Serie completa de romance paranormal +18

Esta serie debe leerse en orden

Lorcan Farkas es uno de los Guardianes de Sangre más antiguos.

Un ser atormentado por todo cuanto ha tenido que ver y que hacer para que su especie pueda seguir existiendo sin correr peligro y sin ser vistos como los monstruos que dicen las leyendas que son.

Pero todo va a cambiar cuando Heather llegue a su vida.

¿Será capaz esa mujer de hacer que Lorcan pueda encontrar la redención que lleva siglos buscando?

Felicity recorría el trayecto a casa con ansías.

Esa noche, todo le estaba saliendo al revés.

No era que las cosas siempre le salieran como las planeaba; pero lo que estaba viviendo aquellos días, en especial ese último, rayaba en lo absurdo.

Un año. 

Uno año llevaba viendo a Lorcan cada noche. No para tener sexo. No.

La dinámica entre ellos funcionaba igual desde la primera vez que se presentó en su oficina. Él le servía un trago, conversaban de muchas cosas; y luego, la dejaba en casa.

Al principio, le pareció que era un golpe de suerte.

No tenía dos días en el negocio; y a pesar de haber logrado salir de las calles para ahora ofrecer sus servicios como dama de compañía a ejecutivos a través de una empresa que tenía gran peso en el medio, seguía siendo una prostituta que tenía un trabajo que cumplir.

Sexo.

Dar placer.

Y algunas veces, obtenerlo ella también. Sobre todo cuando el cliente así lo exigía porque, para ella, aquello del placer, no existía.

Sin embargo, llegó a pensar que con Lorcan, podía ser diferente. 

Hasta esa noche, claro.

Quizá el sentimiento que ella tenía le dejaría sentir placer si él hubiese estado dispuesto a dárselo alguna vez.

La mirada dominante y a la vez protectora que él le ofreció la primera noche que lo vio, la envolvió en una extraña magia que desconocía. Nunca sintió nada igual por alguien.

Nunca se sintió querida por un hombre. Pero su sentido del querer difería en gran escala del que Lorcan le ofrecía.

Empezó muy temprano en la prostitución; tras morir su pequeña hermana por la falta de cuidados de su propia madre que siempre estaba borracha.

Cuando Odette murió en sus brazos por una infección pulmonar, Felicity no se lo pensó dos veces en dejar a su madre a su suerte e ir a buscar la propia sin plantearse los peligros que encontraría en el camino.

Pensaba que nada podía ser peor que lo que ya había pasado.

A muy temprana edad le tocó aprender que las cosas siempre, siempre, podían ser peor de lo que ya eran.

Hacía frío; como ese mismo día que caminaba en automático hacia su casa.

No tenía refugio, comida y era muy joven.

Cayó en las manos equivocadas y fue entonces cuando conoció lo que era vender su cuerpo por un poco de dinero.

Hacía muchos años de eso.

Muchas marcas tenía tanto físicas como mentales, con las que luchaba día a día para poder olvidarlas por completo.

Cuando obtuvo la mayoría de edad consiguió librarse de su proxeneta y encontró otros trabajos que le permitieron mantenerse alejada de esa vida que tanto odiaba.

Pensó, en aquel momento, que todo sería más sencillo cuando dejara la mala vida.

Pero no.

Aunque las cosas no empeoraron tampoco mejoraron y su sueldo no le permitía estudiar una carrera universitaria que le diera un mayor sustento en el futuro.

De su madre no supo nunca más y tampoco tenía curiosidad por saber qué fue de ella. 

No sentía ni un ápice de remordimiento o amor hacia esa mujer.

En cambio, a Odette, la extrañaba cada día de su vida.

En el fondo agradecía que todo hubiese pasado tal como ocurrió. A veces se imaginaba que los papeles pudieron haber sido intercambiados, ocupando ella el lugar de su hermanita dejándola sola en el mundo.

Se le erizaba el vello de solo pensar en que su pequeña hubiese tenido que pasar por todas las cosas que ella había pasado.

Chasqueó la lengua al tiempo que admitía también que no todo era malo. 

Tenía a Heather en su vida que representaba una hermana mayor.

Llegó en un momento muy malo para ella, cuando retomó la prostitución callejera antes de entrar en la compañía para la que trabajaba en la actualidad.

Un hombre, que la eligió de entre tantas en el medio de la calle, le dio una golpiza —porque eso le excitaba— y luego la dejó tirada en el hospital.

Heather estaba de turno, en esa época estaba haciendo las pasantías de enfermería y fue quien se encargó de su cuidado durante los siguientes días. La otra enfermera también fue muy amable, pero con Heather tuvo algo en común desde el inicio.

Una hermana muerta.

La de Heather falleció en un accidente de tránsito unos meses antes de ellas dos conocerse.

Una chica con adicción a las drogas y a la vida errante.

Desde entonces, Heather la protegió y Felicity se sintió a gusto con esa protección desde el principio.

Pasaron a formar una familia porque los padres de Heather le habían acogido como a una hija más.

Y todo parecía ir bien hasta que les llegó una amenaza al apartamento que ambas compartían. Una amenaza que, de no cumplirla, alguna de las dos —o las dos— acabaría muerta.

Al parecer, la hermana fallecida de Heather le debía una inmensa cantidad de dinero al jefe de una red de drogas importante de la ciudad.

Ni Heather ni su familia estaban en la posición de ganar esa cantidad de dinero. 

Fue entonces cuando Felicity no se lo pensó dos veces en contactar con la compañía para la que ahora trabajaba a tiempo completo para ganar mucho dinero con el cual pudiesen llegar a un acuerdo de pago.

No habría vuelto a prostituirse, pero Heather se había convertido en su familia; y como tal, temió perderla. Como tal, se sintió obligada a cuidarla. Y lo hizo, sin importarle nada. Incluso daría su vida si se lo pedían con tal de salvar a Heather o a sus padres.

Heather no le dirigió la palabra durante un par de semanas de lo enfurecida que estaba por haber tomado la estúpida decisión de volver a aquella vida que solo le traería desgracias. 

A ella no le importó. Nada podría hacerle retroceder porque se trataba de su familia y haría cualquier cosa por ellos.

Aunque eso implicara que Heather y ella no se hablaran nunca más.

Heather solía exigirle que abandonara ese trabajo porque estaba convencida de que saldrían adelante. Buscaba la manera de hacerla entrar en razón era lo que hacían las hermanas mayores y Felicity agradecía que Heather la cuidara. 

Pero no cedía; aun cuando se lo suplicaba y la situación se volvía un drama entre ellas. 

Felicity no iba a ceder.

Sabía que Heather se hacía la fuerte con ella para protegerla. Lo mismo que ella estaba haciendo; cada una lo ejecutaba a su manera.

Felicity era realista y sabía que no había otra forma de conseguir ese dinero.

Además, estaba acostumbrada a esa vida y por ello no le importaba venderse. Pero Heather, por las noches, quebraba su fortaleza. Dejaba de fingir lo bien que saldrían de todo y se pasaba toda la noche en vela, agitada en su habitación, llorando y suplicando por una solución.

No era justo con ella.

Era una buena chica y la adoraba. No podía dejar que viviera entre tanto miedo.

Ella sabía muy bien lo que era eso.

Sin retroceder en su decisión, finalmente consiguieron un acuerdo con el hombre que les amenazó teniendo que cumplir con pagos mensuales hasta que la gran deuda quedara saldada. 

Con lo que ganaba siendo dama de compañía les daba para cubrir aquella cuota mensual sin problemas. 

La compañía le pagaba muy bien. Y le daban un buen trato.

Clientes seguros, que debían hacerse chequeos médicos; al igual que los empleados. También debían ofrecer datos certificados de contacto; y exigían ciertas pruebas para poder formar parte de la lista de clientes.

Protegían a las chicas y se sentía más cómoda trabajando con gente que, de algún modo, le hacía aquel trabajo un poco menos infernal de lo que ya era.

Entonces todo empezó a encaminarse y marchar bien para ellas.

Pero la vida volvió a enredarle las cosas cuando Lorcan apareció en su camino.

Bufó pensando en eso y le dio una patada a una piedra con la punta del zapato.

Porque la realidad era que ella llegó, por su cuenta, a la vida de Lorcan.

Se abrazó con fuerza. Recordando lo ocurrido entre ellos esa misma noche y lo incómoda que fue toda la situación.

Sería imposible seguir trabajando con él; lo único que esperaba era que, cuando pidiera cambio de chica, no diera quejas de ella.

Negó con la cabeza reprochándose a sí misma pensar mal de ese hombre que lo único que le había traído a su vida eran buenos ratos e ilusiones. 

Un hombre que, finalmente, la trataba como si fuera una dama. 

Como si ella fuera lo más importante del universo. 

Como si ella solo le importara de un modo.

Pero no. 

Y ese fue el punto de quiebre entre ellos esa noche.

Ella le confesó su amor por él y luego de hacerlo, al verle la cara de contrariedad y de máxima incomodidad por hacerle despertar a ella ese profundo y maravilloso sentimiento, entendió que había sido un gran error. 

Que ella sola se imaginó toda una historia de romances entre el hombre rico y la prostituta al mejor estilo de las películas de Hollywood.

Sintió las lágrimas correr por sus mejillas.

¡Qué estúpida había sido!

Confundió cada palabra, cada sonrisa, cada buena intención hacia ella. Incluso confundió que la hubiese tratado como a una dama durante todo un año. 

No hubo intimidad entre ellos nunca. La respetaba, como solo los caballeros hacían.

Y ella, confundió todo.

Se había enamorado como una verdadera idiota.

Se secó las lágrimas.

Le dolía el pecho con intensidad. Era un dolor profundo que la taladraba dejándole una extraña sensación. 

Supuso que tal vez era el mismo dolor que sentía alguien cuando era apuñalado o cuando se recibía un disparo en el pecho.

Ardía.

Dolía.

Se dedicaría a atormentarse esa noche todo lo que pudiese porque al día siguiente debía continuar con su vida.

Vio a ambos lados antes de cruzar la calle.

Estaba desierta. 

Era tarde y el mal clima no ayudaba.

Lorcan.

Sintió de nuevo la quemadura en el pecho.

«¿Cómo me olvido de él?», se preguntó.

Estaba tan sumergida en sus propios pensamientos que no fue capaz de darse cuenta de que desde hacía rato, un Bentley negro con las ventanas tan negras como el coche la seguía a lo lejos; a una velocidad que habría sido sospechoso para cualquiera.

Pero claro, a esa hora y con ese clima, ni los indigentes estaban en las calles.

Fue muy tarde cuando Felicity se detuvo en seco en el medio del paso peatonal al ver que el Bentley aceleraba para bloquearle el paso; permitiéndoles a dos hombres enormes bajarse de la parte trasera para meterla a la fuerza en el auto.

Intentó defenderse sin éxito alguno.

Su corazón se aceleró en cuanto le taparon la cabeza con una bolsa de tela negra. Presentía que aquella noche iba a ponerse mucho peor de lo que ella creía.

Como siempre ocurría en su vida, que las cosas siempre iban a peor.

Desde que Garret perdiera a Diana en manos de la Inquisición hace varios siglos, hizo un voto de castidad en su honor porque no concebía la posibilidad de encontrar el amor y la pasión en otra mujer que no fuese ella.

Pero un día Felicity Smith con su dulzura y simpatía lo llevó a romper con cualquier promesa que le hubiera hecho a Diana para honrarla.
Para Felicity la vida no ha sido fácil y los últimos eventos acontecidos en los que se siente acosada por la bestia que desea cazarla y matarla, han hecho que la compañía de Garret Farkas se convierta en algo más que un simple cariño entre amigos.

¿Conseguirá Felicity recuperar su vida tal como la conocía? ¿Aceptará a Garret cuando descubra su verdadera naturaleza?

Garret llamó a la puerta con timidez.

Aun sabiendo que los Guardianes tenían un Coven de brujas aliadas para ayudarles en lo que fuera necesario, evitaba tener que pedirles ayuda.

Sobre todo a esas como Loretta Brown; que eran aliadas porque así se les exigía al nacer. Porque su sangre procedía de uno de los linajes más fuertes de brujas que había.

Ser descendiente de Veronika Sas no era cualquier cosa y todas las bendiciones que otorgaba ese linaje debía ser usado siempre para el bien del mundo, sin importar si se estaba de acuerdo o no.

La vida de Loretta siempre estuvo rodeada de elementos imposibles de entender. Mucho conocimiento para procesar; grandes cargas energéticas que debían ser controladas para su uso correcto; y así, se le pasó la vida, perdiendo esa parte fundamental que cada mujer en la tierra debe vivir: colegios, amigos, universidad, amores, desamores, éxitos, fracasos, alegrías, tristezas; la construcción de momentos con diferentes personas que le llevaran a sentirse satisfecha con su vida.

Eso no lo tuvo.

Las descendientes de Veronika tenían una vida muy limitada.

Escuela en casa, nada de amigos. Una vida solitaria en completa conexión con la naturaleza y aunque eso no era una regla impuesta dentro del Coven, se tomó como una tradición; y, para las brujas, las tradiciones, eran muy importantes.

Desde la caza de brujas empezaron a esconderse, a crear estas tradiciones que les mantenía fuera de los radares humanos llevándoles a educar a los niños en casa, obligándoles a mantener un estricto círculo de personas cercanas en las que podían confiar.

La magia solía guiarles y ayudarles a seleccionar a esas personas que se convertirían en parte de sus vidas.

Garret escuchó las uñas de los lobos traquetear el suelo de madera acompañando a Loretta en su recorrido hasta la puerta.

Cuando la puerta se abrió, Garret le sonrió con educación a la chica y le dio gusto saber que se encontraba físicamente bien.

Tenía el mismo semblante delicado y sereno que contrastaba tan bien con la mirada azul intenso que dejaba en claro todo lo que pensaba.

En ese momento, con solo verlo, le dejó saber que no era persona grata en su propiedad.

—Loretta.

—Garret.

Los lobos olfatearon el ambiente sin salir de la vivienda y luego, con toda la calma del mundo, les dieron la espalda dirigiéndose a otra estancia.

Garret resopló divertido y a ella no le hizo gracia su actitud.

—No me estoy burlando de ti.

—Como me creas estúpida te cierro la puerta en la cara y tu querida chica se queda sin mi ayuda —Garret se enserió por completo. No era el momento para pensar en tonterías como la de que los lobos de Loretta estaban tan aburridos de su vida como ella—. Y tampoco me tengas lástima.

—Sabes que nunca la he tenido, solo es que no entiendo por qué si no te gusta tu vida, ¿no te propones cambiarla?

—¿Haciendo qué? ¿Un divertido show en medio de la playa para atraer curiosos con la magia de los elementos?  O metiéndome en una página de citas y rellenando mi perfil como: bruja potente busca hombre que sea valiente y comprensivo.

Garret sonrió.

—Bueno, eso podría funcionar. Quizá atraerías a un hombre simpático que te ayude a ser más simpática.

Loretta se cruzó de brazos y lo vio con hastío. 

Sabía por qué Garret estaba allí; sabía para qué le estuvo llamando las semanas previas al encuentro de ese día; y no era que no quería ayudar a la pobre chica que pasó muy mal rato en manos del cretino de Gabor, era que no quería tenerlos cerca.

A ellos.

Les temía, a pesar de que entendía que no podrían hacerle nada, que las leyes de la naturaleza se los impedirían y que ella podría neutralizarlos o matarlos en cualquier momento, la verdad era que les temía.

Cada vez que surgía la historia de que alguno de ellos enloquecía y arremetía contra la misma especie, Loretta avivaba a sus miedos hacia ellos.

Peor aun cuando iban atacando a humanos sin reparo alguno.

Sí, aunque sabía que era poderosa, les temía.

Irónicamente, siempre fue miedosa de todo lo paranormal que la rodeaba aunque la imagen que proyectara dijera otra cosa. 

Era como la chica de las series de TV. Esas que le encantaba ver a diario.

Esa chica rubia y despampanante que hace suspirar a todos los chicos del colegio y que se siente como una diosa estando frente a ellos; y que, a puerta cerrada, en la privacidad de su habitación, no es más que un ser humano susceptible lleno de complejos y con una inseguridad tan grande como el planeta.

Así era Loretta y no quería cambiarlo porque su refugio, allí en el medio de la naturaleza, entre el océano y el bosque, era en donde se sentía más segura.

Era la vida que le tocó vivir a pesar —muy a pesar— de que no le gustaba. 

Solo tenía que aceptarla y cumplir con las misiones que se le designaban.

Que siempre estaban ligadas a la Sociedad de los Guardianes de Sangre.

No era la primera vez que llamaban a su puerta, si bien era cierto que buscaban a otras del Coven primero.

Sabían de la fuerza de la magia de ella y lo incómoda que se sentía en presencia de los Farkas; por eso, casi no la solicitaban, pero si Garret estaba allí pidiéndole ayuda por la chica que atacó Gabor sería porque ella tenía lo necesario para ayudarle.

—Necesito tu ayuda, Loretta, esto es serio. No habría venido de no…

Loretta percibió el interés sincero que tenía el vampiro en la chica.

¿Le importaba?

No era posible. 

Garret Farkas era muy conocido por sus máscaras blancas en las fiestas de la sociedad, con las que dejaba en claro el voto de castidad que hizo hacía tantísimos años.

Loretta estaba enterada, por las brujas de su familia, que cada uno de los Farkas tenía su propia cruz. 

Sabía lo que significaba para ellos llevar encima la maldición, alimentarse de sangre, lo mal que también lo pasaron en la cacería de brujas.

Sobre todo Lorcan Farkas.

Ahora redimido a una mujer que parecía haberle dado la felicidad absoluta.

Los vio juntos en la última reunión de la sociedad cuando discutieron el porvenir de Gabor en cuanto lo hallaran.

Lorcan aprovechó la ocasión para presentar a la mujer como su compañera. 

Había bebido su sangre y la comunión entre ellos era un hecho. 

Se pertenecían.

Así funcionaba esa especie y su maldición.

En aquel momento, Loretta vio en los ojos de Heather el amor y la compresión por el hombre que la introdcía a un mundo que podría resultarle un show de circo.

Brujas, vampiros, los lobos.

Y ella, una simple humana.

También presenció en los ojos de la chica la angustia que ensombrecía esa felicidad que sentía junto a Lorcan, le tenía mucho cariño a la mujer que Gabor lastimó y se preocupaba por ella.

Gabor siempre fue el Farkas más detestable de toda la familia.

Loretta le dejó el paso libre y Garret asintió con la cabeza para entrar en la propiedad.

—Es algo en su memoria —comentó mientras Loretta cerraba la puerta.

La bruja guio a Garret hasta la cocina, se sirvió una taza de té sin ofrecerle nada a él.

No quería ser amable, solo estaba cumpliendo con su deber.

Además, algo en su interior, desde hacía unos días, empezó a removerse; inquietándose por el estado de la chica que sabía empeoraría.

—¿Cómo se llama?

—Felicity.

Loretta bebió un sorbo de su infusión de rosas, las que ella misma cultivaba.

—Dana intentó pedirme ayuda.

—Lo sé, quiere arreglar el daño que le hicieron de alguna manera.

—Hay otras descendientes de Veronika, Garret. ¿Por qué yo?

—No lo sé, tú fuiste la primera persona en la que pensé en pedirle ayuda y luego Pál sugirió lo mismo… ¿casualidad?

Ella bufó.

—Sabes muy bien que no existen —la bruja tomó otro sorbo de la infusión—. ¿Qué te une a ella?

Garret la vio con temor. 

No sabía cómo decirle que estaba perdidamente enamorado de Felicity.

La bruja no era tonta y apreció el sentimiento en su mirada.

Los Farkas podían ser letales, portadores de la maldición, podía sentir temor de estar junto a ellos y, sin embargo, no podrían engañarla si la veían a los ojos porque eran hombres sinceros.

—¿La amas? —Garret asintió una vez con la cabeza manteniendo la mirada de la bruja y sintiendo un leve cambio en su aroma. 

Era el aroma de ella. Aquello le tomó por sorpresa, porque ninguno de ellos consiguió identificar antes el aroma de Loretta.

No podría describirlo, era tan sutil que se perdía en el ambiente; pero sí, lo notaba.

Loretta cerró su energía de nuevo recordándose que no podía bajar nunca la guardia ante otra persona.

Nunca.

Desde que se quedara sola en el mundo, decidió encerrarse por completo en una burbuja que mantenía su esencia, aroma y energía; sellado, libre de cualquier mal que quisiera acecharla.

Libre de ellos.

Si la olían, la reconocerían y podrían encontrar sus debilidades. Eso no podía permitirlo.

Por ello, ninguno de los vampiros que conoció en su vida, reconocía su aroma. Y a pesar de haber bajado la guardia ahora con la noticia que Garret le daba, recuperó el control a tiempo.

Notó la decepción en la mirada de él tras no percibir nada más para oler en el ambiente.

Los lobos se removieron a su alrededor.

Tal como se removió su interior cuando el cambio de Garret la conmovió.

Conocía la historia de él y Diana. Su voto de castidad siempre le pareció la cosa más romántica y admirable que un hombre podía hacer para rendirle honor al amor que le tuvo a una mujer. También le parecía sacrificado y triste vivir en soledad para siempre; recordando un amor que causaba tanto dolor.

No le parecía justo. 

—Si le barrieron la memoria, no hay nada que pueda hacer por ella, Garret, y lo sabes. Es peligroso para su mente.

—Lo aceptaría así de no ser porque el trauma es muy grande y el barrido no fue completo, Loretta —sintió un quiebre en la voz del hombre que la sorprendió y él no hizo nada por detener sus emociones—. Sueña cada noche con un maldito animal que se la come viva —la rabia apareció en los ojos del vampiro dejándole saber a la bruja que si Gabor estuviese allí, ante ellos, Garret le sacaba la cabeza sin contemplaciones; y ella no haría nada para impedírselo—. Se retuerce, grita pidiendo ayuda. Cada vez que cae la noche empieza a frotarse las manos y toda la casa se impregna de su pánico. Cada día se hunde más en sus terrores y los asume como parte de la realidad, Loretta; si sigue así la voy a perder y no… —se detuvo, intentando controlarse aunque no pudo hacerlo. Sus ojos se enrojecieron, así como su nariz, instando a Loretta a decidirse, debía ayudarlo. Bebió otro sorbo de su infusión y le extendió el resto a él para que hiciera lo mismo pensando que se negaría. El vampiro tomó la taza, sorprendiéndole y le sonrió de lado con la tristeza bañando sus ojos. Se quedó viendo la taza unos segundos y luego bebió un poco del líquido rojo oscuro del interior. Le ayudó, notó como respiró profundo y luego encontró fuerzas para continuar con su explicación—… no quiero perderla a ella también.

La bruja asintió, le sacó la taza de las manos y lo vio a los ojos de nuevo.

—Nunca he ayudado a nadie a revertir algo tan fuerte y menos, a que se enfrente a hechos tan crueles vividos en el pasado; no sé cómo hacerlo. Tendrás que concederme unos días para consultar a los ancestros.

—Voy a concederte lo que me pidas con tal de que la ayudes a ser la mujer que era antes. La mujer maravillosa que estaba llena de esperanzas y que siempre tenía una sonrisa para obsequiar. Haré lo que me pidas, Loretta.

—¿En dónde está?

—En la casa de veraneo.

Loretta se tranquilizó un poco, no tendría que viajar a la ciudad.

No era que no le gustaba visitar Nueva York, pero la verdad era que prefería mantenerse en poblados más pequeños. La gran manzana la agobiaba.

—¿Y está sola?

Garret asintió.

—Dana creó un escudo que la protege de Gabor, en caso de que quiera regresar por ella.

—No lo hará, si algo ha tenido Gabor toda su vida es que mide muy bien sus movimientos y sabe que regresar por tu chica sería una estupidez que lo llevaría a un desenlace fatal. Al igual que volcar su ira en la chica de tu hermano —lo vio con sorna—. Sus propósitos serán diferentes ahora. Cuéntame más sobre Felicity.

Garret le habló con total sinceridad. Le dijo todo lo que sabía de ella desde que la vio por primera vez en la oficina de la familia.

La rabia que sintió cuando se enteró de que Lorcan pagó exclusividad por ella, lo poco que deseó hacerse a un lado porque creyó que la chica era persona de interés para Lorcan.

Eso hablaba bien de Garret y lo mucho que amaba a su familia.

Siempre dispuesto a sacrificarse por ellos.

Por todos los que amaba.

Se concentró de nuevo en la historia que el hombre narraba, entendiendo que la vida de Felicity no fue buena nunca; víctima de abusos, malos tratos y tantas cosas más que le pareció muy injusto que, además, le tocara vivir una terrible experiencia en manos de un vampiro psicópata que la usó para lastimar a otros.

Como carnada.

Se cruzó de brazos sintiéndose frustrada por las injusticias que vivían los inocentes.

Frunció el ceño y, sin darse cuenta, sus barreras se esfumaron haciendo que Garret parara en seco e hiciera una inspiración profunda, abriendo los ojos sorprendido por el olor que sentía.

La rabia de la bruja era picante, al punto que sintió un cosquilleo incontratable en la garganta.

Notó la reacción de ella y no llegó a comprender por qué ahora sí podía detectar su aroma, sus cambios.

Aroma que de repente pasó a ser incierto, como una extraña mezcla entre lo picante y lo dulce. 

La molestia y la inocencia. Interpretó Garret de inmediato.

Ella se frotó las manos en el pantalón y los lobos se levantaron en el acto, gruñendo en dirección a Garret.

—¡Basta! —ordenó ella a los animales que, de inmediato, retrocedieron sin perderla de vista. Garret decidió mantenerse en silencio. Ella estaba increíblemente nerviosa—. Iré en cuanto pueda, Garret. Ahora necesito que te marches.

No quería exponer sus emociones. Era eso. Lo entendió en su mirada avergonzada. 

Como cuando un niño es descubierto infraganti.

Garret se preguntó por qué ella se comportaba así si estaba claro que todos estaban en el mismo equipo.

No era que no conociera a brujas extrañas en su vida, claro que las había conocido, pero nunca como Loretta. 

Asintió sin protestar a su petición. No quería que la bruja se arrepintiera en su decisión de ayudarle. 

Así que, sin decir nada más, se dio la vuelta y salió de la propiedad para enfrentarse a un vendaval que azotaba la casa de manera sobrenatural.

Porque lo era.

La bruja estaba mal emocionalmente por alguna razón y los elementos reaccionaban a sus emociones.

Solo esperaba que lo que se removía en ella no le hiciera cambiar de decisión.

«Ayúdame, Diana, te lo suplico», no le pidió ayuda antes porque sentía que la estaba traicionando con Felicity; que sería injusto pedirle ayuda justo a ella, pero no sabía a quién más recurrir porque Diana siempre sería una mujer importante en su vida aunque ya no fuese la dueña de su corazón.

Y estaba convencido de que Diana, desde cualquier lugar en el que estuviera su espíritu, le escucharía y vendría en su ayuda.

***

Loretta Brown era la única hija que tuvieran Amanda y Wallace Brown.

Vivía en la casa que le perteneció a su familia materna de toda la vida. De cuando las brujas asentadas en el norte huyeron a diferentes sitios del sur por el miedo de ser capturadas y llevadas a la hoguera.

Una casa que, aunque vieja, se mantenía en pie; segura y hermosa, gracias a las bondades de la magia y de los hechizos que muchas de sus predecesoras hicieron en la propiedad.

La casa conservaba una esencia única que fue construyéndose poco a poco, generación tras generación y que le permitía fortalecer sus cimientos; abonar la tierra que la rodeaba, haciendo del lugar un sitio único para la supervivencia de las brujas que vivan en él.

Su abuela y su madre siempre le contaron la importancia de ser una descendiente de Veronika, la primera de las brujas fruto de la unión de un hijo de la condesa con una bruja blanca muy poderosa como lo fue Szilvia.

Y cada una de las brujas que pertenecían a ese linaje era especial.

Cada una tenía su magia que las hacía únicas.

Todas valientes, decididas y avocadas a luchar contra el mal que acecha el mundo mientras cuidan la tumba de la mujer que no debe ser despertada jamás.

Una historia que se transmite de generación en generación entre ellas explicando que, Veronika, junto a Pál Farkas, crearon la sociedad a la cual debían pertenecer les gustara o no.

Por ello sus barreras, que ahora parecían haberse esfumado.

Garret lo notó y eso la desestabilizó más, creando el viento que aún no cesaba en su propiedad y haciendo que los lobos se apartaran de su lado por completo porque no podían soportar la energía que estaba generando en ese momento.

Apagó la TV, disgustada con ella misma por ser tan torpe y haber cometido ese error.

Se dio la vuelta en la cama observando la noche a través de la ventana.

Recordó a su abuela, lo feliz que fue siendo bruja.

A su madre, que compartía la misma alegría de existir con sus poderes y las responsabilidades que esto traía consigo.

Su padre siempre se mantuvo alejado de las tradiciones de la familia, a pesar de que ella le pidiera mil veces ayuda para no desarrollar más su magia.

Aunque suplicara ir a la escuela y compartir con niños de su edad.

El hombre le decía que debía asumir la responsabilidad que tenía y para la cual estaba siendo educada; se daba cuenta ahora de que, en sus ojos, le expresaba su preocupación por encontrar la manera de hacerla feliz. 

Por darle una vida mejor.

Aguantó mucho, hasta un día en el que su naturaleza humana no soportó más y decidió declarar una opción que a su abuela no le gustó en lo absoluto; haciéndole insoportable su estancia en la casa de ahí en adelanté.

Su padre intentó sacarlas a ella y a su madre de ahí por todos los medios, pero la anciana hacía que las cosas se torcieran y lo arrastraba solo a él hacia la salida de la casa.

Un día se fue y nunca más supo de él. 

Loretta pasó mucho tiempo tratando de reconciliarse con el mundo al que pertenecía. 

La muerte de la abuela no ayudó porque eso desató la desesperación de su madre quien intentó, por todos los medios, volver a atraer al hombre que amaba a su vida pero le fue imposible; la abuela creó un hechizo tan potente para que su padre no recordara el camino de regreso a esa casa cuando decidió abandonarlas, que hizo que su rastro se perdiera para siempre.

Así que su madre se dedicó a servirle a la naturaleza, hasta que sintió el llamado de la misma y supo que se uniría a ella de nuevo.

Se convertiría en tierra.

Un día triste para Loretta que quedó muy sola y entendiendo aquello que su abuela siempre le dijo de que las brujas como ellas, estaban mejor solas porque podían concentrarse al completo en su deber.

Se acostumbró a estarlo, sin embargo, no era que le hacía gracia.

No por la soledad, no por estar a solas con ella misma que era gran parte de lo que debía hacer para reconocerse a sí misma y poder aceptarse tal como era, no era nada de eso.

Ni siquiera tenía que ver con ser una descendiente de Veronika.

No.

No le hacía gracia saberse sola en el mundo. 

La verdad era que no tenía a nadie más que los lobos.

Y, a veces, quería tener al menos un amigo en quien pudiera confiar y contarle cómo se sentía.

Lo intentó, claro que lo intentó; mas nunca resultó bien el contacto que tuvo con el exterior haciéndole comprender pronto de que, aunque sola, en casa estaría mejor que en ningún otro lado.

El intento de tener una vida normal le llevó a sentir un estrés enorme y aquello desestabilizaba sus emociones haciendo que sus poderes se salieran de control y no era buena idea andar creando catástrofes naturales en cualquier momento de estrés del día.

El dinero no era una necesidad, mucho acumularon sus ancestros y siempre había abundancia material en la familia; el resto, lo proveía la tierra y el huerto que tenía en casa del cual se alimentaba a diario.

Su casa seguía estando oculta para la mayoría de las personas exceptuando para Pál y otros miembros de la sociedad.

Esa noche parecía que iba a ser larga porque no lograba encontrar un punto del cual aferrarse para calmarse y entregarse a los brazos del sueño profundo.

Bajó a la cocina para prepararse una infusión relajante.

Fue entonces cuando los lobos vinieron a ella tomando cada uno una posición.

Uno frente a la puerta de la cocina; el otro, de espaldas a esta y viendo a los ojos a Loretta para dejarle saber qué ocurriría a continuación.

Loretta alcanzó a apagar la hornilla que calentaba el agua para la infusión justo antes de sentir que su cuerpo se desvanecía escurriéndose hacía el suelo.

Klaudia Sas es una bomba de tiempo.

Miklos Farkas lo sabe aunque desconoce cuál es la solución a su afección y Klaudia se niega a conversarlo con el resto de la familia porque es una mujer dura que siempre ha podido arreglar sus problemas.

Miklos tiene sus propios asuntos que resolver con la conservadora de arte que acaba de enviarles la Galería Uffizzi y que es dueña de un trasero tentador, aunque lo que más le gusta en ella es su pasión por el arte; y esa otra cosa más que despierta en su interior pero que no sabe cómo llamarlo.

Ronan Byrne vuelve a Londres para intentar llevar una vida normal alejado de todo el sentimiento que despertó en él esa mujer que lo tortura en pensamientos día y noche.

Pero el destino está escrito y la investigación a un importante criminal en el mundo del arte, le lleva a una subasta en Venecia en donde sabe del paradero de Klaudia, los demonios que la atormentan y el peligro que representa para sí misma y para toda la humanidad.

¿Qué ocurrirá en este nuevo capítulo dentro de la vida de los Farkas y sus aliados?

¿Miklos será capaz de romper con su soledad y tomar decisiones guiándose solo por las emociones del presente?

¿Podrá Klaudia encontrar la salvación o sucumbirá por completo a la maldad que la acecha?

Miklos y Klaudia terminaron de trabajar temprano aquel día.

Klaudia le mencionó que no se sentía bien y prefirió no presionarla.

La vampira no se sentía bien desde que llegó de Irlanda, poco después de la última fiesta de las máscaras que casi termina en tragedia para los Farkas.

Le hervía la sangre cada vez que pensaba en el atrevimiento de Gabor al cruzar las puertas del palacio en Venecia para atacar a Felicity de nuevo.

Por supuesto que le molestaba que el mal nacido de su primo quisiera seguir haciendo daño, pero lo que enfurecía a Miklos, a decir verdad, era que Gabor consiguiera burlarse de todos ellos.

En especial de él, que es quien dirige el palacio en Venecia y todo lo que ocurre en el edificio es su absoluta responsabilidad aunque el inmueble sea patrimonio de los Farkas.

Y pensar en que alguien, así sea su primo, llegó a burlarse de él, le llevaba a despertar esa parte de la maldición que no le incomodaba en lo absoluto, como podía incomodarle a sus hermanos y a Pál.

No.

Miklos siempre estuvo en paz con esa parte oscura en su interior. 

Le gustaba tenerla; y en ocasiones, lo agradecía porque llegó a librarle de muchas cosas a lo largo de su existencia.

Era un ser con muchas ventajas sobre los humanos corrientes, ¿por qué iba a querer cambiar algo así?

Caminó hasta el bar que tenía en su apartamento privado dentro del palacio y se sirvió un trago de vodka.

Después, caminó hacia la terraza que le regalaba una vista del Río de Santa Caterina

Como siempre, la ciudad estaba llena de turistas envueltos en un aura romántica que Miklos detestaba.

También había aprendido a vivir con esa aura, la gente y el estúpido romanticismo que vendía la ciudad.

Se bebió el trago de vodka al completo, ocupando sus pensamientos de nuevo en Klaudia; antes de que aquellos pensamientos a los que más temía en su vida, llegaran a su cabeza. 

Siempre los evadía cuando sentía que iban a aparecer.

Era como una punzada que se hacía notar ligera y distante al principio; y que se intensificaba si los dejaba pasearse con libertad por su cabeza haciendo que todo su sistema fuese dominado por esa sensación de angustia, vacío y hasta dolor.

Cerró los ojos y respiró profundo para volver a concentrarse en Klaudia.

Era lo más importante. 

Estaba muy preocupado por ella.

No era ni la sombra de la Klaudia que él conocía, aunque debía admitir que se esforzaba en dar la impresión de que era la misma de siempre.

Miklos la conocía tan bien que sabía que lo que ocurría en su interior tenía mucho que ver con el detective que dejó atrás en Irlanda; pero sospechaba que no era solo eso. 

Había algo más, algo que ella se guardaba con recelo como si temiera que la familia pudiera pensar que algo malo ocurría con ella.

Intentó conversar con ella al respecto y la vampira siempre conseguía evadir las preguntas con tanta habilidad que hasta Miklos estaba sorprendido de caer en esas evasivas a las que fue inmune hasta el momento, porque Klaudia era un poco como él y se entendían tan bien que se conocían mutuamente más de lo que podían conocer a otros integrantes de la familia y de lo que otros, podían creer que conocían de ellos.

No era un simple mal de amor lo que la afligía y eso era lo que más le preocupaba porque estaba en las sombras, atado, sin saber cómo ayudarla a resolver su enorme problema.

Mencionó que pronto se iría de nuevo, emprendería un viaje por Europa porque necesitaba alejarse de todos y pensar.

«¿Pensar en qué?» se preguntaba Miklos con insistencia, intentando descifrar su mirada cuando estaba ante ella para poder entrar en sus pensamientos cerrados a cal y canto.

Su móvil sonó.

Un mensaje de Klaudia.

“Olvidé mencionarte que mañana llegará la experta que nos envían de Florencia para la subasta”

“¿Quieres tomar algo antes de dormir?” le respondió él.

No hubo respuesta.

Miklos dejó escapar el aire. 

En otra ocasión, Klaudia no habría mencionado nada de trabajo fuera del horario y en cambio, habría sido ella la que lo hubiese incitado a hundirse en una botella —o varias— de alcohol, mientras se divertían en una de esas fiestas que acababan siempre en un enredo de piernas y cuerpos desnudos.

Lo que le llevó a preguntarse cuándo fue la última vez que se alimentó.

No lo recordaba. Lo que quería decir que ya hacía un tiempo y eso no estaba bien. 

Sabía que sin la correcta alimentación, era una bomba de tiempo.

Eso sí lo estaba haciendo bien Klaudia. El chico de la compañía que la asistía vivía en el palacio con ellos, en uno de los apartamentos que se encontraban vacíos cuando el resto de la familia no hacía uso de ellos.

Hubo un tiempo, antes de Carla, en el que intentó tener a su fuente de alimento allí en el palacio pero la chica empezó a tener un comportamiento que involucraba sentimientos hacia él así que decidió acabar con eso pronto, porque si de algo estaba seguro en la vida era que no quería enredarse con nadie porque…

Resopló obstinado y negando con la cabeza. Sintiendo que la punzada ya no era ni ligera ni distante.

Era imposible evadir los pensamientos sobre Úrsula.

Frunció el ceño con amargura.

No importaba qué tanto se esforzara, siempre acabaría pensando en ella al final de cada día de su vida.

***

Milena se sentó en el elegante sofá del palacio Farkas, el mismo que, a simple vista, dedujo era el siglo XVIII.

Estaba muy bien conservado.

No podía —ni quería— dejar de ver a su alrededor.

Cada vez que entraba en una estancia cargada de tantas cosas para admirar y valorar, se sentía tan emocionada que podía casi jurar que era el equivalente a la emoción de una pequeña niña en DisneyWorld rodeada de sus princesas favoritas.

Milena Conti siempre sintió fascinación por los objetos antiguos, por la historia de esos objetos.

Incluso cuando apenas era un bebé, según las historias que le cuenta su madre, se quedaba embelesada ante las pinturas de los museos, tal como si estuviera absorbiendo los colores, comprendiendo las formas, entendiendo el significado que podía representar ese conjunto de figuras en la mente de su creador.

Milena siempre tuvo esa conexión especial y con el pasar de los años y el aprendizaje adquirido, tenía el ojo afilado para poder reconocer la originalidad de una obra con una facilidad que a muchos eruditos del arte dejaba asombrados.

Por ello se había convertido en una de las favoritas del museo Ufizzi en Florencia y su nombre sería difícil de olvidar para los que trabajaron junto a ella en el Museo Metropolitano de Londres.

Entrecerró los ojos al notar una pintura que, por la técnica aplicada, era probable que hubiese sido creada en el siglo XVII.

Se levantó y caminó hasta la obra que colgaba en lo alto de la alargada pared. 

No tenía necesidad de tener la obra frente a ella, desde ahí podía apreciar sin problema que había sido restaurada y que la restauración no fue la apropiada para esas piezas.

—Un pecado —se lamentó en voz alta cruzando los brazos a la altura de su pecho.

—¿Qué le parece un pecado, señorita Conti? —Milena se sorprendió ante la voz de la mujer que le hablaba aunque la reconoció de inmediato por los intercambios telefónicos que tuvieron antes de llegar a donde estaban.

Sonrió, acercándose a la mujer que le pareció una obra de arte al igual que el resto de objetos que estaban en aquella casa.

Parpadeó un par de veces porque no se creía la perfección en el rostro de la mujer que le extendía la mano.

Era…

Sublime.

—La restauración de esa obra —señaló con la mirada y después respondió el saludo educado de su anfitriona—. No estuvo bien hecha.

—Supongo que podrá arreglarla —Milena asintió con la cabeza sin borrar la sonrisa del rostro—. Klaudia Sas —se presentó finalmente—. Por fin nos conocemos.

—Mucho gusto, Sra. Sas. Es un placer y un honor poder estar aquí.

Klaudia la vio con interés y al mismo tiempo, dejó ver hastío en su mirada.

—Ya te he dicho que no me llames «señora».

Milena entendió el hastío entonces; sí, recordaba que, en dos ocasiones, en sus comunicaciones telefónicas, Klaudia le pidió que se olvidara de llamarla «Señora».

—No quiero ni pensar en lo que diría mi madre si hago caso a su sugerencia —Klaudia la observó analítica.

—Tu madre no está aquí y no fue una sugerencia, tómalo como una orden.

Milena no pudo evitar sonreír con nerviosismo porque la ironía en su anfitriona y jefa, no le gustó en ese momento.

—Klaudia, deja a la chica en paz —Milena se dio la vuelta al escuchar las notas graves seductoras de esa voz que le erizó los vellos de la nuca—. Supongo que eres la chica que nos envía Salvatore.

Solo pudo asentir mientras el propietario de la voz grave se acercó a ella y le sonrió al mejor modo de modelo de portada de revista, haciendo que todos y cada uno de los sentidos de Milena fallaran por primera vez en su vida.

El hombre le extendió la mano, ahora con una sonrisa de sobrada seguridad, porque sabía lo que estaba ocasionando en su organismo y, de seguro, estaba acostumbrado a causar ese efecto en las mujeres.

—¿Me vas a dejar con la mano extendida? —entrecerró los ojos. Milena negó con la cabeza reprendiéndose por su estupidez.

Respondió al saludo de él.

Klaudia se cruzó de brazos resoplando.

—Por dios, ya termina de coquetear con ella y…

El hombre la vio con reprobación, Klaudia resopló de nuevo.

—Milena Conti —por fin fue capaz de responder—, pero supongo que eso ya lo sabe.

—No lo sabía, solo estaba enterado de que vendría alguien del Uffizi para ayudarnos con algunas cosas. Encantado de conocerte, Milena. Yo soy Miklos Farkas.

El famoso Miklos del que algunas mujeres hablaban en Florencia. Un hombre que amaba el arte y… las mujeres… y las fiestas.

—Hemos preparado un apartamento para ti, indicaré que te lleven…

—Oh, gracias Seño… —sacudió la cabeza; luego, rectificó—: Klaudia, gracias, pero creo que lo apropiado será quedarme en el hotel en el que el museo ya reservó mi alojamiento para el tiempo que ustedes necesiten de mis servicios.

Klaudia la observó de arriba a abajo.

—¿Lo apropiado? —Levantó una ceja al cielo—. ¿Qué crees que es esto? ¿Un prostíbulo?

Miklos soltó una carcajada por lo bajo y Milena solo bajó la cabeza juntando sus manos al frente en un acto que denotaba que estaba avergonzada por no haberse explicado bien.

—Lo siento —levantó la cabeza de nuevo—, no quise…

—No, no quiso decir eso y lo sabemos, señorita Conti —Miklos usó un tono severo al decir aquello, observando a Klaudia con cara de pocos amigos—. Disculpe a mi prima, no está teniendo un buen día —clavó su mirada en Klaudia que lo retaba de una forma que a Milena no le pareció apropiado en una mujer—. Ni un buen mes. Procederemos como usted prefiera. 

Ya a esa altura, Milena se sentía tan avergonzada que de haber podido, habría echo Reset y habría empezado desde su llegada nuevamente.

—¿Café? —Miklos le enseñó una mesa.

—Por favor.

—¿Klaudia? —le preguntó a la mujer que seguía observándolo con resentimiento.

—¿Tengo más alternativas?

Miklos volvió los ojos al cielo.

—Siempre puedes subirte a un avión y largarte a patearle el trasero a quien lo necesite. Puedo ayudarte si me lo permites, pero, ahora, me gustaría tomarme un café en la calma matinal sin que salte tu sarcasmo por algún lado.

—Creo que… —Milena se empezaba a sentir algo incómoda con todo lo que estaba presenciando.

Klaudia la interrumpió levantando la mano para que hiciera silencio y ella lo hizo.

—Lo siento, he pasado mala noche y no soy la mejor compañía ahora. Subiré a mi apartamento el resto del día, Miklos te dará las indicaciones y me disculpo por…

—Nada que disculpar —agregó con rapidez Milena intentando esconder los nervios que florecieron entre tantos comentarios directos—. Ya tendremos tiempo para conversar con calma.

Klaudia asintió e ignorando a Miklos por completo, se dio la vuelta y se fue.

Milena la vio salir del salón sintiendo una extraña sensación de celos por el cuerpo, la elegancia y el pelo de esa mujer. Que no era la mar de lo simpática, pero su belleza hacía que se le perdonara cualquier cosa.

Volvió la cabeza hacia Miklos, este estaba con el ceño fruncido viendo hacia la puerta que acababa de cruzar Klaudia Sas.

No estaba molesto.

—Le preocupa.

—Es usted muy perceptiva, señorita Conti —le sonrió a medias haciéndole luego un gesto con la mano para que se instalara con él en la mesa que tenía el servicio de café y algunas pastas para acompañarlo.

Le sirvió el café con la gentileza de un caballero.

Se sirvió una taza para él y tras beber un sorbo, le preguntó:

—¿Por qué no le parece apropiado quedarse en esta residencia? Puedo asegurarle que este palacio está perfectamente equipado para que usted se sienta segura y a gusto.

Ella le sonrió con vergüenza.

—Lo siento, es que siempre prefiero permanecer en un hotel. Eso me ayuda a separar mi lado profesional del personal.

Miklos asintió, observándola con gran intensidad.

—Entiendo, lo dejo a su consideración; sin embargo, sepa usted que Salvatore no nos perdonaría no haberle dado el trato justo.

—Me encargaré de dejarle claro a Salvatore que yo fui la que impidió que ustedes me dieran ese trato especial.

Miklos sonrió divertido y ella tuvo que callar a su cerebro que parecía una fan enloquecida por el hombre que tenía frente a ella.

—Me gustaría enseñarle el palacio entero y luego, las piezas para la cual le contratamos.

—Estaré encantada de admirar cada rincón de este lugar.

Vio con fascinación a su alrededor y pudo jurar que un destello salió de la mirada del hombre que parecía que la observaba a ella con gran fascinación también.

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Todo se derrumba para los Farkas cuando Klaudia empieza a salirse de control.

Es un hecho que si no la contienen a tiempo, todo se convertirá un caos con los humanos y la Sociedad de los Guardianes de Sangre tendrá que tomar medidas extremas con respecto a ella.

Por su parte, Klaudia está sumergida en un abismo que la aparta de la realidad y la convierte en un ser despiadado e insaciable.

Un ser guiado por el mal para cumplir una misión: llegar a la cueva en donde descansa la condesa sangrienta y descubrir que toda su vida estuvo viviendo en una mentira que la apartó de su hermana, de su madre y de la magia que comparte con ambas.

Entenderá que todo fue un sacrificio en aras de un bien común cuando ella misma tenga que sacrificarse por amor.

¿Cuántos sacrificios será capaz de llevar a cabo para salvar a Ronan de su maldad?

¿Qué ocurrirá cuando Klaudia llegue a la cueva, se encuentre con el cuerpo de la condesa y recuerde que, en el pasado, estuvo a punto de devolverle la vida?

—¡No la dejes escapar! —Tanisha movía las manos con rapidez para cercar a Klaudia con su magia e intentar inmovilizarla.

Varias semanas pasaron desde que Klaudia pisara Nueva Orleans y buscara ayuda de las brujas del sur para luego huir de ellas también.

Finalmente, dieron con ella y ahora la tenían acorralada.

No podían dejarla escapa, estaba en juego la vida de la vampira y la poca cordialidad que ya existía entre las brujas del sur y Pál.

Las brujas seguían entonando la melodía que le daba a Tanisha fuerzas para contener la ira de Klaudia, pero sentía que se debilitaba y que no sería capaz de aguantar si esta no desfallecía antes con la energía de choche que le estaba enviando.

Agradecía que todo estuviese ocurriendo en el antiguo cementerio, muy lejos de los ojos humanos. Sería difícil de explicar lo de la magia y la presencia en la ciudad del ser diabólico que intentaban controlar.

Nunca había visto a Klaudia así.

Nunca.

Ni siquiera en sus peores momentos, cuando perdía la fe en su familia y decía que nadie la comprendía; que todos le escondían cosas.

Que su hermana siempre tenía lo mejor de todo.

Ni aun con ese resentimiento en su interior, que muchas veces se volvía maligno, Tanisha —o sus predecesoras— fue testigo de tanta maldad en sus ojos y tantas ansias de sangre como esa noche.

Por el bien de la ciudad, debían detenerla. Los ataques llegarían a ser mortales y eso haría que Pál tuviese que tomar la decisión de poner fin a la vida de Klaudia.

Le dolía con solo pensarlo.

Klaudia era un miembro más de la familia de brujas de Tanisha. Uno de sus antepasados, la primera de la familia que tuviera contacto con Klaudia, le tuvo tanto cariño y crearon lazos tan fuertes que se le enseñaba a las nuevas generaciones todo lo que debían saber sobre la especie de Klaudia y cómo ayudarle en caso de que ella lo necesitara.

Eso sí, solo a ella.

Las brujas del sur siempre le han temido a los de la especie de Klaudia y para aquellos en quienes pudieran confiar más, como Pál y los miembros de la Sociedad de los Guardianes de Sangre, ellas no eran bien vistas porque eran las brujas del sur. Las reinas de la magia negra y el vudú, a las que creían que Klaudia buscaba para hacer cosas que no estaban bien.

Y nunca fue así.

Ellas solo ayudaban a la mujer que estaba escondida en algún lado debajo del siniestro ser que ahora siseaba ante ellas y se comportaba como un animal salvaje que sabe que está a punto de ser derrotado.

Aunque Tanisha no lo creía así.

Sacó más fuerza de su interior para poder hacer más lentos los movimientos de la vampira, pero era como intentar contener una represa con solo tres troncos.

La magia no llegaría a servir si Klaudia no se rendía pronto.

—Klaudia —la vio a los ojos que la veían a ella como si fuera un bocadillo gigante—. Por favor, cálmate. Sé que ahí, en algún lado, en tu interior, está esa pequeña luz que te mantiene cuerda aun cuando la maldición te domina.

Klaudia parpadeó y la vio con vergüenza.

Funcionaba.

—No paren los cánticos —ordenó a las demás brujas mientras ella se acercaba poco a poco a la vampira sin dejar de verle a los ojos—. Sabes que te quiero con sinceridad. Mis antecesoras, madre, abuela, bisabuela, y las que estuvieron antes, te quisieron de la misma manera porque eres parte de nuestra familia así lleves la maldición por dentro.

Klaudia seguía en posición de ataque. Con las manos extendidas a los lados siseando como si fuera una Mamba Negra lista para atacar.

Tanisha no le tenía miedo. Nunca se lo tuvo. No se lo empezaría a tener en ese instante en el que debía ser más fuerte que un roble y doblegarla para preservar su vida.

—Vamos a hablar, ¿quieres?

Klaudia la vio con miedo y confusión. 

¿Qué ocurría con ella? 

Pál no le dijo nada en concreto en la llamada que le hiciera hacía semanas cuando le advirtió que algo no iba bien con Klaudia y que si llegaba a buscarlas, debían derribarla y avisarles para ir por ella.

Para entonces, Klaudia ya se había refugiado en el Coven, ya habían conversado que algo no estaba bien con ella. Y también, ya se les había escapado.

Por lo que no sería buena idea perderla otra vez.

—Ta-ni-sh… —Klaudia, la Klaudia que ella conocía, estaba reaccionando—… al-go mu… mu… —le costaba mucho hablar, perecía que una fuerza interior, muy poderosa, la dominaba. No se equivocó al pensar que Klaudia estaba siendo controlada por algo más—: ma… ma… —empezaba a desesperarse y la bruja vio como la rabia en ella hacía que la maldición ganara terreno.

—Hablaremos, pero primero… —Tanisha no se percató de lo cerca que estaba de la vampira y cuando tomó consciencia de ese detalle, fue demasiado tarde.

En un abrir y cerrar de ojos, Klaudia levantó el brazo y la tomó por el cuello, levantándola varios centímetros del suelo.

Tanisha no fue capaz de rebatir el agarre animal que le estaba dando Klaudia y temió por su vida por primera vez desde que nació, porque sus poderes le ayudaba a no temerle a nada ni a nadie.

Hasta ese día, claro.

Las demás brujas continuaron el ataque, pero Tanisha sabía que no serviría de nada; mientras Klaudia emitía carcajadas diabólicas y la veía con ganas de drenarla por completo, cerrando cada vez más la entrada de aire en su garganta; entendió que ni ella ni ninguna de las brujas del Coven, podrían detener a Klaudia.

Necesitarían algo más poderoso, más ancestral, como lo era la magia de la hermana bruja de la vampira. Lamentablemente, estaba muerta.

Quizá sus descendientes…

Decían que eran tan poderosas como la bruja antigua.

Klaudia siseó con tanta malicia que le heló la sangre a Tanisha. No podía creerse que acabaría siendo drenada por un vampiro.

Menos podía creerse que sería Klaudia la que acabaría con su vida.

Colocó sus manos en el brazo con el que Klaudia le sujetaba y evocó imágenes de paseos y tertulias que pasaron juntas. Confesiones. Épocas en las que Klaudia llegaba a ellas, a las brujas del sur, porque decía que aquel Coven le daba la sensación de estar en casa.

Klaudia parpadeó una vez más, dejando ver esa mirada confusa y aterrada.

—Ta-ni-sha… no- no- —su voz tembló y Tanisha supo que tenía poco tiempo.

—¡Salgan de aquí! ¡Ahora! —ordenó a las brujas con el último aliento que tenía. Vio a Klaudia sintiéndose muy mareada.

—¡No! —Klaudia gritó con miedo, como si alguien en su cabeza le hablara y aflojó el agarre haciendo que Tanisha pudiera tomar un poco de aire y removerse. Quería salvarse, pero sabía que correr no iba a ser buena idea.

Klaudia era un depredador y ella la presa.

Se le erizó la piel.

Escuchó los murmullos. Murmullos que hablaban de muerte, de sed, de sangre y de dar vida.

A Tanisha, la voz macabra le puso los pelos de punta, lo que hizo que moviera sus manos para darle una descarga eléctrica mágica a Klaudia con la esperanza de que aquello funcionara, pero lo que hizo fue atraer a la maldad en ella otra vez.

Lo vio en sus ojos cuando brillaron llenos de deseo por lo que Tanisha tenía para darle.

—Nada mejor que una bruja aterrada —le dijo con voz segura y sedosa. Tanisha sentía que volvía a quedarse sin aire cuando Klaudia la soltó y cayó de bruces al suelo.

Tosió intentando ponerse de pie con rapidez.

Klaudia la veía con una sonrisa diabólica en la cara.

—Corre.

La orden paralizó a la bruja, dándose cuenta de que nada la iba a salvar y que su muerte iba a ser dolorosa, traumática y horrible.

Por primera vez en su vida, estaba más —mucho más— que aterrada.

Klaudia hizo una inspiración fuerte.

Entrecerró los ojos y la vio con sorna.

Siseó y fue suficiente para que Tanisha, aun sabiendo que no debía correr, lo hiciera.

Era un asunto de supervivencia.

No llegó muy lejos. Aunque se conocía el cementerio como la palma de su mano, Klaudia tenía la destreza y la rapidez que ella no tenía.

Pronto, la vampira le asaltó por la espalda, haciendo que ella cayera de bruces al suelo, rompiéndose la nariz. Brotando la sangre y empeorando toda la situación.

Tanisha agradeció no ver lo que vendría a continuación. Pero sí que lo sintió y le dolió, tan profundamente, que quiso perder la consciencia. 

Quiso morir en el acto.

Los dientes de Klaudia se abrían y cerraban con ensañamiento en su cuello, ocasionando heridas graves que dejaban salir un flujo grande de sangre.

Ardor, dolor, entumecimiento.

Empezó a llorar cuando todo a su al rededor se oscureció.

Poco le quedaba de su líquido vital y su vida se apagaría en minutos.

Se relajó porque no tenía sentido seguir luchando.

Nadie iba a salvarla.

Era su destino y cuanto antes muriera, antes acabaría su agonía.

***

András llegó, al anochecer, al cementerio más antiguo de la ciudad; esperando que su extraño presentimiento no guardara relación con lo que escuchó en el restaurante en el que se encontraba disfrutando de una cena sin igual.

Una cena de verdad, de comida humana. La comida del sur era tan deliciosa como peligrosa.

«Como todo en el maldito sur», protestó en su interior.

Y sí, todo allí era así. 

Delicioso, exótico, divertido, mágico o misterioso pero también muy tóxico y dañino.

El cementerio estaba en completo silencio; lo normal, teniendo en cuenta que la única manera de acceder allí era con un guía turístico y, por la hora que era, ya no quedaban tours dentro del recinto.

Llevaba semanas buscando a Gabor, pero no conseguía dar con él. La verdad era que no le extrañaba; su hermano tenía una mente siniestra que de seguro había trazado un plan maestro que lo llevaría a su destino sin que alguien lo alcanzara antes.

Apretó los puños.

Cómo quería pelea ese día.

De la buena. De la que lo dejara inservible. Le habría gustado que Miklos o su abuelo estuviesen ahí porque con ellos peleaba con gusto.

Pál no le ponía las cosas fáciles y Miklos…; sonrió sarcástico, era Miklos, y la rivalidad que tenían desde que se vieron por primera vez, apenas siendo unos bebés, era algo de lo que siempre se hablaba en la familia.

Odiaba el sur con todo su ser y encontrarse allí persiguiendo un fantasma, que era lo que parecía su hermano, le ponía de muy mal humor.

El sur siempre le traía malos recuerdos.

Muy malos.

Tan malos, que si Gabor aparecía en ese instante, lo iba a colgar como saco de boxeo e iba a descargar toda su ira con él.

Toda la culpa que sentía cuando pisaba ese lugar y que lo hacía sentirse tan mal, la acumulaba para poder descargarla sobre su estúpido hermano.

Una ciudad que le dio tanto; que lo intoxicó y lo hizo vulnerable, dejando salir a la maldición y…

«Concéntrate».

Se subió a una de las tumbas para percibir mejor los olores de aquel lugar desordenado y medio abandonado, lleno de tumbas que se alzaban como edificios.

András inspiró con fuerza, con ganas de encontrar algo que le llamara la atención y le llevara a algún lugar porque estaba enloqueciendo desde hacía unos días estando ahí sin mucho que hacer más que montar guardias y esperar.

Aquel día, mientras estaba en el restaurante de Tony, tuvo un presentimiento de que algo iba a ocurrir.

Quizá se debía también a que recibió alguna voz cercana en su cabeza que le hiciera poner atención a lo que decían.

Era un llamado al Coven de Tanisha.

Tanisha era la guardiana de uno de los Coven más poderosos del sur, asentado allí desde épocas lejanas. 

Pariente de Marie Laveau, la reina del vudú. Nada más y nada menos.

Brujas peligrosas que le servían a Klaudia desde no sabía cuándo.

La noche no estaba tan caliente y la luna brillaba en lo alto haciendo que aquel laberinto de tumbas blancas no estuviese sumergido en las penumbras que hasta a él podían poner los pelos de punta.

Odiaba los cementerios.

Apretó la mandíbula con tanta fuerza que pensó se la iba a partir en dos.

Llevaba días sin comer y empezaba a sentir los estragos de no beber sangre ni absorber psique.

Sacó su móvil para programar una cita con la compañía cuando sus oídos recibieron un golpe seco lejano. 

Un golpe de alguna buena batalla.

La garganta se le resecó como nunca antes y siseó, dejándose invadir por la maldición; aunque parcialmente la controlaba.

András era ágil y se mantenía en muy buena forma física, por lo que saltar entre las tumbas no le supuso un gran problema.

A medida que se fue acercando al lugar del que escuchó el golpe seco, fue sintiendo la tensión en todo su cuerpo.

Se agachó y, estando en cuclillas, olfateó bien el entorno.

Sangre.

Los dientes le rechinaron y sintió el craqueo inevitable que hacía cuando necesitaba controlar la sed porque no podía dejar que la maldición se saliera de control.

«Klaudia», pensó al escuchar una leve succión y acto seguido, un quejido de alguien que se quedaba sin aliento.

Saltó desde la tumba en la que se encontraba y corrió hasta el lugar encontrando una escena que le hizo temblar las rodillas.

A él.

A András Farkas.

Ante él, estaba Klaudia subida a horcajadas sobre una Tanisha agonizante, al borde de la muerte.

Aprovechó el descuido de la vampira para tomarla por sorpresa y sacarla de encima de la bruja metiéndole la mano en la melena; abundante y despeinada, para coger un buen puñado y tirar de ella por la cabeza.

—Haz debido hacerte un moño, cariño —le dijo sarcástico cuando Klaudia siseó como una serpiente diabólica viéndolo a los ojos con una agresividad que le hizo temblar de nuevo.

¿En qué demonios estaba convertida?

La bruja agonizaba con la mano en el cuello haciendo presión en la herida tanto como podía.

András medía los movimientos de la bruja con el rabo del ojo porque no se atrevía a sacarle de encima los ojos a Klaudia que iba a atacarle en cualquier momento.

La bruja necesitaba ayuda.

—Si hay alguien allí, al otro lado, que alguien venga por la bruja —dijo entre dientes, esperando que todas esas leyendas de los fantasmas del camposanto y de las historias de Marie Laveau fuesen ciertas.

No podía ocuparse de la bruja y si alguien no lo hacía pronto, moriría; Pál tendría que matar a Klaudia y…

Un golpe en la boca del estómago lo hizo volar un par de metros para luego estamparse en la pared de una de las tumbas.

Klaudia lanzó una carcajada maligna. De esas de película de terror.

András se levantó con toda la prisa que pudo, pero no fue lo suficientemente rápido para esquivar el siguiente golpe de la vampira que le asestó directo en la nariz.

Se la rompió, podía sentir el dolor pulsante.

—¡Aghhh! —gritó enfurecido dándose la vuelta, dejándose absorber por la maldición porque lo necesitaba si quería contener a Klaudia.

Ella estaba de pie, frente a él, esperando su respuesta con la boca, la ropa y las manos bañadas de sangre.

Se ubicó y vio al lugar en el que yacía la bruja minutos antes. No estaba. Sintió un alivio parcial porque eso quería decir que las esperanzas de vida de Klaudia aumentaban.

Flexionó las rodillas y abrió los brazos.

Klaudia siseó, pero András no la dejó avanzar. Esta vez fue mucho más rápido que ella y consiguió agarrarla por el cuello para luego estamparla contra el suelo con tanta fuerza que temió por la vida de ella.

Pudo haberle roto algo, pero Klaudia estaba intacta; lo sabía porque seguía riéndose con la maldad danzante en su mirada.

—¿Qué coño pasa contigo?

Le apretó más el cuello y se subió sobre ella como lo hizo ella misma antes con la bruja.

Apretó con más y más fuerza usando las dos manos. Quería desconectarla para poder llevársela de ahí a un lugar seguro pero no conseguía su fin.

De pronto, su mirada se apagó y las manos de la vampira empezaron tantearle el brazo como cuando peleaban en casa y ella le daba la señal de que la estaba lastimando de verdad.

No la mataría, lo sabía, pero la regla era no lastimarse de forma premeditada cuando hacían prácticas de combate en casa.

Y ahorcar era una forma premeditada de lastimar a otro.

András parpadeó confundido aflojando un poco su agarre, lo suficiente para investigar qué diablos pasaba con ella.

—An-drá-sss por-fa-v —vio la súplica real en su mirada, sintió compasión por ella y cuando iba a soltarla, para hablar con ella y convencerla de que deberían marcharse a casa, la vampira empezó a llorar desconsolada haciendo que András rompiera su ataque.

—Con un demonio, Klaudia, no llores así —no había visto a Klaudia llorar nunca. Ni siquiera cuando hablaba de su hermana.

Se sentó junto a ella y la levantó para poder acunarla y consolarla.

—¿Qué pasa conmigo, András? —Preguntó entre lágrimas que salían sin control y ahogaban su voz—. ¿En qué me convertí? 

—Shhhh… verás que lo vamos a descubrir y te vamos a curar sea lo que sea.

Klaudia se tapó los oídos con fuerza.

—No se calla. La mujer maldita no se calla.

—¿Qué te dice, Klaudia?

—Que la busque.

Klaudia se levantó y András la imitó porque no podía darse el lujo de dejarla huir.

Ella vio a su alrededor.

—¡Tanisha! —Exclamó recordando, aterrada, lo que hizo—, ¿la maté?

—No creo, no lo sé —la veía con clara preocupación—. Vámonos de aquí Klaudia. Vamos a casa.

András sentía susurros que no sabía de donde provenían y lo estaban aterrando porque sabía —y muy bien— que no tenía nada que ver con su poder de hurgar en las mentes ajenas.

La abrazó con fuerza.

—Vamos —dieron dos pasos cuando ella se detuvo un segundo para ver hacia atrás.

—No, no, no —negaba con la cabeza, aterrada, viendo a su alrededor—. Me quieren llevar de nuevo. No los dejes, András, no… —Consiguió soltarse de él y echó a correr—. ¡Noooooo!

András la siguió y cuando se vieron nuevamente a los ojos, Klaudia, la verdadera Klaudia, ya no estaba.

La mirada maligna estaba de regreso con la risa diabólica.

András se preparó para dar la guerra y salvarla, pero no pudo.

Ella, en esa versión malvada, era muy poderosa; tanto, que no supo en qué momento corrió hacia él, estampándole una mano en el pecho que lo dejó sin aire en el acto y después de levantarlo varias veces como su fuese una pluma, para lanzarlo al aire y hacerle chocar contra las tumbas como si fuese una pelota, perdió el interés en él y se marchó.

András quedó tirado en el suelo, boca arriba; con su propia sangre saliéndole por la boca.

La sentía caliente y espesa subiendo por su tráquea.

Su sed de sangre estaría calmada, aunque si seguía sangrando así, acabaría ahogado.

Bufó sin poder mover nada más del cuerpo.

Klaudia lo dejó muy mal y no sabía cuánto tardaría en recuperarse sin tener una fuente de alimento cercana.

No le quedaba más remedio que quedarse allí y esperar hasta recuperarse; o que amaneciera y alguien tuviera la gentileza de llevarlo a un hospital desde donde pudiese avisar a los suyos de todo lo ocurrido esa noche.

Tras encontrar a Ronan y dejarlo a cargo de Loretta Brown, András Farkas regresa al sur para ayudar a su familia en la búsqueda de Klaudia y Gabor.

Nueva Orleans es un lugar que ama y odia a partes iguales.

Es la ciudad por la que siempre se ha sentido fascinado y es la misma ciudad que le dio a Babette para después arrebatársela sin previo aviso. Dejando un vacío en su eterna existencia que creía imposible de llenar hasta que encuentra a Ameliée; su vecina, quien es víctima de un hombre abusivo y a la cual András siente la necesidad de ayudar.

Porque él siempre ha sido así, el defensor de los más necesitados.

Por tratar de ayudarle, es incapaz de ver que tienen un mal mucho peor acechándoles, que los arrastrará a un destino inesperado y que cambiará sus vidas para siempre.

Mientras, Pál Farkas y Loretta buscarán la forma de acabar con la condesa sangrienta sin poner en peligro a la especie y a la humanidad.

Toda historia tiene un inicio y un final, y a veces, los finales no son lo que esperábamos.

¿Será este el final de todos los Farkas? ¿Conseguirán sobrevivir a la batalla final?

András dejó las llaves encima de un mueble que estaba en la entrada de su apartamento.

El sitio olía a productos de limpieza.

Arrugó la nariz. Odiaba esos olores que no hacían más que ocasionarle dolores de cabeza.

Fue a la cocina, bebió un vaso con agua y recogió un trapo de tela que la chica de la limpieza se había dejado olvidado en la encimera.

Su teléfono sonó.

Frunció el ceño al ver que se trataba de Miklos y rezó para que no fuesen más malas noticias.

—Miklos.

—¿Llegaste bien?

András bufó irónico.

—¿Desde cuándo te importa si llego bien o no a los lugares?

—Desde ahora. Pál me dijo que hay algo que ocurre contigo y, como comprenderás, ya tenemos suficiente con lo de Klaudia y Gabor como para que tú te sumes a las cargas de preocupación de Pál.

—Y tuyas —comentó con divertido sarcasmo. Agradeciendo que el vampiro, al otro lado de la línea, lo tomara de la misma manera.

—Y mías. Aún no respondes.

András dejó salir el aire que estuvo reteniendo sin darse cuenta.

—Me mata estar en el sur.

—Pensé que te gustaba la humedad de mierda de ese lugar.

—¿A quién le puede gustar eso?

—Hay gente, te lo aseguro.

—Malditos dementes.

Ambos rieron.

Miklos aguardó a que András le contara lo que ocurría con él.

—Me preocupa Klaudia.

—A mí también, András, pero no es de Klaudia de quien hablamos. Y no estoy haciendo las paces contigo porque me envía Pál. Si es eso lo que estás pensando.

—No lo pensé.

—¿Entonces?

András dejó salir el aire de nuevo y vio a su alrededor.

Estar ahí, era abrir su vieja herida y llenarla de sal.

—Es algo personal, Miklos.

—Si hay algo que caracteriza a nuestra especie es que siempre hay algo personal. No me dices nada nuevo ni nada útil para poder ayudarte.

—No hay forma de que me puedas ayudar con esto. A menos de que la puedas traer de regreso a la vida.

Miklos se quedó en silencio.

András sintió la presión en el pecho que lo dominaba cuando pensaba en Babette y en la forma en la que todo acabó entre ellos.

—Sé lo difícil que es soportar la muerte de las mujeres que amamos. Puedo decirle a Pál que te envié a otro lado y yo me iré con Milena para Nueva Orleans si eso te ayuda a olvidar.

—Estaré bien —András se sintió agradecido por el gesto de Miklos—. Gracias. La verdad es que no lo paso del todo mal estando aquí. Es solo que…

—Te sientes cerca de ella y duele como el infierno.

—Una mezcla tan extraña como masoquista.

—Hace cuánto…

—Mucho tiempo.

—¿Natural? —Miklos preguntaba por la muerte de Babette. András se mantuvo en silencio—. ¿András?

—Un accidente; y no, pierde cuidado, nunca me salí de control con ella.

—Lo siento —Miklos resopló—; si tan solo te mantuvieras en contacto con nosotros. Las penas se llevan mejor en compañía.

—Quizá. No veo cómo me pueda ayudar esta conversación para llevar mejor la agonía que me produce el pensar en ella y en cómo acabo todo.

—Cuando ocurrió lo de Úrsula, yo…

—No es lo mismo, Miklos, ella sabía lo que eras y te aceptaba tal cual.

—Milena no lo hizo —Fue una sorpresa para András. No sabía esa parte de la historia—, y fue muy duro alejarme de ella. No puedo describir lo que sentí cuando la vi temerme de la forma en la que me temía o lo que sentí cuando me dijo que no quería seguir a mi lado.

—No murió y tuvieron una oportunidad —Silencio. Después, András continuó—: Babette descubrió lo que soy y eso, la mató. Salió de casa muy alterada, cruzó la calle sin prestar atención y… —András sentía que se ahogaba, dejó de hablar.

—No puedes culparte por eso.

—Lo haré siempre. Es mi culpa. Es inútil que digas que no lo es. Si ella no se hubiese enterado de nada, si tan solo… —se ahogaba de nuevo.

—¿Has pensado en mudarte?

—Sí y por eso no regresé a esta ciudad nunca más.

—¿De casa?

—No tengo la valentía de dejar esta. Soy masoquista, ya te lo dije —otro silencio lleno de suspiros—. Estaré bien, Miklos, lo prometo. Seré un activo útil para Pál, tal como se lo prometí. Le demostraré que soy bueno.

—Nadie lo ha puesto en duda jamás y creo que él mismo tuvo esa conversación contigo después de la paliza que te dio Klaudia.

—¿Qué tienen ustedes? ¿Sesiones de té todas las tardes para contarse las novedades de la sociedad?

Miklos soltó una carcajada.

—No, idiota. Hemos creado un vínculo que tú te niegas a tener con nosotros y que ya va siendo hora de que te des cuenta de lo importante que es tenerlo.

Miklos tenía razón.

—Lo tendré en cuenta a partir de ahora —pudo sentir a Miklos sonreír—. ¿Qué tal está Ronan?

—Más tranquilo que cuando lo dejaste aquí.

Las brujas pusieron a Ronan a dormir para que András pudiese trasladarlo con tranquilidad hacia el norte del país.

Como era de esperarse, al despertar en casa de Loretta y encontrarse en otro lugar, con «desconocidos» entró en crisis.

Viviría de ahora en adelante con la bruja que le ayudaría con su problema de la memoria y la cabeza en general que, desde el punto de vista de András, la tenía hecha mierda.

Al menos sabían que Klaudia no era la responsable de su trauma físico. En cuanto Loretta lo vio y habló un poco con él se dio cuenta de que le implantaron la idea de que Klaudia fue la que lo atacó.

Así que era probable que Klaudia tampoco hubiese matado a su fuente de alimento aquella noche. Lo que la libraba de la pena de muerte pero aun no daban con ella. Era como si la tierra se le hubiese tragado.

—¿Hay esperanzas de que se recupere?

—Loretta dice que sí, aunque será mucho más complejo de lograr que lo que ocurrió con Felicity.

—¡Maldito seas, Gabor! Te juro que cuando lo encuentre lo voy a hacer sufrir antes de llevárselo a Pál.

—¿Me llamarás para ayudarte?

András entendió el mensaje escondido de esa propuesta.

Sonrió a medias porque se sentía bien tener un cómplice dentro de la familia.

—Te llamaré siempre que necesite ayuda.

—O hablar.

—O moler a golpes a alguien —acotó András divertido—. Gracias por llamar. Lo digo en serio.

—Lo sé. Es todo un gusto y volveré a hacerlo. Ahora, te dejo, tengo cosas que hacer.

Se despidieron y colgaron.

András se tumbó en el sofá y se quedó viendo al techo.

Le llegó a la mente una noche en la que llegaba de su supuesto trabajo de empresario importante y Babette lo esperaba seductora, en ese mismo sofá.

Recordó, mejor dicho, revivió, el momento a tal punto, que hizo una inspiración fuerte y le pareció que percibía los olores de ella de aquella noche.

Su sexo le enviaba las señales de una necesidad acuciante. Una que él mismo satisfizo en el acto.

En el presente, su miembro respondió al recuerdo como cada vez que la recordaba a ella gimiendo debajo de él.

Y la boca empezó a dolerle de esa forma tan peculiar que le avisaba que tenía tiempo sin consumir sangre y sin descargar sus deseos sexuales con alguien.

La imagen de ella y su pecho bamboleante por las embestidas que él le daba, endureció más su pene y agudizó el dolor punzante en las encías.

Se acomodó en el sofá porque le urgía romper la tensión de la parte baja de su cuerpo ya que no se sentía capaz de ser un ser comedido y controlado teniendo en tensión la mandíbula y el pene al mismo tiempo.

Algo debía ser liberado para poder pensar con claridad y ser un vampiro racional.

Otra palpitación y más gemidos de Babette en su cabeza.

Justo cuando cerraba su mano alrededor de su miembro, todo se vio interrumpido por un golpe seco y un grito ahogado.

La erección de András perdió atención en el momento en el que sus oídos se aguzaron y empezaron a reconocer el llanto de dolor y desespero de alguien; una mujer que estaba siendo maltratada.

Gruñó porque no podía pensar con claridad y la rabia lo estaba dejando en manos de la maldición.

—¡Maldita sea! —se levantó y se abrochó el pantalón. Fue al baño, se lavó las manos abriendo el grifo del agua al completo, dejándola correr un rato, en un intento de obviar lo que sus oídos se negaban a dejar de percibir.

Pero era inútil.

Además, el maldito agresor no paraba de tirar cosas contra las paredes y de darle bofetones a ella.

Un rato después, cuando parecía que la intensidad de la agresión bajaba, pero el sentimiento de impotencia se negaba a abandonar a András, salió del baño con la mirada llena de ira y ganas de moler a golpes al imbécil.

Estuvo muy a punto de hacerlo.

Lo devolvió a la cordura un par de golpes secos en la puerta del apartamento en donde estaba ocurriendo todo. Se quedó quieto en donde estaba, aguzando cuanto podía los oídos.

La puerta se abrió.

—¿Qué? —respondió de mala gana el hombre agresor.

—Buenas noches, señor —András bufó irónico cuando escuchó al hombre de voz débil llamando «señor» al otro. Era un policía. Uno joven. András percibió la inexperiencia en su voz—. Recibimos una llamada de golpes fuertes que provenían de este apartamento. ¿Está todo bien?

András podía imaginarse la escena del policía intentando echar un ojo dentro del inmueble para cerciorarse.

—Todo bien, oficial. Ya sabe. Tenemos unos gustos particulares mi chica y yo cuando estamos… usted sabe… —se lo imaginó sonriendo con sorna al policía y quiso darle un puñetazo que le sacara los dientes.

—¿En dónde está su novia?

—Aquí —András dejó salir el aire y bajó la cabeza, negando, cuando la escuchó a ella intervenir como si nada estuviera pasando. Escuchó una fricción de tela y luego, un beso incómodo—. ¿Está todo bien, cariño?

—Así es, el oficial vino a cumplir con su deber, pero ya se va.

András respiró profundo y negó con la cabeza otra vez.

No podía entender cómo las mujeres agredidas se quedaban en el sitio en el que las maltrataban aun cuando la ayuda estaba frente a ellas.

La tensión lo iba a matar si se quedaba ahí y necesitaba alimentarse.

Con urgencia.

Abrió la puerta y empezó a descender las escaleras. El oficial aún no estaba convencido de lo que veía. András se obligó a no escuchar ni una palabra más.

Esa chica tenía la oportunidad de oro de salir de ahí y meterlo a él en prisión y aun así…

Levantó la vista justo cuando pasaba junto a ellos.

Ella estaba como si nada, envuelta en una bata sexy, el pelo revuelto que le caía en la mitad del rostro, de seguro tapando los rosetones de los golpes reciente y tenía el brazo de él al rededor del cuello.

Ella lo vio.

Si tan solo las mirada valieran legalmente, el policía podría salvarla sin que ella dijera nada.

Sus ojos, que, de seguro, alguna vez fueron soñadores, estaban llenos de dolor, vergüenza y miedo.

Muertos.

Bajó la mirada y negó una vez más.

Siguió su camino. Él mejor que nadie sabía que pedir ayuda era difícil para algunas personas.

Y algunas veces, la ayuda dada era difícil de aceptar.

Pensó en todas las chicas que ayudó en el pasado.

Babette fue una de ellas.

También pensó en Miklos y agradeció su llamada. Algo tan simple le dio una lección ese día y haría su mejor esfuerzo por pedir ayuda si lo necesitaba.

Iba a dejar de hacer lo que criticaba de esas personas que justificaban la violencia con amor.

Él quería dejar de sufrir. Quería sanar para solo recordar lo bueno que le había dejado Babette.

Y empezaría por lo más básico: no descuidar su alimentación, ni el sexo.

Sacó el móvil mientras salía del edificio porque llamaría a la compañía para que le enviaran una fuente de alimento y pagaría exclusividad por ella.

Quizá Miklos tenía razón y le vendría bien estar acompañado mientras estaba en la ciudad.