Serie romance contemporáneo e histórico +18

Estas novelas son autoconclusivas pero es mejor que se lean en orden

Lady Elaine Daniels es rebelde e independiente. Está negada a cumplir con las reglas establecidas dentro de la aristocracia inglesa y mucho menos, cumplir con las expectativas que debería cumplir para satisfacer a sus padres.

Cuando muere su abuela paterna, la única persona en su familia que la protegía y apoyaba en la búsqueda de sus sueños, decide emprender un viaje que la lleva al mismo lugar en el que Pierce Gordon, heredero al título duque de Bulwick, está contrayendo nupcias con su prometida Nathalie Grant.

Todo va muy bien para ambos, hasta que Nathalie Grant decide tomar una decisión que cambia radicalmente el destino de Elaine y Pierce.

El futuro duque y Lady Elaine se ven sumergidos en una aventura que empieza con las chispas del odio que arrastran sus familias saltando entre ellos. Una aventura que levanta la curiosidad en ambos por saber más de lo que ocurrió siglos atrás con los «amantes fugitivos» descubriendo una historia totalmente diferente a la que conocen.

Y descubrir la verdad de lo ocurrido en el siglo XVII con el entonces duque de Lanhill: August Daniels y su prometida Alma, les lleva a descubrir que las chispas de odio entre ellos son las causantes de las llamas de atracción que ahora los envuelve, arrastrándolos al centro de una emoción sincera y divertida de la que ninguno quiere escapar.

¿Serán capaces Elaine y Pierce de ponerle fin a un odio que lleva siglos expandiéndose entre ambas familias?
¿Podrán descubrir cómo ocurrieron en realidad las cosas en el pasado, dejando que el amor los una para siempre en el presente?

Constance vio a los ojos a su amante mientras este le acariciaba la espalda en toda su extensión provocándole cosquillas seductoras.

Lo besó en los labios pegándose más a él.

Estaban extasiados del placer dado mutuamente como en cada encuentro que tenían; en el que los besos, las caricias y los gemidos, eran los protagonistas.

Pero ese día en particular, él estaba distante.

Ausente.

No era hombre que se preocupara con facilidad, así que lo que rondaba por su cabeza, debía ser realmente importante.

—¿Qué ocurre? —inquirió con curiosidad. Él resopló con angustia en la mirada y ella se preocupó de inmediato—. Por favor, amor mío, no me mantengas al margen de tus angustias. Quiero ayudarte a solucionarlas.

Él la apretó con fuerza y ella se recostó de nuevo en el pecho del hombre dejándole un poco de tiempo para que este empezara a contarle el motivo de sus preocupaciones.

—Es George —Ella levantó la cabeza de nuevo para verle a los ojos. Un hijo siempre era el mayor motivo de preocupación para un padre—. Ha ocurrido algo de lo que tengo que ocuparme… —se frotó el rostro con ambas manos y la vio con real miedo—. Podría morir, Constance. Si se llega a saber lo que ocurrió, si llega a oídos del Rey, George podría acabar en la hoguera.

Constance no pudo evitar solidarizarse con su temor.

—Amor mío, lo que dices es muy grave.

—Lo es.

—¿Cómo es que tu hijo, tan sabio, se entregó al demonio?

—Ojalá hubiera sido eso, Constance, ojalá. Es algo peor.

—Dios mío —Constance se llevó una mano al pecho—. ¿Qué puede ser peor que eso?

—Mi mujer lo encontró en su habitación con otro hombre, en la cama, cometiendo actos impúdicos y antinaturales.

—¡Santo Dios! Patrick, ¿y qué hiciste luego?

—Mi mujer fue de inmediato a informarme. Al que le acompañaba en la cama, que es uno de los encargados de los establos, lo tengo encerrado en un calabozo. No sé qué hacer con él —la vio de nuevo con profunda preocupación—. Ni con mi hijo. ¿Te imaginas lo que habría ocurrido si hubiese sido algún otro sirviente el que los encontrara?

—Dios no lo permita, amor. Tu hijo estaría siendo procesado por la justicia del Rey en este momento.

Hubo un minuto de silencio entre ellos.

—Los hijos no hacen más que darnos preocupaciones.

—Sigues con la campesina allí.

—Y es una mujer fuerte y empecinada, ha mejorado mucho su aspecto y su comportamiento, así como ha sido buena soportando cada una de mis palabras de odio dirigidas únicamente a ella. La he humillado frente a otras damas y ella sigue allí, junto a él.

—Quizá es una buena mujer para tu hijo.

—Ay, por dios, Patrick no me vengas con tonterías. Es una cualquiera que solo busca el título y nuestro dinero. ¿O es que acaso tú vas a permitir que tu hijo siga con sus gustos sexuales?

—No lo digas ni en juego. Pero tienes que admitir que no hay punto de comparación. Tu hijo siempre quedará como hombre absoluto ante todos, provocando un poco de especulación entre los nuestros por sus gustos que considerarán simples, aunque, si te soy sincero, su prometida de simple no tiene nada.

—Te exijo respeto —protestó ella con seriedad y él la vio divertido plantándole otro beso en los labios.

Tú siempre serás mi favorita.

—¿Qué tienes pensado hacer con George?

—No lo sé. Por lo pronto, no le permito la salida de sus aposentos. Y lo mantengo muy vigilado. Cualquier imprudencia sería mortal para él y una desgracia para el resto de la familia.

—¿Y tu mujer?

—No hace más que llorar por los rincones.

—¡Qué inútil!

—Lo sé. A veces desearía tanto que estuvieses en su lugar —la vio a los ojos y esta vez, le dio un beso cargado de pasión mientras ella pensaba en que él estaba en lo cierto, en todo. Fue una injusticia por parte de la vida que se casaran con las parejas equivocadas. Ellos dos habrían sido muy felices juntos.

—Te ayudaré a encontrarle solución a esto —y en ese momento, una idea le llegó a la cabeza haciéndole ver que, si la llevaban a cabo bien, ella podría librarse de la maldita campesina que August quería desposar y George ganaría la hombría absoluta.

Debía comentarlo con Patrick, claro, luego de que él terminara lo que estaba empezando con esas sutiles caricias en su entrepierna.

Y planearían todo bien, tan bien, como cuando ella ideó la forma de librarse de su difunto esposo.

Inglaterra época actual

Blaston House era una gran mansión británica de estilo Country House. Un estilo que podía compararse con los palacios rurales de las villas italianas o de los Chateauxs franceses.

La mansión tenía importancia histórica y artística, con más de 40 hectáreas de jardines, prados y bosques; propiedad del linaje Daniels, quienes ostentan al título de Duques de Lanhill.

Era un punto de interés turístico para la pequeña población en la que se encontraba asentada ya que parte de la mansión, sus salones más emblemáticos, estaban abiertos al público exhibiendo algunos tesoros artísticos que eran patrimonio familiar.

Menos ese día.

Ese día la casa no estaba operativa como un museo.

No.

Ese día, la casa servía para rendirle el último adiós a una mujer que lo fue todo en la vida de Elaine.

Ella Daniels, viuda del Duque August Anthony VI, fallecido muchos años antes que ella, fue una mujer como pocas.

Persistente y noble. Con un corazón que era capaz de derretir los inviernos más fríos del mundo, según lo apreciaba Elaine; y fue la única, de toda la familia Daniels, que creyó en ella desde su nacimiento.

Ese día, Elaine la lloraba como nunca antes lloró a alguien.

Nunca antes había sentido que le arrancaban parte de su ser. Una parte tan importante en su vida como lo era su abuela.

Su ejemplo, su fortaleza, su complicidad.

¿Qué iba a hacer ahora sin su abuela? ¿A quién iba a pedirle consejos?

¿Cómo lucharía contra el resto de la familia sin el apoyo de la anciana?

No quería salir de la habitación de Ella. Aún conservaba su aroma, su calidez.

Pronto llegaría su madre y remodelaría todo acabando con la antigüedad que reinaba en la mansión principal, como estuvo haciendo desde hacía unos años, poco a poco, porque Ella era una piedra en el zapato que le impedía acabar con la historia del lugar en su totalidad.

 Esa casa tenía tanta historia por descubrir entre sus paredes. Su abuela le contaba que, en la biblioteca principal, se encontraban tesoros que no podían ser destruidos porque contenían grandes verdades.

No lo dudaba. Poco se pasaba por aquel sitio porque era el lugar en el que siempre se encontraba su padre, con quien acababa discutiendo por una u otra razón y, además, porque allí estaba el cuadro al óleo de una antepasada de la familia que a Elaine solía ponerle los pelos de punta nada más de ver la mirada de la mujer retratada.

Lo cierto era que los archivos de la propiedad podían ir desde un manuscrito de la reina Elizabeth I hasta documentos de su propio linaje. Cartas de presidentes, libros valiosísimos como Los cuatro libros de Arquitectura de Palladio, el libro de Horas de Enrique VII y muchos más.

Elaine se secó las lágrimas y se vio en el espejo de pie que estaba en un rincón de esa hermosa habitación.

Se veía bien.

No como se vería su madre, ni pensarlo.

Lady Joanne, su madre y esposa del Duque de Lanhill Lawrence VII, se vería impecable, regia, admirada. Tendría un pañuelo blanco impoluto con el que se secaría unas lágrimas ficticias que Elaine conocía de primera mano porque su madre era una experta en el tema y porque, además, no soportaba a su suegra.

Se alisó su vestido negro de lana con mangas y cuello redondo para ver si así lograba verse un poco mejor.

Sabía que el problema no era el vestido, que no tenía ni una arruga; o las pantimedias, que las llevaba tal como lo ordenaba el protocolo para esos eventos en los que prefería quedarse en pijama, metida entre las sábanas de la cama de su abuela, llorándola, mientras buscaba consuelo dentro de un bote de helado de vainilla y macadamias.

Ese sería el modo perfecto de pasar un duelo.

Y tampoco era problema el pelo, que lo llevaba recogido en un elegante moño; o la joyería que llevaba encima, que quién sabía cuántos cientos de años de antigüedad tenían; o los zapatos de firma; no, el problema era su rostro, los ojos hinchados, la nariz roja, la mirada cargada de tristeza y nostalgia. Eso no tenía cómo remediarlo, no en ese momento.

Quizá en unas semanas, meses, años o quizá nunca, porque el vacío que dejaba su abuela querida en su vida, permanecería para siempre.

—Fuiste la mujer más buena que conocí en mi vida —le dijo a la pintura que colgaba de la chimenea de esa habitación. Cada una de las estancias importantes de esa casa, tenía el retrato de algún integrante del linaje Daniels.

Los más recientes, de sus padres, eran modernos. Una fotografía que pretendía parecer una pintura al óleo. Pero que nunca sería igual.

Esa magia con la que el artista plasmaba la imagen de su modelo, capturando la esencia de la persona, solo se lograba pintándolo a mano.

El de su abuela, era de los últimos de ese estilo; hecho cuando ella aún era muy joven, según le dijo, tendría alrededor de diecisiete años y el artista, fue contratado por su difunto abuelo quien le obsequió el retrato a su amada como regalo de su primer aniversario de bodas.

Se veía hermosa, con la chispa en sus ojos azules tan marcada como en la vida real; la elegancia que la acompañaba y la sonrisa tímida que regalaba cuando se sentía feliz.

Fue una mujer discreta, sencilla, a pesar de poseer grandes riquezas que, algunas, pasarían a manos de su hijo Lawrence y otras, serían para Elaine.

Sabía que su abuela le dejaría lo que poseía, estuvieron hablando de eso hacía un tiempo; aunque Elaine no prestara mucha atención entonces porque se negaba a pensar que el ser humano que más amaba en el mundo y el único que le había dado amor sincero, podría marcharse para siempre.

Además del dinero, o de algunas joyas que Ella le diera en vida a Elaine, la chica quería conservar lo que para ella era realmente importante.

Cosas que no tenían valor económico y que sí estarían cargadas de recuerdos hermosos como las cosas que ya tenía en su habitación, dentro de un baúl; y también quería el cuadro de la chimenea, ese que veía ahora mientras las lágrimas seguían deslizándose por sus mejillas.

Su padre no le permitiría sacar ese único retrato original de su abuela de la propiedad.

Lo enviarían al depósito y esa habitación sería reformada para cualquier estupidez que se les ocurriera a sus padres.

Estaba tan harta de esa vida.

Por eso les llevaba la contraria.

Por eso buscaba la libertad.

Quería irse lejos pero aún no era el momento.

Suspiró y vio por última vez el retrato.

Todos sus planes debían esperar porque, en ese momento, solo podía pensar en su adorada abuela y en despedirse de ella como era debido.

***

Pierce Gordon entró en la habitación de su abuelo con cautela.

No quería ser visto por ningún otro miembro de la familia.

Tal como ocurrió en momentos del pasado en los que Pierce se colaba dentro de aquella habitación para conversar por tiempo prolongado con su abuelo que había fallecido muchos, muchos años antes.

Digamos que en la época en la que Pierce apenas era un bebé.

Sin embargo, desde su crecimiento, en sus paseos de expedición por el castillo en el que vivían los Gordon desde tiempos remotos, la habitación de su abuelo siempre había tenido algo especial que llamaba su atención.

A su madre no le gustaba que anduviese solo por el castillo, era un lugar inmenso, lleno de estancias, recovecos, pasadizos que podían resultar peligrosos para un niño. Pierce se las arreglaba para escabullirse de la mirada vigilante de su madre e iba en búsqueda de aventuras y tesoros ocultos.

Así encontró, alguna vez, una moneda de plata detrás de un mueble que no podía moverse debido al peso del mismo pero que los diminutos dedos de Pierce, en esa época, le daban la ventaja de sacar lo que quisiera de ese espacio.

O igual que la vez que encontró un mapa antiguo junto a una carta de una caligrafía bastante ininteligible en un compartimiento secreto del escritorio que se hallaba en la habitación de su fallecido abuelo.

Todos los tesoros los dejaba en el lugar en el que los encontraba y los mantenía en secreto porque no quería que su madre o su padre le prohibieran las expediciones por el castillo.

La propiedad, era una casa señorial con vistas al valle de Hartington; antes, solo seccionada entre la parte abierta al público y la parte reservada a la familia.

Ahora, la parte que era exclusiva a la familia también se dividía porque, sus padres, hacía unos años, decidieron divorciarse permaneciendo ambos en el castillo con sus nuevas parejas.

Pierce II Gordon Duque de Bulwick y Lady Eliza decidieron ponerle fin a su matrimonio cuando ambos empezaron a mirar hacia los lados buscando nuevos amores.

Lady Eliza trabajó muy duro para hacer relucir el castillo y todas las antigüedades en su interior y su interés por la historia del sitio le llevó a convertirse en una estupenda gerente social en todo lo referente al ducado y al castillo en especial. Fiestas de caridad, eventos sociales importantes en las salas del castillo reservadas para eso, entre otras cosas.

Ella era buena en lo que hacía y el duque de Bulwick no confiaba en nadie más para llevar a cabo ese trabajo, por ello Lady Eliza se quedó viviendo en una sección del castillo y mantuvo su puesto laboral sin problemas.

Lo más importante era que fueron sensatos con ellos y con sus hijos, decidiendo que era momento de ponerle fin a esa farsa de matrimonio que llevaban para aparentar que todo marchaba en condiciones dentro de su círculo social.

El duque se entregó de lleno a su nueva relación; y la ex duquesa de Bulwick, encontró el verdadero amor en los brazos de uno de los capataces de la propiedad.

 Un hombre que era honorable, que la adoraba, reconocía Pierce en ese momento en el que él también estaba a punto de dar un paso importante en su vida.

En unos días, estaría casado con su prometida Nathalie Grant.

Sonrió recordándola, mientras se sentaba en un sillón que estaba en la habitación de su abuelo. Uno que le permitía ver el retrato al óleo sobre la chimenea de este.

Serio, clásico, todo un caballero; acompañado de su esposa a quien quiso desde que la vio por primera vez.

Patrick V, abuelo de Pierce, y este, contaban con un gran parecido físico y de personalidad.

Ambos eran reservados, serios, discretos, fieles.

Y ambos, tenían ese extraño don de poder ver a algún antepasado estando dentro del castillo.

Fuera de este, nada fantasmal ocurría.

Patrick V, en vida, pudo ver a un antepasado que le guio hacia el mapa y la carta que, unos años después, encontró su nieto mientras jugaba a la cacería de tesoros ocultos y él espiaba.

Siempre aparecía mientras el niño jugaba pero Pierce no advirtió su presencia hasta que tuvo unos ocho años que fue cuando hicieron las presentaciones formales, si podía decirse de esa manera, y entablaron una relación que tuvo gran relevancia en la vida de Pierce mientras crecía porque su abuelo se convirtió en algo que era propio, nadie más lo había visto, nadie más le contaba las cosas que este sí le contaba cuando pasaba horas en su habitación; y se parecían tanto en la forma en la que pensaban, que Pierce lo consideraba su mejor amigo.

Lo iba a extrañar durante el tiempo que estuviese fuera.

La boda sería en España porque quería complacer a su amada y lo harían con pocos invitados.

Harían una gran fiesta en su regreso de la luna de miel, que duraría algunos meses en un recorrido por varios países del mundo.

Estaba tan emocionado.

—¿Lo pensaste mejor?

Patrick V pareció de pronto sobresaltando a Pierce que estaba concentrado en sus pensamientos.

—Abuelo, no empieces con este tema por favor. En unos días me voy a casar y no quiero marcharme sin despedirme de ti porque no sé cuándo volveré.

El fantasma, translúcido, lo observó con frustración y luego se detuvo a observar a través de la ventana.

Pierce recordó entonces el momento en el que su abuelo, años atrás, le contó sobre la historia que se contaba en su familia sobre el odio que existía entre los Daniels y los Gordon.

Una historia que se transmitía de generación en generación; que contaba que aquel odio entre las familias comenzó en el siglo XVII cuando la prometida de August Daniels, duque de Lanhill en aquel tiempo, fue encontrada en el mismo lecho que George Gordon en condiciones muy comprometedoras bajo el techo de los Daniels mientras le daban cobijo a George en una noche de tormenta.

Tiempo después, se dieron a la fuga y pasaron muchos años antes de que volvieran a saber algo más de ellos.

Los amantes fugitivos, así les llamaban desde entonces.

Fue George quien envió una carta a su padre, Patrick I indicándole en dónde se encontraba la propiedad en la que vivía y cómo se debía proceder con esta cuando él falleciera.

Pero al viejo Patrick V no le encajaban muchas cosas dentro de esa historia y el fantasma que lo llevó hasta la carta y el mapa no fue de gran ayuda tampoco.

Así como la muerte que le sorprendió en el momento en el que había decidido investigar más sobre esa historia que les contaban a las nuevas generaciones pero que gran parte de ella parecía tener algo oculto.

Algo grande.

Y Pierce, siendo más joven, le prometió a su abuelo que algún día se embarcaría en la aventura de investigar el pasado familiar y verificar los hechos de alguna manera.

Pero la vida de la aristocracia estaba llena de responsabilidades y compromisos que eran muy difíciles de postergar o evadir sobre todo cuando se es el heredero del título.

Así que los años fueron pasando y la emoción por la aventura para descubrir verdades del pasado quedó sepultada por la madurez, los estudios, los negocios y posteriormente las mujeres.

Cuando Nathalie llegó a la vida de Pierce, este dejó de respirar por voluntad propia para hacerlo cada vez que ella se lo pedía.

Era todo para él y no se imaginaba la vida sin ella.

Cuando su abuelo se enteró que la boda sería muy cerca de la casa en la que vivieron los amantes fugitivos, le suplicó que usara algunos días de su luna de miel para cumplir con su promesa; Pierce no iba a comprometerse en algo de esa magnitud estando en su luna de miel.

No llevaría a Nathalie allí, para nada.

El plan de su abuelo era que se instalaran allí, dentro de una casa de cientos de años que el abogado que llevaba las propiedades de los Gordon en España aseguraba se mantenía en buen estado, pero a Pierce, aquel lugar, no le parecía seguro y tampoco era apropiado para pasar su luna de miel.

Así que después de muchas discusiones con su difunto abuelo y de decirle que no pensaba instalarse allí con Nath porque ese lugar no estaba a la altura de una mujer como ella, empezaron los problemas serios entre ellos.

Y los ataques contra Nath.

Que si no era buena chica, que solo buscaba su dinero, que era una mujer superficial.

Pierce había tomado una decisión en cuanto a esa casa y otras propiedades que tenía la familia que no se usaban y que lo único que hacían era consumir dinero del patrimonio en el mantenimiento que cada una requería. Su padre estuvo de acuerdo con las razones para su decisión y la aprobó.

—Venderé la casa.

Su abuelo se dio la vuelta y clavó una miranda furibunda en él.

Nunca lo había visto tan enfadado.

—¿De qué estás hablando?

—Voy a vender la casa de los amantes fugitivos. Es solo una casa que no nos va a aclarar nada y yo no tengo tiempo ni las ganas de dedicarme a investigar un pasado que está más que claro.

—¡Eso no lo sabes! —su abuelo levantó la voz y el cuadro sobre la chimenea se torció de repente.

—Si lo sé, abuelo, las cosas ocurrieron tal como lo cuentan los antepasados. No hay nada más que aclarar. Y aunque seamos capaces de encontrar otra historia, que estoy seguro de que no la hay, seguiremos la maldita guerra contra los Daniels porque ya esto sobrepasa lo que pudieron haber hecho esos dos en el pasado.

Su abuelo no hablaba.

—La semana pasada estábamos a punto de cerrar un negocio estupendo y los Daniels superaron la oferta y nos lo arrebataron. Así hemos funcionado desde tiempos remotos, desde los amantes, ¿crees que encontrar otra verdad va a hacer que nos comportemos de otra manera?

—Creo que la verdad cambiaría muchas cosas.

Pierce bufó.

—Lo siento, abuelo, no voy a complacerte en esto.

—Fue una promesa.

—Que te hice cuando era adolescente, cuando no sabía ni la mitad de las cosas que tendría que hacer en el futuro. Cuando aún no conocía a Nath.

—Esa mujer te cambió. Ojalá te des cuenta de que no es la indicada.

—Lo es, abuelo —lo observó con tristeza—; y me habría gustado despedirme de ti hoy de otra manera, pero veo que no vamos a llegar a nada cordial.

—No cometas el error de vender la propiedad.

Fueron las últimas palabras de su abuelo antes de desaparecer.

Pierce no sabía cómo sentirse porque lo último que quería era quedar en esos términos con el que consideraba su mejor amigo.

Se frotó el rostro con las manos y observó a través de la ventana tal como lo hizo su abuelo segundo antes.

—Por favor, me gustaría que me des tu bendición —volvió la cabeza hacia el cuadro y se acercó para arreglarlo.

En ese momento, un cajón del escritorio se abrió tomándole por sorpresa.

Era el cajón del compartimiento secreto en el que descansaba el mapa y la carta.

Negó con la cabeza y resopló.

—Esto se llama chantaje, lo siento —se acercó al mueble y cerró el cajón de nuevo—, no lo voy a hacer.

Vio una última vez al retrato del hombre que conocía muy bien y le dedicó una sonrisa triste.

—Adiós, abuelo, nos veremos de nuevo en unos meses.

Max es el presunto heredero al título de duque de Lanhill que, aun estando en tiempos modernos, debe cumplir las ridículas normas en las que creció y conseguir una esposa con un título adecuado para crear lazos familiares que mantengan el prestigio de la familia Daniels.
Ilona es una chica valiente y sin título nobiliario que luchará por estar junto al dueño de su corazón, aunque caigan sobre ellos miles de conspiraciones para separarlos.
Mientras Max e Ilona descubren de lo que son capaces de hacer por amor, un fantasma que permanece atado a Blaston House de una forma oscura y siniestra, encuentra un motivo más para ejercer toda su maldad sobre aquellos que osan ensuciar el buen linaje de su familia.

Max e Ilona, ¿lo conseguirán?
¿Qué queda por descubrir de Constance y toda la maldad que la rodea?

Elaine dejó la cámara sobre el taburete de apoyo que tenía en el césped para los momentos en los que se tomaba un descanso.
Su teléfono empezó a sonar y supo por el ringtone, de quién se trataba.
—Estaba por llamarte, porque…
Un ruido estático, muy fuerte, hizo que Elaine se separara de inmediato el teléfono de la oreja.
No por ello dejó de percibir la voz de Ilona entrecortada y parecía… ¿nerviosa?
—Els.. Necesi… por fav…
—Ilona, cariño, muévete un poco porque no entiendo que es lo que…
Otra interferencia.
—¡Els, por favor, ayúdame! —Ilona lloraba, hablaba en susurro y estaba aterrada—. Viene de nuevo… y no sé cómo…
La comunicación era terrible y estaba haciendo entrar en desesperación a Elaine.
—Ilona, ¿en dónde estás?
—Es Constan… Els, ayúd… Es… ella.
La llamada se cortó al instante en el que a Elaine se le erizaban cada uno de los vellos de la nuca; como cuando tenía que atravesar a oscuras uno de los pasillos de la sección más antigua de Blaston House.
No entendía qué pasaba con su amiga y mucho temía que corría peligro y ella desde allí no sabía cómo diablos ayudarla.
Las manos empezaron a temblarle.
Corrió al interior de la casa en tanto marcaba de nuevo el teléfono de Ilona.
La llamada parecía no activarse.
Colgó. Sacó su portátil y lo abrió.
Marcó una vez más el número, pidiendo en lo más profundo de su ser que Ilona le atendiera y le dijera en dónde estaba; pero no, esta vez respondió la operadora automática de la compañía de teléfonos indicándole que el móvil estaba fuera de cobertura.
¿Qué diablos estaba pasando?
El ordenador se encendió y activó el buscador para buscar un pasaje de inmediato a Inglaterra.
Pierce entró en casa a tiempo.
—¡Hola cariño! —Elaine lo vio a los ojos y su fortaleza flaqueó unos segundos, diciéndole a Pierce, con solo verlo, que algo no iba bien—. ¿Qué ocurre?
—Voy a casa en el primer vuelo que encuentre —Pierce la vio con lógico desconcierto—. Algo ocurrió con Ilona y tengo un mal presentimiento, Pierce.
Ella tomó el móvil de nuevo y marcó el número de la oficina de Ilona en tanto el ordenador arrojaba resultados de vuelos próximos a Londres.
Linette, la asistente de Ilona, respondió la llamada con la formalidad que la empresa requería.
Elaine no estaba para formalismos en ese momento.
—Linette, soy Elaine.
—Elaine, encantada de saludarte. ¿Estás bien? —la chica de inmediato notó que Elaine no era la misma de siempre. Lo usual era que le saludara con cortesía antes de pedirle lo que necesitara. Elaine no quería alarmar a nadie más hasta no saber qué diablos pasaba.
—Necesito hablar con Ilona y no la encuentro en su móvil, ¿sabrás en dónde estará?
—Mmmm, no. Yo también intenté comunicarme con ella ayer pero no lo logré. Tal vez esté en algún lugar apartado, sabes que ella a veces lo necesita.
Aquello pintaba peor de lo que Elaine pensaba.
—Nunca se va sin avisar, Linette —le habló con fuerza e ironía. Necesitaba que la chica le diera datos sin ella tener que explicar nada.
—Oh, sí lo hizo. Me llamó hace dos días… ¿o tres? —se preguntó a sí misma en voz alta porque obviamente no lo tenía muy claro—. Me indicó que saldría de la ciudad por unos días, que lo necesitaba. Ahora que lo pienso, no la escuché del todo bien.
«¿Lo pensaba ahora?» Elaine sintió exasperarse.
—¿Sabrás qué hacía cuando te llamó? —No era propio de Ilona irse a tomar un respiro con tanta prisa—. En su agenda seguro podemos deducir algo. Es bastante urgente que hable con ella. Un asunto personal que solo ella…
—Ok, no te preocupes, te diré qué está escrito en su agenda de ese día. Ilona siempre me ha dicho que te facilite todo cuanto pidas. Solo déjame aclararme primero si fue el… —se quedó pensando, intentaba deducir cuándo fue que habló con ella—… ¡Ajá! Sí, lo tengo. Estoy segura que la llamada me la hizo antes de ayer porque se fue antes de lo previsto. Ese día estaba ansiosa. Y cuando decidió marcharse, me sorprendió, porque aún no terminábamos la jornada; solo me dijo que había surgido algo importante y que tenía que irse antes de tiempo. De hecho, ahora que lo recuerdo, dijo que era una reunión importante con alguien que no era de su completo agrado pero que no tenía más alternativa… —esta chica era capaz de saberse toda la vida de Ilona y sabrá Dios de cuánta gente más. Ilona la mantenía en su puesto por la eficiencia con la que dirigía todo cuando estaba sola—… Elaine, no sé si su agenda va a ayudarnos, solo tiene dos siglas: BH. Nada de dirección ni…
—Gracias, Linette, eso es suficiente. Adiós.
No le dio tiempo de respuesta a la chica y colgó.
Observó a Pierce inmóvil y con el ceño fruncido. Estaba tratando de poner en orden sus pensamientos.
—¿Y? —Pierce la vio con desespero—; ¿qué te dijo?
Elaine estaba ocupada observando como su cerebro, hilaba algunas cosas de la conversación con Ilona y luego, con su empleada.
—Pierce, esto es demasiado extraño —seguía viendo en su cabeza las coincidencias y así mismo, seguía sin entender—. Cuando Ilona llamó, la llamada tenía muchísima interferencia y ruidos extraños que hacía que la voz de Ilona se alejara y se entrecortara. No llegué a entender nada… me pedía ayuda, Pierce. Nunca la había escuchado tan aterrada.
Pierce la escuchaba a ella con toda la atención del mundo, como solía hacer siempre.
—Linette me dijo que no volvió a saber de ella desde que salió de la oficina con prisas para una cita importante —Pierce no pudo disimular su preocupación—. Y la última cita que tuvo fue antes de ayer. ¿Lo que no entiendo es por qué tenía una cita en su agenda para ir allí?
—¿En dónde era la cita? Dos cabezas piensan más que una, Els
Elaine sacudió la cabeza como si quisiera despejar sus pensamientos con esa acción y atraer a ella a los hilos que estuvo atando hacía unos segundos.
Recordó que antes, entre las interferencias, Ilona mencionó a… ¿Constance?
¿Constance Daniels?
—En Blaston House —Pierce la vio con clara confusión—. Exacto, y eso no es lo más raro. Cariño, cuando Ilona me llamó, entre lo poco que pude escuchar, me decía que la ayudara porque «Constan…» —usó la palabra exacta que salió de los labios de su amiga—; venía de nuevo. «Es ella» me dijo en un susurro —finalizó Elaine anunciando en voz alta.
Pierce abrió los ojos recordando su encuentro con Constance Daniels cuando tuvo que ayudar a Elaine a buscar algo que les diera una pista con respecto a Alma y August.
Él estaba acostumbrado a ver los fantasmas del castillo, sin embargo, admitía que nunca vio uno como Constance.
Esa mujer, desde el más allá, destilaba maldad.
—Quizá Maxwell podría ayudar a aclarar todo, Els.
—No lo creo —comentó ella; igual, no descartaría ninguna opción, tomó su teléfono para llamar a su hermano—: ¿podrías hacer lo de los boletos?
—En cuanto hables con Max, tomaremos decisiones.
Elaine negó con la cabeza pensando que no quería darle la razón a Pierce aunque admitía que existía la posibilidad de que la cita de Ilona en Blaston House pudiera ser en referencia a Maxwell.
«Me comentó, antes de salir de aquí, que tenía una reunión importante con alguien que no era de su completo agrado pero que debía mantener la cordialidad porque le convenía y…»
No, aquello tenía que ser con otro Daniels.
—Elaine —respondió su hermano en ese tono en el que intentaba mostrarse alegre de recibir su llamada y que a la vez quedaba opacado ante la seriedad y la educación que tenía que demostrarle al mundo al ser un Daniels—. Me alegra que me llamaras porque nece..
—Max —lo cortó en seco—; si quieres luego te hago una llamada con más calma. Ahora es urgente y necesito tu ayuda.
Maxwell que no estaba llevando su vida nada bien en esos días, se quedó en silencio, se incorporó en la cama y frunció el ceño.
«No más problemas», pensó en Ilona rezando que no fuera nada malo referente a ella. Seguía sin noticias de la chica y esperaba que solo se debiera a que ella no quería saber nada más de él.
—¿Qué diablos te ocurre?
—No es a mí, Max. Es Ilona…
Max sintió que el corazón se le redujo a una bola. Y salió de la cama con prisa.
—Els, te juro que yo solo… —resopló— yo solo… —no le salían las palabras y empezó a temer lo peor cuando su hermana se echó a llorar.
—¡Els! ¡Con un demonio! ¿Qué le pasó?
—No lo sé, no lo sé, solo me llamó, había interferencia y yo esperaba que estuviera contigo y…
Se metió en la ducha mientras Elaine intentaba coordinar sus pensamientos. Necesitaba espabilar y buscara su chica en donde sea que estuviese metida.
Ni siquiera Fred Davies sabía nada.
El día anterior, Max no aguantó más la angustia y le llamó explicándole todo lo ocurrido, escuchando a Fred preocuparse y enfadarse con él.
«Tal vez es solo que quiere estar sola» «Estoy fuera del país y no me haces ningún favor con esta llamada, me dijiste una vez que serías incapaz de lastimar a mi hija. No lo estás haciendo bien, muchacho, así que arregla todo esto y esperaré atento tu llamada diciéndome que mi niña está bien. ¿Entendido?»
También le dijo que pondría alguien a buscarla antes de dar parte a la policía, cosa que Max quería hacer la misma mañana en la que dejó de vigilar el edificio en el que vivía la chica.
—¿Te estás duchando?
—No es el momento para hablarte de mí estado, Els. ¿Qué fue lo que te dijo Ilona? —Hablaban por el altavoz del móvil que Max lo dejó encima del lavabo—. Cálmate y cuéntame, todo, desde el principio.
Se lo decía a su hermana pero también, era un buen consejo a seguir para él mismo porque con esa angustia que arrastraba no iba a ver las cosas con claridad.
Elaine respiró y empezó a contarle lo poco que escuchó al otro lado de la línea cuando su amiga la llamó.
Max se encontraba fuera de la ducha, estaba a medio secar y le importaba una mierda si se resfriaba al salir así del baño en medio de ese maldito clima que siempre abrazaba a Blaston House cuando las cosas no estaban bien.
Se colocó una camiseta, un short y salió de la habitación aun atendiendo la llamada de Elaine.
Max, se preparó para salir a algún lugar de la ciudad o a las afueras o a otro planeta si se lo hubiesen pedido para rescatar a Ilona. Cuando Elaine le contó lo de la cita en Blaston House y que no aparecía desde hacía dos días, más la llamada que le hizo mencionando al fantasma, notó que eran demasiadas coincidencias.
—¿Por qué iba a mencionar a Constance, Max? ¿Y qué hacía ella en casa?
Max corrió por el corredor que conectaba con el ala principal de Blaston House para luego bajar con prisa por la gran escalera y entrar en la biblioteca de la mole.
Abrió la puerta.
—¡Ilona!
No hubo respuestas, no por eso Max no iba a registrarlo todo.
—¿Por qué la buscas en casa y por qué me dijo su asistente que tuvo una cita en Blaston House?
—Ay, Els —sintió su propia voz temblar—. Reconozco que no he hecho las cosas como he debido hacerlas con ella —respiró con una mezcla de miedo y rabia—. He debido seguir tu ejemplo y cortar todo raíz. Esto fue un maldito movimiento de mamá, tomándonos desprevenidos a los dos —recordó cuando entró a la biblioteca y vio los ojos de Ilona conteniendo la confusión porque no entendía lo que su madre decía, si ese mismo día se suponía que ellos tendrían una cita para aclarar todo—… no te imaginas la cara de ella… —Max también recordó la expresión de su madre, esa sonrisa malévola que solo sacaba a la luz cuando conseguía salirse con la suya.
—¿Qué le hizo mamá, Max? ¿Por qué sigues buscándola en la casa?
—Voy a resumirlo, Elaine, porque ahora no tengo tiempo para hablar de eso, ni ganas —Elaine escuchaba con gran atención y sintió temor por lo que ocurriría. Nunca antes escuchó a Max tan alterado por algo—: Mamá, no sé cómo, se enteró de que había citado a Ilona en Blaston House para cenar y fue un paso por delante, diciéndole que quería hablar con ella. No sé cómo la convenció pero Ilona accedió y mamá, una vez estaban juntas, solo clavó un puñal y ahora no sé cuánto daño emocional hizo. Le dijo que yo no tenía la valentía de decirle adiós y hasta mencionó un compromiso que solo está en su imaginación —estaba enfurecido con su familia, cada vez que pensaba en esa escena…—: te juro que se salvan de no estar en casa ahora porque no sé qué sería capaz de hacer y la van a pasar muy mal como a ella le ocurra algo malo
Hubo un silencio en el que Max entendió que su hermana intentaba procesar la información que acababa de recibir.
—¿La amas, Max? Solo respondeme a eso.
—Sí, Els. Por supuesto, solo es que no he sabido cómo manejar todo, pensé que lo mejor era separarnos y fingir que nada ocurría entre nosotros hasta que se calmaran las cosas con lo que ocurrió del robo y todo lo de la separación del ducado con la descendencia de August…
—Encuéntrala, Max, y lucha —Elaine no dejó que Max siguiera dándole excusas—. ¡Lucha! ¿Entendiste?
Max respondió un agitado «Ujum»
Empezaba a sentir que el aire le faltaba porque iba corriendo, entrando y saliendo de las habitaciones mientras hablaba con Elaine.
Intentaba controlar su angustia por no saber en dónde estaba Ilona.
Se le ocurrió ahorrar tiempo yendo al cuarto de seguridad para ver la salida de Ilona y lo que hizo cuando volvió a ingresar.
—Lo que no entiendo es porque volvió a casa si yo mismo la vi salir de la biblioteca.
Elaine dejó escapar el aire, recordando lo mala que era Ilona dentro de Blaston House para ubicarse y la biblioteca no estaba cerca de la puerta principal, sin embargo, habría podido llamar a alguien para que la ayudara.
—Ilona nunca ha sido buena ubicándose en Blaston House. Tal vez no supo cómo salir de ahí… aunque se habría cruzado con alguien a menos que… no haya pasado eso y entonces, ¿por qué no ha gritado? —Els levantó la voz mientras escuchaba a su hermano teclear en el cuarto de seguridad de la mole.
—¡En efecto! —Confirmó Max viendo las imágenes en pantalla sintiéndose un poco aliviado de tener algo ¿cómo no se le ocurrió antes?—; estoy viendo cómo se interna en el corredor que conecta con la parte antigua. Te llamo luego, Els.
Max no le dio tiempo a su hermana de reacción.
Lo único que le importaba era Ilona y nada iba a conseguir hablando con Elaine por teléfono.
Salió del cuarto de seguridad para correr hasta el punto en el que observó que Ilona era absorbida por la oscuridad del antiguo corredor.
Se le puso la piel de gallina al recordar su sensación hacía unos días en ese mismo corredor.
Recordó lo dicho por su hermana que, a su vez, Ilona le dijo a ella: Constan…
No estaba completo pero era posible que estuviera hablando del fantasma de esa mujer.
¿Sería el mismo que él estuvo sintiendo y viendo?
¿Qué quería con ellos?
Le llevaría un buen rato registrar todo. Quizá si ponía a la servidumbre a ayudarle…
Sacó su móvil para llamar al mayordomo y darle la orden.
—¿Señor?
—Williams, por favor, que todo el personal se ponga a buscar a la señorita Davies en Blaston House y los alrededores. Saca a los perros. Usa todos los recursos, ¿está claro? Que no quede un rincón ni dentro ni fuera de la mole sin revisar.
—De inmediato, señor.
Ese día, el corredor que ahora transitaba se veía más lúgubre y triste que nunca.
Max negó con la cabeza. Sintiendo la presión en el pecho.
—¡Ilona!
Gritó, mas no obtuvo respuesta.
Un frío repentino caló en sus huesos.
Dobló en la esquina del corredor y se quedó en el sitio al ver que, al final del siguiente corredor que tenía que transitar, le pareció ver una sombra que doblaba a la derecha.
—¡Ilona!
El frío empeoró.
Temía por la chica y ese ambiente.
—¡Ilona!
Llamó de nuevo al abrir una de las puertas y al echar un vistazo al interior, sus oídos pudieron percibir un leve sollozo.
Corrió hasta la esquina de la habitación que permanecía oscura y tenebrosa.
Parecía la habitación del horror entre tanta oscuridad y objetos tapados con enormes mantas blancas.
—Max… —fue apenas un susurró, aterrado, ahogado y la guía perfecta para sus oídos que le hicieron llegar a ella.
La había encontrado.
Bañada en lágrimas y temblando de pánico.
Quería decirle tanto, mas no dijo nada, no era el momento y menos, el lugar.
Solo se sintió agradecido de encontrarla bien físicamente aunque no estaba tan seguro de que en lo psicológico, estuviera tan bien.
La tomó entre sus brazos y caminó hasta la puerta para sacarla de ese lugar.
No sin antes darse cuenta de que alguien más estaba con ellos en la habitación.
En otra ocasión, se habría meado encima del miedo al verla allí con tanta nitidez.
Pero no ese día.
El fantasma de Constance Daniels iba a tener que esperar porque primero estaba Ilona; y cuando la chica estuviera sana y a salvo, él mismo le daría caza a esa mujer, fantasma o lo que fuera y la mandaría al infierno en el que debía estar desde hacía muchísimos años.