Trilogía de romance contemporáneo +18

Son historias autoconclusivas pero es mejor si se leen en orden

Cameron Collins es una chica que, en su adolescencia, mantuvo su peso a raya y se ejercitó con constancia porque su mayor sueño era llegar a las más importantes pasarelas de la moda.

Lo tenía todo, belleza, estatura y… más de 100 cm de cadera.

Lamentablemente, esa característica que le arrancaba deseos al sexo opuesto, no encajaba en la industria de la moda rechazándola de forma cruel por ser ‘gorda’. Eso convirtió a Cam en una chica introvertida, insegura y la sumergió en un espiral dañino para su salud.

Cerca de sus 30 años, refugiada en su estudio de tatuajes y resignada a que el chocolate es y será el amor de su vida, el destino la sorprende con una oportunidad de oro para alcanzar las pasarelas y conocer a Keith Grant, un hombre perseverante, práctico y con una habilidad casi innata para conseguir que la gente siga sus consejos y sus deseos.

Creció en una familia en la que los deportes son tan sagrados como la familia misma o la comida. De no haber sido por la lesión que sufrió en la final de la temporada de futbol en la universidad, Keith habría tenido una próspera carrera en la NFL.

La lesión lo llevó a convertirse en un reconocido entrenador con su propio sistema de ejercicios y alimentación.

Debido a su éxito profesional, fue el elegido para la importante tarea de devolverle a Cameron las ganas de luchar por su sueño y lo más importante, amarse a sí misma.

¿Logrará enseñarle a Cameron que no solo el chocolate calma las ansiedades?

¿Será ella quien le enseñe a Keith a que hay que luchar por lo que se ama?
¿Quizá ambos recibirán la mejor lección de sus vidas?

A sus 34 años, Keith Grant era un hombre de éxito. Se podía decir que había alcanzado todo lo que se propuso desde niño. Creció en una familia de aficionados al deporte. Su hermano menor, Charlie, estaba entre los diez mejores jugadores de golf a nivel mundial y Keith estaría jugando en la NFL de no haber sido por una lesión que sufrió durante el partido de final de temporada en el último año de universidad.

 Después de la lesión, los médicos le prohibieron volver al campo y practicar algunos deportes que podían suponer un riesgo para él. Su rehabilitación necesitó de pesas para fortalecer sus músculos, pasaba la mayor parte del día en el gimnasio y fue entonces cuando se dio cuenta de que su vocación estaba allí, ante él, con todas esas máquinas de entrenamiento. Se dedicó a los ejercicios de corta duración, bajo impacto y máxima efectividad, convirtiéndose en uno de los más famosos entrenadores del país tras hacerle perder mucho peso a Bill Newman, conductor de un prestigioso telediario matutino.

Esa fue su catapulta al éxito. De ser un chico del sur de Texas, pasó a ser el entrenador personal de muchos famosos en Los Ángeles.

Keith sabía lo que hacía, amaba su trabajo. A veces pensaba que, tal vez, si hubiese entrado a la NFL no habría sido tan feliz como lo era trabajando por su cuenta y ayudando a mucha gente a verse bien y cuidar de su salud.

A pesar de convertirse en el escultor de cuerpos de los famosos, logró mantenerse escondido de las cámaras y con un perfil bastante bajo. Le eran suficientes sus tarjetas de presentación y la recomendación de boca en boca para tener la agenda llena los 365 días del año.

Los últimos dos años fueron una verdadera locura, muy satisfactoria. En ese período, un productor de televisión le estuvo acosando hasta que, por agobio, Keith aceptó su propuesta para participar en la prueba piloto de un reality TV llamado «Cuerpos Sanos» en el que agrupaban a personas con todo tipo de desórdenes alimenticios y les fijaban metas para aprender a comer sano, perder peso o subir —según el caso— y sentirse bien consigo mismos.

El show televisivo le llevó a otro nivel. Ahora era reconocido por la población, no en la escala de una estrella de cine, pero tampoco como cuando era el simple entrenador de la estrella de cine. Algunas veces le pedían autógrafos, otras, consejos de alimentación. Era invitado a programas de salud, tenía su propio canal de YouTube con millones de seguidores y además, estaba en conversaciones para grabar un programa de alimentación y ejercicios de venta por internet desde su página web.

Trabajo tenía de sobra y a pesar de eso, se encontraba en Nueva York porque Eve Collins, la relacionista pública de la revista Fashion View, le llamó hacía dos días para presentarle un proyecto especial.

Quería seguir los consejos de su madre de no sobrecargarse de trabajo, pero le picaba la curiosidad por saber qué podía ofrecer de «especial» una revista de moda. Teniendo en cuenta que él consideraba a la industria un tanto culpable de todos los problemas de autoestima a los que se enfrentaban muchas chicas. Se alegraba de saber que las tendencias empezaban a cambiarlas. Cada vez era más frecuente ver en las vallas publicitarias chicas con un poco más de relleno en el cuerpo que las de la década de los ‘90.

Esas mujeres eran esqueléticas. Con todos los cambios actuales, las modelos famosas seguían sin ser apetecibles para él y para muchos otros hombres, así como muchas chicas aún eran incapaces de no dejarse dominar por la angustia que les produce el no lucir un cuerpo perfecto como la top model del anuncio de Jeans o las famosas «ángeles» de una firma de cosméticos.

Para Keith, una mujer tenía que ser una digna portadora de sus curvas. Mostrar una sensual elegancia que sedujera al sexo opuesto y eso se logra cuando la mujer se siente bien consigo misma y deja de cumplir patrones exigidos por la sociedad para encajar dentro del canon de belleza permitido.

Era lo primero que les enseñaba a sus clientes: conocer su cuerpo y entender por qué nunca va a ser igual a otro.

—Sr. Grant —la mujer que le atendió en la recepción le sacó de sus pensamientos—. Pase, por favor.

Keith se levantó, alisó su traje gris y siguió a la chica que le recordó a su tabla de surf. Aunque si la observaba de costado, estaba convencido de que su tabla podía verse más gruesa.

La chica le llevó hasta una elegante oficina de amplios ventanales que inundaban la habitación de luz natural y a su vez, aportaban la mejor vista de la ciudad.

Dos mujeres con un gran parecido entre ellas estaban sentadas en un sofá.

Keith pudo deducir en un momento que se trataba de madre e hija.

Ambas se pusieron de pie para recibirle y le extendieron la mano para presentarse como era debido.

—Bienvenido, Sr. Grant. Soy Agnes Collins. Y ella es Eve, mi hija y quien le llamó hace dos días.

Keith les respondió con amabilidad el saludo.

—Tome asiento, por favor —le indicó Eve. No pudo evitar hacerle un rápido y muy prudente escaneo a Eve. Tenía buen trasero y piernas firmes, aunque solo veía de las rodillas para abajo porque era lo que la falda de la chica le permitía ver. ¡Ah! ¡Sí! y senos, de buen tamaño.

—Me imagino que se debe estar preguntando ¿Para qué le llamó una revista de moda? —preguntó Agnes en cuanto tomaron asiento.

Eve le colocó una taza de café en la mesa de apoyo que estaba frente a ellos.

—Gracias —le sonrió a la chica que respondió a su sonrisa de forma descarada, a pesar de que estaba frente a su madre. Sus ojos, casi negros, eran muy expresivos—. Sí, la verdad, Sra. Collins, tengo curiosidad por saber cómo puedo ser útil para ustedes.

—En primer lugar, por favor, llámeme Agnes. La Sra. Collins era mi suegra y nunca tuvimos una buena relación —una ligera sonrisa se dibujó en los labios de Keith—. En segundo lugar, le hemos llamado porque —hizo una pausa—, ¿alguna vez ha leído nuestra revista?

Keith se sintió avergonzado en ese momento.

«No» pensó «¿Para qué diablos iba a leer una revista de moda femenina?»

—No lo culpo —respondió Agnes viendo la expresión de Keith y abriendo sus ya grandes ojos marrones—. Siempre hablamos de lo mismo… fotografiamos lo mismo y…

Eve interrumpió a su madre.

—Estamos tratando de refrescar la revista —luego se dirigió a su madre—. Además, mamá, aunque la revista habla de temas variados, nuestro público es femenino. No veo al Sr. Grant leyendo el número de Navidad en el que dábamos ideas de cómo alcanzar orgasmos más intensos y seguidos en una sola noche.

Keith estaba empezando a sentir una atracción por esa mujer que hablaba de sexo ante la madre sin siquiera sonrojarse y con la grandiosa habilidad de lanzarle algunas miradas que, en su mundo masculino, sabía muy bien lo que querían decir. Sobre todo cuando se colocaba, con delicadeza, un mechón de cabello detrás de la oreja.

Agnes volvió los ojos al cielo.

—¡Santo Dios! ¿Es que nunca vas a tener un cable de edición para filtrar un poco lo que dices? —Protestó la madre con verguenza y luego se dirigió de nuevo a él—. Disculpe la sinceridad de mi hija Sr. Grant. ¿Puedo llamarle, Keith?

—Por favor —respondió él sonriendo y pensó en lo divertida que debía ser una cena en casa de los Collins, si a todos les faltaba ese cable de edición que Agnes aseguraba que su hija no tenía sin darse cuenta de que el de ella tampoco funcionaba muy bien.

—Bien —Agnes tomó un poco de su café y prosiguió—. Con esto del cambio de la revista, hemos conseguido planificar con nuestros asociados lo que será la nueva imagen de la moda. Ya sabe, algunos hemos logrado que los estándares del cuerpo de las modelos vayan cambiando en la industria porque son muchas las personas que se sienten afectadas por la presión de lucir bien…

—Perfectas. Y me disculpa la interrupción —le interrumpió Keith ganando una sincera sonrisa por parte de amabas mujeres.

—Exacto —continúo Agnes—. Teniendo esto en cuenta, hemos decidido crear una campaña que incluya a lo que llaman modelos de tallas grandes, que no son más que mujeres normales. Sin embargo, si bien serán mujeres normales, no queremos fomentar la obesidad que ya es un problema bastante grave en nuestro país —Agnes hizo una pausa—. También incluiremos chicas altas, bajas, con mucho busto o poco busto, con defectos o cicatrices porque no vamos a usar el retoque fotográfico y las queremos de todas las etnias. Queremos romper con los cánones que la misma industria ha establecido.

—Entiendo.

Keith prefirió aguardar a que le hicieran la propuesta formal para continuar hablando. Le agradaba lo que escuchaba.

Por fin la industria estaba empezando a entenderlo.

—Tenemos a la modelo con «curvas» a pesar de que apenas estamos iniciando el casting para la campaña —mencionó Agnes.

—No madre, no la tenemos. Bueno, sí pero es que ella no lo sabe —le explicó a Keith que no quiso anticiparse a pensar nada. No pudo evitar tener un presentimiento de que eso que le iban a ofrecer, no iba a ser fácil.

Agnes hizo una inspiración casi ayurvedica.

—Verás, Keith, ¿te suena de algo Cameron Collins? —preguntó Eve.

—Mmm, la verdad es que no —aunque por el apellido supuso que se trataba de algún familiar.

—Es mi hermana menor. Es bastante reconocida en Nueva York por los aficionados a los tatuajes. Siempre soñó con ser modelo y hace más de una década, la industria la rechazó por sus «curvas» a pesar de que, en ese entonces, se mantenía en buena forma física y llevaba una alimentación muy balanceada. Antes de decidir si quieres o no aceptar la oferta que mi madre tiene para ti, deberías leer este informe que te hemos hecho —le entregó un sobre que contenía una carpeta con varias hojas y fotografías.

—Cameron es algo difícil de llevar por todo lo que le ha tocado pasar desde que decidió hacerse modelo —Agnes retomó el curso de la conversación—. Lo tiene todo allí —señaló a la carpeta que tenía Keith—. Como comprenderá, el tiempo es dinero y si ya le hemos explicado todo en papel, no tengo porqué perder mi tiempo en esto —directo al grano, como una buena negociante. Eso le gustó a Keith que asintió con la cabeza en señal de estar de acuerdo con la mujer—. Sí le puedo decir que Cameron tiene un carácter muy difícil aunque es buena chica, la menor de mis tres tesoros y estoy segura de que ella será nuestra modelo perfecta para esta campaña. Como lo mencioné antes, queremos hacer ver que son chicas sanas, que comen sano y hacen deportes. Ninguna de esas cosas las hace Cam desde hace un par de años. Está pasada de peso y nuestros asociados exigen que deba perderlo antes de empezar la campaña.

Keith hizo el intento de hablar pero Agnes levantó la mano en señal de que no terminaba de transmitirle su idea.

—Y como en este medio todo tiene que ser un show —hizo un énfasis con su voz y volvió los ojos al cielo cuando pronunció la última palabra—, el canal de TV con el que estamos asociados es el mismo al que el Sr. Ross le vende los programas de su reality y por supuesto…

—Quieren hacer un programa con Cameron y conmigo —le interrumpió Keith.

Agnes hizo una mueca con la boca.

—Ya ve lo difícil que lo ponen en este negocio.

—Intentamos cambiar la oferta pero no fue posible —Eve no sabía cómo explicar la situación—. No queremos dar la impresión de que mamá está poniendo en la boca del lobo a su propia hija. Puede parecer que la está vendiendo a la industria para ganar dinero.

Keith no lo veía así, sin embargo, entendía el punto de Eve y sí, la audiencia podría llegar a pensar eso.

—Lo más importante para mí, Keith —le dijo Agnes con total sinceridad y un brillo especial en su mirada—, es la felicidad y bienestar de mis hijas. Deseo que Cam entre en este proyecto por dos razones; la primera, porque siempre ha sido su sueño. Modelar, posar ante las cámaras, ser reconocida por su rostro; y la segunda, es que la seguridad y estabilidad de mi hija regresen para que mejore su salud. Estoy convencida de que si vuelve a ser la chica de hábitos que era antes de cumplir los 18 años, regresará el amor por sí misma.

¡Listo! Razón suficiente para que Keith aceptara —sin pensar— la descabellada idea que estaba proponiendo el canal de TV.

—Cuente conmigo.

—Te recomiendo leer el informe —agregó Eve.

—Lo leeré, aunque ya mismo les digo que quiero formar parte de esto. Agnes dijo lo más importante «que Cam aprenda a amarse y amar el cuerpo con el que nació». Yo puedo hacer eso.

—Por eso le llamé, Keith —dijo Agnes con alivio en el rostro—. He estado viendo sus programas, la forma en la que trata a sus pacientes o clientes, como les quiera llamar. Tiene una habilidad especial para esto y se nota que lo hace con pasión.

—Me gusta mi trabajo, Agnes.

Eve lo veía encantada.

—Entonces, solo nos queda hablar con Cameron —retomó Eve la conversación hacia su madre—. No va a ser fácil.

—Si me permiten, creo que podrían dejarlo en mis manos. Me leeré el informe —abrió la carpeta pera verificar algunos datos—. Con lo que tengo aquí es suficiente. De seguro se me ocurrirá algo que la rete a entrar en esto. Si les parece bien, mañana podríamos reunirnos por la tarde para afinar los detalles del plan que se me ocurra y posteriormente, programar una reunión con ella para hacerle la propuesta basada en nuestro plan —Keith sintió de pronto que les estaba dando a órdenes a las mujeres que eran sus «jefas»—. Lo siento. No debería ser yo quien esté haciendo los planes para esta delicada situación.

Agnes lo veía fascinada.

—Al contrario —se puso de pie haciendo que Keith respondiera a su acción y se acercó a él. Le tomó de la mano como símbolo de cierre de la propuesta y viéndolo a los ojos le dijo—: estoy segura de que usted va a cambiar a mi chica.

Cameron iba con prisa, como siempre. Cuando entró en el edificio en el que se encontraba la oficina de su madre, ya estaba sudada como si hubiese corrido el maratón de Nueva York y su humor, hacía quedar a un rottweiler con mal de rabia como un tierno cachorrito.

Sacó un pañuelo negro de su inmensa cartera de piel sintética y se empezó a dar golpecitos en la frente para secar las gotas de sudor que no parecían querer detenerse.

Pulsó el botón para llamar al ascensor y empezó a hacer inspiraciones y exhalaciones profundas. Pensó en aquel tiempo en el que salía a trotar todas las mañanas y no comía tanto.

A su cerebro le pareció buena idea jugarle la pésima broma de recordarle que, hacía doce años, llegó al mismo edificio, con la misma prisa, pero con unas ansias de comerse al mundo y de alcanzar su máximo sueño: convertirse en top model.

Tenía todo lo necesario. O por lo menos lo que ella consideraba necesario en aquel momento. Belleza, unas piernas kilométricas y unas curvas que dejaban a unos cuantos sin habla. Se mantenía en forma para siempre lucir bien y cuidaba su alimentación al máximo.

Aquella mañana nunca se le olvidaría porque fue la primera vez que descubrió lo cruel que podía ser la gente cuando te consideraban «diferente».

Cameron creía que sus curvas eran una virtud, pero la industria de la moda la consideró muy pasada de kilos. Hasta llegaron a decirle que tenía un trasero inmenso y que jamás sería capaz de rebajarlo.

Fue el primer duro golpe en su vida. Un golpe que la llevó a la obsesión con las dietas, pasando a los trastornos alimenticios y haciendo de su vida un infierno por algunos años.

Ni siquiera la gran Olivia Powell, su tía y fundadora de Fashion View, pudo hacer nada por ella y Cameron estaba segura de que a más de uno le habrá costado su puesto de trabajo por negarse a hacerle un favor a Olivia «la grande» como muchos le llamaban.

Sí, tiempos crueles para las mujeres que nunca alcanzarían entrar en una talla cuatro o seis.

Fueron varios los años de rehabilitación que necesitó para quererse a sí misma y aceptar su cuerpo tal como era. Su familia fue incondicional con ella. Sus hermanas mayores fueron sus mejores pilares y sus padres, le dieron el cuidado y la atención que tanto necesitaba en ese entonces.

Era como estar en una montaña rusa. Un día controlado con una alimentación sana, otro día saciando su ansiedad de forma desmedida y luego, la culpa la abordaba haciéndola estar tres y cuatro días sin comer nada. El ciclo se repetía una y otra y otra vez.

Así pasaron los años para Cam, dejando pasar el tiempo, los estudios universitarios, las amigas, hasta que Olivia murió a causa del estrés provocado en la revista. Ese fue el «hasta aquí» de Cameron y a raíz de ese suceso, decidió volcar toda su ansiedad en los dibujos.

Pasaba horas sumergida en su talento, creando dibujos fantásticos. Después de muchos años y de muchas terapias, cuando asumió que ella no entraba en el mundo de las pasarelas y ya llevaba un tiempo con cierta estabilidad emocional y alimenticia, sintió que era el momento de hacer algo más por sí misma y refugiada en su nueva pasión por los dibujos, pensó en un renacer para ella.

Un renacer que la acompañara de por vida para no olvidarse de todo lo que pasó por intentar alcanzar sus sueños. Para recordar que siempre debía tener cuidado y no caer en los extremos porque a veces, por alcanzar tus sueños, podías poner tu vida en riesgo y nada, absolutamente nada valía más que tu propia vida.

Con esa idea en mente y un poco de inspiración por parte de las musas, Cameron dibujó un Ave Fénix que dejaba en trance a todo el que lo veía porque era como apreciar una obra de arte.

  Pidió que lo plasmaran en su espalda en un estudio de tatuajes y Joe, quien la tatuaría, cuando vio el dibujó quedó sin habla y supo que, ante él, tenía un talento que no podía dejar ir. La majestuosidad del dibujo y la increíble manera en la que Cameron mezcló los colores en el papel para enseñar lo que quería llevar de por vida en su blanca piel, hizo que Joe la invitara a formar parte del equipo del estudio como aprendiz.

Joe sabía reconocer a la gente buena y con talento. Sabía que allí tenía una gran artista y quería desarrollar todo el potencial de la chica. Lo logró. Tanto, que Cameron descubrió en los tatuajes una ferviente pasión y pronto consiguió abrir su propio estudio el cual gozaba de buena fama.

¡Cómo podían cambiar las cosas en doce años!

Suspiró.

Aún se daba ligeros golpes en la frente con el pañuelo cuando, por fin, el ascensor abrió sus puertas frente a ella.

Entró y justo antes de que las puertas se cerraran de nuevo, una mano masculina interrumpió el cierre de las mismas.

En ese momento, Cameron dejó de pensar porque lo que estaba frente a ella era lo suficientemente guapo como para perder el tiempo pensando y no admirar lo que la vida —por casualidad— le ponía ante los ojos.

Vestía tal como le encantaba a ella que un hombre vistiese para ir a la oficina. Un traje de tres piezas azul marino que le quedaba perfecto. Saltaba a la vista que el hombre hacía ejercicios porque era musculoso pero delgado.

—Buenos días —la saludó y sus encantadores ojos azules, hicieron sentir avergonzada a Cameron.

Siempre le pasaba lo mismo cuando veía a un chico guapo y atlético, porque estaba claro que era poco probable que se fijara en ella. Hacía un par de años se llevó una fuerte decepción amorosa y le perjudicó en todos los sentidos. Podría decirse que pensó que aquel Romeo que formó parte de su vida —por seis meses— sería el amor de su vida, pero lamentablemente, Romeo antepuso su bohemia vida al amor que sentía por Cameron y se fue a recorrer el mundo con su adorada mochila.

Cameron quedó devastada y cayó de nuevo en un círculo vicioso con la comida. Abandonó por completo los ejercicios y subió de peso. Desde entonces, su autoestima estaba bastante baja y en la actualidad, no podía evitar sentirse sonrojada y como una completa tonta cuando un hermoso hombre como el que tenía enfrente le sonreía. Así supiese que la sonrisa era por pura cordialidad.

El hombre la vio de nuevo, haciendo que sus mejillas ganaran una tonalidad rosa intenso.

—¿Te sientes bien?

Cameron estaba a punto de pedir que la pellizcaran a gritos porque no se creía que ese hombre le estuviese hablando a ella. ¡Por todos los santos! ¿Qué hizo de bueno esa semana para ser tan afortunada?

—Sí —respondió ella secándose el asqueroso sudor que estaba aparecía de nuevo en su frente.

Él le sonrió.

—Un buen truco para no sudar tanto es hacer ejercicios con más frecuencia —le dijo justo en el momento en el que las puertas del ascensor se abrían de nuevo.

La cara de Cameron cambió a una tonalidad rojo intenso. Ya sabía ella que ese hombre no podía ser tan perfecto y hermoso al mismo tiempo. Algo defectuoso tenía que tener. De la nada, volvió a dominarla el humor de perro rabioso.

—Lo dice un cretino que seguro no duerme y no come por hacer ejercicios ¿no?

Él soltó una carcajada.

—Soy un experto en el tema —le extendió una tarjeta de presentación y salió del ascensor.

Cameron no se lo pensó dos veces, rompió la tarjeta en dos y sintió que se le escapó un ligero gruñido de la garganta cuando él le dijo:

—Nos veremos pronto —y le guiñó un ojo.

***

Keith salió del ascensor sonriendo. Esa chica tenía el mismo temple que su madre y la belleza superaba a la de Eve. Le reconoció por las fotos que vio en la carpeta que Agnes le entregó el día anterior para que estudiara su caso. Las fotos no le hacían justicia a la belleza de aquel rostro en vivo, con todo y sus kilos de más.

La pobre contaba con un caos de alimentación y sin duda, necesitaba salir con algo de motivación de esa espiral de ansiedad en la que estaba sumergida.

Keith sabía que iba a ser un trabajo difícil pero le gustaban los retos.

—Buenos días —le recibió Eve con una amplia sonrisa cuando lo vio entrar en el bufete de abogados que estaba ubicado en el mismo edificio de la revista, unos pisos más abajo.

—Buen día —le saludó él guiñándole un ojo y ella, amplió su sonrisa—. Me acabo de topar con tu hermana en el ascensor. Todo está saliendo como lo planificamos anoche.

—Entonces de seguro que aceptará la propuesta de mi madre. Voy a buscar el contrato para que lo firmes.

Keith asintió con la cabeza mientras veía salir a Eve de la oficina y pensaba en lo diferente que era ella como mujer.

La noche anterior, salieron a tomarse un café con la excusa de repasar el plan que, una hora antes, idearon en la oficina de Agnes. Era la segunda vez que Keith visitaba Nueva York y le preguntó a Eve por un buen lugar para cenar.

No fue una estrategia para salir con ella. De hecho, quería ir solo a cenar, por eso cuando ella se sumó a sus planes de repente, el entrenador supo que no iba a «encajar» en su estilo de chica. Ni siquiera dentro de la categoría «Solo por una noche».

No podía negar que se sentía atraído físicamente por Eve. Quien no lo hiciera, estaba ciego. Era guapa, educada, inteligente y muy sincera. Cualidades que valoraba en una mujer. Pero tenía serios problemas con la independencia femenina que, en una noche, intimidó a Keith.

Todo iba bien durante la velada hasta que el camarero les llevó la cuenta y ella le arrancó la factura de las manos. Estuvo a punto de armarse una batalla campal porque ella decretó que cada quien pagaría su mitad con los céntimos exactos. Cuando el entrenador entró en su habitación del hotel y recordó la velada, estalló en carcajadas recordando la actitud de Eve. Nunca se había topado con una mujer como ella. Y experiencia con las féminas tenía de sobra, pero hasta entonces, no le había tocado una que se ofendiese porque le abrían la puerta del restaurante o que sacara las monedas —como las abuelitas— para pagar los céntimos exactos de la cuenta.

Existía de todo en el mundo y aunque podía parecer que la actitud de ella le hiciera pensar «esta chica es diferente y me gusta» con Keith, ocurría lo contrario. A él le enseñaron en casa a ser un caballero. Su padre siempre le dijo que a las mujeres con las que salía, debía cortejarlas. Y él disfrutaba de eso así fuese para conseguir una noche de sexo. Para él debía existir un juego previo y sin eso, era muy difícil pasar a una segunda cita.

—Aquí están los papeles —le dijo Eve colocando una carpeta encima del escritorio con un bolígrafo al lado—. Vamos a firmarlos y luego subimos, que mi madre me dijo que Cameron está con Brooke en su oficina.

Keith sabía, por el informe que le entregaron, que Brooke era la mayor de las hermanas Collins.

El hombre firmó en donde correspondía.

Cuando finalizó, Eve amplió su sonrisa y le dijo acercándose a su oído:

—Deberíamos salir a celebrar que vamos a vernos más seguido.

—Mejor esperamos a ver cómo sale todo —le hizo un guiño y con una discreta agilidad, puso un poco de distancia entre ellos.

—Vale —respondió ella batiendo las pestañas. Keith la vio alejarse y pensó que era una lástima que ella no se dejara cortejar, porque le habría encantado sujetar con sus manos esas caderas que se movían con suavidad de un lado al otro frente a él.

Sí que le habría encantado.

Eve Collins es una mujer independiente, un poco impulsiva y su eterna lucha por los derechos femeninos cada vez se aleja más del concepto original, intimidando a todos los hombres que se acercan a ella.

Es la relacionista pública de la revista Fashion View y además, la encargada de todos los involucrados en la nueva campaña “Se tú” entre ellos Liam Woods, vocalista y guitarrista de X69, una de las bandas musicales más famosas del país y que, en los últimos tiempos, han ganado más fama gracias a las imprudencias de Liam con el alcohol y las mujeres.

Eve tendrá que enderezar el comportamiento del vocalista y limpiar la imagen del grupo sin darse cuenta que, en el proceso, aprenderá algunas cosas que podrían cambiar su propio destino y por qué no, unir el de ambos.

Eve entró a la estación de policía con ganas de estrangular a Liam Woods.

No había tenido tiempo de buscar en internet la «gracia» que cometió el vocalista del grupo más famoso del país y del cual, ahora, ella parecía niñera.

Todo porque su madre y los demás asociados de la campaña «Se tú» estuvieron de acuerdo en ponerle un poco de música al evento y a el manager del grupo le pareció perfecto formar parte permanente del equipo de asociados, sobre todo, cuando el hombre se enteró que tendrían un relacionista público dentro del equipo y a disposición del grupo, que era más que obvio que les hacía falta con urgencia.

Aquello le pareció una locura de proporciones mayores cuando su madre se lo sugirió, pero no había nada qué discutir con Agnes Collins cuando se le metía una idea en la cabeza y su madre, sabía muy bien cómo aprovecharse de las debilidades de sus hijas.

Para muestra, un botón. Todo lo que había ocurrido con Cameron y Keith. Acababa de hablar con Brooke y se enteró de que el entrenador se le había declarado a su hermanita delante de millones de espectadores.

Y ella se lo perdió.

Otra razón más para estrangular a Liam.

Suspiró.

¡Como si pudiera!

Estaba perdidamente enamorada de Liam desde que lo vio, hacía años, en un concierto. Claro, ella lo consideraba como un amor platónico. Y de eso se aprovechó su madre cuando le dijo: «Vamos Eve, no puede ser tan malo, además, ese grupo es tu favorito y hasta donde recuerdo, soñabas con conocer al Sr. Liam Woods».

Eve le dio la razón a su madre pero también, le enumeró los continuos líos en los que se metían los integrantes de la banda y fue muy específica cuando le aclaró las razones por las cuales no debían asumir la responsabilidad de salvarles cada vez que hicieran una estupidez como la que iba a resolver ella en ese momento.

—Siento mucho hacerte venir hasta aquí, Eve. Pero la prensa no para de hablar y hablar y ya no sé qué hacer.

Eve suspiró mientras veía el cansancio reflejado en los ojos de Sean McAdams, el manager de X69. El hombre ya no estaba para aguantar el trajín que daban los chicos de la banda pero era fiel a ellos y a su trabajo. Un hombre de fiar.

—¿Qué hizo ahora?

—¿No lo has visto? —preguntó el manager con duda.

—No, Sean. Estaba en un evento importante de la campaña que involucraba a mi hermanita, cuando mi madre me exigió que viniera a limpiar el desastre de Liam. Me subí al coche y aquí estoy.

Sean la vio con compasión.

—¿Tan malo es? —Eve había estado al pendiente de todos los movimientos del grupo musical desde que firmaron contrato con ellos hacía unas semanas. Como «fan» prefería vivir sin saber en lo que estaban metidos y evadía los escándalos sociales que alimentaban con creces a la prensa porque se decepcionaba que fueran tan estúpidos como para hundir parte de su fama con mujeres y alcohol.

Parecía que se habían quedado presos de su adolescencia y se negaron a crecer con su cuerpo.

—Estaba con dos chicas en el coche. Nadie tenía ropa y…

Eve levantó una mano en señal de: No-digas-nada-más.

—¿Cuál es la situación?

El manager levantó los hombros.

—Se salva de que ambas chicas eran mayores de edad, así que solo le pondrán una fianza y podremos irnos a casa. Estoy esperando que arreglen los papeles necesarios. Pero creo que deberías ver las fotos.

Eve suspiró de nuevo y sacó su Tablet del bolso, se sentó en una silla que encontró disponible y abrió Google para escribir Liam Wo…

Antes de terminar de teclear, Google ya le estaba dando una frase bastante reveladora: «Liam Woods y la chica que se lo chupaba»

Eve frunció el entrecejo ante aquella oración mientras se terminaban de cargar las imágenes. No entendía por qué la prensa siempre tenía que ser tan vulgar en sus noticias. «Se lo chupaba»

Las imágenes se abrieron y entonces, Eve entendió que no había otra forma de llamar a aquella escena. Bueno sí, tal vez: «La chica que lo engullía»

Fotos de los tres, semi desnudos, cuando la policía les hizo bajar del coche. La indiscutible erección de Liam negándose a entrar de nuevo en los pantalones y el muy idiota, con cara de gloria saludando a la prensa.

¿Qué tan estúpido tenías que ser en la vida para no darte cuenta de que no es gracioso lo que estás haciendo?

 Respiró profundo y empezó a pensar en las declaraciones que le daría a las aves de rapiña que le esperaban afuera de la comisaria.

¿Es que, qué podía decirles?

Para empezar, tendría que decir la verdad porque no podía taparse el sol con un dedo y luego, disculparía a Liam diciendo que está bajo una gran presión que le produce estrés y que no tomó las mejores decisiones aquel día.

Eso. Intentaría ser breve y por supuesto, no dejar que nadie le hiciera preguntas a Liam.

Recogió su bolso y buscó con la mirada a Sean que no estaba por ningún lado.

—Oficial —preguntó en la recepción—. El Sr. Sean McAdams representante de Liam Woods ¿En dónde puedo encontrarle?

El oficial señaló detrás de ella y cuando se dio la vuelta, sintió que se estaba sumergiendo en una nueva dimensión. Le parecía que todos los movimientos de los presentes iban en cámara lenta.

Y podía ver con claridad cada uno de los gestos en el rostro de Liam que caminaba detrás de Sean.

Parpadeó un par de veces, intentando entender qué diablos pasaba con ella pero aquellos ojos negros ébano estaban clavados en los de ella y sentía que estaba a punto de desmayarse.

Su amor platónico, lo tenía allí, frente a ella, al alcance de su mano.

—Eve, ¡Eve! —sintió que Sean la sacudía por los brazos mientras ella solo veía embelesada a Liam y él, le sonreía con diversión.

—¿Tú eres la nueva relacionista pública del grupo? —preguntó con sarcasmo.

Ella solo pudo asentir con la cabeza.

—¡Ay, Sean!, es mejor que busquemos a otra. Esta solo es una más que está embelesada conmigo y no va a hacer bien su trabajo.

Eve parpadeó otra vez y sintió como si alguien hubiese tirado una piedra contra la pared de cristal que la mantenía en la dimensión desconocida.

—¿Qué dijiste? —le preguntó a Liam.

—Lo que escuchaste, o es que conocer a una estrella como yo te dejó sorda.

Eve respiró profundo y sintió que la sangre se le acumulaba en las orejas de la ira que se estaba apoderando de ella.

Empezó a caminar a la salida.

—Liam, de verdad, eres increíble —escuchó decir a McAdams y luego aceleró el paso para llegar a ella que ya estaba dispuesta a abrir la puerta de la comisaria—. Eve, disculpalo es que no sabe lo que dice.

—Ya veremos si lo repite de nuevo, permiso, por favor —McAdams le abrió la puerta para salir—. Y por favor, Sean, no soy una inútil, yo sola puedo abrirme las puertas.

Escuchó la risa sarcástica de Liam detrás de ella que le seguía los pasos junto con Sean y se aproximaban al enjambre de periodistas apostados en la acera.

—¡Liam! ¡Liam! —le gritaban cuando vieron que Sean ralentizaba el paso cogiendo a Liam del brazo y dejando a Eve ser carne de cañón.

Eve llevaba el ceño fruncido.

—Buenas noches —saludó a los presentes que la rodearon—. Lo ocurrido esta noche es bastante lamentable —Eve vio a Woods que mostró confusión inmediata—. Una situación que pone en entre dicho la fama del grupo, porque no se puede negar que sean excelentes músicos pero —su expresión cambió a lástima—, el Sr. Wood deja bastante claro la calidad de hombre que es al aprovecharse de su fama y su dinero para ir a conquistar fans que pudiesen tener la edad de una hermana menor —Liam la veía con odio y Sean no entendía qué diablos hacía—. Afortunadamente, parece que la justicia sí castiga como se debe y el Sr. Woods no solo fue sancionado con una fianza si no que, además, deberá cumplir labor social en diferentes centros durante seis meses.

¿Eso era lo que le iba a decir a los reporteros?

No. Pero ya lo había hecho y no salió tan mal porque resultó ser una sorpresa para la prensa y la venganza perfecta para su queridísimo amor platónico.

—Lo siento, debemos marcharnos —dijo a la prensa y luego vio a Liam y a Sean a la cara.

Los reporteros se disolvieron en un abrir y cerrar de ojos porque quedaron confusos con la noticia de que Liam se comportaría como un ser humano normal durante seis meses.

—Parece que eres buena diciendo mentiras —le guiñó un ojo a Eve que sintió que el corazón se le iba a salir de su lugar. «El corazón siempre sintiendo lo que no debe» pensó.

Le sonrió a Liam.

—Lo siento, Sr. Woods. Yo no digo mentiras y menos, para salvarle el pellejo a un engreído como usted. Solo estoy cumpliendo con mi trabajo y usted deberá acceder a lo que digo si lo que busca es limpiar su imagen y la de sus compañeros de grupo.

—¿No está hablando en serio, Sean? —el manager lo vio con satisfacción.

—Parece que sí, muchacho, tendrás que hacer lo que la señorita pide.

Los integrantes de X69 subieron al escenario en penumbras, entre aplausos y gritos de los presentes.

Los chicos estaban tan sonrientes como siempre que tomaban sus puestos y se preparaban para dar lo mejor de ellos con sus instrumentos sobre el escenario.

Nacieron para eso, no en vano tenían casi quince años tocando juntos y ganando más fama día tras día.

Aunque, en los últimos años, la fama la ganaban también por las imprudencias que cometían cuando decidían irse de fiesta, bueno, los que aún no estaban casados o comprometidos como era el caso de Liam, vocalista y guitarrista; y Cole, baterista del grupo. Alex y Harry, bajo y teclista respectivamente, ya estaban casados y felices, además. Y Jamie, el segundo guitarrista, acababa de comprometerse.

Así que esos chicos solo alimentaban a la prensa con las canciones que se posicionaban en las listas más populares, eso sí, llegando a puestos importantes y en la mayoría de las ocasiones, manteniéndose allí por buenas temporadas.

Pero poco les importaba eso a los reporteros cuando tenían a integrantes como Liam y Cole dispuestos a darles de comer con fotos y conductas muy comprometedoras, como la de la policía que encontró a Liam con los pantalones abajo y una bonita rubia haciéndole un favor oral en su miembro.

Era hombre, ¿qué podía hacer?

Además, las mujeres se le regalaban a cada momento y era un poco estúpido ir a pagar por sexo cuando otras se te ponían en bandeja de plata y sin tener que pagar ni siquiera una bebida.

 Y sí, es cierto lo que le comentaron sus compañeros de grupo, inclusive Cole, de que pudo buscarse un hotel para pasarla bien con un poco más de privacidad, pero es que Liam no entendía de cuidar apariencias y de planificar un poco sus fiestas personales.

Liam Woods respondía a sus impulsos, sin complicaciones. Para él no existía un futuro a nivel personal porque nunca creyó en el amor ni de pareja ni de familia ni de nada.

Malas experiencias desde que era muy pequeño le llevaron a pensar que aquello no era para él. Una madre alcohólica, un padre desconocido, casas de acogida cuando el estado decidió arrebatarle la custodia a su madre luego de que ella pusiera en peligro la vida de Liam cayendo en un coma etílico.

Las casas de acogida fueron la peor época de su vida. Nunca se sintió parte de ninguna de esas familias a pesar de que algunas de ellas fueron buenas y cariñosas con él. Pero es que no se le daba bien aquello de ser organizado, metódico, estudiar, las buenas costumbres.

Las normas en general a Liam se le daban fatal.

Así que una cosa le llevó a otra y cuando cumplió la mayoría de edad, cuando por fin estuvo bajo su propio mando, se sintió feliz.

Aunque su felicidad durara apenas un par de días porque decidió marcharse de la última casa a donde le llevara la vida. Como de costumbre, su decisión no fue la mejor porque descubrió que, en pleno invierno, no era buena idea dejarse llevar por la vida.

La vida lo dejó tirado en un centro de indigentes, suplicando por cobijo y alimento porque no podía volver a la casa de la cual se marchó por razones poderosas. La primera, su orgullo; y la segunda, que no quería lastimar de nuevo a esa mujer buena llena de amor que le hizo sentirse querido por primera vez.

Aun recordaba a la dulce Helen que bien había podido ser su madre y que de ser así, estaba seguro que su vida habría sido diferente. Pero no se quejaba de las cosas que le pasaron porque gracias a todo ese sufrimiento y esa «mala suerte» tuvo la oportunidad de trabajar en un bar en el que aprendió a servir tragos y pudo encontrar una verdadera pasión: la música.

No tardó en reunir dinero y comprar su primera guitarra. Tocaba cada vez que tenía un rato libre y la suerte llegó a él pronto.

Primero conoció a sus mejores amigos, los integrantes de X69 y tras el primer toque en el bar, Sean McAdams les llevó directo a la fama.

Ahora estaban allí, en una tarima inmensa, con un público desbordado por sus canciones más sonadas, perteneciendo a un equipo de trabajo que parecía bueno aunque no fuese el favorito de Liam debido a la señorita esa que ahora era la relacionista pública del grupo.

Siempre estuvo en contra de esas personas por la simple razón de que a él no le interesaba que nadie viniera a limpiar el desastre que, según los demás, él provocaba. Le daba igual lo que pensaran y en esta ocasión, se dejó convencer porque, tres de los integrantes, estuvieron a favor de la sugerencia de Sean cuando les comentó que sería buena idea participar en la campaña que ofrecía la revista de modas pero que tendrían algunas normas que cumplir.

Claro, ya eso le había espantado y Sean lo sabía, pero no le quedó más remedio que aceptar todo aquel absurdo cuando Alex, Jamie y Harry estuvieron de acuerdo con que alguien se dedicara a limpiar la imagen del grupo y le demostrara al público que algunos integrantes estaban dispuestos a sentar cabeza y hacer bien las cosas.

Las mujeres… eso era todo y Liam lo sabía.

Las mujeres cambian a los hombres. Antes de encontrar a Emma, Alex estaba a punto de ser considerado una estrella porno; y si en la época en la que Harry hizo miles de estupideces hubiese existido internet, la buena y estupenda Lucy no se habría casado con él porque, para contradicciones, la vida. Lucy era lo más parecido a una monja y no quería ni pensar en lo mal que lo pasaría si viese con sus propios ojos, o peor aún, si quedase al descubierto las pruebas de las locuras de Harry con las mujeres, drogas y alcohol.

Pero ahora era un señor recatado. Ocultando los tatuajes en su inmaculado traje dominical cuando asistían a la iglesia.

Y Jamie, el bueno de Jamie estaba libre de algunas cosas. Su problema principal eran los casinos así que mientras los tuviese lejos, todo podía ir bien con él. No era que fuese un santo pero sus acciones no eran tan tomadas en cuenta.

El público hizo una ovación cuando el grupo terminó de tocar y se apagaron las luces.

—Muy bien, chicos. Sonamos estupendo hoy.

El público pedía más.

Los chicos se vieron y sonrieron.

—¿Una más? —preguntó Alex.

—Andando —Cole se sentó de nuevo detrás de la batería e hizo chocar sus baquetas.

El público gritó enloquecido.

Y tocaron la primera canción de ellos que alcanzó los primeros puestos de Billboard.

La gente gritaba como loca.

Liam se movía en el escenario de un lado al otro exprimiendo el sonido de su guitarra. Le gustaba sentirse libre estando allí arriba, por eso siempre exigía micrófonos inalámbricos.

En uno de sus movimientos, divisó en el backstage a la mujer esa que ahora era la encargada de limpiar el nombre del grupo. La chica estaba cantando desinhibida la canción que Liam entonaba en ese momento.

Lo sabía. Era fan de ellos. Lo había visto en la estación de policía cuando por poco tiene que limpiarle la baba después de verlo frente a ella.

De seguro era una de esas que lo consideraba su amor imposible.

Liam le sonrió con descaro, haciendo que la chica dejara de cantar y se le escapara el color del rostro.

Sí, claro que le gustaba. Sonrió de nuevo pero para sus adentros porque después de todo, la chica no estaba nada mal y tal vez, podían acabar metidos en la cama o no, mejor, en la parte trasera del coche en frente de un parque infantil a horas inapropiadas.

Sí, sería interesante ver cómo la chica saca de eso al grupo y a ella misma.

Quizá, después de todo, Liam tenía en sus manos una buena oportunidad de librarse de la estúpida idea de hacer labor social para que los periodistas se aburran de él.

***

Eve dejó de cantar apenas la boca de Liam se curvó un poco dejándole ver una hermosa sonrisa. Esa sonrisa que le cautivó la primera vez que lo vio en la portada de una revista hacía tantos años. En los inicios del grupo.

Liam tenía todo lo necesario para gustarle a Eve: era alto, delgado, cabello negro, llevaba una barba descuidada de tres días y el conjunto de tatuajes que tenía en sus brazos y torso le daban ese aire de chico malo con el que soñaba Eve. Porque con esa clase de chicos solo se soñaba, eran los clásicos que, en la vida real, atraían todos los problemas hacia ellos.

Tal como era el caso, Eve ladeó la cabeza y arqueó las cejas como si necesitase afirmar su propio pensamiento.

¿Cuántas noches soñó con que Liam venía por ella a casa y la llevaba a un concierto en calidad de novia?

Miles.

Miles de noches y de días, porque no solo soñaba con los conciertos. No. Soñaba con llevarlo a él a los eventos familiares, soñaba con meterlo en la tina y bañarse con él, dormir con él y un montón de cosas más con él.

Y ahora no podía creerse que estaba allí, ante el grupo completo, en el backstage del concierto y sabía que, lo mejor, venía después. Un coctel que su madre organizó con todos los asociados de la campaña como anfitriones y por supuesto, ella podría codearse con los chicos sin ningún problema.

—Se te va a salir la baba —Brooke rompió el encanto de Eve cuando se acercó a ella justo en el momento en el que la banda terminaba de tocar.

—Déjate de tonterías que el hombre es un idiota.

Brooke soltó una carcajada.

—Si lo amas de toda la vida.

Eve la fulminó con la mirada.

—No pienso tener una aventura con Sr. Rebeldía-me-acuesto-con-todas.

—¿Por qué no? Además, tu no piensas tomar en serio ninguna relación, según me dijiste la última vez que saliste con el chico ese que era un encanto y que se hartó de tu feminismo —Brooke hizo el gesto de las comillas con sus manos.

Eve puso los ojos en blanco.

—No empieces, ¿sí? —Le reprochó a su hermana—. Ya estoy cansada de que me juzguen por ser defensora de los derechos de las mujeres.

Brooke la abrazó.

—Hermana, es que la que no entiende que se desvió de la lucha real hace mucho tiempo, eres tú. Mamá te lo repite todo el tiempo.

Sí que se lo repetía, pero el orgullo de Eve era indomable y le costaba sobremanera cambiar de actitud con los hombres en lo que a relaciones amorosas se refería.

Su lucha feminista se había desviado hacía mucho tiempo, no sabía cuándo, pero ella sola podía darse cuenta de que hacía sentir inútiles a los hombres y eso no era una lucha por la igualdad de derechos.

Era muy difícil cambiar de actitud, sobre todo cuando se daba cuenta de que podía enamorarse de alguien porque el chico de turno era encantador con ella. En esos momentos era cuando peor les hacía sentir.

—Aquí vienen los tórtolos —anunció Brooke sacando de sus pensamientos a Eve y dejándole ver a la más pequeña de las Collins acercarse a ellas tomada de la mano de su entrenador y ahora novio, Keith.

Las chicas se abrazaron como de costumbre.

—¿Estás nerviosa? —le preguntó Brooke a Cameron y la chica asintió con la cabeza.

—¡Bah! —Eve sonrió orgullosa—. Estoy segura de que vas a hacerlo súper bien. Además, estás bellísima.

Los empleados iban y venían de la tarima con rapidez. Estaban dejando todo en orden para que continuara el show. Se estaba dando inicio a la campaña y todas las modelos participantes estaban listas para salir a conquistar al público en un desfile organizado por Fashion View para mujeres reales.

—Eso espero —Cameron buscaba a alguien con la mirada—. ¿Y mamá?

—Está abajo en la sección VIP del evento con los asociados, si gustan, pueden ir con ella —les dijo Eve a Keith y a su hermana mayor—. Yo me quedaré con Cam.

—De ninguna manera —respondió Keith pasando uno de sus brazos por los hombros de Cam—. A esta hermosa modelo, yo la voy a ver desde aquí.

Eve sonrió cuando el hombre le estampó un cariñoso beso a su hermanita.

Se veían tan felices. Tuvo la oportunidad de ver la declaración de Keith en el programa de TV y se alegraba de que todo hubiese salido bien entre ellos.

—Por cierto, te ganaste todo mi respeto y admiración después de esa declaración que le hiciste a Cam en frente de millones de espectadores —Eve le sonrió.

—Estaba aterrado de que me rechazara.

Todos rieron.

Las luces de los flashes de algunas cámaras fotográficas se dispararon sin control detrás de ellos.

Al final del pasillo, Eve pudo divisar la sombra de dos personas que se estaban tragando en un beso.

Cuando los flashes alumbraron de nuevo, se dio cuenta de que Liam y una de las empleadas estaban intercambiando fluidos bucales y dándole material de primera mano a los que pudieron colarse de la prensa.

—Hoy va a morir alguien, lo juro. —sentenció la relacionista pública antes de empezar a caminar en dirección de su nuevo cliente.

***

Liam tenía contra la pared a una chica que estaba dispuesta a darle una buena dosis de placer en el backstage. ¡Genial! Consideraba «perfecto» un concierto cuando acababa metido entre las piernas de alguna fan tras bajar del escenario.

Y le daba igual en dónde hacerlo. Liam no necesitaba privacidad para complacer a sus necesidades sexuales.

Claro, no contaba con que un huracán convertido en mujer podía desbaratarle sus planes en cuestión de segundos. No entendió qué diablos pasaba hasta que se dio cuenta de que estaba siendo arrastrado por la loca-limpia-conducta.

Se dejó llevar hasta el camerino. La chica era fuerte y estaba que echaba chispa.

Lo empujó dentro y cerró la puerta con fuerza.

—¡¿Qué demonios estabas haciendo allá afuera?!

—Algo que parece que tú nunca haces. De hacerlo, serías más feliz.

La chica se pinchó el puente de la nariz con los dedos, cerró los ojos y respiró profundo.

—Liam, por favor, no me hagas mi trabajo más difícil.

Él no pudo evitar sonreír porque sabía que eso no iba a pasar y notó cómo su sonrisa desconcentró a la chica. Vamos, tenía años en ese medio y sabía cuándo sus sonrisas ponían nerviosas a las mujeres.

Se acercó a ella.

—Mira, si no te gusta cómo soy, lárgate y búscate otros clientes que sean más cordiales y menos exhibicionistas.

—¿Qué? —la chica parpadeó un par de veces.

Liam sonrió de nuevo y ella estuvo a punto de perderse en su sonrisa una vez más, pero el cantante se llevó una decepción al ver que ella hizo uso de su fuerza de voluntad para reducir el daño colateral de aquella sonrisa.

—Me encantaría largarme, Liam Woods, para mí desgracia estamos atados a un contrato.

Liam se acercó a ella.

La chica empezó a respirar entrecortado. Estaba nerviosa.

Era una chica guapa. No podía negarse y tenía un buen culo, cosa que le atraía mucho en una mujer. La vio de arriba abajo.

—Te pongo nerviosa —le hizo un guiño de ojo—. Ya sabes que me gusta acostarme con mis fans.

Y la que no soñara en acostarse con él, era una completa tonta.

Sus mejillas subieron diez tonos de intensidad.

—Sí, Liam, soy fan —respondió ella con nervios—. Pero eso no quiere decir que me voy a acostar contigo.

Él suspiró.

—Es una lástima. La pasaríamos muy bien juntos.

Ella soltó una carcajada y Liam observó que recuperó el ímpetu con el que le arrastró hasta el camerino.

—Yo no podría pasarla bien con un patán como tú. Usas a las mujeres como si fuesen un objeto sexual y…

Liam la interrumpió de inmediato. Nada de sermones, podía tener muy buen culo pero odiaba los sermones y a las mujeres que no hacían más que decir que los hombres las trataban como un objeto sexual.

—Oye, linda, por favor, lárgate ya.

A la chica se le pusieron las orejas rojas.

Se acercó a él.

—Vuelve a llamarme «linda» de esa manera despectiva y vas a tener que visitar con urgencia a un odontólogo.

La chica gruñía.

Liam soltó una carcajada que la enfureció más.

—Estoy seguro de que eres como un maldito chihuahua de esos que van gruñendo y no hacen nada porque…

Liam no pudo terminar de hablar porque, el puño de Eve, se estampó sobre su nariz.

***

—¿Se puede saber porque el Sr. Woods nos quiere demandar? —preguntó la Sra. Collins madre de Eve y gerente general de la revista Fashion View.

Eve estaba sentada en el sillón de la oficina de su madre, con los brazos cruzados en el pecho y cara de pocos amigos.

Era difícil explicarle a su madre que ya no quería seguir siendo la responsable de limpiar los desastres del «Sr. Woods». Odiaba cuando su madre hacía referencia a ese patán en esa forma tan respetuosa.

Además, la noticia ya era bien sabida. El muy cretino se encargó de decirle a la prensa que el golpe recibido, se lo había dado su histérica relacionista pública.

—Mamá, no tengo nada que decirte. Ya sabes lo que ocurrió. Y ya deja de hacerte la que no sabes nada, porque bien que lo sabes.

Agnes respiró profundo.

Y se pinchó el puente de la nariz con los dedos tal como lo hizo Eve cuando Liam le estaba sacando de quicio.

—En primer lugar: soy tu madre y merezco un poco de respeto. En segundo lugar: soy tu jefa y me merezco más respeto y una condenada explicación por tu parte; y en tercer lugar: la única tonta aquí eres tú, que te doy varios días para que me des una explicación del por qué le pegaste y de cómo piensas aclarar lo sucedido ante la prensa porque están desesperados por saber tus razones. Así como yo.

Eve resopló.

—¿Puedo renunciar?

Agnes la vio con duda y con sarcasmo.

—No es una cualidad tuya querida hija, tu afrontas los problemas así lleves una bala en la cabeza.

—Estaría muerta de ser así.

—Exacto, hasta muerta resolverías un problema porque, para ti, representan retos y mientras más intensos los retos o más difíciles, más te gustan. Así que no entiendo por qué te resulta tan complicado mantener la calma con el Sr. Woods.

—Me llamó «Linda».

Agnes se colocó una mano en la frente.

—¿Y por eso le diste un puñetazo en la nariz?

—Fue la forma en la que lo hizo.

La Sra. Collins la vio por unos segundos directo a los ojos.

Eve le mantuvo la mirada, no era costumbre de ella evadir la mirada de su madre aunque supiera que se había equivocado. Como era el caso.

Sí, en realidad se excedió un poco con Liam. No había debido pegarle y asumiría toda la responsabilidad del caso.

Agnes respiró profundo de nuevo.

—El Sr. Woods ha accedido olvidar su demanda si asistes con él a todos los centros a los que planeas llevarle para que haga su labor social.

Esta vez la que respiró profundo fue Eve.

Su plan era llevarle y dejarlo con alguien, no quedarse ella cuidándole.

—No soy niñera, mamá. No me hagas esto.

Agnes le dejó ver una mirada de preocupación.

—La demanda será por agresión y eso, Eve, te deja en una muy mala posición ante la gente que cree en tu lucha en contra de la violencia y de la igualdad de derechos entre géneros. El Sr. Woods…

—¡Con un demonio, mamá! ¡Deja de llamarlo Sr. Woods! —Eve la interrumpió exasperada—. Con un cuerno que es señor. Si ese tipejo es señor, yo bien puedo ser la reina de Inglaterra.

Agnes enarcó una ceja.

—Con esa actitud, dudo que puedas llegar a ser algo. Y reina de Inglaterra, menos. No estoy entendiendo muy bien tu comportamiento y no tienes muchas opciones. Ahora que tu hermana está con Keith, en Los Ángeles, cumpliendo algunos compromisos de la campaña, tu misión inmediata es que el grupo que representa la campaña tenga una buena imagen. Para eso se te paga, porque es tu trabajo.

Eve sentía que el labio inferior le empezaba a temblar de la rabia. Quería renunciar.

—No voy a aguantar ni un día con ese neandertal.

—Ya verás cómo te las ingenias para trabajar en conjunto con el Sr. Woods —esas últimas palabras las dijo con fuerza y arrastrando las «S».

Ambas se mantuvieron en silencio por unos segundos.

Quizá su madre iba a matarla después de escucharle decir lo que se le pasaba por la cabeza en ese silencio, pero tenía que intentarlo.

—¿Y si asumo la demanda con todo lo que ello conlleva?

La Sra. Collins se puso rígida.

—Echarías abajo todo lo que nos ha costado levantar de esta campaña y además, tu imagen quedaría muy dañada a pesar de hacerle ver al mundo que eres una fiel defensora de los derechos de las mujeres, que aborrece la violencia en especial la de género. ¿Qué crees que va a decir la prensa de ti?

Agnes Collins frunció el ceño. Se levantó de su asiento y se dirigió al teléfono que tenía en su escritorio. Marcó la extensión de su secretaria.

—Dígame, Agnes —no soportaba que la gente la llamara Sra. Collins, le recordaba a su suegra con la que no tuvo buena relación.

—Sí, Carol, por favor, en cuanto pueda, haga citas inmediatas en las instituciones a las que Eve asistirá con el Sr. Woods para realizar labor social. Cuando tenga la lista, le envía una copia a Eve a su oficina y me deja una copia a mí también por favor.

—Sí, señora. ¿Algo más?

—Sí, organice una cita urgente con el Sr. McAdams, por favor. Para entonces, necesitaré una copia de los centros a los que irán en labor social.

—Como diga, señora.

—Gracias, Carol.

Agnes colgó la llamada.

Eve estaba acorralada.

—Ya escuchaste lo que le he pedido a Carol, así que, por favor, si no tienes más nada útil y sabio que agregar a nuestra conversación, es mejor que te levantes y continúes con tus responsabilidades que para eso te pago.

—No estas siendo justa, mamá.

—Entonces, cuando quieras, redacta tu carta de renuncia y buscas trabajo en otro lado.

Eve apretó los labios para contener las palabras que se le agrupaban en la tráquea haciendo un nudo cada vez más fuerte en el interior de su garganta.

Brooke Collins es una exitosa recolectora y caza tesoros en Nueva York.

Las antigüedades le inspiran y le apasionan tanto, que piensa que sus bajones emocionales son ocasionados por los períodos en los que no encuentra alguna subasta importante o alguna pista qué seguir para encontrar algún objeto fascinante.

Pero las recientes y exitosas relaciones amorosas de sus hermanas, le demuestran que está muy equivocada. Su vida con Brandon seguirá siendo tan monótona y aburrida como siempre aunque consiga comprar la antigüedad más valiosa del mundo. Sabe que debe dar el paso y romper con aquello que la está haciendo sumamente infeliz.

Lo cual supone un cambio radical en su vida, que celebra con un viaje improvisado en el que se topará con una subasta inesperada que pondrá su mundo entero de cabeza cuando conozca a Roger Watson, un hombre carismático junto al que descubrirá, entre otras cosas, una colección importante de objetos antiguos.

¿Roger será capaz de mantener vivo el interés de Brooke, logrando que ella se deje llevar por sus emociones y deje salir a la verdadera mujer que lleva en su interior?

¿Descubrirá Brooke que en los brazos de ese hombre la vida puede ser muy diferente?

Brooke entró en el recinto y a la primera que ubicó fue a Eve.

Estaba hermosa con su prominente barriga y su vestido de falda vaporosa. La felicidad se le salía por los poros. Iba de un lado al otro organizando todo en el escenario en compañía de Liam. La complicidad entre ellos era absoluta. La forma en la que reían y sobre todo, la forma en la que se veían, daba una clara explicación al resto del mundo de que tenían una relación maravillosa.

Brooke suspiró y sintió la nostalgia que cada vez se le enganchaba más del pecho.

Giró un poco la cabeza y su mirada encontró a Keith. El perfecto caballero que rescató a su hermanita del pozo de la infelicidad en el que se había sumergido toda su vida. A su lado, estaba Cameron, que de vez en cuando le pasaba la mano de forma cariñosa por el brazo o reía como tonta cuando él la acercaba a su cuerpo y le daba un tierno beso en la coronilla. Brooke sonrió y negó con la cabeza.

¡Cuánta felicidad experimentaban sus hermanas! Se sentía feliz por ellas aunque no podía apartar de sus pensamientos esa asquerosa sensación de envidia. No estaba bien sentir envidia por la felicidad de las mujeres que más amaba en la vida pero tampoco sabía cómo evitarlo.

Sintió de nuevo la nostalgia hacer presión en su pecho.

—Si no te hubiese parido, pensaría que estás en la mejor época de tu vida…

—Pero como me pariste, me conoces mejor que nadie ¿no? —respondió Brooke a su madre abrazándola.

—Exacto —respondió Agnes—. Y como te parí, exijo que me digas qué diablos pasa contigo que, últimamente, estás retraída y con la mirada más lánguida que he visto en mi vida.

—Nada, madre.

—¡Que a mí no me vas a engañar! —Agnes vio alrededor de ellas—. ¿Brandon?

Brooke desvió la mirada de su madre y luego respondió como si nada.

—Seguro que llegará en cualquier momento.

Agnes negó con la cabeza al tiempo que Bob la sorprendió con un abrazo que hizo sonreír —a medias— a Brooke.

Le encantaba la forma en la que se trataban sus padres a pesar de que llevaban casados cuatro décadas. No lograba entender cómo lo hacían. Cómo su amor había sobrevivido intacto al matrimonio, la monotonía, las rutinas estrictas de su madre, los problemas económicos de algunas épocas. Ese amor sobrevivió a tres hijas y todas las alegrías de preocupaciones que conllevan los hijos. Cuarenta años después sus padres se veían y aún saltaban chispas de emoción entre ellos. Vio a sus hermanas abrazándose y sintió la necesidad de unirse a ese abrazo.

—Voy con las chicas.

Sus padres asintieron. Bob le hizo un guiño de ojo. Su madre solo pudo enseñarle su mirada de profunda preocupación a la cual ella trató de calmar con una fingida sonrisa que sabía que no surtiría efecto en Agnes.

Brandon.

Sus pensamientos, los últimos meses, no se apartaban de él.

Y no por amor precisamente, aunque tampoco sabía definir muy bien qué sentir cuando pensaba en él.

Cameron fue la primera en interceptarla.

—Ve a darle un beso a la barrigona que está a punto de subir al escenario —le dio un beso en la mejilla y la abrazó con fuerza—. ¿Estás bien?

—¿Tú también me pariste y puedes saber lo que me pasa?

Cameron largó una carcajada.

—No, ese poder es solo de la Sra. Collins, pero soy tu hermana y te conozco más de lo que crees.

Brooke negó con la cabeza.

—Sra. Collins —repitió divertida con sarcasmo—. Vas a morir torturada como se entere que la llamaste así.

—¡Bah! Un par de besos y la ablando de nuevo.

Ambas sonrieron mientras Brooke dejaba a Cameron y se acercaba a Eve, que iba tomada de la mano por Liam.

Lo primero que hizo fue acariciar la inflada barriga de Eve y sintió un leve movimiento en ella.

Abrió los ojos como platos por la sorpresa y sonrió en grande.

—Este será un futuro capitán de equipo de futbol. Ya verás —protestó Eve y Liam le dio un beso.

Brooke acarició de nuevo la barriga.

—¡Ya! Que no soy un Buda y no voy a darte suerte si me amasas la barriga —Eve apartó un poco la barriga y abrió los brazos—. Ahora, ven a darme un abrazo que las malditas hormonas van a acabar conmigo.

Brooke soltó una carcajada.

—Tú no vas a cambiar jamás —le dijo a su hermana—. Y tal vez sí deba tocarte más la barriga a ver si este pequeño me trae suerte.

—¿No va bien el trabajo?

—Luego hablamos —Brooke sonrió a medias y vio a Liam—. Mejor vayan a tocar que ya casi es la hora.

Liam supo interpretar su mirada y se llevó a Eve para subir al escenario.

Los presentes ocuparon sus puestos.

Todos hicieron silencio en cuanto Eve y Liam aparecieron sobre el escenario con sus instrumentos. Se colocaron en posición y empezaron a tocar sin dejar de verse a los ojos.

Organizaron aquel concierto para recaudar fondos para el centro de cuidados en el que estuvieron recluidos Helen y el General Johnson.

«Una manera magnífica de honrar la memoria de nuestros seres queridos» pensó Brooke con un extraño cosquilleo en la garganta.

Giró la cabeza buscando a Brandon. Todavía guardaba la esperanza de que llegara en cualquier momento. Esa mañana —como muchas otras desde hacía tiempo— no lo había visto al levantarse porque Brandon había adquirido la costumbre de ir al gimnasio muy temprano por la mañana y de ahí ir directo a su trabajo. Así que le envió un email recordándole el evento ya que no le respondió al mensaje del móvil porque seguro estaría ocupado en la oficina. Y tal como pasaba desde hacía algunos meses, ya era de noche y Brandon no daba señales de vida.

La melodía empezó a envolverla, Eve y Liam tocaban sus instrumentos con tanta pasión y tanta sincronía que cada fibra de su cuerpo podía sentir las notas musicales en su máxima expresión.

¡Cuánta sensibilidad había en su interior!

La música estaba despertando en ella una tristeza que llevaba mucho tiempo evadiendo y que prefería mantenerla dormida para no echar por la borda tantos años junto a Brandon.

Pero cada vez se acercaba más a ese punto en el que el gigante quería despertar y acabar con todo. Estaba harta, cansada de la monotonía, sentirse ignorada, llegar a casa más por compromiso que por placer.

Hacía unos meses que ella y Brandon mantuvieron una conversación que avivó un poco la llama del amor que alguna vez existió entre ellos y se hicieron algunas promesas que cada vez quedaban más atrás. Cada día la historia de ella y el que creía «el amor de su vida», iba quedando en el olvido.

Lo sabía al ver a sus padres, cuando veía a sus hermanas con sus parejas.

La melodía se hizo más intensa y con ella, la intensidad del cosquilleo en su garganta superó su optimismo y sus esperanzas. El monstruo de la infelicidad se despertaba instalando una fuerte presión en su pecho y arrasando todo con él.

Los recuerdos se hicieron presentes en sus pensamientos. Recordó cuando conoció a Brandon y la forma en la que se enamoró de él. ¿En dónde quedó ese hombre encantador que la conquistaba día tras día? ¿En dónde estaba el hombre que la deseaba cada noche como si ella fuese la diosa de la seducción?

Todo se era tan monótono entre ellos que ya hasta había perdido la cuenta de cuánto tiempo tenían sin sexo.

Vio a su padre susurrarle algo a su madre en el oído y la forma en la que Agnes bajó la mirada sonriendo con vergüenza, hizo que las cosquillas alojadas en la garganta de Brooke acabaran por formar un maldito nudo que la estaba asfixiando.

Y justo cuando todo el mundo se puso de pie, aplaudiendo al dúo musical por su maravillosa interpretación, decidió que era el momento de escapar de todo y de todos.

La estación favorita de Watson era el invierno. Sí, le encantaba verlo todo cubierto de nieve y el frío le invitaba a instalarse frente a su chimenea con una copa de brandy a leer sus libros favoritos de la historia de su país, la del mundo o cualquier libro de ficción histórica que cayera en sus manos.

Desde niño, Roger Watson se sintió atraído hacia la historia en general. Su abuelo, un veterano de guerra que a su vez era descendiente de un general de batalla en la guerra de secesión de los Estados Unidos, fue su mayor fuente de aprendizaje sobre la historia de su propio país.

Cuando todos los demás niños salían en la búsqueda de sus propias aventuras, Roger prefería quedarse en el regazo de su abuelo escuchando las viejas aventuras de sus antepasados mientras su abuela le llenaba la barriga de pan dulce y chocolate caliente.

¡Qué tiempos aquellos!

Sonrió mientras recordaba aquellos días y pensaba que sería más que agradable tenerlos aun en la casa que les había pertenecido y en la que él seguía viviendo. La heredó de su madre que lamentablemente, hacía un año, había fallecido de causas naturales.

Tenía una buena vida de recuerdos con sus familiares, incluso con su madre que siempre le mostró una sonrisa a pesar de vivir sumergida en una profunda tristeza gracias a que su padre o mejor dicho, el hombre que lo engendró, prefirió largarse tras sus malditos tesoros y dejarlos abandonados a él y a su madre, que lo amaba con locura.

Joan siempre mantuvo la esperanza de que Roger regresara a sus brazos y cuidara de ella y de su hijo. Lo llamó igual que él para que en su regreso, se sintiera orgulloso. Ella siempre le decía que era igual a su padre y cuando lo hacía, su mirada se cargaba de una extraña mezcla entre tristeza, ternura y felicidad.

Él jamás podría ser como su padre. No encontraba una manera válida de justificar el abandono de ese hombre. Su madre le contaba que sabía que Roger la amaba, que ella aun sentía vivo el amor que él le profesó y sabía que en cualquier lugar del mundo en el que ese hombre se encontrase, seguiría amándola como el primer día.

Era muy bonito pensar en la forma que ella lo hacía, pero Roger «hijo» era un poco más realista. Siempre ponía en duda ese inmenso amor que su madre decía haber recibido. ¿Cómo era que un hombre abandonaba al amor de su vida y a un hijo fruto de ese amor?

No podía entenderlo, ni siquiera siendo ya un hombre hecho y derecho. A veces, intentaba justificarlo pensando en que su pasión por los tesoros perdidos del mundo eran lo más importante en su vida y que, bueno, si lo comparaba con su pasión por la historia y por la búsqueda de alimentar esa pasión con más y más información día tras día, tal vez, podía entender a su padre de alguna manera.

Tal vez. Pero es que le costaba demasiado, porque a pesar de que su abuelo fue como un padre para él, nunca le perdonaría al verdadero no estar allí junto a él cuando más lo necesitó o no estar allí para su madre cuando ella lloraba a escondidas en su habitación porque sentía que no podría con la carga de mantener la casa y darle a su hijo todo lo que necesitaba. No se trataba solo de dinero. Sabía que su madre no era tan fuerte en su interior como le demostraba al mundo y no la culpaba. No ha debido ser fácil estar en su posición hacía tantos años atrás, cuando a las mujeres se les juzgaba mucho más y se les tenía una gran lástima si eran abandonadas tras quedar en estado. Y la verdad era que, más que por lo que él pudo haber sufrido gracias a la ausencia de su padre, lo que jamás le perdonaría era el sufrimiento que esa ausencia le generó a su madre.

Tenía el ligero presentimiento de que esa tristeza y sufrimiento fue lo que llevó a Joan a la muerte.

Negó con la cabeza para sacudirse de esos pensamientos que parecían no querer abandonarlo jamás.

—¡Profesor! —una alumna lo sacó por completo de sus recuerdos—. Solo quería entregarle el ensayo sobre la guerra de secesión que nos solicitó la semana pasada. Ayer no vine a su clase, porque el médico dijo que debía quedarme en casa por un par de días —la chica se vio la pierna escayolada.

Roger asintió.

—Cassie, ¿qué te ocurrió?

La adolescente se encogió de hombros.

—Digamos que estaba intentando salir de casa de manera inapropiada el sábado por la noche.

El profesor Watson no pudo evitar sonreír.

—Tendrás que perfeccionar la técnica cuando mejores —le hizo un guiño divertido.

Cassie soltó un bufido.

—¡Qué va! Mi madre me ha puesto una alarma con sensor en la ventana de la habitación y a menos de que aprenda a desintegrarme, no voy a salir de casa a hurtadillas más nunca.

—Tu madre es una mujer inteligente, Cassie. Solo quiere lo mejor para ti. Lo voy a corregir y en la próxima clase podrás ponerte al día.

—Gracias, profesor.

Vio a la chica alejarse manejando con torpeza las muletas de las que se sostenía.

Recordó cuando él también salía a escondidas por la ventana de su habitación. En más de una ocasión pudo haberle ocurrido lo mismo, pero parecía que era bueno evadiendo el peligro.

Sonrió de nuevo mientras se unía al río de estudiantes que salían con desespero por la puerta principal de la escuela secundaria en la que trabajaba.

 Desde pequeño tuvo muy claro que él quería compartir sus conocimientos de historia con el resto del mundo, y ¿qué mejor manera de hacerlo que con adolescentes? Muy a pesar de que amigos y conocidos le advirtieran de lo complicado que resultaría ser maestro de secundaria y darle clases de historia a un puñado de gente en plena etapa de rebeldía, él tomó el riesgo, como hacía con la mayoría de las decisiones que tomaba en la vida. Si no arriesgaba, no sabía si iba a perder o ganar.

Y con esto no falló. Ganó, tanto, que era el mejor en lo que hacía y los padres de sus alumnos lo adoraban casi tanto como su fuera un dios.

Caminó al aparcamiento y se subió en su pick-up. Estaba dispuesto a largarse a casa y pasar la tarde tumbado en el sofá leyendo.

Era su mayor hobby en la vida. Y gracias a que era un hombre muy organizado, podía pasarse las tardes disfrutando de su pasatiempo favorito.

Justo en el momento en el que puso el motor en marcha, su teléfono anunció una llamada entrante.

Número desconocido.

—¿Sí?

—Buenos días —saludó cordialmente su interlocutor—. Soy Russell Dorman, abogado del Sr. Roger Watson.

El profesor Watson le pareció no haber escuchado bien.

—Disculpe, creo no haberle entendido muy bien.

—Soy el abogado del Sr. Roger Watson ¿Es usted Roger Watson, hijo?

¿Qué maldita broma del destino era esa?

—Supongo.

Hubo un incómodo silencio tras la seca respuesta de Roger.

—Sr. Watson, como abogado y representante legal de su padre, llamo para darle la triste noticia de que ha muerto.

—¿Y qué le hace creer que eso pueda importarme?

—Disculpe. No quería crear incomodidades, pensaba que ustedes tenían buen trato, por lo mucho que hablaba su padre de usted.

Eso a Roger lo tomó desprevenido y removió sus emociones. ¿Su padre hablaba mucho de él y jamás se tomó la molestia de visitarlo?

Bufó.

—Pues se equivoca Sr. Russell y en vista de que me ha dado la noticia de su muerte, cosa que me tiene sin cuidado, puede dar por terminada nuestra conversación. Muchas gracias.

—No, espere —escuchó decir con desespero al abogado—. No cuelgue, por favor. Hay algo importante que debe saber.

—Sea breve —Roger no quería ser un maleducado con el hombre que, a fin de cuentas, solo hacía su trabajo.

—Su padre dejó algunos bienes y fue nombrado usted como único heredero en su testamento.

Roger negó con la cabeza.

—No me importa.

—Sr. Watson, disculpe la insistencia y la poca información que tengo sobre la relación que ustedes tenían pero creo que debería estar al tanto de todo lo que involucra la herencia.

—¿Entendió usted cuando le dije «No-me-importa»? —Roger respiró profundo y se recordó de nuevo de que el hombre no tenía la culpa del abandono de su padre—. Mire, Russell, le agradezco la intención y sé que usted solo cumple con su deber pero, aquí no hay nada que hacer. Ese hombre nunca existió para mí y me da igual lo que haya podido dejar en herencia. Dónelo a la caridad. No me hace falta el maldito dinero.

«No ahora» pensó recordando a su madre.

El abogado hizo una fuerte inspiración.

—¿Sabía que su padre era un caza tesoros?

—Sí y por esa razón nos abandonó a mí y a mi madre, porque sus condenados tesoros eran más importantes que nosotros.

El abogado se aclaró la garganta.

—Es una herencia importante. Solo la propiedad podría valer cerca de medio millón de dólares y nadie sabe el valor de los objetos en su interior porque solo usted es el autorizado para abrir el sobre que contiene la lista de los objetos antiguos más valiosos que tiene guardados en algún lugar secreto de la propiedad. Eso sin contar los objetos de menor valor que están a simple vista en el interior de la vivienda.

Roger sentía que iba a explotar de la rabia producida por la repentina aparición de su padre irónicamente después de muerto, una herencia valiosa que pudo haber librado a su madre de tantas angustias y la decepción de un hijo que esperó por casi cuarenta años ver llegar a su padre para aprovechar el tiempo perdido.

¿Qué sentido tenía recibir aquello que había heredado si lo que más hubiese querido en la vida no lo iba a tener jamás?

A su padre.

—Mire, Russell, como ya le dije, es algo que me tiene sin cuidado. Por favor, no insista más y dónelo a varios centros o a uno solo, como usted prefiera. Me da igual.

—Es imposible —sentenció el hombre—. El documento dice muy claro que, o usted acepta la herencia o deberá firmar para que todo sea subastado por separado y el dinero quedará en un fideicomiso para su descendencia.

Estaba sorprendido con esa jugada. Su padre se las había pensado todas y lo había dejado sin opciones.

—¿Y si no acepto y no firmo para la subasta?

No le iba a poner las cosas fáciles a su padre.

—En el plazo de un par de semanas, ambas cláusulas quedarán sin validez y entrará a regir la tercera clausula en la que se indica que la subasta se llevará a cabo de todas maneras con o sin su consentimiento.

Le empezaba a sonar parecida aquella insistencia por parte de su padre. Él era igual. Parecía que empezaba a descubrir cosas en común con el Sr. Watson.

Y eso no le hizo ninguna gracia.

—Pues entonces espere a que llegue ese plazo y lleve a cabo la subasta. Por favor, no vuelva a llamarme.

—Tendrá usted que estar presente en dicha subasta, lo siento. Debido a la quinta clausula… —el abogado se interrumpió—. ¿No prefiere que le envíe una copia del documento por correo electrónico? Es que unas cláusulas suprimen a otras y el documento es largo. Sus opciones no son muchas, Sr. Watson, lo siento.

Estaba empezando a exasperarse.

—Si le digo que estaré allí el día de la famosa subasta, ¿usted me dejará en paz?

—Es la decisión más sabia para todos, Sr. Roger.

—Entonces esperaré a que me indique el día y la hora.

—Así lo haré, hasta luego.

***

Brooke iba en su coche cantando a todo dar las canciones que tenía guardadas en un playlist especial que creó para el viaje que estaba realizando.

Ya habían pasado un par de semanas desde que estuviera en el concierto dado por su hermana y Liam, en el que sus sentimientos se removieron tanto que entendió que era el momento de dar grandes cambios. Empezó esa misma noche cuando decidió irse a un hotel y acabar con todo lo que la unía a Brandon.

Menos mal que la situación no fue trágica. Se sentaron como adultos en el sofá del salón y decidieron que, separarse, era lo mejor para ambos. Ya no había amor, pasión ni nada que los hiciera sentir aquella felicidad que Brooke tanto extrañaba y la cual quería encontrar de nuevo.

Después de eso, Brooke estuvo algunos días deprimida. Dio gracias de que sus hermanas estuvieran ocupadas en sus propios asuntos y no tuvieran mucho tiempo para dedicarle a su repentina depresión que se extinguió en el mismo momento en el que decidió emprender un viaje.

Tenía mucho tiempo buscando una buena subasta, una de aquellas que la dejaban sin habla con las antigüedades que encontraba dentro y si no llegaba ninguna a ella, pues entonces saldría en su búsqueda.

Sonrió mientras movía la cabeza y el viento fresco de la carretera le acariciaba la piel del rostro. Que hermoso estaba el paisaje, limpio, sereno y lleno de color. Una explosión de flores, aromas y colores era lo que reinaba en el inicio de la primavera.

Era el renacer de la tierra y ella lo veía como su propio renacer.

Llevaba muchos años en el medio de las subastas. Sobre todo la de los trasteros que dejan abandonados. Brooke se sentía atraída por los objetos antiguos y su madre decía que ella era una recolectora. La mayor de las Collins no solo iba en búsqueda de antigüedades, desde muy pequeña le encontraba un valor económico a todos los objetos usados —antiguos o no— que se encontraba. Decía que todo se podía vender así fuese por un dólar.

En casa solían hacerle bromas porque nadie entendía de dónde había salido. Su madre desechaba todo lo que no le servía o estaba viejo, sus hermanas imitaban a su madre y su padre, pues él solo hacía lo que le ordenaban.

Era un tanto desorganizada, llevaba las cuentas de una forma un poco caótica, no gastaba el dinero en tonterías como ropa, zapatos o peluquería, prefería gastarlo en viajes y antigüedades y su única rutina era su trabajo.

En lo único que se parecía al resto de las Collins era en la puntualidad. Bueno, eso lo tenían su madre y Eve, porque Cameron era la reina del retraso.

Sonrió ante la ironía de la vida de que su única rutina fue la que acabó su relación con Brandon, aunque su madre decía que sabía que eso pasaría en cualquier momento porque se precipitaron a tomar la decisión de irse a vivir juntos casi sin conocerse.

La verdad era que no podía discutir el razonamiento de su madre.

Aunque insistía en decir que había estado muy enamorada de él, ahora era consciente de lo diferentes que eran el uno del otro y daba gracias por haber entendido que el amor no aguanta tantas diferencias.

Abrió un chocolate con cuidado de no salirse del camino y tener un accidente. El GPS decía que faltaban unos cuantos kilómetros hasta el pueblo más cercano y ella se moría de hambre.

Su teléfono sonó.

Respondió activando el manos libres.

—¿Comemos juntas? —Era Eve—. Acabo de terminar mi rutina de yoga y estoy cerca de tu nueva casa, a ver si de una vez la conozco. Podríamos pedir chino. Me muero por comida china.

Brooke sonrió viendo a su alrededor.

—Lo siento, cariño. Me he ido de la ciudad y ahora estoy en algún punto del camino.

—¡Oh! No sabía que te ibas de viaje.

—Nadie lo sabe, eres la primera en enterarse.

—Vas a volver ¿no? —Eve preguntó asustada.

—No tengo fecha de regreso. Necesito encontrar algo de trabajo que me mantenga ocupada y… —suspiró—. Quiero buscar algunos cambios en mi vida.

—Espera un momento —dijo Eve y se escucharon algunos pitidos en el móvil.

—¿Sí? —era Cameron. Brooke sonrió, ahora estaban en conferencia.

—Hola, Cam —Eve la saludó emocionada—. Estamos en conferencia con Brooke que se fue de la ciudad y no sabe cuándo va a volver.

—¡Ujuuuuuuu! —gritó con emoción Cam al otro lado—. Es la mejor noticia que he recibido. Espera —se escuchó cuando le daba la buena nueva a Keith que estaba a su lado—. Keith dice que recorras el país entero o el mundo, como quieras, pero que no dejes de contarnos las maravillas que encuentres por ahí.

—Eso haré, pequeña.

—¿Mamá sabe que no estás en la ciudad?

—Nop.

—Le va a dar un infarto cuando se entere —comentó Eve.

—No creo —comentó Cameron—. Ayer hablé con ella y me dijo que te veía mejor y más animada. Es más, mencionó que le parecía que le ocultabas algo. Así que esto, ya se lo espera.

—A la Sra. Collins nadie la engaña ¿eh?

Las tres soltaron una carcajada.

—Oye, pero para el nacimiento de Aron si estarás ¿no?

—No me lo perdería por nada. Además, falta poco tiempo.

Eve bufó.

—Para ustedes faltará poco tiempo. Para mi aún es una eternidad. Parezco un pez globo, toda hinchada. Tengo la nariz como una patata y los pies, bueno, ya parecen patas de elefantes.

Todas rieron de nuevo.

—Que exagerada.

—Chicas, las dejo que quiero hacer el viaje en silencio y concentrarme, cosa que me cuesta un poco hacer.

—Vale, Vale. Espero que encuentres algún chico que te haga sonreír de vez en cuando.

—No voy buscando chicos, Eve.

—Sí, ahora como encontró al amor de su vida, se cree la reina del amor y quiere amor para todos —Cam protestó mientras las otras dos reían—. Yo deseo que te encuentres con una buena momia o un reloj antiguo o alguna cosa de esas llenas de polvo que tienen cien años de las que te encantan.

—Eso espero, Cam. Necesito un poco de aventura en el camino.

—Tú necesitas otra cosa…

—¡Déjala en paz, Eve! Adiós Brooke. Sé feliz y no olvides el camino de regreso a casa. Te amamos.

—Y yo a ustedes.

Colgaron la llamada dejando a Eve en medio de una protesta. Pobre. Las hormonas le tenían mal.

Pensó en su pequeño sobrino y en la emoción que le producía conocerlo muy pronto. Se imaginó cargando a ese bola de carne rosada con sus ojitos cerrados y su placida expresión en el rostro demostrando que estaba en la mejor familia que podía existir en el mundo y rodeado de mucho amor. Además, con un abuelo que parecía estar al borde de la locura con la noticia de que iba a tener un varón en casa.

Bob Collins adoptó a Keith y Liam como a sus hijos con los cuales iba a los partidos de béisbol, futbol, basketball. Iban a jugar golf. Decía que por fin hacía cosas de chicos con sus chicos.

Las Collins disfrutaban verlo tan feliz, entendían la ilusión que le hacía tener a cómplices del mismo género en casa. Sin embargo, sabían con total seguridad que, de volver a nacer y ser padre, Bob elegiría estar rodeado de nuevo —y sin pensárselo— por todas sus amadas chicas.

Sonrió. En los últimos días sonreía más de lo normal. Siempre había sido optimista y soñadora, pero lo había olvidado.

Y era un buen momento para retomar viejas costumbres que tanto bien le hacían.

Vio un cartel que le daba la bienvenida a un pequeño poblado al norte del condado de Lancaster en Pennsylvania. Vio el reloj en su coche 1.00 p.m.  

—Buen tiempo para hacer una parada, comer algo y seguir adelante —se dijo a sí misma mientras entraba en la calle principal del pequeño poblado.

Vio un restaurante italiano y decidió que no le daría más vueltas al asunto. Comería italiano ese día.

Aquel pueblo tenía un aire especial. Se colocó la sudadera que llevaba en el asiento trasero del coche, cogió su bolso y se fue directo al local.

Al abrir la puerta supo que había hecho una excelente elección. El interior estaba impregnado de un agradable aroma a especias italianas que despertaban el apetito del más inapetente.

—Hola, soy Lucille, y voy a atenderte el día de hoy —saludó una linda chica que no tendría más de veinte años con una dulce sonrisa e ingenua mirada. No se parecía en nada a las camareras de Nueva York.

—Hola, Lucille —saludó Brooke con simpatía—. Voy a querer una buena copa de vino tinto y el plato del día.

—¿No prefiere revisar la carta?

—No, linda, gracias. Además, estoy segura que con el olor que sale de la cocina, cualquier cosa que me pida estará buenísima.

—Muy bien. Enseguida le traigo la orden.

Brooke le hizo un guiño y de inmediato chequeó su móvil. Navegó unos segundos en las redes sociales a ver si encontraba alguna novedad, pero no. Todo seguía tal como lo dejó hacía casi tres horas al salir de la ciudad.

El mundo seguía su curso con normalidad.

Suspiró.

Recibió un mensaje de texto.

“Collins, subasta importante en una hora. Acaban de dar el aviso”

Era uno de sus colegas. Se mantenía en contacto con alguno de ellos, los más amables y con los que se podía negociar en caso de ser necesario. Desde hacía algún tiempo habían adquirido la costumbre de darse los avisos de las subastas que salían de improvisto, sin importar la competencia que pudiera existir entre ellos.

Brooke maldijo por lo bajo.

No le gustaba dejar encargos en las subastas. En realidad, a ninguno de ellos le gustaba esa situación porque era un compromiso tanto para el que asistía como para el que no. Si se hacía una buena compra te lo agradecían y se festejaba pero si ocurría lo contrario, podía haber problemas.

Cerró los ojos y maldijo de nuevo.

—Aquí te dejo el vino. De inmediato te traigo los fettuccini al pomodoro.

Le sonrió a la chica asintiendo con la cabeza y viendo fijamente el móvil.

¿Podía llamar a alguien para decirle que fuera a la subasta?

No. Cameron y Eve estarían muy ocupadas. Su madre le diría: «¿En-qué-diablos-estás-pensando?» Su padre compraría cualquier cosa por el simple hecho de comprarla y eso no era bueno para su negocio. Y sus cuñados no sabían nada del tema.

Así que no. No había nadie que pudiera echarle una mano.

“Subasta en una hora. ¿Vas?” Otro mensaje.

—¿Pero es que no se da cuenta que estoy pensando? —dijo en un susurro. Molesta con el destino por enviar una subasta en el momento en el que ella no se encuentra en la ciudad.

—Aquí está tu plato. Buen provecho —Brooke apartó los brazos de la mesa sin quitarle la vista al móvil.

—Gracias —le respondió a la chica y tecleó la respuesta del mensaje recibido.

“No estoy en la ciudad. Gracias, Malcom”

Bip.

“Parece que va a ser buena”

Odiaba cuando le hacían eso. Sabía que era para molestarla. Ella era la única chica del grupo.

“Espero que sea tan buena que te dé dinero suficiente para que puedas rentar tu propia casa y dejes de vivir con tu madre”

“Consíguete un novio, Collins, uno de verdad. Que te haga feliz. Sobre todo por las noches”

Ella le envió un emoticón de una mano enseñando el dedo del medio.

Y se acabó la conversación.

Los hombres de su entorno laboral no eran los más refinados ni los más caballeros. Así que ella había aprendido a hablar el mismo lenguaje que el de ellos. Simple supervivencia.

Respiró profundo.

Hizo su molestia a un lado. A fin de cuentas, nada podía hacer.

Entonces se dispuso a probar sus fetuccinis cuando entraron dos mujeres y se sentaron en la mesa a su lado.

—No lo sabe aún —dijo una de las mujeres. Tenía el cabello rojo como el fuego—. Lo llamó diciéndole que tenía que estar aquí hoy en la tarde.

—Pero no falta nada para el día del evento.

La otra mujer suspiró y su expresión era de real angustia.

—Que más vale se lleve a cabo con éxito porque fue mucho el esfuerzo que se hizo para organizar una subasta de esa magnitud en tan poco tiempo.

Subasta.

Palabra clave que le alegraba la vida a Brooke.

Aguzó el oído.

—¿Has entrado alguna vez a la casa del difunto Roger? —las mujeres seguían sumidas en su conversación.

—Una vez, hace años —respondió la otra—. Y te aseguro que no es en nada parecida a lo que dicen las historias.

—Es verdad. Ayer estuve allí por primera vez con Russell y me pareció una casa normal. Claro, Russell dice que esa es la impresión que me da porque no sé nada de antigüedades y esas cosas, pero él asegura que allí hay un montón de objetos de gran valor para los coleccionistas.

Brooke sintió que se le nublaba la vista con la emoción que, de repente, invadió su cuerpo.

Necesitaba llegar a esa subasta.

Le hizo señas a Lucille para que se acercara a la mesa.

—¿Algún problema con la comida?

—No, para nada. Está muy buena —era cierto, pero ahora no era el momento de hablar de la comida—. Lucille, dime una cosa, ¿estará muy lejos la oficina del Sr. Russell? —preguntó en un tono de voz alto para que las mujeres escucharan sin problemas.

—No. Aquí todo está muy cerca. Si quieres, antes de irte, te digo cómo llegar a su oficina.

—¿Lo busca para algo en particular? —preguntó la mujer de cabello rojo.

—Vengo por la subasta —respondió Brooke viéndolas a los ojos y mostrándoles su mejor sonrisa.

La mujer la vio con duda.

—Es extraño, porque yo he sido la que ha hablado con los asistentes y ninguno de ellos era mujer.

—En este medio todo se sabe, señora. Es por ello que he venido en persona a hablar con ustedes —Brooke sonrió con amabilidad.

—En ese caso, habría que ver si el Sr. Russell acepta su participación. Al parecer, esto será muy exclusivo.

—Pues nada más terminar de comer, si le parece bien, vamos a hablar con su…

—Jefe —la mujer se sonrojó y Brooke entendió de inmediato que esa mujer era algo más que una simple empleada en la vida del tal Russell.

Tal vez una amante.

Así eran los pueblos, un infierno de chismes.

—Muy buena idea —le dijo la mujer—. Yo soy Florence —le extendió la mano a Brooke quien le respondió como era debido—. Y ella es la secretaria del Sr. Russell, Sandra.

Se saludaron como era debido.

—Pues únete a nosotras para que no almuerces sola y al salir de aquí, vamos a la oficina. Igual el jefe ahora está almorzando en casa con su familia —agregó Sandra y Florence frunció el entrecejo.

Ese almuerzo iba a estar muy interesante. Se iba a enterar de todos los datos de última hora de cada habitante del pueblo.

Pero lo más importante era que tenía una subasta a la cual asistiría así tuviese que amenazar a Russell con ir a contarle sus sospechas a su señora esposa.

Sonrió divertida.

Parecía que el destino sí que le iba a dar una gran oportunidad de negocio después de todo.

***

Roger transitaba por la carretera que lo llevaría directamente al encuentro con el pasado que jamás conoció y que ahora, parecía que la vida se empeñaba en que debía conocer.

No iba de buen humor. En lo absoluto. Su fantástico humor se torció desde el día anterior, cuando el abogado, el tal Russell, le llamara para indicarle que debía estar en Pennsylvania para ese mismo día en la tarde y abrir con tiempo la lista de los tesoros escondidos de gran valor para poner en orden todos los papeles legales para llevar a cabo la subasta.

Bufó.

Es que le tenía sin cuidado si su famoso padre guardaba allí el mapa que llevaba a la mítica ciudad de El Dorado o el tesoro de alguna embarcación antigua perdida en el océano.

Había intentado librarse del condenado abogado, pero el hombre era muy persistente y solo para que le dejara en paz, una vez más, le dijo que haría todo lo posible por estar allí en el tiempo acordado pero la verdad era que Roger tenía planeado sabotear un poco la famosa subasta.

Jodería un poco los planes de su padre así como esos mismos planes le jodieron la vida en el pasado. Quizá, después de eso, podría dejar todo atrás, pasar la página y olvidarse de que Roger Watson había sido su padre.

Bufó de nuevo.

—Mamá, de verdad, ¿no podías ponerme otro maldito nombre que no fuese el mismo que el de ese hombre? —reprochó en voz alta y viendo al cielo.

Roger no era un creyente de la existencia bíblica del cielo y el infierno, pero le gustaba refugiarse en la idea de que su madre estaba en el cielo. Cómoda y tranquila. Vigilando que su hijo vaya siempre por buen camino.

Sonrió recordándola.

La extrañaba. Y a sus abuelos también. Ellos, en su vida, representaban la sabiduría, como consecuencia de la experiencia; la fuerza, como resultado del amor a la familia; y la unión, fruto del respeto como individuos por separado.

Su madre no tenía hermanos, así que no había ningún otro descendiente de su familia materna con quien compartir en «familia» y eso le incomodaba porque le gustaba sentarse a la mesa rodeado por sus seres queridos y comer hasta reventar mientras se cuentan historias o solo se habla de las cosas acontecidas durante el día.

Extrañaba eso.

Intentó la experiencia con la última chica con la que salió y la verdad era que no salió nada bien el experimento. No podía negar que Cindy le gustaba mucho, y había pensado en llevar las cosas al siguiente nivel con ella. Pero las escasas veces que compartió con su familia, sintió que no encajaba con ellos. Era una familia acaudalada, refinada y excluyente.

Sí, si no estabas al nivel de ellos, pues no valías mucho y eso le quedó claro la primera vez que los conoció y ellos se encargaron de resaltar —en toda la velada— que un simple maestro de secundaria no podría mantener —como era debido— a su querida hija. Incluso, llegaron a hacerle una mala broma comentando que, tal vez, si llegaban a casarse, él podría dejar el trabajo y ocuparse de la casa porque con el sueldo de Cindy, sería más que suficiente.

Lamentablemente, la chica asumió que era solo una broma y que no tenía por qué ser tan extremistas con esas cosas.

Cindy y él estudiaron juntos en la secundaria, y a pesar de haber salido en la adolescencia un par de veces, nunca concretaron nada. Pero en una reunión de exalumnos que se organizó, se reencontraron y desde entonces, intentaron no perderse la pista.

Tenían algunos encuentros ocasionales porque ella viajaba por trabajo. Había conseguido ser una importante agente de bienes raíces y estaba ganando mucho dinero.

A pesar de los primeros inconvenientes con la familia, Roger se sentía a gusto con ella cuando estaban solos. Y se entendían de maravilla en la cama. Cindy despertaba su pasión de inmediato y eso le gustaba. Pero llegaron a un punto en el que el sexo entre ellos era lo único que compartían porque en algún momento dejaron de comunicarse por completo.

Sus encuentros empezaron a ser muy ocasionales y simplemente sexuales. No existía un encanto previo, una conversación agradable. Un juego de seducción.

Y entonces se replanteó el dar el siguiente paso con ella.

Por supuesto, prefirió alejarse y refugiarse en su soledad. Nunca fue un hombre promiscuo. Tampoco era un santo, pero prefería esperar hasta que llegara una mujer que de verdad le moviera las fibras para dar el paso de salir con ella.

Le costaba acostarse con desconocidas. Roger era de esos escasos hombres que necesitaba establecer una conexión con la mujer para poder sentirse atraído físicamente por ella. Odiaba los cerebros vacíos y las conversaciones superficiales que era lo que se encontraba cuando salía al bar más famoso del poblado en el que habitaba.

Además, todos le conocían. En un poblado pequeño, después de vivir allí toda su vida, y decidir convertirse en el maestro de historia más famoso de la secundaria, era imposible que pasara desapercibido y en sus salidas nocturnas con sus amigos, encontraba a las mismas chicas de siempre.

Las que lo único que buscan es sexo; las que buscan tragos gratis; las que solo quieren besos y caricias; las que hablan sin parar y no dicen nada en concreto; las que nunca hablan y solo sonríen; y las muy listas que solo querían casarse con él.

No había nada nuevo y Roger estaba cansado de ver siempre lo mismo. Tanto, que ya casi ni salía. Además, sus amigos ya estaban «infelizmente casados» unos; y otros, «en plena luna de miel».

Él se negaba al amor. Quería enamorarse porque quería tener esos momentos en familia que tanto extrañaba. Pero para eso tenía que encontrar a la mujer que se ajustara a sus expectativas y a sus gustos.

Suspiró.

Quizá se sentía más solo de lo que creía porque en los últimos meses no paraba de desear que llegara esa mujer.

Sin darse cuenta y pensando en todo lo que deseaba, pasó delante del letrero de bienvenida a su destino.

Vio el reloj. ¿En qué momento pasaron las casi siete horas de trayecto que él ni cuenta se había dado?

Hizo el viaje en automático y tendría que corregir eso en el regreso porque esa distracción podía llevarle a un destino fatal o causarle una desgracia a alguien en la carretera.

Negó con la cabeza mientras giraba en una esquina para desembocar en la calle principal de un pequeño pueblo al noreste del condado de Lancaster en Pennsylvania.

Había estado allí con anterioridad, hacía unos años. Y fue una sorpresa saber que el destino ya le hubiese acercado a su padre con anterioridad.

A veces le gustaba coger el coche y recorrer un poco del país para conocer. Disfrutaba viajando y lamentaba que su sueldo y sus gastos no le permitieran hacer tantos viajes internacionales como le gustaría. Pero no hacía mayor caso, era un hombre sencillo que se adaptaba a cualquier situación y que vivía al día con lo que tenía.

Podía vivir mejor, sin duda. Cindy le comentó que la casa en la que vivía podía darle unos cuantos cientos de miles de dólares porque era antigua, grande y estaba en magnífico estado, pero él se negaba a vender la casa en la que había nacido, crecido y vivido con las tres personas que más había amado en el mundo.

Prefería gastarse su sueldo en reparaciones, impuestos y seguir viviendo allí. Ese era su sitio y nada ni nadie lo iba a apartar de él.

Buscó el papel en el que apuntó la dirección de la oficina de Russell.

Vio alrededor buscando el letrero indicado por el abogado entre los diferentes comercios que estaban a cada lado de la calle principal.

Lo encontró justo en el momento en el que cayó en la cuenta de que estaba anocheciendo y que la oficina de Russell ya estaba cerrada.

Una lástima porque no pensaba llamarlo para avisarle que ya estaba allí. El abogado tendría que esperar un par de horas más y luego le enviaría un mensaje de texto indicándole que estaba en el hotel en el que se alojaría en ese mismo momento.

Buscó, con la ayuda de su Tablet, la dirección del hotel en el que se hospedó la vez que anterior que estuvo allí, la marcó en el GPS y se dirigió al sitio.

Al bajar del coche estiró sus piernas y brazos. Se sentía entumecido. La noche estaba fresca pero soportable.

Entró en el hotel y todo estaba tal cual lo vio la primera vez. Roger era bueno con la memoria. Se le olvidaban pocas cosas, por no decir: nada.

Recordó hasta el olor del desinfectante de limpieza que se usó la vez anterior que estuvo allí porque apenas entró, una mujer limpiaba con el mismo producto el mostrador.

—Buenas noches —saludó un chico detrás del mostrador. Roger respondió con amabilidad y tras una pausa el joven preguntó—: ¿Busca una habitación?

—Sencilla, por favor.

—Si me permite su carnet de identidad y tarjeta de crédito, por favor.

Roger le dio al chico lo que le solicitó.

—¡Oh! ¿Es usted hijo de Roger Watson?

¡Grandioso! Ahora todos se dedicaban a preguntarle si ese era su padre.

—Por desgracia.

El chico sonrió.

—Roger era un buen hombre. Un poco malhumorado, pero conmigo siempre fue especial. Decía que le recordaba a su hijo cuando tenía mi edad.

Roger calculó que el chico tendría unos diez años menos que él.

Y su comentario fue el segundo que le hizo sentir una estúpida punzada en el pecho que le sembró la curiosidad por saber más de la relación entre ese joven y su padre.

Pero no dijo ni una palabra.

El chico guardó silencio también al ver la expresión de disgusto en el rostro de su cliente.

Hizo todo lo necesario para darle la habitación a Roger.

—Necesito que ponga una firma aquí, por favor —le dijo señalando un espacio en blanco del recibo de pago. Roger lo hizo. El joven le puso al alcance la llave de la habitación mientras le decía—: esta es su llave y la habitación es la 512. Si necesita algo, no dude en llamarnos.

—Gracias —Roger tomó la llave y se dio la vuelta para ir a su coche a buscar su maleta.

Pensaba en lo que el chico le dijo de su padre. Era malhumorado, pero con él siempre fue especial porque le recordaba a su hijo.

Roger frunció el entrecejo.

«Juegos macabros del destino» pensó.

—A lo que viniste, Watson —se dijo en voz baja mientras cerraba el coche de nuevo y se encaminaba a la entrada del hotel—. Ve a la maldita subasta y acaba con este encuentro con el pasado de una vez y por todas.