Serie de romance contemporáneo +18

Novelas autoconclusivas. Es mejor leerlas en orden

¿Crees que la sociedad es injusta con las mujeres?
¿Es justo que una mujer que cría a sus hijos sola sea tachada como mala madre por una cosa u otra y que un hombre que cría a sus hijos en soledad despierte miradas compasivas y palabras de apoyo y aliento?

Sí, Alexis sabe lo injusta que es la sociedad porque día tras día la vida se encarga de recordárselo; y si no, siempre está Bethany Malone para recordarle que como madre y mujer es un desastre.

Pero a Alexis le resbalan —un poco— los comentarios de los demás mientras sus hijos tengan comida en la mesa, un techo que los resguarde; y a ella; sobre todo a ella, para darles el amor que solo las madres saben dar.
Por su parte, Henry es viudo y la repentina muerte de su mujer sumada a la preadolescencia de su hija no le hacen las cosas fáciles; por fortuna, ayuda no le falta aunque no le hace gracia la compasión que le tienen y que por ser hombre lo consideren un inútil en casa o en cuanto a la crianza de su hija se refiere.

¿Qué pasará cuando Henry y Alexis se crucen y descubran que pueden apoyarse el uno en el otro como un equipo aunque sus vidas sean tan diferentes?

Alexis aparcó el coche frente al colegio de sus hijos sintiendo la recurrente presión en la boca del estómago porque, una vez más, llegaba tarde a recogerles.

Ella sabía que todo el mundo pensaba que era la reina de la impuntualidad pero no era así y hacía mucho tiempo había dejado de justificarse frente a los que nada entendían de ella.

No era impuntualidad, era que simplemente no sabía cómo diablos cumplir con su trabajo y llegar a tiempo al colegio a buscar a sus hijos; o cómo llegar a una reunión de padres y representantes del colegio sin faltar a su trabajo.

Nadie estaba en la condición de entender que ella sola se encargaba de que sus hijos estuvieran a buen resguardo en una casa, que no era ni por asomo la casa que ella quería darles pero había que conformarse con eso y que, gracias a Dios, sus hijos estaban con ella; además, tampoco les faltaba comida o ropa adecuada para cada estación del año aunque esta fuese de segunda mano porque, nuevamente, eso era todo lo que ella podía darles a pesar de que tenía dos trabajos, a veces un tercero, era madre soltera y sin ningún familiar cercano en la ciudad, país, continente o en el resto del mundo.

Eran solo ella y sus hijos y la verdad era que nunca había pedido la lástima de nadie; sin embargo, tampoco quería que le dieran sus opiniones acerca de impuntualidad, desorganización, falta de carácter con sus hijos y mucho menos, que hablaran de lo poco que estaba con ellos porque nadie tenía la menor idea de cómo diablos era su vida.

Sus hijos estaban en el salón de castigos, aunque no estaban castigados, junto a la señorita Louise que le sonrió con dulzura en cuanto la vio.

Los dos pequeños estaban enzarzados en una pelea, como de costumbre y Floyd, el mayor de sus hijos, sumergido en la lectura de un libro que había tomado prestado de la biblioteca pública unos días antes.

Dylan y Toby, los gemelos y más pequeños integrantes de la familia Powell, corrieron a ella para abrazarla y saltar a su alrededor mientras ella les alborotaba el pelo con entusiasmo. Esas pequeñas sonrisas y los ojos brillantes de ese par de bribones le alegraban el día, aunque le dejaran sin energía en poco tiempo.

El aula estaba vacía —o casi— cosa que era bastante extraña.

—Gracias, Louise —la maestra asintió comprensiva—. No sé qué voy a hacer cuando ya no seas la maestra de Floyd.

Era el segundo año que la maestra tenía a Floyd entre sus alumnos y se alegraba de que así fuera porque sabía que la vida de Alexis no era fácil. Podía percibir el cansancio en su mirada, las ganas de tener un poco más de tiempo para compartir con sus hijos sin sentir que las facturas se acumulan. Lo sabía bien porque a su hermana le había tocado vivir algo similar, solo que con dos niños menos y mucho apoyo familiar.

No conocía la historia de Alexis porque nunca se había atrevido a hablar con ella de eso y la chica no daba señales de querer contarle a nadie sobre la carga que llevaba en su espalda.

Louise suspiró con preocupación en la mirada.

Alexis reconoció el suspiro de la maestra de inmediato.

Sabía que la maestra de Floyd era diferente al resto de las personas que le rodeaban pero no podía evitar pensar en lo que representaba ese suspiro para la mayoría de las personas: la clara reprobación por la forma en la que llevaba el caos que siempre reinaba a su alrededor y la poca agilidad que tenía ella para poner en orden ese caos.

No por falta de intentos. No. Siempre que podía lo intentaba pero no lo conseguía, por una u otra razón; y sin darse cuenta, se dejaba absorber de nuevo por el caos.

Parecía que el desastre era parte de su vida desde que había nacido.

Quizá por eso la señorita Louise se había apiadado de ella la primera semana de clases cuando llegó tarde durante toda la semana a recoger a los niños.

Siempre se preguntaba si la maestra alguna vez había tenido un caso similar y alguna vez quiso preguntárselo pero prefirió omitir su curiosidad por saber si había otras madres y mujeres en general con la misma suerte y pocas habilidades que ella misma poseía.

Lo dudaba.

El resto de la comunidad femenina de la escuela, todos esos años, le había demostrado que al menos en esa escuela, ciudad y quizá estado del país, ella era la única que parecía no tener nada bajo control desde que había nacido.

—El año que viene ya veremos cómo avanza todo contigo y los niños. Creo que debes ponerles un poco más claras las reglas porque lo necesitan.

Alexis quiso derrumbarse con ella y decirle, llorando sin contenerse, que estaba agotada de intentar algo que no sabía hacer. Que sentía que vivía en una competencia con las demás madres en la que ella siempre salía perdiendo porque nunca tenía el tiempo suficiente, la casa perfecta, los hijos ejemplares, el marido amoroso y la familia ideal.

Ella no lo tenía y no sabía cómo alcanzarlo.

Pero sí tenía claro que derrumbarse allí frente a sus hijos, no era lo apropiado, además, la chica que estaba sentada dos puestos detrás de Floyd, tenía la vista clavada en ella y no quiso ser la protagonista de una escena dramática frente a una pre adolescente que, de seguro, al día siguiente, se burlaría de ella con sus amigas.

Cada día era lo mismo con su vida y sus emociones. Desde que había quedado en estado de los gemelos parecía que corría en un maratón de forma perpetua y sin derecho a detenerse para poder pensar en sí misma al menos por cinco minutos.

La señorita Louise la observó de nuevo y se levantó para dirigirse a los más pequeños.

—Tienen que hacerle caso a mamá y ayudarle en todo en casa, ¿entendido?

Los gemelos, con cinco años, sonrieron felices y asintieron con la cabeza. La maestra les devolvió la sonrisa y se puso de pie de nuevo para ver a Alexis a los ojos.

—Los gemelos llevan una nota de la maestra, quiere verte.

Alexis cerró los ojos y se desinfló dejando que se esfumaran las pocas fuerzas que le quedaban para lo que restaba de día.

Una vez más, tenía que ver a la maestra de los gemelos que tenía un carácter directamente proporcional al sabor de un limón.

—Necesitas estar más organizada, Alexis. Te vendrá bien, ya hemos hablado de esto antes. Puedo ayudarte.

—Lo sé, Louise, te lo agradezco y no quiero ser grosera contigo porque eres siempre dulce conmigo pero soy humana, madre soltera de tres niños —Alexis empezó a notar como la voz le temblaba y dejó de hablar de inmediato. Negó con la cabeza y suspiró profundo mientras Floyd guardaba su libro y se acercaba a ella para abrazarla también. El niño, casi adolescente, le apoyó la cabeza en el pecho y ella le dio un beso en la coronilla. Vio de nuevo a la maestra—: Lo intentaré de nuevo. Gracias por tu paciencia.

La maestra le sonrió complacida.

—Sé que lo lograrás, no dejes de intentarlo y mientras yo esté en el colegio y me sea posible, te ayudaré.

Se despidieron y luego salió del aula con sus tres niños. Floyd caminando junto a ella; y los gemelos, corriendo como si los persiguiera un tigre enfurecido.

Alexis no sintió mayor preocupación hasta que vio a los niños abrir las puertas del colegio, salir desbocados al exterior y en cuanto aceleró el paso para seguirles, su corazón se aceleró al escuchar el chirrido de las ruedas de un coche.

***

—¡¿Están bien?! ¡Con un demonio! ¿Cuántas veces debo decirles que no pueden correr así? —los niños observaban a su madre con arrepentimiento pero también con la falta de interés que siempre le dedicaban cuando ella se alteraba—. Estoy cansada de decirles que…

Un hombre se aclaró la garganta.

Ella levantó la mirada, hasta el momento estuvo agachada a la altura de sus gemelos mientras les reñía.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que había un coche aparcado detrás del de ella, no había más coches en la calle y sus hijos estaban bastante alejados de la misma. Es decir, sus hijos no habían estado en peligro, sin embargo, la cara del director Martin y de Bethany Malone, la perfecta madre ejemplar y además, presidenta de la Asociación de Padres y Representates, eran… ¿cómo decirlo?… la misma cara de preocupación y reclamo por su negligencia maternal.

El otro hombre, el que llevaba las llaves del coche en la mano, la veía con compasión.

Es que esas eran las miradas que Alexis solía levantar: preocupación, negación, reclamo, odio y compasión.

Las del amor y la diversión venían solo de sus pequeños hijos porque hasta el mayor ya había entrado en el grupo que pensaba que ella y todo lo que la rodeaba era un caso perdido.

—Lo siento, la culpa es mía —dijo el hombre del coche de inmediato.

El director del centro la vio con reprobación y al hombre, le dedicó una mirada incrédula.

—Es cierto que, en este caso, el Sr. Price fue el culpable de ocasionar tan terrible ruido gracias a que venía bastante distraído y por poco se estrella detrás de su coche, Sra. Powell —el hombre se subió las gafas mientras hacía la pausa y medía el latigazo verbal que le daría a Alexis a continuación—: sin embargo, si usted hubiese llegado a la hora de salida indicada y además de eso, le indicara a sus hijos quien tiene el mando y les enseñara con más frecuencia quién es el adulto, no estaría usted con el corazón en la garganta temiendo lo peor con respecto a estos niños.

Alexis quiso responderle de una manera acorde a su comentario pero lo consideró una pérdida de tiempo.

—Se salva usted de que la distracción del Sr. Price haya estado muy lejos de sus hijos porque —suspiró y negó con la cabeza—, me habría visto en la obligación de llamar a los servicios sociales y reportar su caso. Ya se lo he advertido antes y…

Alexis dejó de escuchar al director que le decía lo mismo de siempre. Le amenazaba con los servicios sociales, le reprendía y luego, la dejaba marchar bajo una mirada acusadora y analítica. Era la dinámica de siempre y ya Alexis estaba acostumbrada a eso.

Claro, ese día era muy diferente porque todo lo estaba presenciando la estúpida de Bethany Malone que tenía su vida perfecta y maravillosa; con sus perfectos hijos, en una casa que parecía un castillo, no solo por lo grande si no por lo reluciente, y que, de seguro, siempre olía a pie de manzana recién horneado.

Y se sumaba al club de los que miraban con reprobación a Alexis pero Bethany, añadía también gozo porque detrás de esa fachada del ama de casa perfecta y la madre que todo lo puede, se escondía una arpía que disfrutaba ver cómo Alexis se hundía cada vez más en su desastrosa vida.

Desde que su hijo empezó a estudiar en esa escuela, Bethany se encargaba de dejarle saber —todas las veces que podía— lo pésima madre que era y lo mal que estaba haciendo las cosas en la vida.

Como si ella no estuviese enterada.

Como si nadie más en la vida se hubiera encargado de decírselo antes con palabras o miradas.

Y para las miradas críticas y acusadoras de los demás, ya estaba acostumbrada pero no cuando se trataba de Bethany porque odiaba sentir esa vergüenza que sentía estando frente a ella. Siempre tan arreglada, tan elegante con su cordialidad presente, falsa o no, era lo que le dejaba ver a los demás y a Alexis le habría encantado tener una pizca de alguna de esas cualidades para poder darle otra impresión al mundo.

 —¿Me está usted escuchando? —Bethany le sonrió con malicia y el director dejó ver su sincero disgusto acentuándose.

El hombre del coche ya no estaba, no se dio cuenta del momento en el que este se marchó aunque el coche seguía en el mismo lugar aparcado.

—Sí, señor, lo siento, no volverá a ocurrir.

Apartó la mirada de ambos y alentó a sus niños, que por algún milagro divino permanecían inmóviles a su lado, a subirse al coche y largarse de ahí cuanto antes.

Necesitaba llegar a casa, quitarse los zapatos y tumbarse en el salón un rato a ver la TV con los niños para tomar fuerzas de nuevo y luchar con los gemelos hasta la hora de acostarse a dormir

Rita tiene 42 años, dos hijos y un exmarido al que ama desde que lo conoció.

Se divorciaron hace diez años porque no quería ponerlo en la difícil situación de elegir entre ella y su familia. Es decir, su otra familia, la que viene con su madre, padre y hermana que nunca aceptaron por completo a Rita y quienes siempre querían opinar y decidir en su matrimonio… y sobre sus hijos, más de lo que les correspondía.

Como era de esperarse, unos años después, Bill rehace su vida junto a Louise.

Rita asumió que lo había perdido, hasta que, Penny, su hija mayor, llega llorando a sus brazos y pidiendo auxilio porque su abuela y tía están tomándose atribuciones que no les corresponden en los preparativos de la boda de Penny y Todd.

Y es cuando Rita se entera de que Bill, se está divorciando de nuevo.

Rita no va a permitir que le arruinen la ilusión a su hija tal como permitió que le arruinaran su matrimonio y esto, le hará tener un encuentro «muy» cercano con Bill.

¿Será ese encuentro el inicio de una segunda oportunidad entre Rita y Bill para estar juntos otra vez y sin repetir los errores del pasado?

Rita se estaba sirviendo un vaso de agua en la cocina cuando escuchó la puerta de casa abrirse.

Le extrañó, porque no esperaba que ninguno de sus dos hijos le visitara ese día.

Tyler estaba fuera de la ciudad estudiando y Penny se había mudado desde que formalizara su relación con Todd.

Caminaba hacia la puerta cuando escuchó los sollozos.

Aceleró el paso provocando que se encontrara con Penny a medio camino; Rita le abrió los brazos a su niña en cuanto le vio los ojos enrojecidos e hinchados por el llanto.

Pensó en lo peor, que todo entre ella y Todd había terminado porque para que Penny llorara como lo estaba haciendo, parecía señal de que todo había terminado, la boda quedaba suspendida y tendría a su pequeña de regreso en casa en un par de días.

Temía hacer la pregunta pero necesitaba entender cuál era la situación que la afligía de esa manera.

Respiró profundo.

—Cariño —le acarició el pelo como cuando era pequeña y apoyaba la cabeza en su regazo para ver la TV—, necesito que te calmes y que me expliques qué pasó entre ustedes.

Al momento, Penny dejó de llorar y se despegó de su madre frunciendo el ceño, dejándole muy en claro que no entendía a qué se refería.

Rita le secó las lágrimas y la fue guiando al sofá de dos plazas que tenía en el salón.

Se sentaron.

Penny resopló colocando los ojos en blanco.

—¡Mamá!, ¿crees que esto es porque pasó algo entre Todd y yo?

Rita levantó las cejas y asintió.

¿Qué más podía poner a su hija en ese estado?

—Es culpa de la tía y la abuela.

Ahhhhhhh, entonces era eso.

Penny arrancó a llorar de nuevo.

Rita seguía sin estar muy clara.

Respiró profundo.

—A ver, cariño, ¿les pasó algo?

Penny negó.

Bien, si no era eso, entonces era la otra opción; que Rita no sabía si era la que prefería para que su hija experimentara.

Volvió a respirar y pronunció un mantra en su cabeza que aprendió hace algún tiempo en clases de meditación que «supuestamente» servía para darle equilibrio y serenidad.

Aunque, cuando se trataba de la familia de su ex, no había mantra que valiera.

Ninguno, a menos de que el divorcio contara como un mantra muy potente porque fue lo único que le sirvió a ella, pero claro, aquello no era un opción para su hija quien, además, adoraba a su tía y abuela.

Se quedó en silenció, repasando su mantra mientras su hija seguía llorando.

Es que no sabía qué diablos decirle porque si era por ella, le aconsejaba que las mandara a todas a la mierda como hizo ella misma una vez.

Arrugó la nariz porque sabía que su hija no iba a mandar a nadie de la familia a la mierda porque Penny tenía un problema por el que ella misma pasó hasta que reaccionó.

El poder que tiene decir: «No».

A Penny le faltaba mucho para entender que, a veces, decir «No» da paz en la vida, a pesar de que la paz, venga acompañada de una ruptura familiar.

—Bueno, voy a hacer café y un bizcocho que tenía pensado hacer de cualquier manera. Creo que nos vendrá bien para conversar.

—Te ayudo.

—A verme será, porque tú no te acercas a la mezcla de mi bizcocho ni queriendo, estás tan triste que seguro que, como lo toques, no levanta.

—Exagerada —Penny torció los ojos sonriendo a medias.

Quizá lo era, sin embargo, consiguió que no llorara tanto y que medio sonriera.

Rita sacó los ingredientes que fue pesando mientras el café se hacía en la cafetera eléctrica.

Cuando estuvo listo lo segundo, sirvió la bebida en dos tazas y les puso azúcar a ambas.

Le dio una Penny.

Su niña cerró los ojos, olió el café y luego bebió un sorbo.

Rita sonrió, ciertas costumbres perduraban en el tiempo. Ese gesto de Penny con su café existía desde que probara la bebida cuando era adolescente.

Decía que el olor del café la calmaba.

Rita sacó la batidora y empezó a preparar la mezcla de un bizcocho simple de vainilla.

Cotton Candy, mejor conocido como CC, se acercó a la cocina a revisar que todo estuviese en orden y por supuesto, vendría a sacarle fiesta a Penny con quien siempre jugaba divinamente.

CC era un Cotón de Tulear, blanco, originario de Madagascar, que Rita adoptó desde que estaba recién nacido.

Era el segundo de esa raza que tenía.

CC se alzó en dos patas a los pies de Penny y esta se sentó en el suelo con la taza de café para jugar con el perro.

Rita sonrió, amaba su soledad tanto como extrañaba la cotidianidad con sus hijos.

Llegar a casa y encontrar a Penny en el sofá, durmiendo abrazada a CC o regañar a Tyler por dejar las cosas tiradas en el salón.

—Esta mañana me llamó la tía Serena haciéndome apuntar una lista de gente que no tengo ni idea de quienes son pero que debo invitar a mi boda porque son amigos de la familia.

Rita bufó con gran ironía. Se sabía de sobra esas historias.

—Lo mismo hicieron cuando yo me casé con tu papá y empecé a ser persona no grata desde entonces porque me negué, mejor dicho —rectificó negando con la cabeza—; nos negamos tu padre y yo, solo que yo fui la vocera y por ello empecé a acumular puntos negativos.

—No quiero invitar a esa gente.

—¿Se lo dijiste?

—No —empezó a llorar de nuevo y CC le lamía desesperado porque quería aliviar su pena—. Es mi boda, tengo derecho a elegir todo lo que quiero y lo que no. Ni siquiera la madre de Todd está haciendo una exigencia de ese tipo.

—Tú te ganaste el cielo con la madre de Todd, cariño.

—Ella le dice lo mismo a Todd de ti.

Rita sonrió. No era la mejor amiga de su consuegra pero comulgaban en muchas cosas y sabían respetar la opinión de la otra las pocas veces que han estado en desacuerdo.

—¿Qué piensas hacer?

—¿Pedirte ayuda?

Rita soltó una carcajada sincera.

Penny la observó con recelo.

—¿No lo estarás diciendo en serio, Penny?

—¿A quién más voy a recurrir si no?

—¿A tu padre? —Rita vio a su hija con sarcasmo—. Es él quien debe encargarse de su familia. Yo tengo milenios que no hablo con ninguno de ellos y no voy a empezar a hacerlo ahora porque tú no has a prendido a decirle que «NO» a la gente —caminó hacia el horno y revisó el bizcocho, aunque no había nada qué revisar, no era el tiempo aun. Se cruzó de brazos y se dio la vuelta viendo a Penny levantarse del suelo para sentarse en los taburetes de la isla de la cocina—. Llama a tu tía y le dices que sus invitados se salen de tu presupuesto o llama a tu padre para que hable con ellas.

Penny empezó a llorar una vez más.

Esperó hasta que esta se calmó un poco.

—Es tu boda, Penny, y me da mucha pena que estés así de estresada por culpa de los demás —suspiró caminando hacia su pequeña para abrazarla—. No voy a llamar a Serena, ni pensarlo, pero puedo llamar a tu padre. Creo que surtiría más efecto si lloraras así con él.

—Es que no lo quiero molestar, mamá. Está pasando por algo fuerte y…

—¿Le ocurrió algo? —Penny negó con la cabeza—. ¿Louise? —Penny negó.

—¡Por el amor de dios, Penny! ¡Habla! —Rita sentía que empezaba a desesperarse.

—Papá se está divorciando, otra vez.

***

Varias horas después, Rita seguía en shock con la noticia de que su exmarido se estuviera divorciando por segunda vez.

Terminó de recoger la cocina, guardó lo poco que quedó del bizcocho que ella y Penny devoraron.

No había sentido tanta ansiedad desde que se enteró que Bill iba a casarse por segunda vez.

Hizo una mueca.

No era que estuviera convencida del amor puro y sincero que Bill decía tenerle a Louise, en lo absoluto.

Conocía a Bill de sobra y nada más había que verlo a los ojos cuando Rita estaba en el mismo lugar que él para darse cuenta de que seguía teniendo sentimientos por ella, por lo que siempre pensó que su relación con Louise era solo para no sentirse en soledad, porque Bill no era hombre de vivir en soledad.

Sonó el teléfono.

—¿Rita?

—Hazel, ¿cómo estás?

—Un poco cansada. Acabo de terminar el entrenamiento de hoy con dos Rottweiler que parecían de todo menos perros. Uno se creía canguro y el otro un león después de haberse comido a una cebra el solo.

Rita resopló con diversión.

—¿Pudiste arreglarlos?

—Bueno, sabes que eso no es de un día para otro, pero —Hazel soltó el aire—…no te llamaba por eso.

—¿Estás bien?

—No, pero tampoco te llamaba por cómo me encuentro —Hazel sonaba ansiosa—. No lo tomes a mal, amiga…

—Sabes que no soy de las que se enfadan porque no le cuentan los secretos.

—¡Y qué secreto!

—Aunque me muera por saberlo y tú no me lo estás poniendo muy fácil.

—No, es que es un asunto delicado que hablaremos luego, otro día. Quizá para entonces, todo queda en el olvido.

Rita rio. Hazel siempre pagaba y se daba el cambio ella sola dentro de una conversación cuando estaba nerviosa.

—Entonces, si no es para intercambiar información de nuestras vidas, supongo que querrás hacer un cambio de horario de la chica de limpieza.

—¿Intercambiar información de nuestras vidas? —repitió con curiosidad Hazel.

—Primero hablemos del porqué me llamaste.

—Ok, ok, sí, mañana tengo al canguro y al león de nuevo por lo que va a ser difícil tener a extraños en casa. ¿Qué otro día tiene libre?

Rita caminó hasta su oficina y abrió la agenda.

—En tres días.

—Espera —sabía que Hazel estaba revisando su agenda también—. Sí, este día tengo alumnos normales.

Ambas rieron y Rita observó por la ventana que CC brincaba mordisqueando al aire.

Entonces vio a los niños en la casa de árbol riendo divertidos.

—Mis vecinitos están dándole alimentos a CC.

—Vas a tener que traerme a ese glotón para que entienda que no puede recibir comida de extraños.

—Va a darle dolor de barriga, seguro.

—Pues a ver si aprende esta vez la lección.

Rita observó entonces que los niños se sobresaltaron y vieron por la otra ventana de la casita. Asintieron y luego bajaron.

La verja de listones de madera que tenía era alta, impidiéndole ver al otro lado, pero de seguro se habrían dado cuenta de lo que hacían los chiquillos y por ello les hicieron bajar. Sintió pena por los niños que se veía que se divertían con la travesura; y a la vez, entendía y aplaudía a los padres que les ponía orden.

—Entonces, Hazel, ya te dejo apuntada a Ivonne para dentro de tres días. Tomó el teléfono del trabajo y le escribió a Ivonne.

“Cancelada limpieza de mañana. Reprogramada para el viernes a la misma hora”

—¿Cómo van los preparativos de Penny y Todd?

—No me hables de eso que hoy se me apareció llorando.

—No me digas que rompieron.

—No, por favor, nada de eso. Es que mi cuñada y suegra están intervenido y bueno… ya sabes cómo son.

—¿Vas a dejar de llamarlas «cuñada» y «suegra» alguna vez? Por ellas te divorciaste del hombre que aun amas.

Rita dejó salir el aire de su sistema con tanto ruido que Hazel se interrumpió.

—¿Qué?

—Necesitamos bebernos tres botellas de vino y contarnos las novedades, amiga.

—Bueno, ven, no tengo tres botellas pero puedo decirle a Ayana que traiga más cuando salga del trabajo.

—No, Hazel, hoy no puedo acostarme tarde y no me siento con ganas de hablar de esto todavía. Parece que mantendremos nuestros secretos hasta mañana en la noche —vio a CC sentado en el jardín esperando a que volvieran los niños de la casa del árbol—. Oye, querida, voy a dejarte porque voy a hacer entrar en casa al glotón de mi perro que sigue esperando por más comida y no quiero pasar mala noche por su culpa. ¿No vemos mañana?

—Te esperaré. ¿Pido comida para cenar?

—Chino, con mucha grasa, yo puedo parar en Cheesecake Factory y comprar el postre.

—Si ya no estuvieras divorciada, empezaría a asustarme; la última vez que comimos el mismo menú, fue hace diez años cuando me contaste que te ibas a divorciar de Bill.

—Mmm —replicó Rita recordando ese día—. Ya hablaremos. Tengo que dejarte.

—Que mal momento para hacerlo, por dios.

—Bueno, estamos a par porque tú tampoco me dejas muy bien con tus misterios.

—Ok, ok, nos vemos mañana.

Colgaron y Rita salió a buscar a Cotton Candy, no era tarde, pero tenía ganas de darse una ducha caliente, sacudirse los pensamientos en referencia a Bill y su nuevo divorcio y tratar de dormir bien para ser un gran apoyo para su hija al día siguiente.

La irresponsabilidad y las prontas ansias de vivir aventuras, llevaron a Hazel a tener que afrontar responsabilidades para las que no estaba lista a los 20 años.

La maternidad en soledad, por ejemplo.

Pensó en que esa era su oportunidad para criar a un hijo tal como le habría gustado que su estricta y poco cariñosa madre, le criase a ella.

Así que mientras Hazel era la madre más «cool» entre los amigos de Ayana, esta buscaba la manera de alejarse de ella porque no quería tener una mejor amiga por madre.

«La compañera de piso» como solía llamarle cuando se enfurecía con ella porque Ayana lo que más anhelaba era: tener a una madre a su lado.

Hasta que la brecha entre ellas se hace enorme y Ayana decide colocar distancia que les permitirá a ambas, analizar a fondo su relación.

En tanto, Hazel se enreda con Marcel, varios años menor que ella, conocido de su hija y quien pondrá su mundo de cabeza pero que también, le aportará el equilibrio necesario a su vida para darse cuenta de los errores que ha cometido con Ayana.

¿Podrá sanar la relación con su hija y encontrar el verdadero amor junto a Marcel?
¿Ayana será capaz de aceptar esa relación entre ellos?

Ayana se sirvió una copa de vino y bebió un sorbo de ella.

Estaba cansada. Quería prepararse la cena, darse una ducha y meterse en la cama pero Malihk le había dicho que llegaría esa noche y ella quería esperarlo.

Tenía una semana sin verle porque el trabajo de él exigía los viajes constantes a estados cercanos y a veces le tocaba quedarse fuera de casa por varios días.

Casa.

Sonrío feliz y llena de ilusión viendo a su alrededor porque ellos tenían una casa.

Un hogar.

Que le encantaba y que fue decorando al gusto de ambos en esos meses.

No podía quejarse de nada aunque, si era por ella, le cambiaba a Malihk la profesión para que no tuviera que viajar tanto porque lo extrañaba de más cuando no estaba con él.

—Alexa, pon mis favoritas de Spotify —dio la orden en voz alta mientras sacaba de la nevera lo que iba a necesitar para preparar la cena.

No sería gran cosa porque Malihk se cuidaba mucho y le gustaba comer ensaladas frescas con alguna proteína en la noche.

Ella se acostumbró a comer de la misma manera a pesar de que no eran sus cenas favoritas.

Prefería las pizzas con Coca-Cola o los platos inmensos de pasta que se comía junto a Sander cuando iban a Dino’s.

Dejó escapar el aire.

Sander.

Tenía meses sin hablar con él. No le atendía las llamadas y no podía culparlo del todo porque ella se comportó de la misma manera con él desde que le comunicara su intención de irse con Malihk y él no paraba de decirle que estaba cometiendo un gravísimo error.

Lo cierto era que Sander no admitía a Malihk desde el principio. Desde que ella le mencionó en el consultorio que le gustaba ese hombre, que era su tipo ideal y que notaba que él parecía estar interesado en ella.

«Está interesado en llevarte a la cama porque eres carne fresca, nada más».

Aquel comentario de Sander, le cayó como una bomba en el estómago porque su amigo del alma podía ser cruelmente sincero; sí, mas nunca con ella.

Y las cosas empeoraron después, cuando Malihk visitaba con más frecuencia el consultorio ofreciendo los productos dentales fabricaba la compañía para la que él trabajaba.

Sander adoptada una actitud que Ayana consideraba ridícula e inmadura. Parecía que le molestaba que ella estuviese feliz.

Le explicó que ella no iba a dejar de ser su amiga porque estuviese con Malihk, pero Sander se negaba a aceptar y respetar por lo que ella empezó a poner distancia cuando las visitas de Malihk empezaron a ser más frecuentes y con mayor interés hacia ella.

Aquellas visitas que iniciaban conversaciones entre ellos, dando pie a invitaciones que fueron inolvidables y dulces hasta que las chispas de la pasión saltaron una noche y Ayana concretó lo que deseaba: estar al completo con ese hombre en el que no podía —ni quería— dejar de pensar.

Todo en él era maravilloso y perfecto.

Su voz, con la que decía las palabras exactas que a ella le gustaba escuchar y usando, además, ese tono que la encendía.

Sus ojos, que la veían con pasión y deseo, como amor y ternura; sus brazos, que la rodeaban siempre para protegerla de todo y de todos.

Sus manos, que sabían en dónde y cómo tocarla.

Su boca…

Su lengua…

Ayana salivó pensando en lo delicioso que era estar desnuda debajo de él dejándose hacer el amor como solo un hombre sabía hacerlo porque eso era él: un hombre.

El hombre que ella quería.

El que ella necesitaba.

Y Sander no lo entendía.

Incluso llegó a decirle que confundía lo que sentía por Malihk porque estaba proyectando un problema de emocional con su padre.

Bufó negando con la cabeza como siempre hacía cuando pensaba en eso porque su amigo del alma no podía estar más lejos de la realidad.

¿Cómo podía ella tener un problema emocional con su padre si no tenía padre?

No era que no se veían o que casi nunca hablaban o que, tal vez, se hubiese dado a la fuga y que su madre, al menos, supiera el nombre de su progenitor.

Pero no.

Su madre, como siempre, con esa actitud juvenil e irresponsable, un día decidió acostarse con el primer chico que se encontró, uno al que sabía que no conocía más que de esa noche y que sabía que no vería jamás, y ¡puf!, salió en estado.

Arrugó la frente ante ese recuerdo porque siempre le amargaba pensar en la actitud de su madre.

Parecía una adolescente encerrada en el cuerpo de una adulta.

Se comportaba y se vestía como una mujer mucho más joven que quería ser su amiga.

Y no.

Ayana quería una madre. No una amiga.

Demasiadas amarguras pasó en la adolescencia por su culpa, observando a sus amigos babearse cuando su madre estaba en casa; siendo la excusa de otros, que decían que iban a visitarle y que, en realidad, lo que querían era ver a su madre.

Y ella, su madre, en vez de darse su puesto, no, lo que hacía era empeorar las cosas siendo simpática, conversando con los chicos como si fuera amiga de ellos y tratando de conocer los secretos de Ayana como si fueran amigas de la infancia.

Quizá por eso Ayana no tenía amigas de la infancia.

Hizo una mueca porque para ella ese amigo era Sander.

Ahora estaba enfadado pero tenía la esperanza de que las cosas con él se arreglaran y pudieran compartir las experiencias de nuevo como hicieron siempre.

Se comió un trozo de la zanahoria que estuvo cortando en julianas.

La lechuga estaba en el bol con agua y vinagre.

Tenía pepinos, tomates, cebollas y aceitunas.

Pensó de nuevo en su madre y en que debía ser justa con ella porque parecía que, finalmente, se comportaba como una madre. Hablaban de vez en cuando, lo hacían con normalidad, sin preguntarse cosas que no debían.

Se vieron solo una vez, en la boda de Penny.

Malihk se sintió ofendido porque ella le pidió que no fuera.

«¿Por qué me escondes de tu familia?».

Lo escondía de su madre., no del resto; y era algo que le explicaba siempre que saltaba el tema.

Sabía que Hazel no le armaría un escándalo porque Malihk era mucho, mucho, mayor que ella.

Hazel era promotora de la libertad y el amor entre razas, géneros o lo que fuera, siempre y cuando todo el mundo fuese mayor de edad y estuviese actuando por voluntad propia.

Sabía que eso lo tenía a su favor.

Sin embargo, Ayana no podía dejar de temer a que su madre resultara tan simpática, madura y especial que Malihk empezara a poner los ojos en ella como lo hicieron sus amigos en el pasado.

Por supuesto, no se atrevería jamás a contárselo a él porque eso sería como indicarle que dudaba de la relación que tenían, de su amor por ella.

Y no era el caso.

Ayana estaba segura, confiada y tranquila con lo que tenía allí con él. Solo quería consolidar más la relación y luego, haría el acercamiento.

Vio a su alrededor, notando que ya estaba casi todo listo.

Prepararía un dressing dulce de esos que le gustaban tanto a Malihk y luego se iría a dar una ducha para estar lista y sexy para cuando su hombre llegara a casa.

Sonrió con picardía al pensar en eso.

Se terminó la copa de vino y cuando se disponía a ir al baño, sonó el timbre.

Le pareció extraño porque no esperaba visitas. Tampoco era que tenía alguna que pudiera pasar por allí a verle, no había hecho amigos desde que llegó allí porque su vida era Malihk y el nuevo trabajo que él le consiguió.

Abrió la puerta, encontrándose a una mujer que le sonreía de forma sospechosa.

La expresión en el rostro de la mujer le desconcertaba porque intentaba mostrarse amable y tranquila pero a la vez, su mirada, reflejaba superioridad.

—Buenas noches —saludó ella con cortesía.

—Buenas noches —respondió la mujer—. ¿Eres Ayana?

Ayana asintió manteniendo la sonrisa.

—Necesitamos hablar, ¿puedo pasar?

Ayana frunció el ceño y vio a su alrededor porque no se sintió segura con esa mujer allí diciéndole que necesitaba entrar en casa para hablar.

«¿Hablar? ¿De qué?»

—Lo siento —la vio con confusión—. No entiendo qué vamos a hablar y… ¿quién es usted?

La mujer elevó la ceja derecha al cielo y su mirada compasiva pasó a ser hostil.

—Soy la esposa de Malihk.

***

Ayana despertó en el suelo, desorientada.

Movió la cabeza de un lado al otro y las imágenes empezaron a llegarle de pronto a la cabeza advirtiéndole que algo estaba mal y que tenía que espabilar para poder entender qué diablos había ocurrido.

Vio a la mujer sentada en una silla frente a ella.

Frunció el ceño.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó la mujer, Ayana hizo un intento de sentarse, no pudo. Estaba muy mareada.

Notó que su cabeza reposaba sobre un cojín.

—¿Usted? ¿Qué me…?

La mujer, sentada con una postura perfecta, como si fuese un miembro de la aristocracia, vio a Ayana con sarcasmo y entrecerró los ojos.

—Le creíste todo lo que te dijo, ¿verdad?

Ayana recordó lo que ella le dijo antes de que se desmayara y sintió el escozor en los ojos, la angustia en el pecho y la falta de aire que la dominaba.

Se sentó de golpe.

Tomó varias bocanadas de aire porque le parecía que iba a asfixiarse.

—Estás teniendo un ataque de pánico. Respira y cálmate, un desmayo es suficiente para asimilar tu sorpresa por mi visita. Más bien, agradéceme de salvarte antes de que esta farsa avance más tiempo y las cosas se compliquen más entre ustedes.

—Malihk no puede estar casado —protestó Ayana con la voz, las manos y los labios temblorosos.

—Lo está —respondió la mujer con cansancio—. Desde hace 25 años.

Ayana frunció más el ceño y empezó negar con la cabeza. Parecía que se había golpeado con algo.

El dolor no era físico. Entendía que todo era un golpe emocional que estaba recibiendo y que su cuerpo lo estaba somatizando muy bien.

Se recostó de la pared. La mujer seguía en su sitio.

—Mi nombre es Keisha —la vio con atención antes de continuar—: Malihk y yo nos conocimos cuando él tenía apenas diecinueve años, llevaba un año fuera del sistema porque vivió toda su vida en casas de acogida y cuando por fin cumplió la mayoría de edad, empezó a vivir en las calles —Ayana sabía eso porque él se lo contó. Las lágrimas no dejaban de escurrírsele por los ojos—. Veo que te lo ha dicho.

Ayana solo asintió. Tenía los labios fruncidos y una fuerza indescriptible se acumulaba en su interior. Era una mezcla de emociones que no sabía distinguir porque nunca antes había sentido nada igual.

—El caso es —continuó Keisha—, que yo estaba en su camino el día indicado y pude salvarlo de ir a prisión solo por ser afroamericano.

—Me ha contado de todas las injusticias que vivió por eso.

—Suele contarlo.

Ayana sentía que el ceño se le quedaría fruncido de por vida ya que no conseguía borrar esa expresión de su rostro.

Keisha resopló con indignación.

—No eres la primera que engaña, cariño.

Ayana sintió otra vez que se quedaba sin aire.

—Mira, voy a contarte la historia corta porque no quiero estar aquí más tiempo del que me corresponde. Malihk y yo tenemos mucho que arreglar cuando llegue a casa —se vio las uñas, como si estuviese admirando su perfecta manicura y el anillo de casada que llevaba en el anular. Ayana reparó en eso por primera vez, abrió la boca para coger cuanto aire pudiese—. Soy abogada penalista y tengo un bufete bastante reconocido con el que le di una oportunidad de trabajo a Malihk para surgir. Las leyes no eran lo suyo —sonrió. Ayana notó que lo hizo con dulzura ¿lo quería de verdad?—. Era un joven inquieto, con ganas de aprender y de salir adelante ¿por qué no darle la oportunidad? A través del bufete le ofrecí la beca para que estudiara lo que quisiera con la condición de que siguiera trabajando para mí.

Entrecerró los ojos, divertida y sarcástica.

—Era muy apuesto, tanto como ahora —continuó—; y yo, siempre he tenido debilidad por los hombres más jóvenes que yo. Son más divertidos y desinhibidos. Bueno, empezamos a tener encuentros sexuales que derivaron en sentimientos. De los que yo me aproveché en su momento porque Malihk es manipulable, y a mí, me gusta manipular a la gente.

Ayana abrió los ojos con horror. Quería decir tanto pero a la vez no conseguía hacer que las palabras salieran de su boca.

—No es un pecado ser manipuladora, linda, y créeme, consigues mucho. En fin —se acomodó con clase en su asiento—. Yo soy para él todo lo que nunca tuvo. Y siempre se ha sentido agradecido conmigo. En deuda. Por ello siempre vuelve a mí cuando le descubro este tipo de movidas. Y no me molesta, es una dinámica que nos mantiene vivos a los dos. Tiene trece años menos que yo, y aunque no me considero vieja, tengo que reconocer que no tengo la misma energía que antes; él está llegando a su crisis de los cincuenta y quiere estar rodeado de juventud. ¿Lo puedo culpar cuando yo sé cómo se siente porque yo soy igual?

—Es enfermo —Ayana se sintió decir—; todo esto, ustedes. Es…

—Y tú muy ingenua.

Sintió rabia profunda al escuchar decir eso a la mujer.

—¿Por qué lo deja seguir con esto?

Ella levantó un hombro.

—Ya te lo dije, es un extraño juego que nos sigue manteniendo unidos. Porque él no me va a dejar aunque quiera. Lo dejó respirar, porque lo necesita. Yo no quiero quedarme sola a esta edad, querida. No está en mis planes y Malihk seguirá conmigo hasta que muera. Eso no tiene discusión.

—Es cruel.

—A él no le molesta y nunca lo he engañado con eso. Nuestro contrato de matrimonio tiene ciertas cláusulas que, como te dije antes, aunque quiera divorciarse y dejarme, no podría librarse de la responsabilidad de cuidarme hasta que muera. El aceptó esa condición cuando nos casamos. Entendió que las consecuencias de eso serán graves para él y la vida que está acostumbrado a llevar.

¿Cuál vida? Si ella sabía que Malihk era un hombre sencillo y trabajador.

Ayana ya no sabía cómo sentirse porque ahora tenía el estómago revuelto.

¿Qué diablos estaba escuchando?

—Malihk está jugando contigo y es hora de que él vuelva a casa y tú, busques a alguien que te valore de verdad.

Ayana no pudo controlar el llanto que se volvió histérico mientras se agarraba la cabeza y veía con desesperación a la mujer.

Esta la observó con lástima. Se puso de pie, acomodó la silla de donde la sacó y luego caminó hacia Ayana que seguía cerca de la salida.

Keisha se puso en cuclillas a su lado, le tendió un pañuelo blanco y delicado que sacó de su bolso; luego, le dio un ligero apretón de hombro.

—Lo siento mucho, Ayana, pero también sé que vas a reponerte de esta mala experiencia. Y según he investigado, tienes a tu familia en Savannah. Regresa a casa y consigue un mejor candidato.

Se levantó y salió de casa tranquilamente dejando a Ayana no solo con el corazón roto, no.

Toda su vida empezaba a romperse a pedazos.

***

Hacía tres días Malihk entró por la puerta de casa, encontrando a Ayana llorando desconsolada en el suelo, junto a la puerta.

Sin preguntarle qué diablos le pasaba, ni mostrar ni una pizca de preocupación por desconocimiento a su sufrimiento, la abrazó y empezó a consolarla.

Ayana entendió que él sabía todo lo que ocurrido.

¿Su esposa lo habría puesto al tanto?

De igual forma se dejó consolar porque lo necesitaba. Necesitaba entender, hablar, que él se lo dijera porque, hasta el momento, todo le parecía una maldita pesadilla.

—Déjala, Malihk —fue lo primero que le dijo después de horas de estar en sus brazos llorando, él consumiéndose con la culpa que siempre le quedaba cuando Keisha decidía poner fin a sus juegos; aunque esta vez, lo lamentaba de verdad porque sentía algo diferente por Ayana.

Le acarició el pelo, le dio un beso en la coronilla y le apretó más a él.

—No puedo, aunque quiero.

«Quiero» en presente.

Suficiente para que Ayana sintiera que aún no todo estaba perdido y que muy a pesar de que él le mintió, podrían empezar una vida juntos, de cero.

Ella lo iba a perdonar. Estaba dispuesta a hacerlo.

—¿Quieres? —se levantó y lo vio a los ojos. Él asintió con pesar—. Entonces, déjala.

—No puedo, pequeña. No puedo.

—No vuelvas a llamarme «pequeña» si no vas a luchar por esto que tenemos. ¿Me amas o también eso es mentira?

—Te amo —le respondió viéndole a los ojos, Ayana supo que estaba siendo sincero—; no quiero mentirte más y sí, al principio solo estabas siendo un escape. Hasta que llegamos aquí, empezamos a vivir juntos y… —le rodeó el rostro con las manos, le acaricio las mejillas con sus pulgares. Sonrió con profunda tristeza—. Te amo, Ayana.

—Entonces déjala, Malihk, por favor, te lo suplico. Escucha, vamos a Savannah, pedimos ayuda a mi madre, no sé, algo debemos poder hacer y… y… por favor… te lo su-pli-co —Ayana estaba arrodillada tomándole las manos a él. Hipando por el llanto. Desmoronándose en su interior.

—Sabía que esto ocurriría tarde o temprano y tendríamos que separarnos.

—Yo pue-do se-guir a-quí por ti.

Él negó con la cabeza.

—No y ella podría hacerte la vida un infierno si llega a darse cuenta de que eres importante para mí.

Ayana lloró más.

Él le dio un beso en los labios dulce y suave.

Ella se aferró a su cuello y se subió a horcajadas en él.

—No me dejes.

—Tengo que hacerlo, Ayana. No tengo otra alternativa.

La abrazó por un rato con la misma intensidad que ella lo hacía.

Se hundió en su cuello, respiró su olor y ahí se quedaron quién sabía cuánto más porque Ayana, tres días después, solo recordaba seguir llorando y de pronto, despertar en la cama, Malihk ya no estaba y no quedaba ni rastro de él.

Ese mismo día, recibió la llamada de su casero para ofrecerle toda la ayuda que necesitara para la mudanza. Malihk así lo ordenó y el hombre, en un acto de compadecimiento, le indicó cuánto sentía que se estuvieran separando.

Aquello fue darse de bruces contra una realidad que Ayana aún no estaba dispuesta a asimilar y no sabía si llegaría a hacerlo en algún momento.

Se sentía infeliz, miserable pero también tenía la maldita esperanza en guardia, desesperada por encontrar algo de donde aferrarse para recuperarlo a él y seguir adelante con la vida —y las ilusiones— que tenían.

¿Cómo ocurrió todo eso si ella estaba preparando un ensalada para recibirlo de su viaje de trabajo allí, en su casa?

En la casa de ambos.

Vio a su alrededor.

Una casa que estaba llena de emociones y risas, de amor, de estabilidad; de respeto, porque todo eso se lo había dado Malihk.

La cuidaba. La protegía.

¿Quién lo haría ahora?

¿Quién le quitaría esa sensación de miedo que tenía en la boca del estómago porque no sabía cómo afrontar lo que pasaría a continuación?

¿Qué diablos iba a pasar a continuación?

Vio una foto de ella y Malihk. Acarició el lado en el que él aparecía.

Necesitaba un abrazo de alguien.

Pensó en su madre y en Sander y lloró aún más porque eran los únicos que podrían darle apoyo y no los tenía cerca.

Quería llorar en el hombro de su madre como cuando era una niña pequeña que se lastimaba y su mamá le prometía que todo estaría bien.

Nada estaría bien y no quería decirle la verdad a ella.

Sander, sería otra cosa. A él no lo podría engañar aunque tampoco le dejaría restregarle en la cara que tuvo razón con respecto a Malihk desde el principio; Ayana se negaba a aceptar haber perdido a Malihk por completo.

No.

Se sentía rota y perdida, sin embargo, mantendría la esperanza porque él le dijo que la amaba.

Y ella estaba dispuesta a esperar por él todo el tiempo que fuera necesario.

Archie Holmes es un gineco-obstetra destacado en Savannah.

Su fama se la ha ganado a punta de trabajo. Un trabajo que empezó muy joven, cuando estaba recién casado con Nora, quien dejó sus sueños a un lado para que Archie pudiera brillar en grande.

Alguien tenía que cuidar a la niña que estaba en camino y, obviamente, no podía ser Archie.

Cada uno ocupa un puesto importante en la familia que formaron y son felices así.

O, al menos, eso cree Nora que asumió su rol de «esposa perfecta y ejemplar» de una forma impecable. Llenando de orgullo a su importante marido. Siendo feliz atendiendo los asuntos domésticos, cuidando de lleno de sus hijas y demostrando que ella es el apoyo que su marido necesita.

Pero la vida, siempre dispuesta a darnos buenas lecciones, coloca a Nora en un vecindario en el que encontrará a Rita, Alexis y Hazel; y ellas le harán ver que no es tan feliz con la vida que tiene y que, a pesar de todo el amor que siente por Archie y sus hijas, muy en el fondo, está frustrada porque nunca pudo alcanzar sus verdaderos sueños.

¿Qué ocurrirá cuando Nora se atreva a dar el paso de perseguir sus sueños y de anteponerlos a los de su marido?

Nora Holmes era una mujer de rutinas y estaba feliz de volver a ellas después de un período caótico.

Las vacaciones siempre hacían la vida divertida pero caótica para alguien como Nora.

Y como si aquello fuera poco, también tenía que sumar una mudanza a ese período.

Por lo que no era de extrañar que Nora deseara con locura que llegara ese día de enero en el que todo volvía a la normalidad. Ese maravilloso día en el que cada integrante de la familia Holmes se marchaba a sus actividades y la dejaban a ella con una sensación de paz y tranquilidad. De poder ir a su ritmo. Y lo más importante: poder cumplir con toda su rutina tal cual como la planificaba.

A Nora le gustaba empezar su rutina temprano, antes que cualquier miembro de la familia, porque su cerebro —y su cuerpo— necesitaban algunos minutos a solas, en el silencio de la mañana, antes de activarse para afrontar el día.

Cuando la casa empezaba a cobrar vida, entonces su cuerpo y su mente, estaban listos para cumplir paso a paso la programación del día.

  1. Preparar el desayuno.
  2. Servir una taza de café para llevarle a Archie al cuarto, que estaría estirándose en la cama como si fuera un gato desperezándose.
  3. Despertar a las niñas. Que era todo un reto cada día.
  4. Tomar una ducha rápida.
  5. Cerciorarse de que las niñas se hubieran levantado y estuvieran arreglándose. Solía pasar que, Mia, en el proceso de ponerse de pie, se quedaba dormida, sentada, en el borde de la cama.
  6. Volver a la cocina para servir el desayuno.
  7. Preparar unos bocadillos para las niñas y para Archie; que cada uno se llevaba a sus respectivos sitios de estudio y trabajo.
  8. Sacar a Lena del baño porque su pelo nunca estaba lo suficientemente hermoso como para ir a clases; otros días, tocaba decirle que su outfit era estupendo para que no sintiera la tentación de cambiarse de nuevo.
  9. Vigilar que las niñas hicieran sus camas y hacer la propia.
  10. Respirar, por un segundo, antes de sentarse con todos a la mesa para comer el desayuno en familia.
  11. Comentar lo que cada uno debía hacer; cosa que a ella le parecía irónico porque estaba más que claro que Archie iría al consultorio y al hospital y no saldría de ahí quién sabía hasta cuándo. Y ella, bueno, ella tendría que hacer todo lo demás.
  12. Recoger la cocina del desayuno.
  13. Llevar a las niñas al colegio.
  14. Ir a la casa que estaban construyendo en Savannah Oaks porque tenían un par de semanas sin pasar por allí y, además, había quedado con Alexis, su paisajista, vecina y casi nueva amiga, para conversar sobre algunas cosas que la mujer tenía como ideas para el jardín de su nueva propiedad.
  15. Ir al gimnasio.
  16. Hacer la compra en el supermercado de lo que hiciera falta.
  17. Pagar algunas facturas.
  18. Arreglar un inconveniente que tuvieron hacía poco con el banco.
  19. Hacer una lista de las cosas que quería comprar para la nueva cocina porque la casa estaría lista pronto, o eso quería creer, y no le apetecía dejar todo para el último momento.
  20. Limpiar los baños.
  21. Poner una lavadora.
  22. Llevar el coche a lavar.

Para entonces, las niñas ya estarían por salir del colegio, tendría que pasar por ellas e ir directo a casa para preparar la cena.

—Hoy tengo clases de guitarra, mamá —¡Cierto! ¿Cómo pudo olvidarlo?

—Entonces te recogeré del colegio y te llevaré a la clase. Luego vendré a casa para preparar la cena mientras estás allí, así ahorro tiempo.

—Yo puedo ayudarte —Mia era la más colaboradora en la cocina. Le sonrió y le tomó de la mano.

—Estará genial, si no tienes tareas.

—Las haré en el colegio y, el libro que estoy leyendo, puede esperar hasta que me vaya a la cama.

—Ayer te quedaste más tiempo leyendo —Archie la vio con los ojos entrecerrados y una media sonrisa.

—Es que el libro está divertido, papá —Mia nunca escondía lo que hacía, aunque supiera que estaba quebrantando normas.

—No lo vuelvas a hacer, cariño. Es importante para tu cuerpo cumplir con una rutina de sueño de más de ocho horas porque estás en crecimiento.

—Está bien —dijo Mia sin ver a su padre a los ojos y Nora supo que Mia no cumpliría con eso.

—Recuerda decirle a Alexis lo que conversamos sobre el jardín y la parte en la que haremos la zona de barbacoas, más lo del área del horno de pizza.

—Lo recuerdo. Lo tengo apuntado, pero sigo pensando que deberíamos ir todos, el fin de semana, y hablarlo con ella en familia. La casa será de todos.

—Cariño, confío en tu buen gusto —se levantó y le dio un beso en los labios a Nora, después, en las mejillas, a cada una de sus niñas—. Yo me encargo de hacer el dinero suficiente para que tu buen gusto no tenga un presupuesto limitado.

—No se trata de eso, pa’ —Mia lo vio con reprobación—. Mamá quiere que estemos juntos en esto y tú siempre estás trabajando.

—Cuando consiga mi objetivo, cariño, tendremos mucho tiempo para pasarlo juntos en esa hermosa casa que estamos haciendo.

—Eso es lo que creo yo —finalmente, Lena intervenía en la conversación—. Es mejor que no nos falte el dinero.

Nora sonrió, a medias, igual que su hija menor y se vieron a los ojos dándose apoyo moral en silencio.

—Que tengan buen día, chicas —Archie comentó en voz alta antes de salir de casa y ellas, todas sus chicas, le desearon buen día también.

Lena y Mia se levantaron, recogieron la mesa y se fueron al baño a lavarse los dientes.

Lena se peinaría una vez más, Nora estaba segura de eso.

Cuando estuvieron listas, se subieron al coche para iniciar las actividades del día de manera oficial.

Nora puso en marcha el coche y encendió la radio.

En tres segundos, empezarían las peleas porque a Lena no le gustaba la música y Mia le diría que dejara a Nora en paz porque ella era quien conducía y que tenía todo el derecho de poner la música que ella quisiera.

A Nora le esperaba un día intenso por delante, pero estaba feliz de poder zambullirse en su rutina de nuevo.

Aquello le daba seguridad y quizá, la oportunidad de terminar ese lindo vestido que dejó a medias antes de que la mudanza y la Navidad, acabaran con su sistema de rutina.

***

Nora estaba tomando algunas medidas en la casa en construcción cuando escuchó el coche de Alexis aparcarse frente a la propiedad.

Vio el reloj.

Al menos esta vez no había tardado tanto. Alexis siempre iba en una carrera contra el tiempo y llegaba tarde a casi todos los sitios.

Le costaba organizarse. No la culpaba, no todo el mundo podía ceñirse a las rutinas como lo hacía ella y la verdad era que tener tres hijos propios, más la hija del marido; y ahora, un hijo en la barriga; sin hablar del resto de responsabilidades que tenía esa chica entre casa y negocio propio, hacía que se compadeciera de ella y su tiempo.

Le abrió la puerta y le sonrió con alegría.

—¡Perdón por la tardanza! Es que los gemelos esta mañana hicieron de las suyas en la cocina y bueno, mi programación del día se fue al diablo. Si Henry no está en casa, todo es un caos.

Se abrazaron. Nora sonreía divertida porque a Alexis le faltaba tiempo hasta para hablar.

—Tranquila, querida. Tienes como una pequeña escuela en casa y eres la directora, la maestra…

—Y la señora de limpieza. Necesito que vuelva Cheryl ya. Cuando está ella, mis hijos son unos santos.

—Es la figura de autoridad que no ven en ti.

Ambas rieron de nuevo.

Entraron en casa.

—Esta casa me encanta. Henry y yo hemos estado hablando de mudarnos. Necesitamos más espacio ahora que vendrá este pequeño —se sobó la barriga con una mano.

—¿Ya sabes qué es?

—Archie debería decirnos este mes, pero no queremos saber. Así que estaremos en suspenso hasta su nacimiento.

—Yo no podría aguantar. Eso me haría estar a la deriva en cuanto a los preparativos, baby shower y todo eso.

—Es que tú eres un poco más control freak en eso que yo.

Ambas soltaron una carcajada.

—A veces quisiera ser un poco como tú y luego llegan las vacaciones y mi vida es un lugar inseguro para habitarla. Nunca sé qué paso dar, aunque de igual manera me lanzo al vacío y luego me doy cuenta de que sobrevivimos sin rutinas y listas; pero a mí, esto, hoy, volver a lo de todos los días, me da estabilidad.

—Entiendo y envidio esa habilidad en algunos —caminaron hasta el jardín en donde Alexis estudió el espacio de nuevo y sacó algunos dibujos del maletín que llevaba—. He pensado en algo así después de los cambios que hicimos en la última reunión. ¿Qué te parece?

Nora estaba embelesada captando la esencia del dibujo de Alexis que le daba una idea muy clara de cómo se vería el jardín trasero de su nueva casa y estaba más que encantada.

—Tienes un talento especial para esto —comentó negando con la cabeza y una sonrisa en los labios—. Y lo más admirable es que no estás instruida. Tu don es natural.

—Yo creo que todos tenemos algo que nos apasiona y para lo que somos buenos. A mí siempre se me dio bien la jardinería. A Henry, la construcción. A Lena, la música —había tocado la guitarra en una reunión que hicieron en casa de Rita—. A los gemelos, hacer cualquier desastre se les da de lujo; y a Cheryl, hacer postres.

—Oh, por dios, ni que lo digas. Creo que en mi vida me he comido un pie de manzana tan delicioso como el que ella prepara.

—Tu eres buena planificando jornadas. Deberías tener un negocio de eso.

Nora la vio con sorna.

—No me atrevería a vender algo que no tendré tiempo para hacer —se cruzó de brazos—. El trabajo de Archie nos exige un lugar a cada uno. Él, alcanzando sus objetivos profesionales; y yo —levantó un hombro—, ocupándome de todo el resto en la vida de ambos.

—Eso es una gran cualidad, ser el motor de la casa y de la familia.

—Ni que lo digas —a Nora le hacía sentir incómoda hablar de esas cosas y nunca sabía por qué—. Estos dibujos creo que son los finales, Alexis. Me encanta el resultado y va a calzar perfecto con la zona en la que estamos pensando hacer la barbacoa, pizzería, comedor de exteriores y área de bufé. ¿Te parece si hablamos también del jardín delantero y de algunas áreas en las que pienso poner plantas de interiores?

Alexis asintió con una sonrisa y Nora encontró su rumbo de nuevo. La meta del día era concretar lo del jardín y eso era lo que harían.

***

Dos días más tarde, aprovechando que Lena y Mía estaban en clases de arte, Nora decidió aceptar la invitación de Alexis y el resto de las chicas para merendar en casa de Rita.

Llegó cuando todas estaban allí y Rita dispuso de su linda mesa del jardín para tomar la merienda al aire libre.

Hacía un buen día en Savannah. La humedad estaba baja y el invierno se notaba, aunque nunca como un verdadero invierno, claro estaba.

CC correteaba por el jardín junto a la mascota de Alexis y los gemelos, que parecían no querer darles tregua a los animales.

—Sé de dos peludos que necesitarán un mes para recuperarse —comentó Nora divertida.

Hazel soltó una carcajada.

—Quisieran ellos un mes, con suerte tendrán la noche porque, estos dos, no los dejan en paz ni un día.

—Estoy pensando en comprar dos perros más para que los pobres tengan relevo —comentó Alexis con compasión.

—A ti te encantan los problemas, definitivamente —Rita la vio con la mirada brillante y sarcástica que era característica en ella—. Como si no tuvieras mucho ya, para sumarte dos mascotas más.

—Bueno, no estaría mal si tuviéramos una casa más grande. Tengo buenas amigas que me ayudarían. Una me traería a casa a alguien para la limpieza; la otra, entrenaría a los perros —veía a Hazel y Rita, luego, vio a Nora—; y tú me harías una lista de todo lo que debemos hacer cada uno en casa. Es un trabajo en equipo.

Todas rieron.

—La verdad es que, si lo pones así, se ve fácil —Hazel comentó aprobando la idea de Alexis.

Nora tocó la madera de la mesa a consciencia. Estaba enamorada de la mesa desde que la vio por primera vez.

—Alexis —esta volvió la cabeza para verle a los ojos—. ¿Crees que tu marido podría hacernos una mesa como esta para la casa nueva?

—Como esta, no —protestó Rita divertida—. No vengas tú a copiarte de lo que me regalaron a mí.

Todas rieron.

Alexis hizo una mueca.

—Yo creo que, si le lloramos, entre todas, podemos conseguirlo —Alexis soltó una sonrisa maliciosa haciendo que Rita y Hazel se unieran al plan.

—Oh, no, no quiero nada regalado, por favor, es su trabajo y quiero pagarlo.

—Él hace esto por pasión, Nora, no va a cobrarte nada porque, en realidad, no tiene tiempo para ocuparlo como negocio. O eso dice él. En su compañía tiene gente de confianza que podría dirigir todo sin que él esté presente para que pueda dedicarse a esto —tocó la mesa—. Si vieras el amor que transmite en sus ojos cuando está elaborando algo así entenderías lo que te digo, y sé que es diferente a lo que siente cuando construye porque yo creo que pongo esa misma mirada de enamoramiento con mi pasión por las plantas cuando trabajo en ello.

—Sí, lo haces —aseguró Rita y Nora asintió con una sonrisa.

—Bueno, a veces, es verdad que no se tiene tiempo; yo entiendo su punto —Nora apoyaba a Henry porque ella misma sabía lo que era no tener tiempo para fundirse en su pasión—. Mi pasión es la costura, pero jamás me lo podría plantear como un negocio porque: ¿Con qué tiempo podría sentarme a coser y crear en serio si apenas tengo tiempo para mí? —negó con la cabeza notando que sus nuevas amigas le veían con tristeza—. Oigan, que no me quejo de mi vida —sonrió y, por primera vez, notó que su sonrisa no era sincera—. Tengo un matrimonio soñado, una familia increíble en la que cada uno tiene sus responsabilidades. Yo lo acepté así cuando decidí casarme con Archie. Por lo que puedo comprender bien a Henry. No le digas nada para no ponerlo en el compromiso de tener que hacer algo. Yo quiero comprárselo, ya saldrá una oportunidad de hacerlo.

—Ella se lo va a mencionar de igual forma. Ya verás —todas rieron viendo a Alexis con complicidad.

—Se lo mencionaré como un negocio. Nada más —Alexis respondió traviesa.

—No nos habías contado que te apasiona coser —Rita vio a Nora con interés—. A ver, cuéntanos, ¿qué haces?

—Vestidos. Me chifla hacer vestidos. Tengo uno entre manos desde antes de las fiestas navideñas que no he podido terminar y que estoy desesperada por tener un par de horas para poder hacerlo.

—El par que te estamos robando hoy —Hazel agregó divertida.

—No me roban nada, estas reuniones son muy terapéuticas y vengo a ellas feliz de la vida.

—Es muy gracioso ver cómo uno se prepara para afrontar la vida y luego todo se va al traste y uno acaba haciendo algo totalmente opuesto, porque creo que me comentaste que estudiaste economía.

Nora volvió los ojos al cielo.

—Un horror de carrera. Yo habría estudiado diseño de modas, pero nada se ha dado como lo he querido —levantó el hombro con desilusión, una que ese día se presentaba más intensa que nunca—. Mi padre ve la creatividad como una pérdida de tiempo. Archie lo considera un talento digno de explotar, pero hay que tener el tiempo para hacerlo. Tal vez es que no era mi camino —la vio con una extraña sensación en su interior—. En fin, que mientras pueda tenerlo como pasión, estaré complacida. A ver si esta semana puedo terminar con lo que estoy haciendo y luego lo luzco entre mis nuevas amigas.

—Yo voy a conseguirte la mesa, ya verás —decretó Alexis sobándose la barriga—. Quizá podrías hacerte un modelito para cuando celebremos eso.

Todas rieron divertidas y siguieron disfrutando de una deliciosa tarde entre amigas.

Bethany está decidida a empezar de cero después de que la vida que tenía se desmoronara.
Todo por su culpa. Ella lo sabe y no puede estar más arrepentida de haber dado los pasos equivocados porque eso la alejó de lo que más le importa en la vida: sus hijos. Pero también le alejó de él, de Finn. El hombre que llegó un día a su vida para ponerla patas arriba y hacerle ver que no era tan feliz como aparentaba dentro del matrimonio que tenía con Mason.
Finn no quiere saber nunca más de ella porque le dejó una herida grande en el corazón, sin embargo, también lo llevó a madurar y a ver que su comportamiento ante la vida estaba completamente errado.
Ambos están en un proceso de cambio cuando el destino decide crear ciertas coincidencias entre ellos poniéndolos a prueba.
¿Serán la resistencia y el resentimiento de Finn lo suficientemente fuerte como para burlar al destino?
¿Podrá Beth encontrar esa vida perfecta y feliz que tanto anhela?
¿Habrá un final feliz entre ellos?

Finn estaba a punto de dar un paso muy importante tal como lo auguró su terapeuta.
Llevaba varios días evadiendo a su hermano porque no sabía cómo dar ese importante paso; hasta que su terapeuta le preguntó cuánto más podría sostener esa evasión.
Tarde o temprano tendrían que verse, por alguna reunión familiar o por algún trabajo en el que Henry necesitara ayuda. Últimamente no trabajaba para su hermano sino con su hermano; y ese simple cambio aportó mucho a la relación de ambos.
Ya no había competencia o resentimiento por parte de Finn hacia el mayor de los Price por creerlo mejor que él.
Finn había estado tan equivocado toda su vida, que fue incapaz de ver cómo eran las cosas en realidad hasta que, de nuevo, su terapeuta, le ayudó a desenmarañar sus emociones, inconformidades, frustraciones y otras cosas más para que pudiera entender que los demás no tenían la culpa de sus malas decisiones. Que el hecho que los otros fueran exitosos no quería decir que lo eran porque le arrebataron a él alguna oportunidad de serlo también.
Todo era su culpa, negó con la cabeza al decir eso porque estaba aprendiendo que hablar de culpas no era lo apropiado y que en vez de eso lo que debía hablar era de responsabilidades ya que cada uno tiene las suyas y debe hacerse cargo de estas.
Detuvo el coche frente a la casa de Henry, esperaba encontrarlo solo para que pudieran hablar con calma.
Se bajó, caminó por el sendero que llevaba a la puerta y tocó el timbre.
No tardaron en escucharse los pasos del mayor de los Price al otro lado de la puerta.
Finn le sonrió al verlo porque se le hacía tierno ver a su hermano con la pequeña Hanna en los brazos.
También se decepcionó un poco porque si Henry estaba con la pequeña en brazos, quería decir que Alexis también estaría en casa.
—¿Y entonces? —Henry lo veía con seriedad—. ¿Vas a quedarte ahí o vas a entrar?
Se hizo a un lado y Finn accedió a la vivienda que casi siempre parecía estar sacudida por la fuerza de un huracán.
Puso las manos en las caderas y resopló divertido.
—En estos últimos días la casa parece sacudida por un gigante —protestó su hermano dándole después un beso en la cabeza a la pequeña que suspiró complacida y sonrió entre sueños.
Finn empezó a recoger un poco lo que sabía que podía poner en su sitio. Lo demás, lo dejaría recogido en una esquina del salón para que, al menos, se viera un poco de orden.
Henry tomó asiento en el sillón y bostezó.
—¿Viniste a recoger la casa? —bufó divertido—. Tengo días llamándote y si no es porque mamá me ha dicho que has hablado con ella, hubiese empezado a pensar que algo malo te había pasado.
Finn quería hablar, pero estaba tan condenadamente nervioso que no sabía qué decir.
La bebé soltó un quejido tierno que hizo que Finn sonriera al verla. Era hermosa, suave y olía como a un pastelito recién horneado. Le recordaba el nacimiento de su sobrina Bonnie, la primera hija de Henry que ahora era una adolescente.
A ninguna de las dos las tomó en brazos siendo tan pequeñitas, le aterraba tenerlas entre las manos porque sentía que iba a romperlas. Sin embargo, se acercaba a ellas y les daba besos sutiles en la cabeza.
Tanto Alexis como Jenny, primera esposa de Henry fallecida en un accidente de tránsito, le motivaban a cargar a las pequeñas, pero Finn prefería mantener un margen de seguridad para ellas.
Él y sus miedos de avanzar y crecer.
—Finn, ¿qué diablos te ocurre?
«¡Ah! Sí, Henry». Recordó el por qué estaba allí ese día y volvieron a aparecer los nervios en la boca del estómago.
Se dio la vuelta para ver a su hermano a los ojos y se sentó en el sofá frente a este.
Respiró.
En las manos, sostenía un soldado de plástico de los gemelos con el que habían jugado muchas veces en la casa del árbol que construyeron con Henry.
Sonrió recordando la vez que vio a Alexis por primera vez y en las ganas que tenía de conquistarla para hacerle daño a su hermano.
Todo porque Bethany se fijó en Henry.
Frunció el ceño al pensar en Beth.
Henry lo observaba con paciencia.
Levantó la mirada para encontrar la de su hermano.
Resopló.
—Verás, Henry, he venido aquí hoy porque… —bajó la mirada y vio al soldadito entre sus manos—. Porque necesitamos hablar.
Volvió a levantar la mirada. Henry ahora lo observaba con preocupación y cierta desconfianza que hizo sonreír a Finn.
—No voy a pedirte dinero ni estoy metido en nada turbio.
El mayor de los Price se relajó, no por eso dejó de tener la mirada preocupada. Asintió, con el ceño un poco fruncido.
—¿Entonces? —le preguntó a su hermano menor—. ¿Cuál es el misterio que traes? —de pronto abrió los ojos y pareció entrar en pánico—. ¿Estás enfermo, Finn?
—No, no, hermano, calma —palmeó la rodilla de su hermano mayor sonriéndole compasivo—. Estoy bien, de verdad. De hecho, no he estado mejor en años porque al fin estoy entendiendo muchas cosas de mi vida que antes creía que no eran mi responsabilidad.
Suspiró y volvió a juguetear unos segundos con el soldadito.
—He estado evadiéndote todos estos días porque no sabía cómo enfrentarme a la tarea que me dejó mi terapeuta —Henry asintió en silencio mientras le acariciaba la espalda a la bebé que seguía profunda sobre su pecho—. Fui un imbécil contigo durante mucho tiempo y quiero pedirte disculpas por eso.
—Finn… —Finn levantó la mano en señal de stop para que su hermano no le interrumpiera.
—He sido un imbécil en toda regla, Henry, y tú siempre has estado para mí, para ayudarme.
—En realidad, lo hacía porque mamá lo pedía.
Ambos rieron.
—Mi terapeuta dice que también debo hablar con ella, pero no sé si eso vaya a ser posible porque si estoy así de nervioso por venir a hablar contigo, cuando vaya a hacerlo con ella creo que me dará un infarto.
—Siempre supe que te aterraba mamá, aunque eres bueno manipulándola.
—Ya no soy el mismo, Henry.
—Lo sé, y te lo he dicho. Que ahora eres el hombre que esperaba que fueses.
Finn sonrió a medias.
—Fui cruel con Alexis y contigo hace tiempo.
—Te disculpaste por eso, Finn, estabas movido por los celos y créeme que, de ser por mí, no pasabas nunca más de esa puerta —señaló la puerta de entrada de casa—. Tienes suerte de que Alexis tiene un poder mágico en mí que me hace ver las cosas de otro color cuando yo solo veo en rojo.
Ambos resoplaron divertidos.
—Me hubiese merecido el rechazo de los dos.
—Lo sé, pero ella me hizo ver que los celos no son buenos consejeros nunca y bueno, es agua pasada, Finn, no tenemos que volver a recordar lo que pasamos o sentimos en esos momentos porque ya nada podemos hacer para cambiarlos.
—No, no podemos —dijo Finn entristecido porque pensaba en Beth. Su mente siempre le hacía esas jugarretas.
—Por cierto, hay algo que debes saber de Beth…
Finn levantó la mano de nuevo con rapidez y negó con la cabeza.
—No, no quiero saber nada —Henry trató de hablar una vez más, Finn volvió a negar con la mano arriba—. No, Henry. No. Puede ser que contigo y con Alexis haya sido un imbécil en mayúsculas, que toda mi vida haya sido un condenado malcriado e irresponsable, «un bueno para nada» como diría Cheryl, pero ella me hizo un daño enorme del cual no consigo recuperarme.
Henry cerró la boca observándole con la misma preocupación.
—Lamento que sea así.
—Yo también —asintió sintiendo que se le formaba ese nudo asqueroso en la garganta y aparecía ese ardor en el pecho producto de la rabia que le daba volver a pensar en ella y en el amor que le tenía—. Parece un estúpido virus del que no consigo librarme.
—Mmm —Henry lo vio con curiosidad—. ¿Has pensado en salir a conocer gente nueva, Finn? Porque las mujeres no van a venir a tocarte a la puerta por voluntad propia, aunque tengas esos abdominales que tienes y la sonrisita de galán.
—No me apetece involucrarme con nadie. Creo que primero debo sanar en todos los aspectos de mi vida y avanzar por mi cuenta para luego sumar a otra persona en mi avance.
—¡Demonios! A tu terapeuta le voy a dar un bono de gratificación por hacerte ver todas estas cosas que yo, por años, no conseguí que vieras.
—A veces necesitamos tocar fondo para ver, Henry. Y yo, con lo que pasó con Beth, toqué un fondo de arenas movedizas del que me costó salir. Aún estoy trepando por las paredes y a pocos centímetros del fondo y no vine aquí a hablar de Beth, a pesar de que es por ella que ocurrió todo lo que ocurrió.
Los tres suspiraron al unísono y los adultos sonrieron con dulzura viendo a la niña.
—Hoy vine aquí para decirte que estoy consciente de que mi vida es un maldito desastre porque yo lo he querido así. Nadie ha tenido la culpa de eso. Ni tú, ni papá, ni mamá —Henry torció el gesto un poco y Finn dejó ver una medio sonrisa—. Sí, bueno, el terapeuta me dice que ellos tienen mucho que ver en mi modo de ser en la vida —Henry asintió con los ojos abiertos—, también creo que los padres pueden criarnos de X manera y luego uno debe tener dos dedos de frente para ver qué estuvo mal en esa crianza. Hicieron cosas mal conmigo y contigo. Porque no es justo que mamá siempre te haya hecho responsable por mi desastrosa vida económica solo porque tu supiste hacer las cosas bien y tienes una vida estable.
—Madurez, eso es lo que debes tener. Y ganas de querer ser diferente.
—Exacto. Eso es lo que quiero para mí desde hace un tiempo y es por eso por lo que me he alejado de mamá y me he acercado más a ti, porque ese resentimiento que tenía por ti y por todo lo que has construido para ti y tu familia, esa envidia que me carcomía, ahora se convirtió en inspiración, hermano. Te veo feliz con Alexis, con tu trabajo, con tus hijos y eso me inspira a hacer las cosas bien, a encontrar mi lugar en el mundo.
—No sabes la alegría que me da escucharte decir todo lo que me dices. Si no es porque tengo a este pastelito entre las manos, te daba un abrazo de esos que tenemos años sin darnos.
Finn sonrió ahora divertido.
—¿Recuerdas cómo me ponía cuando me los dabas de pequeño? —Henry asintió sonriendo—. Lo hacías apropósito, ¿verdad? —Henry volvió a asentir divertido.
—Ahora lo haría de corazón.
—Lo sé —se vieron a los ojos y Finn sintió, por fin, que estaba en paz con su hermano—. Y esta vez, yo te lo respondería de corazón también.

***

Bethany tenía los nervios pegados en la boca del estómago, los ojos hinchados y las ojeras tan marcadas que cualquiera podría declararla familia lejana de la especie de los Panda.
Hizo una mueca, no, no parecía un panda. Los pandas eran voluminosos y peludos, tiernos y simpáticos. Ella parecía más bien una vara de bambú recubierta con la piel de un cadáver. Sí, un cadáver, porque así era como se sentía últimamente.
Bufó.
—¿Últimamente, Beth? Te sientes así desde el día en el que naciste.
Solo que nunca quiso admitirlo en voz alta. De hecho, aun no lo hacía porque a pesar de sus ojeras, la hinchazón de sus ojos y la delgadez de su cuerpo iba vestida a la cita del domingo como la Beth de siempre. Solo que con un poco de maquillaje extra y unas gafas de sol grandes para que nadie se percatara de lo enrojecido que tenía los ojos.
No había dormido la noche anterior.
Bufó de nuevo y negó con la cabeza.
Ni la noche anterior ni ninguna noche desde que no tenía a sus hijos con ella y no podía verlos todos los días de su vida.
Sus hijos eran lo más grande que tenía y por ellos haría lo impensable como lo hacía en ese momento que seguía fingiendo estar bien cuando por dentro estaba destruida al punto de no saber si algún día podría ser reconstruida.
Limpiaba baños. Servía mesas y atendía la caja de un supermercado.
Hizo otra mueca viéndose de reojo en el retrovisor.
Ya no atendía mesas porque hacía una semana que había perdido ese empleo que le dio cierta tranquilidad en la parte económica. Las propinas eran buenas en ese bar en el que consiguió algunas horas a la semana en el turno de la madrugada, pero también era un trabajo mucho peor que limpiar los baños del motel porque era justo en su turno que los hombres dejaban de tener tolerancia al alcohol y se convertían en imbéciles.
Como el que le dio una nalgada porque le diera una buena propina la noche anterior y le pareció que aquello le daba cierto derecho, que ella, por supuesto, le quitó al instante con la bofetada que le dio como reacción.
Como era de esperar, su jefe, que era otro imbécil más, le pareció que estaba haciendo demasiado escándalo y la echó cosa que Beth asumió sin problema porque no iba a dejarse tocar por ese dinero extra que le iba a permitir comprar antes los muebles para la casa. O tener algo de dinero extra para lo que saliera.
No iba a perder la poca dignidad que le quedaba de esa manera por unos dólares de más.
Y menos ahora que consiguió una casa decente para vivir y que, probablemente, eso la acercaba un poco más a sus hijos.
Sentía que era un rayo de luz en la oscuridad de mierda en la que se sentía encarcelada.
Su vida se había transformado de ser perfecta a ser…
—Nunca fue perfecta antes y lo sabes, Beth —se dijo—. Te hacías creer que lo era. Así como se lo hacías creer a todos.
Recordó la noche en la que todo se fue a la mierda.
La noche en la que Mason llegó a casa con los papeles de una separación inmediata hasta formalizar el divorcio.
Ese día fue espantoso. Fue como tirar una piedra contra un gran muro de cristal que se hizo añicos en cuanto la piedra lo tocó.
Todavía se le cortaba la respiración al recordar la angustia y la tristeza que la invadió al momento; porque Mason podía ser un buen hombre, que la amaba y respetaba y que pudo haber aguantado cualquier cosa menos una traición.
Mason y las traiciones eran sinónimo de venganzas crueles por su parte. Ella lo sabía de sobra porque había visto al socio de Mason y a dos empleados sufrir en la peor de las desgracias causadas por su marido al enterarse de que el socio le robaba dinero a la empresa y los empleados fueron sus cómplices.
No fueron a la cárcel porque Mason pudo arruinarles bastante la vida como para decidir que la cárcel era innecesaria. Que con todo lo aplicado, tendrían una lección bien aprendida.
Beth llegó a enterarse que el socio tuvo que mudarse de estado para trabajar en cualquier cosa que le diera dinero para sobrevivir y pagar las deudas que tenía, además de la suma que robó a la empresa de Mason.
No quiso saber cuál fue el castigo para los empleados; y ahora que ella sufría la inclemencia de Mason en carne propia, podía hacerse una idea de lo que estarían padeciendo esos hombres.
Quizá debían abrir un club para superar el látigo del castigo de Mason.
Que se lo tenían bien merecido. Los cuatro.
No es que ella estuviera justificando sus actos. Una traición era algo serio que debía pagarse.
A ella no le hubiera gustado nada saber que Mason le engañaba con otra mujer —a pesar de que desde hacía años dejara de amarlo—. De haber sido así, ella lo habría dejado en la calle; y, claro, la cosa ahora sería otra porque no estaría viviendo en la miseria en la que vivía aun sabiendo que todo iba a mejorar poco a poco porque el hecho de dejar el motel asqueroso en el que tuvo que vivir, desde la noche en la que Mason la echó de casa, era mucho decir.
Ahora tenía una casa, vacía, pero era una casa y quizá también tenía una esperanza de ver más seguido a sus hijos.
No podía dejar de pensar en eso.
Estacionó el coche frente a la propiedad en la que vivió la mitad de su vida.
Era la casa familiar de los Malone, la cual hereda el primogénito cuando este decide formar una familia. Allí se establecieron ella y Mason desde que llegaron de su fantástica luna de miel por algunos países de Europa.
Suspiró al ver la enorme estructura que siempre le pareció elegante y señorial.
Una casa de familia. Para la familia perfecta que nunca fueron. Pero al menos, en esa casa consiguió ser feliz con sus hijos y con Mason al principio, cuando se sintió enamorada e ilusionada por él; después, todo eso pasó a ser un cariño por la gratitud que sentía hacía él; en aquella primera mitad de su vida, Mason no fue más que el rayo de luz que, con los primeros besos y frases cursis, le ofreció la esperanza para salir de la vida que tenía entonces junto a su madre.
Una mitad de su vida que nunca más quiso revivir y por ello trabajaría en todos los turnos y lugares que fueran necesarios —alejada de borrachos toca-culo, obviamente— con tal de no tener que volver a casa de su madre.
Se vio en el retrovisor una vez más.
Dejó salir el aire. No había nada más que pudiera hacer para mejorar su aspecto.
Se bajó del coche, caminó hasta la puerta y tocó el timbre.
Mason le abrió la puerta con cara de pocos amigos.
—Hola.
El hombre la vio de arriba a abajo y asintió con la cabeza. Ella bajó la mirada de inmediato sintiéndose avergonzada una vez más ante él.
¿Hasta cuando iba a sentirse igual? Tenía que empezar a trabajar en eso, ya lo hecho estaba hecho.
Dio un paso al frente para acceder a la propiedad de la que alguna vez fuera dueña. Mejor dicho, se sintiera dueña. Porque estaba claro que no lo era.
Mason se cruzó de brazos y la analizó como solía hacerlo.
Ella jugueteó con sus manos, nerviosa sin saber qué decir o hacer a pesar de que tenía que contarle lo de la casa y demás.
«Empieza a superar tus miedos y vergüenzas, Beth».
Es que desde aquella noche en la que la sorprendió con los papeles de la separación, ella había perdido su seguridad ante él y también la capacidad de comunicarse como solía hacerlo.
Antes, Mason le parecía un hombre seguro y audaz. Ahora, que estaba al otro lado, Mason le intimidaba en extremo.
—Los niños están en el jardín jugando con el perro.
Ella levantó la cabeza por la sorpresa. Mason no era amigo de los perros y en casa se abrieron debates entre ella y los niños a favor de los animales, Mason siempre daba la última palabra que era: «No».
—¿Les compraste un perro?
—¿Vas a reclamármelo?
Ella negó con tristeza, volviendo la cabeza hacia el jardín para contemplar a sus niños que se divertían con la mascota.
Sintió ganas de llorar, sin embargo, se las tragó.
—¿Y en dónde están Mason y Dede? —le preguntó a su exesposo viéndole a los ojos.
—No querían estar aquí y eso es todo lo que tienes que saber —vio el reloj—, tienes una hora con los niños.
—Mason, yo…
—No voy a ceder más tiempo.
—No —ella levantó la mano y sintió que se le quebraba la voz—. No es eso —le habría encantado ponerse de rodillas para suplicar por al menos 20 minutos más con sus hijos—. Ya tengo una casa.
—Me alegro por ti.
Ella frunció el ceño.
—No espero que te alegres, solo espero que entiendas que eso me hace tener un lugar estable en el cual puedo vivir con mis hijos.
Mason bufó burlón.
—Bethany, no vives con tus hijos no porque no tengas un techo en donde vivir —la veía con profundo resentimiento y sus ojos expresaban el dolor que sentía en su interior—, no vives con tus hijos porque me engañaste a mí y a ellos. Porque Dede y Junior no dejan de preguntarme si yo hice algo mal para que tu decidieras poner tus ojos en el jardinero y quién sabe en cuántos más.
Ella iba a protestar porque en realidad solo lo engañó con Finn, pero debía ser sincera, no solo con él, si no, con ella misma y la verdad era que estuvo coqueteando con unos cuantos antes de que llegara Finn; y, bueno, también trató de besar a Henry, aunque eso fue para poder sacar de quicio a Alexis a quien envidiaba porque a pesar de tener una vida caótica, Alexis no dejaba de sonreír y de ser amable con todos. Se veía feliz. Y sus hijos eran más felices que los de Beth incluso viviendo en la forma precaria en la que vivían.
Por todo eso prefirió no debatir el tema con Mason. Su posición le hacía tener mucha desventaja y cuanto más sincera fuera con él, mejor les iría en el futuro.
O, al menos, eso quería creer.
—¿Podrías considerar dejarlos en mi casa un día cada quince días? —Mason iba a hablar, ella lo tomó de la mano y él vio el gesto con nostalgia y odio al mismo tiempo. Se tensó; ella entendió que lo mejor era soltarlo—. Por favor, Mason, solo deja la opción abierta por si alguno quisiera verme un día completo en un entorno seguro para ellos.
—No sé si es seguro.
—Puedes enviar a quien quieras para que lo inspeccione o puedes pasar tú mismo —Bethany empezó a rebuscar algo dentro del bolso con nervios—. Toma —le dijo extendiendo un juego de copias de las llaves de su nueva casa—, puedes ir cuando quieras, sin avisar. Ahora no tengo muebles porque perdí uno de los trabajos que tenía y… —se dio cuenta de que necesitaba respirar profundo, estaba a punto de colapsar—, pero prometo que estaré bien pronto con muebles y más dinero y… —otra bocanada que hizo a Mason soltar el aire abatido y, por fin, observarla con un poco de misericordia—: por favor —fue lo último que salió de la boca de Beth antes de que un par de lágrimas se resbalaran de sus ojos.
Mason se frotó los propios con las manos y luego bajó la cabeza unos segundos.
Ella se secó las mejillas con el dorso, respiró profundo y se recompuso.
Mason levantó la cabeza para verla de nuevo.
—Por los momentos, lo único que voy a hacer es pensar en esto y en darte media hora más con los niños hoy —Bethany no aguantó más, se echó a llorar. Cualquier cosa que consiguiera era más de lo que ya tenía para estar con sus niños. Mason se puso las manos en las caderas y negó con la cabeza y el ceño fruncido—. Que no te vean llorando, por favor, porque luego se quedan preocupados. Guarda las llaves y cuando tengas la casa equipada, volveremos a hablar de esto.
Bethany asintió entre sollozos.
—Gracias, Mason.
—No lo hago por ti, porque considero que te mereces todo el sufrimiento que estás pasando, lo hago por ellos —señaló a los niños en el jardín—. Roy y Alan son los que lo están llevando peor porque no puedo ser franco con ellos y decirles que su mamá decidió ponerme los cuernos, a pesar de que siempre le fui fiel y le di todo lo que quiso —Beth no se atrevió a decir ni «mu», mantuvo la cabeza baja hasta que el silencio fue incómodo y, al levantarla de nuevo, vio a Mason con los ojos enrojecidos. En todo ese tiempo, en todas las veces que se vieron, nunca tuvo un quiebre como el de ese instante y ella se sintió aún más miserable al verlo a él sufriendo. El hombre respiró profundo y se secó los ojos con los dedos—. Te di todo lo que me pediste y más, Beth, te di mi corazón y me dejaste destrozado.
—Lo sé.
—¿Qué hice mal? Porque los niños me lo preguntan y yo no tengo ni idea de qué hice mal para merecer tu traición.
—Nada —levantó la vista hacia los ojos de Mason porque quería sincerarse con él, estaban teniendo la conversación que él nunca permitió que ocurriera hasta esa ocasión—. No hiciste nada malo. Yo nunca hice bien las cosas contigo. Hoy me doy cuenta de que confundí mis sentimientos cuando empezamos a salir. Pensaba que estaba enamorada cuando lo que veía en ti era una esperanza de una vida mejor, alejada de toda la manipulación de mi mamá. Por supuesto que existía atracción e ilusión, pero sobre todo esperanza —Beth hizo una pausa—. No fue hasta mucho después que me di cuenta de que en realidad no sentía amor por ti. Y después de haberme dado la oportunidad de salir de casa de mi madre, me sentía —negó con la cabeza porque necesitaba rectificar sus emociones que todavía existían—; me siento muy agradecida de eso; y llegaron pronto los niños: además, nos llevábamos muy bien por lo que no tenía sentido acabar nuestro matrimonio.
—¿Te conformaste? —preguntó sorprendido y decepcionado. Beth asintió sabiendo que, para Mason, conformarse era como morir en vida.
—Hasta que Finn apareció y entonces empecé a darme cuenta de mi realidad y de que nada era tan perfecto como yo creía. No me cansaré de pedirte perdón nunca.
Mason la vio con nostalgia.
—La verdad es que no sé si algún día pueda perdonarte —Beth iba a hablar, él la interrumpió—. Ve con los niños porque es inútil hablar de nosotros cuando está claro que nunca más habrá un nosotros.
Mason se dio media vuelta y caminó en dirección a su estudio dejando a Beth sola en la entrada de la propiedad, con un peso inmenso en el pecho y ganas de llorar hasta el próximo mes.
Pero debía ser fuerte por sus niños, estaba allí para vivir 90 minutos de felicidad junto a sus niños y era justamente lo que iba a hacer.