaron de la importancia de no separarse del grupo durante las expediciones y el cuidado que debían tener en cualquier área del parque debido a la fauna presente. El principal tema de interés fueron los osos, linces y lobos.
Yellowstone era un lugar de fábula y Alexandra se sentía afortunada de haber podido asistir a ese campamento porque estaba siendo una experiencia increíble en todos los sentidos.
Cada día se levantaban a primera hora de la mañana y después de asearse, realizaban las tareas asignadas por grupos: cocina, lavandería, desechos, limpieza de las cabañas, la limpieza de los baños, entre otras cosas.
Los chicos Eldridge estaban acostumbrados a las tareas domésticas porque en casa hacían lo mismo. A pesar de venir de una familia con una buena posición económica, no se les daba un trato de reyes. En cuanto a los chicos Olson, la cosa cambiaba un poco. Blake era un tanto desordenado y las tareas domésticas las realizaba con desgano. Incluidas las que su hermana le pagaba para que hiciera por ella porque Davina se negaba a tocar un objeto de limpieza que estropeara sus manos.
Alexandra se divertía con aquellas escenas en las que Davina le pagaba en metálico a Blake para que limpiara las zonas que le correspondían ese día y le pagaba con algunos besos a Emerick para que ayudara a Blake mientras ella se quedaba en el exterior, a escondida de los supervisores, inmortalizando con su cámara fotográfica la naturaleza fantástica del parque.
Algunas veces Alexandra se unía a ella para contemplar la magia del lugar a través de los ojos de Davina. En las instalaciones del campamento existía un cuarto con luz roja que permitía el revelado de los rollos fotográficos que los chicos quisieran hacer, el sitio estaba a cargo de uno de los supervisores, sin embargo, al dar muestras de un profesionalismo impecable en el revelado de las fotos, a Davina se le permitió hacerlo por cuenta propia. Y ese era el segundo lugar en el que se le podía encontrar mientras los demás cumplían con sus deberes de limpieza.
Sus fotos eran impresionantes; llegaría lejos con esa pasión que pensaba convertir en carrera en cuanto acabara el instituto. Las chicas conversaron sobre sus futuros estudios durante esos días y así como Davina tenía claro qué deseaba estudiar, Alexandra aun no lo sabía. Tenía un par de años para decidirse. Su padre, desde que era muy pequeña, le estuvo metiendo por lo ojos la arquitectura. Ella evadía el tema siempre que podía porque no quería defraudar a su padre, por supuesto, todo eso fue antes de que su progenitor decidiera defraudarlos a todos. Ya no tendría remordimiento de consciencia al decirle que se olvidara de que ella estudiaría arquitectura. Sabía que su padre quería dejarle el negocio familiar a uno de sus hijos pero parecía que el destino tenía otros planes porque ninguno de los tres heredó la pasión por las edificaciones que él tenía.
Aquel caluroso día, mientras los chicos se encargaban de sus tareas domésticas, Alex y Davina estaban dentro de la habitación de revelado.
Alexandra observaba una foto en la que aparecía ella misma con la mirada perdida en el horizonte. La foto, en blanco y negro, decía tanto por sí sola que Alex recordó exactamente lo que pensaba en ese momento.
Fue el día antes de descubrir que estaba muy enamorada de Blake y que pronto volverían a sus vidas, alejándose el uno del otro.
Su conexión con Blake apareció desde el primer momento y aunque el chico no se le acercó en plan romántico de inmediato, se sentía muy a gusto a con él. A su lado reía, se divertía y olvidaba la angustia que le producía pensar en el regreso a casa. La rabia que tenía hacia su padre.
Ese día en el que Davina la retrató con la mirada perdida, había recién conectado con Blake y sus sentimientos. La noche anterior fue la primera vez que estuvieron en el claro del bosque cercano al campamento.
Blake colocó una manta sobre la hierba y se tumbaron en ella con los brazos cruzados detrás de la cabeza. Contemplaron las estrellas que iluminaban el cielo para ellos. Alex nunca había visto tantas estrellas juntas porque en la ciudad era imposible a menos de que hubiese un apagón general. Reconoció que todo a su alrededor se estaba volviendo mágico; las estrellas, la débil brisa que soplaba, el olor a fresco de la naturaleza que los rodeaba y él a su lado.
Mientras ella veía el cielo, Blake la observaba a ella con esos ojos dulces que le hacían irresistible. Ella lo sorprendió observándola y él no sintió la menor vergüenza por haber sido pillado infraganti. Al contrario, se acercó un poco más a la chica y se acostó sobre su costado izquierdo dejando su rostro a escasos centímetros del de Alex.
Ella notó el cambio en su respiración.
Quiso controlarla pero sus nervios no le hacían fácil la tarea. Blake le sonrió con dulzura y le besó la punta de la nariz.
Fue la segunda descarga eléctrica que Alex sintió desde que él la tomara de la mano por primera vez recién llegados al campamento. En ese primer contacto, Alex pensó que iba a perder el conocimiento, no había experimentado esas emociones por un chico. Y ella creía haberse enamorado con anterioridad.
Blake se acercó un poco más a su boca y rozó sus labios. El sistema nervioso de Alex colapsó. Un sin fin de emociones empezaron a cobrar vida en su interior siendo el deseo, la más fuerte de todas.
No sabía cómo comportarse porque jamás había estado en aquella situación aunque quería —y de manera desesperada— que Blake la besara con intensidad.
Lo atrajo hacia ella cruzando sus brazos al rededor del cuello del chico y él ahogó un suspiro para besarla y dejar salir a su cálida lengua, que de la manera más seductora, le pidió permiso a Alex para entrar en su boca. Ella lo recibió con gusto, hasta ahí sabía cómo proceder, pero en esa ocasión, necesitaba más y no sabía cómo avanzar al siguiente paso.
La forma en la que la intensidad del beso fue aumentando y la forma en la que Blake empezó a tocarla por todo el cuerpo le dio a entender que él sabía lo que hacía, y a pesar de que sintió vergüenza por no tener experiencia, se dejó llevar por las caricias que, en ese momento, la estaban enloqueciendo.
Blake de pronto se separó de ella y la vio a los ojos.
—¿Es tu primera vez? —Su vergüenza alcanzó niveles máximos haciéndola sonrojar. Asintió manteniendo la mirada. Blake sonrió con dulzura y le dio un beso en la mejilla, luego se apoyó de nuevo sobre su costado—. Entonces es mejor que paremos. Tu hermano podría quitarme la cabeza si yo te quito la virginidad.
Ella sufrió un shock emocional. ¿Iba a dejarla así?
Él le sonrió divertido.
—Respira profundo varias veces y se te pasará. Te lo aseguro —La movió para que la cabeza de ella reposara en su pecho y le dio un delicado beso en la cabeza.
Se mantuvieron en silencio por unos instantes en los cuales, Blake pensó en la gran mentira que le dijo a la chica. «Calmarse respirando profundo». Usualmente le funcionaba, pero ese día en especial, no encontraba la forma de apartarla a ella de sus pensamientos después de probar sus labios y recorrer su fantástico cuerpo.
Algunas chicas, mayores que él y que pasaron por su vida en un pasado no muy lejano, fueron las maestras perfectas para enseñarle el arte del sexo. En esas prácticas, entendió que existía una especie de «patrón» para actuar en ese momento y así liberar su tensión sexual de forma satisfactoria.
Pero con Alexandra era diferente. No quería ser el primero, le daba miedo hacerle daño o peor aún, que ella se enamorara de él y no pudiera olvidarlo luego. A su hermana le pasó y no pudo soportar verla tan mal, por eso no se lo pensó dos veces en darle una paliza al imbécil que la hizo sufrir. Lo repetiría de ser necesario.
Suspiró profundo una vez más y en cambio de colocar su mente en blanco, recordó la sensación de haber paseado sus manos por los pechos firmes de Alex.
Estaba empeorando la situación.
—¿Y si Emerick le quita la virginidad a tu hermana?
Blake sonrió.
—Si fuera así, le daría el trato que le di al imbécil que se la quitó hace unos meses. Una paliza que no se le va olvidar jamás.
Le gustó atraer la atención de ella.
Lo veía sorprendida.
—¿Y si yo quiero perder mi virginidad contigo? Es una decisión que creo me merezco tomar yo, ¿no?
No podía quitarle la razón a la chica.
Entonces Alex se acercó despacio a él.
Lo besó con suavidad en los labios y pegó su cuerpo al de Blake pasando una de sus piernas alrededor de las caderas del chico. Ella llevaba un pantalón corto que le permitió sentir de inmediato la protuberancia palpitante que se escondía detrás del pantalón de Blake. Su vientre vibró y sintió la necesidad de frotar su sexo contra aquel bulto.
Blake la sentía insegura, inexperta y le facilitó un poco las cosas. La despojó de su pantalón y él hizo lo propio volviendo a la posición en la que sintió el deseo de ella por dejar fluir su instinto; y fue él quien con movimientos delicados, empezó a hacer fricción sobre el sexo de la chica.
—Si te hago daño, por favor, dímelo.
Ella solo gimió incitándolo a continuar con sus movimientos. Blake estaba nervioso, más nervioso que la primera vez que estuvo con una chica. Alexandra era especial y él lo sabía.
—Alex, no quiero lastimarte.
—¡Con un demonio! ¿Te parece que estoy sufriendo?
Él sonrió con la reacción de ella.
—No —la besó de nuevo con suavidad y no pudo evitar dejar que su mano entrara en contacto con la delicada piel de sus senos. Firmes, suaves, delicados, excitados. Salivó y no pudo resistir la oleada de placer que lo invadió, dominándolo y controlando cada músculo de su cuerpo. Se aferró a ella —casi cortándole la respiración— hasta que los temblores cedieron.
Alexandra no entendía muy bien qué acababa de ocurrir y no pensaba preguntarlo tampoco. Ahora necesitaba concentrarse en ese cosquilleo que amenazaba con volverla loca. Las caricias de Blake en sus senos estaban siendo desquiciantes y todo empeoró cuando él le sacó la camiseta y succionó sus rosados pezones.
Alex sintió toda la energía concentrada en su vientre y de pronto fue presa de los espasmos producidos por un intenso orgasmo. No supo cómo ocurrió ni de dónde salió, pero sí sabía que necesitaba repetirlo porque la tensión y las sucesivas contracciones eran simplemente deliciosas.
Por su parte, Blake no quería apartarse del pecho de ella. Era perfecto, así como fue perfecto el primer orgasmo que le provocó a la chica. Tembló entera y eso le gustó. Quería que lo hiciera de nuevo y fue cuando empezó a tener pensamientos más intensos y profundos de esos momentos íntimos que estaba viviendo con Alex. Necesitó penetrarla con urgencia, estaba listo de nuevo.
Sacó de un bolsillo de su pantalón un preservativo y terminó de despojarlos a ambos de la poca ropa que todavía llevaban encima.
A la luz de la luna, con las estrellas allí sobre ellos iluminándoles, Blake quiso ser lo más romántico que su deseo le permitía. No iba a tardar mucho en alcanzar el éxtasis de nuevo y tendría que ser cuidadoso con ella. Sobre todo, hacer del momento algo único para sus recuerdos.
Una mezcla de ardor y placer invadió a Alex cuando Blake la penetró con lentitud. Fue molesto pero placentero. Una vez que lo sintió por completo dentro de ella y el interior de su vagina fue ensanchándose hasta recibirlo a él como una pieza hecha a la medida, se relajó para retomar la tensión que crecía en su vientre. Blake, una vez más, se deleitó con su pecho acariciándolo y succionándolo con energía mientras se mantenía inmóvil en su interior.
Cuando sintió que la chica estaba casi en la cima, empezó con la danza que tanto anheló hasta el momento. Sus entradas y salidas fueron delicadas y firmes. Tuvo que hacer un esfuerzo sobre humano por seguir manteniendo la delicadeza en sus movimientos cuando estuvo a punto de alcanzar el éxtasis. Descubrió entonces que podía prolongar aquel momento por unos segundos más, permitiendo que ella vibrara con intensidad bajo su cuerpo. La chica tembló como él lo esperaba y cuando ella aún tenía remanentes de esa corriente, se dejó de delicadezas y cuidados y la embistió con fuerza, como solía hacerlo con otras chicas. No se arrepintió de hacerlo porque le encantó escuchar su nombre en los labios de Alex con un grito elevado al tiempo que convulsionaba de nuevo.
Alex sintió cada una de esas emociones vividas aquella noche, se sintió excitada y la vergüenza se apoderó de ella cuando parpadeó y volvió a la realidad en la que se encontraba, dentro del cuarto de revelado con la hermana de Blake.
Davina le sonrió.
—Tengo rato hablando y creía que lo hacía contigo.
—Lo siento —comentó Alex apenada.
—¿Qué te recordó esa fotografía? Desde que la viste te alejaste de aquí con los pensamientos.
Alex no pudo evitar sonrojarse.
—¡Oh! Mi hermano y tu… —la vio con compasión—. ¿Fue tu primera vez?
Alex asintió con la cabeza.
—Tuviste más suerte que yo. Blake siente algo fuerte por ti. No me lo ha dicho. No me hacen falta sus palabras —aseguró la chica—. Lo conozco de sobra y nunca antes lo vi comportarse con una chica como lo hace contigo —bufó—. En efecto, rompió a su propia promesa de no ser él quien le quite la ingenuidad a una chica para no lastimar sus sentimientos como me ocurrió a mí. Ya sabes cómo somos las mujeres.
—Me lo contó —Alex tomó por sorpresa a Davina—. Lo obligué. Dijo que no quería hacerlo conmigo porque mi hermano le arrancaría la cabeza. Y luego yo le pregunté si él le arrancaría la cabeza a Emerick cuando ustedes dos… ya sabes… Fue cuando me aclaró lo que ocurrió contigo.
Davina sonrió de nuevo.
—Tu hermano es virgen —Alex abrió los ojos con sorpresa—. Por tu reacción supongo que ni siquiera podías imaginarlo. Bueno, no creo que vaya a mantenerse mucho tiempo más así porque ya hemos estado a punto de hacerlo. Siempre nos interrumpe una u otra cosa. No lo comentes con él, por favor. Te lo he dicho por la única razón de que me sorprende toparme con un chico virgen —Davina suspiró—. Pero no es de tu hermano que estábamos hablando, si no del mío. En esa foto, no te muestras muy feliz si es que pensabas en lo que me acabas de comentar. ¿Usaron protección?
—Sí.
—Entonces, ¿qué te preocupa?
—Que los temores de tu hermano se están haciendo realidad. Me dijo que no quería ser el primero en mi vida porque es poco probable que volvamos a vernos y no quiere lastimar mis sentimientos como pasó contigo y el chico al que él golpeó.
—¿Pero?
—Es tarde, Davina. Creo que me enamoré de tu hermano desde que apareció con Sasi en su jaula interrumpiéndonos a Emerick y a mí. No hago más que pensar en Blake y desear estar con él. Me encanta pasarla tan bien a su lado.
Davina sonrió y su mirada mostró compasión.
—Parece que es tarde para ambos, Alex, porque Blake Olson está muy enamorado de ti también.

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Davina Olson y Emerick Eldridge se conocen en un campamento de verano en el que los días pasan entre risas, besos, caricias y el momento más íntimo que Emerick puede vivir en su vida.
Pero todo lo bueno acaba pronto y la situación de ellos no es la excepción.
Prometen no mantener contacto para hacer menos dolorosa la distancia que los separa en el día a día y dejar todo en manos del destino.
Y sí, su destino es reencontrarse, pero en el momento en el que lo hacen ciertas cosas se interponen entre ellos, distanciándolos de nuevo, impidiendo que esos sentimientos que están congelados en el tiempo fluyan y crezcan.
¿Qué pasará entre ellos?
¿Lograrán acortar de una vez —y por todas— la distancia que insiste en mantenerlos alejados?
—Davina, por fin te encuentro —Blake encontró a su hermana apartada del grupo en el que llegaron a Yellowstone y que ya estaban recibiendo instrucciones por parte de los guías del campamento—. ¿Por qué no me esperaste al bajar del autobús?
—Te vi conversando con una chica y no quería ver cómo es que empleas tu arte seductor.
—Me ofende si crees que hago con ellas lo que hizo el imbécil de Bobby contigo.
Ella levantó los hombros restando importancia.
—Da igual, Blake. Eres un chico y eso es lo que hacen los chicos.
—¿Es en serio? ¿Me crees capaz de hacerle eso a una chica?
Ella lo vio con la clara expresión de no-me-digas-que-no.
Él no pudo seguir fingiendo. Nunca podía hacerlo frente a su hermana.
—Vale, admito que lo hice antes, sin embargo, no podría hacerlo de nuevo, Davina. No después de ver todo lo que sufriste.
Ella le sonrió con ternura.
—Eso, sí te lo creo.
Él la abrazó y ella respondió al abrazo.
—Acabo de conocer a una chica que me flechó —le comentó a su hermana con ilusión en la mirada. Davina sintió curiosidad por ver cómo era la chica porque aquella expresión, nunca antes la notó en los ojos de Blake.
—Tiene un hermano. Podríamos salir los cuatro.
—Es mi turno de preguntar: ¿Es en serio?
—¿Por qué no? No puedes quedarte toda la vida pensando en que Bobby lastimó tus sentimientos. Además, yo ya le di su merecido y tú tienes que salir con otros chicos, sin hacer ninguna estupidez —aclaró con seriedad—. Creo que el hermano de Alex es novato con las chicas. Se reconocer un novato cuando lo veo.
Davina soltó una carcajada. Se dirigían a su cabaña.
—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó ella con clara diversión.
—Se nota D, se nota.
—Si tú lo dices.
—Te lo aseguro, estarás más que segura con él.
***
—¿Tú eres Davina?
—¿Y tú eres…?
—Emerick —Le tendió la mano con educación—, el hermano de Alex. Ella y tu hermano dijeron que estarían por aquí. No los consigo. ¿Sabrás en dónde estarán?
—Escondidos, besándose en algún lado.
Emerick frunció el entrecejo y Davina entendió que su comentario no le pareció gracioso.
—No lo digo por mal, Emerick. Es solo que se gustan y eso es lo que hacen los chicos a nuestra edad cuando se gustan.
—Sí, supongo —Davina lo analizó. De pronto le pareció que Blake tenía algo de razón. Ese chico no le parecía igual al resto de los que ella conocía de la escuela.
—¿En cuál cabaña están? —preguntó ella.
—98 ¿Y ustedes?
—115.
—¿Qué haces aquí tan sola?
—No quiero que ningún chico se me acerque.
Él abrió los ojos con sorpresa.
—Ok. Me voy entonces.
Se dio la vuelta y después de dar unos pasos, la chica lo llamó.
—¿Emerick? ¿Puedo llamarte Em? Es más cómodo.
Se dio la vuelta para verla a la cara.
—Sí, supongo.
—Lo siento, no quería ser mal educada contigo. Es que no estoy en un buen momento y la verdad no tengo ánimos de que se me acerquen chicos tontos que lo único que buscan son besos y poner las manos en ciertos lugares de mi cuerpo.
—Ok —Emerick levantó ambas manos—. Prometo tener las manos siempre a la vista y la boca alejada de la tuya.
La chica soltó una carcajada sincera y enérgica que deslumbró a Emerick.
La detalló y vio que se le hacían un par de hoyuelos en las mejillas cuando sonreía. Tenía un rostro dulce y sí, unos labios que provocaban.
Se sacudió los pensamientos que de repente le asaltaron. Le dijo que se mantendría alejado, y lo haría.
Ella tenía una cámara fotográfica colgada al cuello.
—¿Te gusta la fotografía?
—Me encanta.
Emerick se sentó junto a ella en el tronco que estaba más alejado de la fogata.
—Tienen un cuarto de relevado aquí, ¿lo sabías?
Ella lo vio con alegría.
Esos ojos almendrados y expresivos le gustaban.
—Sí, lo descubrí ayer y fue fantástico porque convencí a los guías de dejarme ocuparme del cuarto.
—Qué bien. Esta mañana, Alex y yo, junto a otro grupo, caminamos por un sendero con unas vistas impresionantes. Podría enseñártelo mañana que tendremos tiempo libre.
—Me encantaría —ella lo vio directo a los ojos.
—Prometo mantenerme alejado —bromeó una vez más. Aunque no estaba muy seguro de que pudiera mantenerse tan alejado porque la chica le atraía.
—Creo que llegaremos a ser buenos amigos, Em.
—Yo también lo creo —le dijo el sonriendo.
***
Quedaron de encontrarse al día siguiente, después de las labores de aseo y orden que tenían asignado cada uno en el campamento.
Davina tenía que encontrar la forma de deshacerse de la responsabilidad que tanto odiaba porque arruinaba su manicura y además, restaba un tiempo valiosísimo en tomar fotos a la naturaleza que la rodeaba. Por el momento no tenía otra opción; esperaría una semana más y le diría a su hermano que le daría dinero a cambio de que él asumiera sus labores domésticas mientras ella aprovechaba el tiempo en escabullirse y hacer fotos.
Llegó al sendero a la hora acordada entre ella y Emerick, el chico la esperaba allí con una mochila.
Ella solo llevaba la cámara y se preguntó si ha debido ser más precavida, ni siquiera tenía una botella de agua.
—Buenos días —ella lo vio con duda—. ¿Debo regresar por una botella de agua y comida? —Señaló la mochila de él y agregó—: No sabía que iríamos tan lejos.
—Buenos días —Emerick le sonrió y Davina sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo—. No es necesario, llevo cosas para los dos. El sitio no está lejos y estoy seguro que querrás quedarte un buen rato y —hizo una mueca de descontento— según mi madre, yo sufro del síndrome del hoyo negro en mi barriga porque siempre tengo hambre.
Ella rio a carcajadas.
—Dile a tu madre que no ha conocido a mi hermano. Es como un maldito oso cuando está en período previo a hibernar.
—Por cierto, ¿sabes a dónde iban ellos? Son muy escurridizos.
«Es Blake Olson» pensó Davina sonriendo con ironía.
—Ni idea. Te aseguro que mi hermano no lastimará a tu hermana —Se pusieron en marcha—. Después de mi episodio con Bobby, prometió ser diferente con las chicas. Así que puedes dejar de preocuparte.
—¿Y quién es Bobby? —preguntó con cautela y notó como la chica se tensó por completo. El chico se dio cuenta de que el tal «Bobby» no era una persona grata en la vida de Davina—. Es hermosa esta parte del bosque, ¿no? —cambió la conversación drásticamente.
Davina lo vio de reojo y se relajó.
—Sí —le respondió levantando la cámara y capturando una foto del chico.
—No soy el mejor modelo.
—A mí me parece que estás bien.
—Gracias —él la vio animado. Le gustaba a la chica y eso le inyectó una carga de emociones desconocidas.
Emerick no era el clásico chico que va enamorando a todas las jovencitas guapas del colegio y deja suspirando a las que creen que jamás podrían conseguir la atención de un chico como él. No. Era más bien de los tímidos; de los que los nervios le traicionaban cuando estaban ante una chica que le gustaba y eso no jugaba a su favor en las pocas citas tenidas hasta ese día.
Siempre que su grupo de amigos salían de «cacería» él inventaba cualquier excusa para quedarse muy alejado de ellos y no revelar que era un completo inexperto en cuanto a chicas se trataba. Que ni siquiera sabía cómo hablarles cuando debía conquistarlas y, mucho menos, llevarlas a la cama. Poco consiguió en su último encuentro con el sexo opuesto en la fiesta que su amigo Oliver organizó en su casa un fin de semana que sus padres no estaban.
Una chica se echó en sus brazos, lo besó y él no tuvo otra opción que seguirle la corriente; aunque el interior de la boca de la ella era todo lo contrario a lo que se imaginó antes sobre cómo debía sentirse un beso. Seco, rugoso y con un sabor ácido a nicótica y alcohol. Algo que le revolvió las tripas al instante y que tuvo que aguantar para disimular ante sus amigos para que lo dejaran en paz de una maldita vez.
Cuando pensó que todo había terminado, la chica lo arrastró a una de las habitaciones de la vivienda y cerró la puerta con llave una vez estuvieron dentro.
Ella empezó a desvestirse mientras luchaba por mantener el equilibrio.
En cuanto el vestido de ella cayó al suelo y el pecho quedó al descubierto, Emerick pensó que algo mal había en él porque ni siquiera sintió atracción ante aquella visión, mucho menos sentirse excitado como comentaban sentirse sus amigos cuando tenían una ocasión como la que él tenía entre manos en ese momento.
Ella se sentó a horcajadas sobre él y empezó a besarlo de nuevo. Esta vez nadie los veía y Emerick logró zafarse de ella antes de perder el control sobre las náuseas que le provocaba y vomitarle encima. Se excusó diciendo que necesitaba ir al baño y, para su suerte, al salir del aseo, la chica roncaba como el más tosco de los camioneros.
No hubo necesidad de explicar nada al salir porque para sus amigos, parecía quedar claro que Em disfrutó de un buen revolcón con la chica. Eso lo tranquilizó y rezó para que al día siguiente, nadie se lo mencionara a ella y así no tener que volver a cruzarse en su camino de nuevo.
—Bobby es un imbécil del que mi hermano aprendió que, a las chicas, les duele mucho cuando juegas con sus sentimientos.
Davina lo sacó de sus recuerdos.
Él asintió. Aquel «Bobby» se tenía bien merecido lo que quiera que Blake le haya hecho para defender a Davina.
Frunció el entrecejo y sintió como si un yunque le cayera en el fondo del estómago.
¿Por qué se sentía así?
Davina cogió la cámara y sacó otro par de fotos del ambiente que los rodeaba.
Era hermosa, no quedaba duda de eso.
¿Le gustaba Davina?
Tropezó con la raíz de un árbol y por poco se estampó en el suelo.
Davina no pudo evitar reír a carcajadas y él la imitó hasta que de los ojos le brotaron lágrimas.
Ella lo vio fijamente mientras él no podía parar de reír.
Sus piernas se volvieron gelatina y los nervios la atacaron. Aquellas carcajadas parecían melodía pura para sus oídos. Ella dejó de reír y se sumergió en la visión que tenía ante sí porque no quería perder ni un detalle.
Unos segundos después, se preguntó por qué diablos aún no tomaba ni una foto del chico riendo así.
Fue muy tarde cuando tomó la decisión y enfocó la cámara.
Emerick empezó a calmarse y secarse las lágrimas de los ojos.
La vio embelesada ante él.
—¿Te ocurre algo?
Ella negó con la cabeza y Emerick no pudo evitar acercarse a ella.
Levantó la mano porque de pronto sintió la necesidad de acariciarle el rostro mientras ella seguía con la mirada clavada en la suya.
Los nervios hacían desastres en la coordinación de Emerick y pensó que sería mejor no hacer ninguna tontería.
—¿Seguimos? Ya falta poco.
Se dio la vuelta y continuó el camino dejando a Davina tras él observando cómo se alejaba y cómo crecía en su interior la curiosidad por saber por qué no aprovechó el momento para acariciarla o besarla.
¿En qué estaba pensando si ella misma no deseaba que nada de eso ocurriera?
Negó con la cabeza para sacudirse lo raros pensamientos que parecían no tener ninguna intención de esfumarse.
Unos minutos después, el bosque le dio paso a un lugar que no supo cómo describirlo de lo perfecto que era. Davina pensó que debía ser como estar en el cielo con el mundo a tus pies.
***
Una semana después, aquel lugar se convirtió en el sitio favorito de ambos. Davina se sentía tan a gusto estando allí; al borde de la montaña, con una vista magnífica del lugar en la que las ondas de las montañas y el río corriendo entre ellas le recordaban que la vida era maravillosa y la naturaleza era vida.
Alegría.
A su corta edad no necesitaba que nadie le dijera lo afortunada que era por poder tener la oportunidad de apreciar esos momentos que la naturaleza le regalaba y más afortunada aún de poder inmortalizarlos con su cámara. Solicitó más rollos fotográficos a los guías porque los suyos se acabaron en un abrir y cerrar de ojos y tenía a todo el campamento extasiado con sus fotos.
Pasaba más tiempo dentro del cuarto de revelado —o de excursiones improvisadas y no autorizadas— que en el propio campamento. Logró encontrar la manera de pagarle a Blake a cambio de que él hiciera también las obligaciones domésticas que le correspondían a ella; y Emerick también se ofreció a ayudarla de vez en cuando.
Emerick.
Ese chico la hacía sentir tan diferente que le parecía irreal todo lo que vivía con él.
Era divertido, cariñoso y muy tímido.
Recordó las palabras de su hermano cuando le dijo que estaba seguro de que Em era inexperto con las chicas. Davina pudo confirmarlo.
El día anterior había sido el día libre de la semana y decidieron ir de picnic a su lugar favorito.
Se encontraban dentro de los límites permitidos por los guías del campamento, podían permanecer allí el tiempo que quisieran.
Se entretuvieron, como tantos otros días, conversando de muchas cosas. Y eso era algo que le atraía muchísimo de Emerick, la capacidad que tenía para escucharla y compartir sus gustos.
No le molestaba hablar con ella durante horas; y lo que era más importante, lo hacía sin pedir a cambio un beso o algo más.
Hablaban de gustos musicales, de arte, de lectura. Cosas que para ambos eran importantes. El amor hacia la fotografía de Davina y lo mucho que le gustaba a Emerick perderse entre las noticias de la prensa.
Alguna que otra vez, hablaron de sus familias.
Emerick tocó poco el tema tras explicar que sus padres estaban en proceso de divorcio y que, de seguro, cuando volvieran a casa, muchas cosas cambiarían. Davina entendía sus pocas ganas de hablar al respecto. Apreciaba en sus ojos cuánto le dolía la separación. Sobre todo cuando le comentó que lo que más le afectaba era el sufrimiento de su hermana por la forma en la que su padre los defraudó a todos, en especial a ella que era la niña de sus ojos.
—Yo soy el hijo del medio —sonrió—. Ya sabes, tengo la atención y el amor de ambos padres, sin ser el preferido de ninguno de ellos.
Davina sonrió.
—¡Bah! ¡Qué tonterías dices! Mis padres nos amarían a todos por igual. Seguro que los tuyos hacen lo mismo.
—Claro, sin embargo, no pueden tener dos hijos favoritos. ¿Quién es el favorito de tu madre?
Ella se quedó pensativa.
—Pues no lo había pensado antes. La verdad es que mi madre ríe como una tonta cuando mi hermano la besa o la ve a los ojos.
—¿Y contigo cómo es?
Ella levantó los hombros.
—Igual, pero no con ese brillo que se le forma en la mirada.
Emerick asintió.
—¿Y tu padre?
Ella rio con vergüenza.
—Hago con él lo que quiera —Ambos soltaron una carcajada y Davina tuvo la rapidez de inmortalizar a Emerick con el rostro hacia el cielo riendo en plenitud. ¡Cómo le gustaba esa forma de reír en él!
—Me gusta tú sonrisa.
Él de pronto parecía haber visto a un fantasma.
Ella entendió que él no se esperaba esa reacción por su parte y la chica ya no podía — ni quería— seguir disimulando lo mucho que le gustaba Emerick. Hizo sus mejores esfuerzos por no involucrarse con él. Al parecer, estaba más involucrada de lo que ella misma creía.
—No te asustes, Em. Es solo un cumplido.
Emerick sonrió con vergüenza desviando su mirada.
El silencio se apoderó de ellos y Davina empezó a sentirse incomoda.
—¿Te parece bien si regresamos? —sugirió él con la vergüenza aún reflejada en el rostro. Ella solo asintió.
Se levantaron, recogieron todo y antes de ponerse en marcha ella le dijo:
—Escucha, Em —estaban frente a frente—, no quería hacerte sentir incómodo. Lo siento.
Los ojos de él se clavaron en los de ella y se acercó más.
Davina desvió la mirada, colocándose un mechón de cabello detrás de la oreja y ruborizándose por completo. Emerick en ese momento desconocía que ese era el gesto que delataba los nervios de Davina. Lo aprendería con el pasar de los días.
Una vez estuvo frente a ella, a escasos centímetros de distancia, dejó que sus manos acariciaran los brazos de la chica hasta llegar a sus manos, en donde dejó que los dedos de Davina se entrelazaran con los de él.
Davina notó el ligero temblor en sus manos, estaba nervioso.
Le pareció lo más tierno del mundo. Nunca había conocido la inocencia en un chico y tampoco escuchó a sus amigas hablar de esa inocencia masculina. Se sintió dichosa de compartir ese momento tan delicado con él.
El instinto de ambos los obligó a pegar sus cuerpos y cuando estuvieron a escasos milímetros el uno del otro, Emerick rozó sus labios con los de ella.
Davina no tenía palabras para describir la sensación que aquel roce le causó en el cuerpo. Era totalmente desconocida para ella.
Conocía lo que era sentirse excitada pero aquello rayaba en lo absurdo. La piel se le puso de gallina y su centro se contrajo de deseo.
Emerick siguió aplicando el roce un par de segundos más y luego entreabrió los labios.
Ella imitó sus movimientos y le dio paso a su boca.
Emerick apretó sus manos con mayor fuerza y le dio un beso que no olvidaría jamás.

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Elena acaba de regresar a Estados Unidos tras dejar las cenizas de su madre en las aguas turquesas del Mar Caribe. Y agradece que la familia Wagner, una vez más, le ayuda a salir adelante consiguiéndole una buena oportunidad de trabajo para cuidar la salud de Baltashar Eldridge, un hombre que recuerda con mucho cariño porque siempre fue bueno y respetuoso con su madre y con ella cuando era una niña.
Además, es el padre de Calvin, quien es su amor platónico desde que tiene uso de razón.
El reencuentro entre Elena y Calvin hará que este supere la ruptura de compromiso con Brie y empiece a revivir los recuerdos de aquella chica que, una noche de verano en Santa Mónica, le robó el corazón y de la que no pudo olvidarse jamás.
¿Qué les espera a Elena y a Calvin?
¿Calvin se convertirá en algo más que un «amor platónico» para Elena?
Desde muy pequeño, Calvin Eldridge dio muestras de que su vocación estaría junto a la justicia, ejerciendo como abogado que lucharía por demostrar la verdad de aquello que defendía. Tenía un don mágico con las palabras para captar la atención de quienes le rodeaban.
Todos restaban en silencio demostrando respeto ante sus palabras, que siempre eran coherentes y con argumentos tan sólidos, que ni el más sabio de los hombres habría sido capaz de discutir con él.
No por ser niño, no. Nadie se atrevía a discutir con él porque Calvin no dejaba espacio para que se pudiera refutar alguno de sus argumentos.
Su padre supo que sería abogado, no había que ser un genio para darse cuenta de eso y el hecho de haber pasado algunos veranos en casa de los Wagner favorecía a la pasión de Calvin por aprender a hacer del mundo un lugar mejor y justo para quienes lo necesitaban.
Así era como este pequeño rey de los discursos, a tan corta edad, era el preferido por William Wagner, buen amigo de Baltashar Eldridge.
—Prométeme que cuando tu hijo acabe la universidad, me lo enviarás al despacho de inmediato —William Wagner vio con interés a Baltashar.
—Lo haré, siempre y cuando quiera defender a la gente en su tiempo libre, Willi —Eldridge bufó—. Mi primogénito será arquitecto como yo.
Ahora el bufido salió de la boca de William.
—¿No sabes ver el potencial de tu hijo, Baltashar? Ese muchacho nació para ser abogado.
Ambos estaban recostados del marco del alto y elegante ventanal en la lujosa mansión Wagner, cuya vista daba directo al mar en donde estaban los niños jugando y riendo como siempre lo hacían.
—Tenemos buenos hijos —comentó Eldridge sonriendo complacido y después tomó un poco de su Whisky.
—Los estamos criando bien, hombre. Como debe ser. Tu mujer y la mía son las mejores poniendo orden —Wagner hizo una pausa viendo risueño a su hija—. Porque yo confieso que soy un idiota frente a Bridget. Es la luz de mis ojos.
—Y te entiendo —aseguró Baltashar—. Mi pequeña Alex no me ve como los dos rufianes que no hacen más que discutir entre ellos.
Hubo un silencio y Baltashar volvió a hablar.
—¿Cómo lleva Mary Joe la última pérdida que tuvieron?
Wagner bajó la cabeza y fue cuando se sentó en la silla de cuero detrás de su imponente escritorio de madera maciza.
Baltashar lo siguió y se sentó en las sillas frente al escritorio.
—¿Qué ocurre, Willi? —Baltashar empezaba a inquietarse.
—Mary Joe y yo no podremos volver a tener niños porque podríamos poner en riesgo su salud. La última pérdida por poco nos hizo perder a Mary y… —William no pudo continuar porque los recuerdos le hicieron un nudo en la garganta. Baltashar no quería interrumpirlo, aunque lo iba a reprender por no haberle comunicado la historia entera—, no hubo tiempo para decidir. Tuvieron que extraerle el útero porque no paraba de sangrar. Ya te digo —lo vio con espanto—, por poco se nos va.
Baltashar se frotó el rostro con las manos.
—¿Cómo es que hasta ahora me cuentas esto? Se supone que para eso estamos los amigos, para darnos apoyo en un momento como ese que viviste.
—Lo siento, lo sé. En el momento no tenía cabeza para decirle nada a nadie, Baltashar, y después, qué más daba. Con decir que habíamos tenido una pérdida era más que suficiente.
Baltashar rellenó los vasos con la bebida.
—Por fortuna, la llegada de María a esta casa ha sido una bendición. Mary y ella la pasan muy bien juntas y creo que ha sido la mejor terapia para mi mujer. La sangre latina parece unirlas y la verdad es que la alegría que irradia María es única. Hasta yo me siento feliz cuando ella está junto a nosotros.
Baltashar lo vio con duda.
—Jamás te atrevas a pensar que yo podría engañar a mi mujer. ¿Es que acaso no me conoces? —William parecía ofendido—. Es como si yo pensara que tú podrías hacer lo mismo.
—Ni porque estemos atravesando una crisis. Sería incapaz de engañar a mi querida Abie. Y sé que tú tampoco le harías algo así a Mary, solo lo decía para fastidiarte.
Ambos rieron.
—Entonces, ¿Mary Joe está bien emocionalmente y aceptó que ya no vendrán más niños?
—Sí. Lo peor ya lo pasamos y está todo superado por fortuna, como te dije. Además, Elena, la niña de María, se está convirtiendo en la suplente de ese hijo que ambos queríamos y no conseguimos después de Brie.
—Mientras no te traiga un problema con el Ama de llaves —comentó Baltashar en referencia a María.
William negó con la cabeza.
—No, amigo, tenemos un límite. Sabemos que estamos muy encariñados con la niña y trataremos de darle todo lo que esté a nuestro alcance para que sea una mujer de bien como nuestra Brie. María es madre soltera y ha tenido una vida llena de problemas y malos tratos. Nos estamos encargando de su residencia en el país, la familia con la que estaba aquí, en Estados Unidos, le estaba dando un trato que no era el que acordaron y, por supuesto, ella quiere velar por la seguridad de su hija. Nos ha demostrado ser buena persona. Solo queremos lo mejor para ellas. No pretendemos ocupar un lugar que no nos corresponde y María lo sabe. También sabe, y entiende, todo lo mal que la pasó mi mujer —Willi levantó los hombros—. Creo que es solidaridad maternal entre mi mujer y ella. La verdad es que la niña se deja querer y está muy bien educada.
—Lo he visto. Se sigue dirigiendo a mí como «el Sr. Eldridge» y a mi mujer le dice «Doña Abie».
Ambos soltaron una carcajada.
—Alex dice que Elena a veces la pone nerviosa —rieron de nuevo—. Lo que me sorprende es que Elena no corra cada vez que mi Alex se le acerca.
—Es que tu Alex es la más traviesa de todos.
Baltashar sonrió con mucho orgullo.
—Sí que lo es.
—A ver si cuando sea adolescente vas a seguir sonriendo igual.
—Pero bueno, hombre, no me amargues el rato —Baltashar sorbió otro tanto de su bebida—. Que va, seguro que seguiré estando muy orgulloso de ella aunque me vuelva loco con su carácter.
—Dejemos de pensar en el futuro y vayamos a disfrutar del presente. Vamos a la playa con las mujeres y los niños que el día está para hacer una buena barbacoa a orilla del mar.
Se levantaron y caminaron hacia la puerta.
—Sigues sin prometerme que me enviarás a Calvin cuando acabe la universidad.
—¿Para qué? ¿Quieres que te diseñe una nueva casa? —Baltashar le dio unas palmadas en la espalda a su amigo.
Ambos sonrieron divertidos y salieron, la promesa estaba ahí, aunque Eldridge nunca la pronunció.
Él también veía el potencial de su hijo para ser abogado y si Calvin decidía estudiar derecho, Baltashar no dudaría ni un instante de ponerlo a trabajar junto a William para que tomara experiencia en el mejor bufete de abogados del país.
***
Calvin era feliz en su hogar con la familia que le tocó en la vida.
Su padre era su héroe y su madre, lo más sublime y delicado. Calvin sentía una debilidad hacía su madre que le era bien correspondida.
Así como Alex, su hermanita a quien adoraba, tenía una debilidad por su padre que era perfectamente correspondida.
Siempre pensó que el que no estaba bien con la repartición de cariño y preferencias era su hermano menor Emerick, a quien no le quedó más remedio que refugiarse en el amor que la buena tía Beth tenía guardado para él.
Así era la vida, cada quien con su cada cual.
Y en casa de los Eldridge todo marchó en armonía hasta que se descubrió el engaño de Baltashar Eldridge y cuando eso ocurrió, todo se vino abajo.
Calvin frunció el entrecejo recordando la última escena que presenció entre sus padres antes de que convocaran a una reunión familiar para avisar lo que estaba ocurriendo y las consecuencias que todo eso traería.
No era tonto. Bien sabía que el divorcio era inminente y conociendo a su madre, acabarían viviendo en un lugar bien apartado de su padre.
Vio la decepción y la rabia tan marcada en los ojos de su mamá, que sintió ganas de darle una patada en el trasero a su padre por idiota. Pero lo respetaba mucho a pesar de haberlos engañado a todos.
Era su padre y nada podría cambiar ese hecho. El respeto que se ganó durante los años que llevaba junto a él le hizo entender que un desliz no era suficiente para odiarlo tal como sabía que su hermanita lo estaría haciendo en ese preciso momento.
Alex no estaba llevando bien aquel episodio que, de una forma u otra, afectaría la vida de todos.
Para que sus padres pudieran resolver las cosas de la mejor manera y sin dejar que presenciaran más gritos entre ellos, decidieron enviar a Alex y a Emerick a un campamento en Yellowstone por treinta días. Mientras en casa resolvían lo de la separación.
A Calvin, esa decisión le pareció la más lógica e hizo un intento por mediar entre su padre y su madre para arreglar las cosas. Su madre, que no estaba controlando muy bien sus emociones, le dijo:
«No juegues al abogado en esto, Calvin Eldridge. Es más grande que tú y no puedes hacer nada al respecto. De hecho, nadie puede hacer nada. Te quiero lo más lejos que se pueda de esta casa»
Calvin se opuso a los deseos de su madre aunque sabía que nada era un imposible para Abie Eldridge cuando se le metía algo entre ceja y ceja; y así, lo llevó a rastras hasta el avión en el que todos sus amigos de la secundaria estaban partiendo a Los Ángeles para el tan esperado viaje de fin de la escuela.
El vuelo fue largo, afortunadamente no fue aburrido porque iba sentado junto a su buen amigo Micah y estuvieron haciendo planes para divertirse desde que bajaran del avión. Micah había estado muchas veces con su familia en Los Ángeles porque su padre tenía negocios que atender allí. Conocía de sobra sitios para la diversión aunque también sabía que su significado de «diversión» no era el mismo que el de Calvin.
Algunos adultos, padres y profesores de los chicos, les acompañaban; no para aguarles el viaje si no para cuidar de que ninguno cruzara los límites establecidos antes de salir de Houston.
Micah insistía en venderle la idea a Calvin de que les sería muy fácil escaparse de la vista de los adultos y darse un paseo por la ciudad. Por un momento, Calvin se dejó llevar por lo que él consideraba «irresponsabilidad» aceptando las ofertas de su amigo.
Por una vez en su vida que actuara de manera irresponsable, nadie iba a reprochárselo.
Se fugaría con su mejor amigo, irían en busca de chicas lindas y pasarían una buena noche.
Eso haría.
***
—Elena, cariño, no olvides sacar de paseo a Scooby —María le recordó a su hija con un deje de agotamiento en la voz. No entendía cómo su hija no se cansaba de escucharle repetir las cosas una y otra vez.
Elena vio a su mamá divertida mientras se soplaba las uñas recién pintadas.
—Sí, madre, te dije que lo haría en cuanto se me sequen las uñas.
María se agachó y le dio un beso a su pequeña. Sonrió. Siempre la vería como una niña pequeña a pesar de que ya era una adolescente.
—¿Por qué no te sientas un poco y te relajas? —sugirió Elena preocupada viendo como su mamá empezaba a zanquear una pierna por el dolor de espalda que, de seguro, la estaba agobiando—. Las hernias son de cuidado mamá y tú que no quieres hacer caso, te lo dijo el médico. Tienes todo el día subiendo y bajando las escaleras y te he visto haciendo cosas que las chicas han debido hacer por ti.
—Quiero que todo esté en orden para cuando llegue la familia, Elena. Es mi trabajo.
—Ya lo sé, mamá. Pero las cubetas de agua son trabajo de Felicia y tú solo tienes que dar órdenes. Ya verás cuando llegue Mary Joe y te vea así. Se va a poner furiosa.
—Ya está bueno de sermones que yo sé lo que hago. Ve a pasear a Scooby.
Elena torció los ojos al cielo y le dio un beso a su madre.
—Me voy a quedar un buen rato en la playa leyendo y disfrutando del mar.
—No regreses tarde que no me hace ninguna gracia que estés sola por allí.
—Lo prometo. Además voy con mi fiel Scooby, mamá. No me va a pasar nada.
El Golden Retriever se acercó a ella y le lamió el rostro mientras meneaba la cola descontroladamente.
Sabía que era la hora de dar un buen paseo.
Elena le enganchó la correa al perro y salió de casa.
Caminaría un rato hasta llegar a la playa en donde se instalaría a leer con Scooby a sus pies. Era el lugar perfecto para eso aunque la playa estuviese un poco llena por la temporada.
No le importaba.
El recorrido lo hizo por Santa Mónica Boulevard, le gustaba transitar por esa calle. No era la primera vez que estaba en Los Ángeles ya que había sido el destino de los últimos tres veranos.
Los Wagner, la familia para la que su madre trabajaba desde hacía muchos años como Ama de llaves, solían hacer viajes familiares durante el verano. Siempre se ofrecían a llevarlas con ellos y su madre se negaba diciendo que ya era suficiente con todo lo que hacían por ellas a diario y que ellas estarían a gusto en la casa de Los Ángeles esperándoles para cuando decidieran ir porque la familia Wagner cerraba sus viajes de verano disfrutando de su lujosa casa en Los Ángeles.
Para Elena estaba bien, aunque ella hubiese preferido pasar todos los veranos junto a Brie a quien consideraba como a una hermana.
A pesar de que Bridget era dos años mayor que Elena, las chicas lo pasaban genial juntas y sus gustos eran casi los mismos. Aunque, últimamente, a Elena le incomodaba mucho cuando hablaban de las universidades a las que le gustaría ir a Bridget cuando termine la secundaria.
Para lo que aún le faltaban dos años.
No le gustaba para nada la idea de que tuvieran que separarse. Le daba miedo pensar que su mejor amiga pudiera olvidarla cuando se encontrase con nuevos amigos, un novio y empezara a vivir cosas que a Elena le faltaba mucho todavía por vivir.
Su madre solía asegurarle que eso no pasaría entre Bridget y ella porque las veía muy unidas como para que, en el futuro, pudieran distanciarse. Pero Elena seguía sintiendo esa extraña inquietud en su interior. Ojalá se equivocara.
Encontró un buen sitio en la playa para tumbarse a leer después de jugar un buen rato con Scooby.
Ese condenado perro parecía tener una energía inagotable.
Se sentó en la arena y sacó su libro del bolso que llevaba encima.
Lamentó no tener también su walkman a la mano.
Sus dos grandes pasiones eran la música y la lectura. Su madre le inculcó el amor a la música. Sentir cada vibración y dejar que esas vibraciones sean la guia de movimiento para el cuerpo.
Sentir el ritmo.
«Siéntelo Elenita» fue lo que su madre le repitió hasta el cansancio el año anterior cuando le enseñó a bailar salsa.
Su madre bailaba a cada momento y con cualquier canción. Era algo normal encontrársela en la cocina con el radio a un volumen que dejaba de ser normal y bailando sola o con cualquier cosa que tuviera en las manos.
Elena sonrió con sus recuerdos.
Su mirada se perdió en el mar, en la lejanía; y se permitió recordar lo bien que lo pasaron esos días en los que su madre se empeñó en enseñarles a bailar salsa a Los Wagner, a ella y a Roman que siempre estaba en casa jugando con las chicas.
Aquello fue un caos porque el señor Wagner y Bridget dejaban en claro que no serían capaces de sentir ni las vibraciones de un terremoto. Hacían lo que les venía en gana y Elena veía como su madre poco a poco iba perdiendo las esperanzas.
Al final, los dejó ir libres. María se reía y se veía complacida a pesar de que el señor Wagner y Bridget no fueron buenos alumnos. Decía que por lo menos se estaban riendo y que eso era lo importante en el baile. Reír y disfrutar de esos pequeños instantes de felicidad.
Mary Joe, la madre de Bridget, era una bailarina nata. Sin embargo, bailar salsa tampoco era su fuerte, aunque estaba claro que las vibraciones las sentía. Lo suyo era el tango. Verla bailar era excitante para Elena porque Mary Joe se movía con tal gracia y elegancia que parecía flotar en el aire.
Y al final, los que aprendieron a bailar a la perfección fueron Elena y Roman, cosa que no sorprendió a María en lo absoluto porque su Elena, desde pequeña, daba señales de sentir la música en su interior; y Roman, había nacido para la música. No solo movía su cuerpo al ritmo de la melodía que sonara sino que además, era un genio con los instrumentos.
Elena suspiró de nuevo pensando en el futuro.
Roman haría todo lo posible por ir a Julliard en Nueva York y sería el primero en dejarlas.
Un golpe seco la hizo reaccionar justo a tiempo.
Una pelota de voleyball estaba a punto de estrellarse en su cabeza. Por fortuna, fue bastante rápida en levantar el brazo con el puño cerrado y enviar la pelota hacia otra dirección.
Como era de esperarse, la pelota salió disparada y detrás de esta, Scooby.
—¡Scooby! ¡Ven acá! ¡Ahora mismo! —Elena corría detrás del perro que ya estaba sumergiéndose en el mar para atrapar la pelota—. ¡Condenado perro!
Elena estaba a punto de meterse en el agua cuando alguien la detuvo.
—Ya va mi amigo por él, no te preocupes. Fue culpa nuestra.
Elena le sonrió con amabilidad al chico.
—Gracias.
—Ven, campeón, afuera —Elena vio al otro chico sacando, casi a rastras, al sin vergüenza de Scooby que no tenía muy claro que en esta vida era un perro y no un delfín.
—Cuando mamá te vea, verás la que te arma —Scooby se sacudió el agua y luego se echó en la arena.
—Fue culpa nuestra, lo sentimos, de verdad.
—No pasa nada. Las pelotas y el agua son sus debilidades.
Todos rieron y Scooby ladró.
—Gracias por ahorrarme la entrada al mar —Elena le sonrió al chico que estaba empapado. Se sintió como una tonta cuando lo veía a los ojos—. Vamos a casa, Scooby, a ver si nos da tiempo de limpiarte antes de que mamá vea cómo quedaste.
Scooby se levantó.
—Gracias de nuevo y adiós.
—¿Ya tienes que irte? ¿Quieres que te acompañemos?
Elena habría dicho que sí solo porque se sentía muy atraída por uno de ellos y habría sido una estupidez y una irresponsabilidad de su parte. Además, ya podía escuchar a su madre diciéndole «¡Hija! ¿No te he dicho que es muy peligroso andar con extraños?»
—Debería irme y no hace falta que me acompañen. De igual manera, gracias.
El chico que salió del agua la veía con una sonrisa en el rostro.
—Te invitamos a comer un helado —le dijo—. Me metí en el agua a rescatar tu perro, me lo debes.
Elena tuvo un debate interno por unos segundos. ¿Qué podría pasar? Se sentaría en un lugar público, se comería un helado y luego regresaría a casa.
«¡Hija! No cometas ninguna tontería» la voz de su madre retumbaba en su cabeza de nuevo.
Era mejor hacerle caso a la Sra. María que si no iba a tener que escucharla decir mil veces: «Te lo dije» y eso sí que lo odiaba.
—No, lo siento, chicos. Gracias por la invitación y por rescatar a Scooby.
Levantó la mano para decir adiós y le hizo señas al perro de que la siguiera.
Cosa que el animal hizo.
Después de recoger su bolso y colocarle la correa de nuevo al perro, sintió curiosidad por el chico y quiso verlo una vez más antes de irse.
Sus ojos cayeron directo en los de él. Ambos sonrieron y se despidieron de nuevo con las manos.
Elena sintió el corazón latirle muy fuerte.
¿Qué le ocurría?
La atacaron los nervios por aquel cúmulo de sensaciones que estaba experimentando. Sintió la necesidad de llegar a casa cuanto antes para refugiarse en su habitación y tratar de entender qué diablos pasaba con ella.
Empezó a acelerar el paso; de pronto estaba corriendo sintiendo que tenía tanta adrenalina que era capaz de correr y correr durante horas.
Scooby ya estaba exhausto y ella todavía necesitaba más.
Bordeó la casa y fue directo al jardín trasero. Tenía que limpiar a Scooby antes de que su madre lo viera.
—Como María vea el estado de este perro te manda a dormir a la perrera con él —Elena reaccionó de inmediato ante la voz y se dio la vuelta para correr a los brazos de su querido Roman.
—¡Estás aquí! Si es que estabas castigado y…
—¡Bah! Ya sabes cómo es la abuela con eso de los castigos. Me he librado por poco, la verdad —sonrió–. Tuvimos que venir a supervisar algunos de sus negocios aquí y ya ves, llamó a William para saber si podíamos quedarnos con ustedes unos días —Roman la vio con preocupación—. ¿Qué ocurre Elena?
—¡Nada! —Elena sintió su voz extraña y entonces notó que no dejaba de ver a su alrededor de forma nerviosa. Tenía la respiración entrecortada. Scooby fue a beber agua del estanque que estaba cerca del jardín—. ¡Scooby, no!
—¡Déjalo! —Roman la tomó del brazo—. Está agotado, ¿desde dónde venían corriendo?
—Desde el muelle.
Roman abrió los ojos con sorpresa y se cruzó de brazos.
—¿Qué ocurrió?
—Nada, Roman, en serio. Vamos a bañar a Scooby, por favor.
Roman se quedó en donde estaba.
—¿Alguien trató de lastimarte?
Elena soltó una carcajada.
—¡No! ¡Por Dios! Qué tonterías dices. No ocurrió nada, solo quería correr.
—¿Tú? ¿La persona más floja que he conocido en mi vida?
—Quizá estoy cambiando.
Roman la vio con suspicacia y luego le sonrió con dulzura.
—Me habría dado cuenta si estuvieses cambiando —la tomó de la mano—. Y nunca cambies, Elena, porque eres mágica así como eres.
—Ay, Roman, pobres chicas a las que le dices eso —Elena negó con la cabeza. Roman era un Don Juan desde que lo conocía. Sabía cómo ganarse a las chicas aunque a ella y a Brie siempre las trataba de una forma especial. Ellas eran muy importantes para él—. Vamos, que mi madre está a punto de descubrirnos, lo presiento.
***
Dos días pasaron del encuentro entre Calvin y la chica del perro.
—Hermano, ya, en serio, deja de pensar en esa chica. Anoche te perdiste la oportunidad de tu vida por no asistir a la fiesta que te invité.
—Y que gracias a que no fui, estamos libres de castigos hoy —Le lanzó una servilleta convertida en bola a su amigo—. Micah, por poco te descubren. Si yo me hubiese ido contigo, nadie hubiese abierto la puerta en la noche cuando la madre de Malia vino a ver si estábamos bien.
—Esa mujer es una pesadilla.
—Como la hija, pero tienes que entender que somos responsabilidad de ellos.
—Pfff. Cal, de verdad que vas por buen camino para ser abogado. Es que eres demasiado correcto, todavía me pregunto cómo es que te atreviste a decirle a la chica del perro que la invitabas a comer helado.
—Porque el ser correcto no me hace idiota, imbécil.
—¿Todavía sigues pensando en ella, no? —Micah vio a su alrededor. La piscina estaba a reventar y la verdad era que él tenía ganas de playa—. Hay un grupo que se va a la playa hoy. ¿Nos apuntamos?
—Sí, para ambas cosas.
Micah negó con la cabeza sonriendo.
—Era guapa. No se puede negar.
—Era perfecta, tanto que si no es porque tú la viste, empezaría a pensar que me la soñé.
Micah soltó una carcajada.
—No seas exagerado.
—¿No tienes más nada que hacer, Micah?
Micah abrió los ojos con sorpresa.
—Ok, creo que es momento de relajarse y para ello, te voy a dejar solo. El grupo sale en media hora a la playa.
—Ahí nos veremos.
Calvin se quedó en la piscina un rato más y luego fue al punto de encuentro.
¿Quién era esa chica?
Desde que la vio no pudo dejar de pensar en ella y quería encontrarla de nuevo. Sabía que estaba rayando en la locura porque su comportamiento estaba siendo irracional pero quería conocerla, hablar con ella, saber cómo se llamaba, besarla…
Negó con la cabeza queriendo alejar esos pensamientos que ya lo hacían parecer un psicópata e intentó, por todos los medios, mantener a la chica alejada de sus pensamientos el resto del día.
Estaba siendo obsesivo, lo sabía.
Caminó por la playa varias veces y se quedó en el punto en el que la había visto recoger sus cosas. Tenía la esperanza de que volviera.
¿Por qué no lo hacía?
¿Y si ese había sido su último día de vacaciones?
Levantó una piedra y la lanzó a la arena.
—Ernest me acaba de decir que su primo va a dar una fiesta en su casa. Está cerca del hotel y habrá mucha cerveza y chicas. Solo lo sabemos nosotros. No le ha dicho a nadie más porque no quiere que nos pillen.
—Yo no voy.
—Vamos, Calvin, deja de comportarte como un viejo. Por Dios, vamos a divertirnos como dijimos en el avión que lo haríamos.
Calvin se quedó en silencio unos minutos.
Su amigo tenía razón. Tenían que divertirse y él se estaba dejando consumir por el pensamiento de una chica de la que no sabía nada.
¿Iba a perder sus vacaciones así?
No.
De igual manera quería encontrarla.
«¡Con un demonio, Calvin! Deja de pensar en ella y ubícate en tu realidad» pensó.
—Ok. Iremos. Si nos metemos en problemas…
—No vamos a meternos en problemas, lo prometo.

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Bridget Wagner y Roman Thompson descubren lo que es el amor a muy temprana edad.
El corazón de Bridget le pertenece solo a Roman desde que eran unos niños. Incluso cuando su relación se vio interrumpida siendo adolescentes, llevándolos a hacer sus vidas por separado, ella lo sigue amando tanto como él sigue soñando con tenerla en sus brazos para siempre.
Cuando finalmente creen que el destino les da una segunda oportunidad, una noticia inesperada hace que los miedos de Roman tomen el control de su vida, devolviéndole a los viejos malos hábitos que empañarán lo que parece ser una relación perfecta; y, a su vez, le permitirá descubrir una verdad muy importante sobre su origen.
¿El amor entre Bridget y Roman es tan frágil como parece?
¿O será precisamente el poder del amor que se tienen lo que les ayudará a superar los secretos, las mentiras y traiciones entorno a ellos?
Roman fue hacia la ventana de su habitación cuando vio a Bridget al otro lado.
Le abrió y la ayudó a entrar.
La chica tenía los ojos y la nariz rojos.
La abrazó con fuerza mientras ella sollozaba en su pecho y le dio un beso dulce y pausado en la coronilla.
Suspiró.
No quería irse de casa y sus tres mujeres no le estaban poniendo las cosas muy fáciles.
Ese mismo día tuvo que consolar a Elena que fue a refugiarse a la playa para soltar ahí toda la tristeza que la dominaba en aquel momento.
Él también sospechaba que las cosas cambiarían un poco pero no había que ser exagerados como lo estaban siendo ellas.
Su abuela llevaba tres días con los nervios de punta y llorando cada noche a solas en su habitación.
Y ahora Brie, que lloraba desconsolada aferrándose a él como nunca antes lo había hecho.
Esa despedida era la que más le iba a costar. Nunca hablaba de sus sentimientos y aprendió a disimularlos muy bien. Gracias a eso, pudo mantener en secreto lo enamorado que estaba de Bridget.
Se criaron juntos y desde siempre se sintió atraído por ella.
Le acarició el rostro con suavidad. Se dejó embriagar por el olor dulzón de su champú y le apretó más a él.
Quería llevarse ese olor y ese momento en la memoria para siempre.
Se moría de ganas por besarla y confesarle cuánto la amaba. No quería arruinar aquello tan maravilloso que tenían siendo los mejores amigos del mundo. Si ella no le correspondía o si en el futuro no podían mantener una relación a distancia, todo se acabaría y la magia de la amistad se esfumaría.
Ella lo vio a los ojos.
Roman estaba haciendo un intento sobrehumano por no besarla.
Se mantuvieron las miradas por unos segundos en los que Roman descubrió que su amiga lo observaba de manera diferente.
¿Era posible que ella sintiera lo mismo que él?
—Nunca hemos hablado de esto… —Bridget hablaba entrecortado a causa del llanto—, porque pensaba que yo estaba confundiendo las cosas, hoy me estoy dando cuenta de que…
La chica se interrumpió avergonzada y Roman pudo sentir los nervios atacar su estómago.
Le levantó el mentón con delicadeza y se vieron de nuevo a los ojos.
Roman se acercó más a ella dejando que su boca actuara por cuenta propia.
La boca de Brie resultó ser una delicia y respondía de forma armoniosa a su contacto. Le encantó la reacción de ella cuando le pasó ambos brazos por el cuello y se pegó aún más a él.
Roman entonces dejó una mano en la parte baja de la espalda de Brie y la otra, la enredó en la hermosa y rubia melena que tenía la chica.
Se besaron por largo rato y decidieron parar cuando las cosas empezaban a ponerse más intensas.
Roman seguía actuando con cautela. Pegó su frente a la de la chica y le dio un beso en cada mejilla. Sus labios quedaron humedecidos por las lágrimas de ella que continuaban desbordándose de sus dulces ojos.
—Shhh —la abrazó con fuerza sobre su pecho—. No quiero que llores más, Brie, por favor. No soporto verte llorar y menos si sé que es por mi culpa.
La sintió sonreír.
—¿Cómo llegamos a esto? —le preguntó ella viéndolo a los ojos.
Roman la guio hasta la cama en donde se acostaron un frente al otro.
—Te quiero desde hace mucho tiempo —le dijo él acariciando su rostro.
—Yo nunca pensé que me sentiría tan mal por vivir lejos de ti —Bridget cerró los ojos intentando calmar la necesidad de llorar de nuevo—, es que cuando pienso que vamos a estar separados siento que me falta el aire, como si me estuvieran arrancando algo del pecho.
—Todo va a estar bien —aseguró él con voz firme, aunque fingía. No sabía qué se iba a encontrar en Nueva York pero se negaba a hacer sufrir a su rubia hermosa—. Te llamaré siempre que pueda y te voy a escribir una carta diaria. ¿Crees que podrás escribirme una al día también tú?
Ella asintió con una dulce sonrisa.
—Entonces eso haremos y siempre que pueda, regresaré a casa porque sé que tú me estarás esperando.
—¿Y si soy admitida el próximo año en Georgetown?
—Pues entonces iré a donde estés, cielo.
—¿Y si te encuentras a una chica guapa en Nueva York?
Él la vio con diversión y ternura. Sonrió de lado.
—Ahora que sé cuáles son tus sentimientos hacia mí, no va a haber chica más guapa que tú. Ninguna me importará como tú.
—Elena se va a poner celosa.
—¡Por Dios, Brie! ¿Elena? —Soltó una carcajada—. ¡Vaya tontería! Si ella está enamorada del chico de la playa.
—Pobre, ni siquiera sabe cómo se llama.
—Lo sé. Estaba con ella ese verano, ¿recuerdas?
Brie asintió.
—¿Me extrañarás?
—Cada minuto, te extrañaré.
Se acercó a la rubia y su mirada se paseó entre los ojos azul intenso y la boca de la chica. Era carnosa, suave, sensual, deliciosa; y el interior era húmedo, cálido y le gustaba la forma en la que lo besaba. Pausada, con ternura, equilibrada; tal como era ella.
Sabía que se estaba convirtiendo en su primer beso y deseaba convertirse en su primer hombre. No sería esa noche. No sería justo para ella.
Esperaría, se iría a la universidad con el recuerdo de sus besos y el sabor de sus labios. Eso le haría regresar a casa pronto para seguir conquistándola y asegurar ese amor que hoy se estaban confesando.
***
Los primeros meses pasaron con rapidez. Brie sumergida en su último año de secundaria, dedicada a aplicar a las universidades que seleccionó; siendo Georgetown su primera, y casi «única», opción porque lucharía con todo su ser para entrar allí. Soñaba con estudiar en esa reconocida universidad, además, adoraba la capital del país desde que la visitó por primera vez con sus padres hacía unos años.
Por supuesto, Roman no estaba menos ocupado que ella. Julliard se convirtió en su obsesión desde que tenía uso de razón y una vez pisó la institución, consiguió trazarse metas que lo convirtieron en un alumno destacado. No consiguió hacer amistades con los demás estudiantes porque estaba muy centrado en que lo que quería era ser el mejor y además, porque no sentía interés en salir o divertirse si no tenía a Brie a su lado.
Cosa que uno de sus profesores, Cole Walker, notó de inmediato en el chico y se interesó por saber a qué se debía que fuera tan reservado. Fue la primera de muchas conversaciones que mantuvieron porque el profesor Walker, se convirtió en mentor y buen amigo para Roman.
Tanto Bridget como Roman cumplieron con la promesa de llamarse y escribirse a diario. Para Roman era una terapia escribirle a su chica todo lo que vivía en la universidad.
Para ella también era reconfortante poder contarle sus avances en las aplicaciones y además, contarle cómo iban las cosas en casa.
En los días libres correspondientes a la celebración del día de Acción de Gracias, Roman regresó a casa para celebrar aquel importante día con su abuela, que era el único familiar vivo que le quedaba.
Su abuela Stella, le contó que sus padres murieron en un accidente de tránsito cuando él era apenas un bebé y ella quedó tan devastada por perder a su hija que poco hablaba de ella con Roman. Después de la muerte de su abuelo, Nathan Thompson, Stella se encerró más en sí misma volviéndose una mujer reservada con respecto al pasado y mostrando un profundo dolor en su mirada cuando Roman pretendía que le contara algo de su madre. Él optó por no preguntar nada más y resignarse a no saber nunca cómo había sido la mujer que le dio la vida. Apenas tenía una idea de su físico gracias a la única foto que quedaba de ella en el salón de la casa.
No quería que los recuerdos torturaran más a su abuela que luchaba día a día por cuidar de él y de toda la fortuna Thompson porque desde que había enviudado, tuvo que asumir el puesto de su marido en las empresas de la familia.
Admiraba a esa mujer con todo su ser, tanto como la amaba. Para él era su madre y se alegró cuando se reencontró con ella después de estar tantos meses fuera de casa.
Se pasaron todo el día conversando y poniéndose al día sobre las novedades de Newport, el avance de las empresas familiares —que poco le importaban, de igual manera le prestaba atención a su abuela solo por hacerla feliz en ese aspecto—; y él le contó su vida en la gran manzana.
—Me siento a gusto.
—A gusto deberías sentirte cuidando de tu patrimonio.
—Lo estás haciendo tu abuela, y si ya no quieres seguir haciéndolo, contrata a alguien. Ya hemos hablado de esto y no vamos a malgastar estos días con enfados innecesarios.
Ella volvió los ojos al cielo.
—Contigo no se puede —le dio una palmadita en la mejilla—. Estás guapísimo. Brie va a enloquecer cuando te vea.
Él sonrió con vergüenza y su abuela lo vio con ojos soñadores.
—Nada me gustaría más que esa chica y tú formaran una familia. Ustedes se adoran.
—No corras, abuela. Primero tenemos que crecer, no estamos en tu época que la gente se casaba a los doce años porque a los veinte ya se consideraban solterones.
Ella soltó una carcajada.
—En la época de tus bisabuelos, quizá. En la mía, era a los dieciséis y sobre los veinticinco ya estabas fuera del juego.
Ambos rieron.
—Estamos invitados a cenar en casa de Brie. Mary Joe no concebía la idea de que cenemos en Acción de Gracias aquí solos.
—Como el resto de los años que hemos estado con ellos.
—Son buenas personas. No lastimes a Bridget.
—No lo haré, abuela, la quiero de verdad.
***
Durante la cena todo estuvo de maravilla.
Roman se sintió feliz de poder estar de nuevo con Elena, Bridget y bailar con María, la madre de Elena y a quien quería como a una madre. La respetaba como debía hacerlo un hijo, era una gran mujer que salió adelante con su pequeña en un país en el que ni siquiera hablaba bien el idioma; cocinaba como los dioses y Roman tenía debilidad por su sazón. Además, María fomentó su pasión por la música desde que era pequeño. Su abuela insistía en que practicara instrumentos clásicos solo por diversión y María, a escondidas de Stella, le enseñaba el son de la música Caribeña descubriendo que Roman era un bailarín nato y sentía en su interior cualquier melodía que sonara.
Ella les enseñó a bailar a los tres. Incluso a los padres de Brie que la única que se defendía más o menos era la madre de la rubia. Aunque a ella le gustaba un buen Tango. Brie y su padre no lograban entender los sonidos. María solía decirles que la música tenían que sentirla en el interior del cuerpo pero estos parecían no sentir nada porque iban a su propio ritmo. Elena y Roman fueron los únicos de ese grupo que sintieron en cada fibra de sus cuerpos el son de aquella melodía y la sabían llevar de maravilla con sus pies.
Roman adoraba bailar salsa con María, hasta que la pobre ya no daba más. Sobre todo cuando intentaba sonsacarle un «sí» a algo que anhelaba y María se negaba. Como la vez en Los Ángeles, que la convenció bailando para que le dejara ir a una fiesta acompañado de Elena.
La noche que Elena le confesó que le gustaba un chico.
Sonrió al recordar eso. Tenía tantos recuerdos construidos con ellas que no concebía la vida sin sus mujeres.
Brie y él estuvieron sentados uno frente al otro durante la cena.
Se lanzaron varias miradas furtivas que aceleraron el pulso de Brie y aumentaron las ganas que tenía Roman de besarla hasta el cansancio.
Estaba preciosa esa noche.
La veía como mujer y salivaba con ese pensamiento. Tuvo que reprenderse varias veces durante la cena porque perdía el hilo de la conversación. Por suerte, no fue en los momentos en los que William Wagner, el padre de Brie, le hacía alguna pregunta con respecto a su carrera en Julliard.
William era un hombre serio, abogado de mucha reputación y le hacía preguntas en un tono tan particular que le dejaba saber que no aprobaba esa decisión de ser un simple músico. Tal como pensaba su abuela.
A Roman le traía sin cuidado lo que William —o su abuela— opinara de su carrera pero cuando veía a Brie sentía un nudo en el estómago porque tenía el presentimiento de que cuando se enteraran que entre ellos existía un romance, empezarían los problemas.
Ella se convertiría en abogada como su padre, dirigiría el bufete de este mientras Roman, estaría componiendo música porque eso era lo que quería, ser compositor.
Esa noche detectó el primer problema que tendrían. Enfrentar a la familia no estaría nada fácil.
Negó con la cabeza como queriendo sacudir aquellos pensamientos negativos que ni siquiera sabía si ocurrirían.
Después del postre, los chicos se fueron a la playa porque era tradición en ellos a pesar de que el clima ya estaba bastante frío.
Elena entendió pronto que estaba de sobra entre ellos y decidió irse temprano a la cama con la excusa de levantarse a tiempo al siguiente día y ayudar a su madre en la cocina.
Brie se lo agradeció con la mirada y Roman le dio un guiño de ojo.
Cuando al fin se quedaron a solas frente a la fogata que Roman encendió, invitó a Brie a acostarse en la manta que llevó para la ocasión y cuando estuvieron allí uno frente al otro, bajo la luz de la luna, y con el sonido de las olas reventando en la orilla como música de fondo, Roman decidió que sería la noche perfecta para estar juntos.
Tenía experiencia con otras chicas en cuanto al sexo se refería. Pero ninguna le hacía sentir como Brie y sabía que aquel encuentro íntimo sería especial para ambos.
Necesitaba hacerlo especial para ella y le parecía que el momento daba pie a ese encuentro que tanto deseaba con su rubia.
Ella lo veía con un brillo especial en la mirada.
¡Cuánto le gustaba y cuánto la extrañó!
—Te extrañé —se acercó a ella. Le dio un beso dulce y delicado en una mejilla. Ella cerró los ojos—. Necesitaba verte y tenerte así —siguió repartiendo besos delicados por el rostro de la chica a medida que expresaba sus sentimientos. Ella solo se dejó llevar por las deliciosas cosquillas que le producían esos besos—. Brie, ¿estás segura de esto?
Ella abrió sus ojos que parecían resplandecer de emoción y asintió atrayéndolo hacia ella para sellar su afirmación con un beso que lo dejó sin aliento.
Sus instintos masculinos empezaron a despertar de un letargo que no había tenido antes porque solía colarse con facilidad en la cama de las chicas que le gustaban, sin embargo, desde la última vez que estuvo con Brie en su habitación y probó sus labios por primera vez, su mente parecía haberse centrado solo en ella porque ninguna otra mujer le parecía sensual como su dulce rubia que ahora le dejaba explorar su hermoso cuerpo.
Roman decidió llevarla a casa porque la chica temblaba. Sospechaba que era de los nervios que tenía ante lo que iba a experimentar por primera vez; también sospechaba que la temperatura de esa noche no le ayudaba en nada a relajarse. Estando en el calor de su habitación, en la comodidad de la cama, todo sería mucho más placentero para ella.
—Vamos a mi habitación.
Ella asintió con vergüenza y sus mejillas ganaron un tono rosa que le pareció sublime a Roman. Era hermosa. La amaba. Y quería enseñarle cuánto la amaba.
Roman subió por las escaleras, como la gente normal solía subir a sus habitaciones, Brie trepó por la celosía del jardín que conectaba con la habitación del chico y entró por la ventana; tal como siempre lo hacían Elena y ella cuando Stella castigaba a Roman por algún motivo.
Él la esperaba sentado en la cama, se había quitado la camiseta nada más entrar y llevaba puesto un pantalón de deporte.
Ella lo vio por primera vez como un hombre. Esos músculos no se parecían en nada al cuerpo del Roman del que ella se enamoró hacía unos años. Aquel Roman era largo y escuálido. Este parecía esculpido por algún artista. Le encantaba todo en él. Aunque sus ojos, oscuros y profundos, fueron siempre la debilidad de Brie.
Y cuando la veía como lo hacía en ese momento en el que la acercó a él, Brie se sentía como una verdadera diosa y no como la adolescente simple y rubia de la escuela.
Le llevó a la cama y antes de dejarla ponerse cómoda, si es que eso era posible esa noche, le quitó con delicadeza la camiseta y el pantalón que la chica llevaba puestos.
No podía ser más perfecta.
La acarició en todos los rincones posibles y en medio de las caricias terminó de desvestirla como si se tratara de un regalo frágil y delicado.
Justo lo que era ella.
Brie mantenía los ojos cerrados y se removía excitada bajo las caricias del chico al que amaba. Pensaba que se moriría de la vergüenza estando desnuda ante él. Su mirada estaba tan cargada de deseo hacia ella y le admiró con tanto detalle que se creía la misma reencarnación de Afrodita.
Él era todo con caballero con ella. La sedujo con delicadeza, con amor. La llevó al clímax haciendo temblar cada centímetro de su cuerpo tantas veces, que Brie pensó que en algún momento iba a desfallecer de tanto placer, pero no, en cuanto su cuerpo se recuperaba empezaba a pedir más de lo que Roman le daba con habilidad y rogó porque no parara jamás.
La excitación en Roman lo estaba enloqueciendo no sabía cómo diablos llegó hasta allí sin alcanzar el clímax él también.
Estaba muy sorprendido.
Brie lo cambiaba por completo. Le encantaba verla convulsionar de placer gracias a sus caricias. Estaba tan húmeda, tan cálida que no quería que aquella noche terminase. Sentía que después de esa entrega no podrían separarse nunca más.
Cuando se volvió una urgencia entrar en ella, se protegió como era debido y sin dejar de verla a los ojos, se acercó a su boca para besarla con dulzura.
—Me vuelves loco, nena —susurró luego en el oído de la chica.
Ella sonrió complacida.
Él le separó las piernas con delicadeza, acariciándolas en el interior de los muslos para deleitarse de nuevo con su centro; después se abrió paso en ella con cuidado y sin dejar de verla a los ojos.
Brie sintió como su interior cedía a la presión ejercida por la excitación de él. Al principio dolió, no podía negarlo; luego se hizo agradable y consiguió relajarse mientras él luchaba por contenerse.
No lo logró. Ella estaba tan cerrada que la presión en su virilidad lo hizo estallar como nunca antes.
Hizo su mejor esfuerzo por no moverse más de lo debido mientras alcanzó el clímax porque sabía que podía ocasionarle dolor a ella.
—¿Estás bien?
Ella solo asintió con la cabeza y arqueó la espalda, dejando servidos en bandeja a sus senos firmes con los pezones endurecidos.
Roman jugueteó con ellos sin salir del interior de su chica. Sintió como, en minutos, estaba listo para entrar en acción de nuevo.
La sensación de que él jugara con sus pezones mientras hacía fricción en su interior fue una locura placentera para ella y alcanzó varios orgasmos más.
Al final de la noche, se quedaron dormidos complacidos y sabiendo que, a partir de ese momento, se pertenecerían para toda la vida.
***
La última despedida entre Brie y Roman fue mucho peor que la primera. Sentían que se les iba la vida misma si no se tenían cerca pero debían continuar con sus actividades y en Navidad, de seguro volverían a verse.
Cosa que no ocurrió porque hubo una fuerte nevada en Nueva York que impidió a Roman salir de ahí para llegar a casa a tiempo para Nochebuena.
Por ese tiempo, estar sin Brie empezaba a afectarle más de lo debido y empezó a salir para despejarse. Frecuentaba un bar que tenía buena música en vivo y buen ambiente. No iba buscando chicas, solo sentarse en la barra, tomarse un trago, escuchar música y quizá conseguir entablar una conversación con el hombre de la barra. Algo que le sacara de la cabeza a Brie por algunos minutos.
En vez de hacer migas con el hombre de la barra, empezó a tener contacto con uno de los chicos de una de las bandas que tocaban allí y que le dieron la oportunidad de tocar con ellos algunas noches. Era un escape para Roman, tanto de la presión que él mismo se imponía en Julliard, como de la nostalgia que le producía no tener a Brie a su lado cada día.
Los chicos de la banda, al enterarse de que Roman no logró irse de la ciudad por las fiestas lo adoptaron como uno más de ellos y lo iniciaron en sus actividades que no eran las mejores precisamente.
Después de las fiestas, las salidas y reuniones con estos personajes se hicieron más frecuentes y muy necesarias para Roman, que encontraba la paz con ellos y con lo que le ofrecían.
Su contacto con Brie fue decayendo cada vez más. Ella empezaba a estar más ocupada con el asunto de las admisiones a la universidad y casi nunca coincidían por teléfono. Las cartas de él hacia ella empezaron a fallar cuando los vicios aparecieron y llegó un punto en el que casi ni escribía.
El alcohol se convirtió en su mejor amigo y a pesar de los consejos de Cole o de la preocupación de su abuela, Roman siguió ingiriéndolo sin control.
Los problemas en la universidad se hicieron presentes con una suspensión hasta que hiciera rehabilitación, cosa que a él le parecía una soberana tontería porque no veía que tuviera un problema con la bebida.
Así regresó a Newport y toda su vida se volvió un completo caos.
El Roman que regresó a casa no era ni la sombra del que se había marchado. Brie no se creía lo que veían sus ojos.
Elena le advirtió que no estaba bien. Lo vio antes que ella y estaba preocupada por su hermano de vida.
Brie pensaba que exageraba.
Lo había extrañado con todo su ser. Hacía tantos meses que no se veían y más de un mes llevaban sin hablarse por falta de tiempo. Ella estaba absorbida con el asunto de la aplicación para Georgetown y además, estaba su padre que no terminaba de caerle en gracia que ella estuviese enamorada de Roman.
Tuvieron una conversación al respecto en el que su padre le explicó que Roman no era el chico apropiado para ella y que estaba seguro de que solo era un capricho, que cuando se le pasara todo y entrase a la universidad conocería a candidatos magníficos para casarse y formar una familia.
El punto era que Brie solo soñaba en casarse con Roman.
Eso le llevó a tener el primer enfrentamiento fuerte con su padre, en el que hasta su madre salió afectada. Por esos días, decidió evitar a Roman para no darle más material de pelea a su padre, sin embargo, el hombre no era tonto y en algunas ocasiones intervino por cuenta propia para que ese asunto entre su hija y el músico se acabara. Si cortaba la comunicación entre ellos, la distancia los envolvería y empezarían a hacer vida por separado. Se olvidarían. Más de una vez respondió él al teléfono y le dijo a Roman que Brie no se encontraba en casa porque estaba estudiando en la biblioteca. La mayoría de las veces era cierto y bueno, las otras veces, era como una extensión de la verdad según veía William que todo lo hacía por el bien de su hija.
En cuanto se enteraron de que Roman estaba en casa, Brie quiso ir a verlo y su padre la detuvo. Se lo prohibió. Discutieron muy fuerte y ella decidió no continuar con el asunto y marcharse a su habitación.
Lloró de la rabia por el comportamiento de su padre y se dejó llevar por el impulso y la necesidad de seguir a su corazón. Ya se arreglaría luego con su padre.
Salió de su habitación y bajó por las escaleras de la cocina; luego corrió entre las sombras por el jardín hasta llegar a la habitación de Roman en donde lo encontró tumbado en el sofá azul que estaba debajo de la ventana por la que ella estaba accediendo.
Él abrió los ojos con pesadez y le sonrió a medias.
Balbuceaba palabras y Brie no estaba entendiendo qué ocurría con él.
Era tanto el deseo de verlo y de estar de nuevo entre sus brazos que ya se ocuparía luego de averiguar qué le ocurría.
Quería besarlo, acariciarlo. Dejarse explorar por él. En cuanto la besó y la acidez de su saliva mezclada con el sabor del licor alcanzó sus papilas gustativas, se separó de él y se levantó de un salto del sofá. Estaba a punto de vomitar.
—¿Qué pasa, cariño? —Roman arrastraba las palabras, casi no podía mantenerse en pie y Brie no sabía qué hacer.
Recordó, entonces, una vez que su padre estaba en ese estado y su madre lo duchó, lo metió en la cama y al día siguiente, todo había pasado.
Quizá Stella solo estaba siendo un poco exagerada y Roman no estaba entregado a la bebida.
No sabía cómo sentirse porque él no era el mismo. Esperaba que, a pesar de su falta de comunicación y del tiempo que tenían sin verse, aun existiera amor entre ellos. Por lo menos de su parte estaba segura que existía. Y eso la motivaba a ayudarlo a salir de ese estado en el que estaba.
—Vamos al baño.
Él solo asintió y se enganchó a ella.
Brie pensó que tendría que ducharse luego porque sentía que ella también apestaba a alcohol. ¿Cómo llegó a caer en ese estado? Siempre había sido rebelde pero ¿qué lo llevó hasta ahí?
Le ayudó a desvestirse y él la veía con esfuerzo porque a momentos se le cerraban los ojos. Como pudo, lo duchó con rapidez y lo llevó a la cama. Sentía que estaba agotada del esfuerzo. Él cayó como un roble en el colchón y parecía que no se iba a mover de ahí en toda la noche.
Entonces ella aprovechó para ducharse rápido y se colocó una camiseta vieja de él porque la suya estaba mojada e impregnada del olor nauseabundo de Roman.
Se acostó a su lado y le dio un beso en la mejilla.
—Te amo.
—Y yo a ti —balbuceó él al tiempo que la atrapaba entre sus brazos y la acoplaba a su cuerpo para dormir con ella como si se tratara de un oso de peluche.
Sería un problema librarse de él luego, ella lo sabía, sin embargo, estaba tan a gusto ahí que le parecía que podía disfrutar de aquel momento un poco más.
No contaba con que las redes del sueño la atraparían con mayor intensidad con la que lo hacía el amor de su vida.
***
—¡Dile que baje ahora mismo porque si no voy yo y la hago bajar obligada!
—¡Por Dios, William! Deja el drama que no están haciendo nada que tú no hayas hecho antes a su edad —Mary Joe hablaba entre dientes indignada.
—Ya envié a buscarla —Stella se mostraba apenada—. No sabía que estaba aquí. Me he enterado cuando abrí la puerta esta mañana y los vi durmiendo.
—¡¿Y no nos avisaste?! ¡Es que puedo demandarte y al llevarlo a la cárcel! —William estaba realmente enfurecido—. ¡Con un demonio! ¡Este no es el futuro que quiero para mi hija!
Stella bajó la cabeza y una lágrima se escapó de sus ojos.
—Lo siento, Stella, Willi está hablando así por la ira luego…
—¡No te metas en esto, Mary Joe! ¡No la defiendas!
Brie bajó las escaleras con rapidez, aterrada por los gritos de su padre, nunca lo había escuchado así.
Roman quiso bajar con ella a pesar de que la chica le suplicó que se quedara en la habitación.
Él tenía sed y no se quedaría a ver como el padre de ella seguía gritando en su propia casa.
Iba sin camiseta, en shorts y con el cabello despeinado. Ella llevaba los vaqueros de la noche anterior y la camiseta vieja de él.
La mirada de su padre le dolió en el alma.
La estaba juzgando de mala manera.
—Nos queremos, papá, estamos enamorados.
Brie se dio la vuelta para buscar a Roman y este salía de la cocina con una cerveza en la mano.
—Roman, por favor, deja de beber —le suplicó.
—¿Esto es lo que quieres para tu futuro, Bridget? ¿Un alcohólico? ¡Es una mala semilla y de seguro, acabarás como su madre!
—¡William! —Stella levantó la voz por primera vez—. Te pido por favor que moderes tus palabras.
Roman lo veía enfurecido y para hacerlo molestar más, le pasó el brazo por los hombros a Brie y esta lo vio con cara de pocos amigos.
No entendía su actitud infantil.
—No empeores las cosas, por favor.
—Te amo, Bridget. No te voy a dejar ir, punto —bebió un sorbo de su cerveza.
—¿Esto es lo que quieres para ti? ¿Para eso te has esforzado tanto? —William veía a su hija con seriedad y Brie empezó a dudar de lo que en realidad quería al ver la sonrisita burlona de Roman y la botella ya vacía en su mano—. ¿Sabes qué va a pasar si en la universidad se enteran del comportamiento de tu novio? ¡Nada más imagina que se presente así en tu facultad, Bridget!
Brie lo vio.
—¿Por qué no me dijiste que fuiste aceptada? —preguntó él con indignación en la mirada.
—No hemos tenido tiempo, Roman. No hemos coincidido al teléfono y es una noticia reciente. Tu abuela me dijo que vendrías pronto y preferí guardarla para decírtela en persona. Ayer no pude hacerlo. Estabas borracho. Hoy sigues bebiendo. ¿Qué está pasando contigo?
—Ay, nena, por Dios, no me vengas con lo mismo de mi abuela y el problema con la bebida. No tengo nada. ¿Ok?
William bufó y Roman lo vio con ojos llenos de ira.
Brie sintió en ese momento que estaba ante un perfecto desconocido.
En dónde estaba el Roman del que se enamoró con locura.
Su corazón se resquebrajó. Lo vio a los ojos y él evadió su mirada.
—¡Andando a casa! ¡No tenemos más nada que hacer aquí! —anunció William.
Bridget vio a Stella, esta estaba haciendo un esfuerzo tremendo por no echarse a llorar.
—Tu padre tiene razón, Brie. Quizá Roman no es lo que más te conviene.
Roman vio con sorpresa a su abuela y observó cómo William se fortalecía. Mary Joe solo presenciaba la escena angustiada por su hija porque sabía que esto le iba a doler mucho. Ella estaba muy enamorada de ese muchacho.
Bridget sintió que caía en un pozo profundo y oscuro.
Quizá su padre sí tenía razón teniendo en cuenta que la propia Stella le aconsejaba lo mismo que él. Era su nieto, ¿por qué no se ponía de su parte?
Sintió ganas de llorar.
—Brie, no te marches, vamos a hablar —le rogó Roman aferrándose a ella.
—Roman, déjala, ella va a empezar un nuevo camino y tú tienes que recuperarte de esto en lo que te metiste —Stella intentaba aconsejar a su nieto. No tenía la fortaleza para enfrentar a William y menos sabiendo este la verdad sobre su querida Abigail y los errores que cometió con Roman después de que ella falleciera.
—Brie —Roman sintió un nudo en la garganta, ¿estaba perdiendo a la chica de sus sueños? Sintió miedo—. Te lo suplico, vamos a hablar.
Brie se acercó y le dio un beso en la mejilla.
Roman sintió que una parte de él se hacía polvo.
¿Era un adiós?
Tomó el rostro de ella entre sus manos.
—Brie —la voz le temblaba. Ella estaba haciendo un esfuerzo por parecer dura—. Sé que esto no es lo que quieres. Yo tampoco. Te amo, no te vayas.
Bridget respiró profundo y le sonrió a medias mientras retiraba las manos de él de su rostro.
—Lo siento, Roman. De verdad. Lo siento —fue lo último que le dijo antes de salir corriendo a su casa sin ver hacia atrás.
Estaba dividida en su interior.
Una parte de ella le decía que estaba haciendo lo correcto. La otra estaba dispuesta a no hablarle nunca más por no tener la valentía de defender el amor entre ellos. El comportamiento de él solo le daba la razón a su lado coherente que compartía opinión con Stella y su padre.
¿Qué futuro tenía ella junto a él si ni siquiera admitía que tenía un problema?
Solo los años le dejarían saber si su decisión fue la correcta o no.