Novela de suspense romántico +18

Esta novela es única y autoconclusiva

Una calurosa noche de verano de 1989 Vivian Wright dejó a su hija de tres años acostada en su cama junto a su inseparable conejito. Ninguna de las dos sabía que, aquella noche, sería la última en la que Vivian vería a su hija y la última noche en la que Hailey dormiría tan plácidamente en mucho tiempo. La desaparición de Hailey sería solo el principio de una ola de desapariciones que tendría lugar en Ogden, Utah a principio de los noventa.
Entusiasmada con su nuevo puesto de trabajo, tras un divorcio amistoso y decidida a empezar una nueva vida, Maggie Jones llega a Ogden durante la semana en la que se lleva a cabo la conmemoración de la fecha en la que seis niños entre los dos y tres años, desparecieron sin dejar rastro.
Una época que dejó consternada a toda la población.
A pesar de esto, Maggie cree que está en el lugar adecuado para vivir con tranquilidad y criar a su hijo en un sitio seguro. Aquello que había ocurrido 29 años antes, no se había repetido y en la actualidad, Ogden era un buen lugar para vivir, lo decían las estadísticas.
Sin embargo, unos meses después empiezan a ocurrirle cosas muy extrañas que le llevan a investigar la desaparición de Hailey Wright junto a su vecino David Porter, un policía local decidido y amable.
La investigación será el detonante de sentimientos encontrados en todos los habitantes de la población que vivieron de cerca aquella época, así como algunas de las familias afectadas que aun vivían allí. Unos estarán de su lado, otros la pondrán en el punto de mira amenazando su seguridad y la de su hijo.

¿Desistirá Maggie a continuar la investigación?
¿Finalmente se sabrá qué ocurrió con esos niños?

Vivian Wright bostezó dos veces antes de obligarse a llevar a la niña a su cama y así poder ponerle fin a la jornada, que bastante larga había sido en la tienda. Edna, su hermana mayor, no pudo echarle una mano con los pendientes y le tocó lidiar a ella sola con la costura y su pequeña Hailey.

Su hija era lo más grande que la vida le había dado y hasta que la sostuvo en brazos aquella noche en la que dio a luz antes de llegar al hospital, mientras se desataba una tormenta en Ogden, entendió lo que siempre le escuchó decir a su madre cuando hablaba del amor hacia sus hijas: «No existe un amor más puro que ese y es el único por el que harías cualquier  cosa». Era la verdad. Era un bálsamo capaz de aliviar los dolores y una chispa capaz de mantener la alegría, sin importar qué tan fuerte o dura fuese la situación por la que se atraviesa.

Así que ese día se merecía meterse en la cama temprano y dormir con tranquilidad hasta que los rayos del sol la levantaran; o el calor, que de seguro le haría la vida imposible durante la noche. Esperaba estar lo suficientemente cansada como para no notarlo.

Tenía que arreglar el aire acondicionado. Suspiró. Así como tenía que arreglar el horno y la puerta automática del garaje.

Sonrió viendo a la pequeña Hailey en sus brazos que, a su vez, mantenía en sus bracitos al Sr. Zanahoria, un lindo conejito que Edna le regaló un tiempo atrás y del cual la niña no se separaba. Le dio un beso en una de las esponjosas mejillas a su hija y la apoyó con delicadeza sobre su cama.

También debía mejorar el aspecto de la habitación de la niña.

Suspiró de nuevo.

Se aseguró de dejar la ventana abierta para que entrase un poco de aire durante la noche y por último, se aseguró de que no hubiese ningún objeto cercano sobre el cual Hailey se pudiera subir para trepar por la ventana que no era alta, pero de igual manera podría lastimarse si caía al otro lado.

Vivian volvió al salón y apagó todo lo que tenía encendido en ese momento.

Se repitió el mantra que se repetía desde que se atrevió a solicitar el crédito en el banco junto a su hermana para poder abrir la tienda de costura: «Pronto, todo mejorará» Y estaba convencida de que así sería porque ya había pasado por muy malas experiencias y era momento de que la vida empezara a darle cosas buenas.

Lo primero fue su hija, lo segundo su negocio, lo tercero serían sus ingresos.

Cada vez tenían más trabajo y Edna empezaba a tomar cursos para poder confeccionar trajes para niños que era un mercado seguro. Los niños crecían y en los cambios de temporada había que comprarle ropa nueva.

«Pronto, todo mejorará».

Se repitió con convencimiento y con la mirada llena de esperanza.

Apagó la luz de la cocina y vigiló a su pequeña por última vez antes de meterse entre las sábanas y dejar que el sueño la venciera.

Pensó que habían pasado solo unos segundos cuando volvió a abrir los ojos.

Se dio cuenta de que durmió como un tronco cuando tuvo que cerrar los ojos de nuevo porque un rayo de sol le pegaba directo en la cara.

Se sobresaltó porque ese rayo de sol solía aparecer después de las 10 a.m. lo que quería decir que era muy tarde.

Entonces pensó en la niña y al no verla junto a ella en la cama, como solía hacer la pequeña cuando se levantaba y aun quería holgazanear, sintió curiosidad por saber en dónde y, sobre todo, qué estaba haciendo.

—Hailey, cariño, ¿En dónde estás? —preguntó en voz alta mientras salía de la cama. La casa estaba en absoluto silencio.

—¿Hailey? —La niña no estaba en su habitación y no obtuvo ninguna respuesta. Entonces, en su interior, sintió que algo no iba bien.

Fue a la cocina, salón, los baños; salió al patio, buscó en el garaje y la niña no estaba en ningún lado.

El corazón empezó a palpitarle desbocado. Sentía que la sangre se le iba del cuerpo.

—¡Hailey! ¡Hailey! —gritó con fuerza sin éxito y consiguiendo llamar la atención de los vecinos—. ¡Hailey!

—Vivian, ¿qué ocurre? —Cindy Porter, vecina de Vivian desde hacía unos años se acercó a ella con preocupación cuando la vio desde la ventana de su cocina.

—¡Dios mío! ¡Cindy! ¡Hailey no está! —Vivian se sentía ajena a sus palabras. En su interior se negaba a aceptar que su hija no estuviese aunque la angustia empezaba a hacerla ceder a su realidad.

—¡¿Cómo?! —Cindy la vio a los ojos y la tomó de los hombros—. ¿Buscaste en toda la casa?

Vivian empezó a sentir que se ahogaba ¿En dónde estaba su niña?

Asintió cuando las primeras lágrimas empezaron a descender por sus dulces ojos color café.

—Voy a buscar a Doyle, llama a la policía de inmediato.

Vivian asintió de nuevo, el cuerpo le temblaba demasiado para poder tomar acción.

Cindy se percató de que Vivian no estaba en condiciones de actuar por su cuenta. No era para menos, pensaba la mujer que, de estar en su lugar, estaría corriendo por el bosque como una posesa buscando a su hijo. Y agradeció que su marido hubiese escuchado los gritos de Vivian, salió sin necesidad de llamarle.

—¿Qué ocurre?

—Doyle, Hailey ha desaparecido.

—¿Se aseguraron de que no esté escondida? —El hombre, como buen policía, no pudo evitar hacer esa pregunta.

—Busqué en toda la casa —Vivian sollozaba—. No está, mi pequeña no está.

—Vamos adentro, Vivian, te prepararé algo caliente mientras llega la policía y llamaremos a Edna también.

Vivian se derrumbó apenas entraron en su casa.

Su llanto se intensificaba a medida de que iba repasando en su cabeza todo lo que hizo la noche anterior. Fue hasta la habitación de la niña y todo estaba tal como ella lo dejó. Negaba con la cabeza mientras seguía llorando.

Revisó de nuevo en los armarios, el sótano, el garaje. Incluso decidió echar un vistazo en el ático que sabía que para Hailey sería imposible llegar allí porque para acceder debía tirar de la cuerda que colgaba del techo en el pasillo que daba acceso a las habitaciones para que bajara la escalera y así poder subir al ático.

—¡Dios mío! ¡Hailey! Pequeña, ¿en dónde estás? —Se dejó caer en el sofá del salón junto a Cindy que la abrazó con fuerza para darle todo el consuelo que necesitaba. Pensó en sus dos hijos que en ese momento estaban en la escuela.

—¿Qué ha pasado? —Edna entró como un huracán a la propiedad y cuando vio a su hermana llorando como nunca antes lo había hecho en su vida, las piernas le empezaron  temblar.

Vivian corrió a sus brazos.

—No lo sé, Ed. Hailey no estaba en casa esta mañana.

Edna vio con consternación a Cindy y esta, negó con la cabeza formando una línea con sus labios. Abrazó a su hermana menor con fuerza y le susurró en el oído lo que siempre le decía cuando sus padres empezaban a discutir «Todo va a ir bien» «Pronto pasará y estará todo como antes».

Pero en ese momento, tanto Edna como Vivian sabían que esas palabras se sentían vacías.

Cuando el oficial Preston llegó a la vivienda, Doyle lo recibió con un amistoso saludo y cara de preocupación. Doyle había echado un ojo en la habitación de la niña y se percató de varias cosas.

Vivian había conseguido calmarse un poco. Así que pudo explicar con detalle todo lo que hizo por la noche antes de irse a la cama y todo lo que hizo desde que abrió los ojos esa mañana.

—Entonces me di cuenta de que era muy tarde, Edna estaría en la tienda por la mañana. Hailey se despierta muy temprano todos los días —hizo una pausa al recordar la carita de su niña cuando intentaba treparse por las mañanas en su cama—, y luego viene a mi cama para estar conmigo un poco más antes de empezar a pedir comida.

—Tiene buen apetito, es un reloj —aseguró Edna que quería mostrarse fuerte para darle apoyo a su hermana.

—¿Qué ocurrió luego? —preguntó el oficial de policía.

—Al darme cuenta de que no estaba en la cama conmigo, la llamé en voz alta —Vivian dejó escapar otras lágrimas—. No respondió y cuando llegué a su habitación y vi su cama vacía mientras la llamaba, sin obtener respuesta, me preocupé. No es normal que la niña no me responda. Fue cuando empecé a buscarla por toda la casa.

—¿Suelen jugar a las escondidas? —Vivian negó con la cabeza—. Bien, y ¿qué me dice de algún sitio muy pequeño en el que la niña pudiese meterse dentro?

—Aquí no hay mucho espacio para eso, como puede ver, oficial —el uniformado se percató de que la casa era pequeña, y todo estaba a la vista. Uno de sus compañeros estaba revisando la habitación de la niña con detenimiento. Ya habían revisado el resto de la propiedad y no encontraron nada que diera señales de la pequeña.

—¿Estaban las puertas con el cerrojo puesto?

Vivian asintió.

—Preston, tienes que venir a ver esto —Doyle le habló en susurro.

Cuando entraron en la habitación, Doyle le señaló la ventana.

Una fibra rosa estaba enganchada a una astilla de madera de la ventana y había tierra entre el borde de la misma y la moqueta del cuarto de la niña.

Preston negó con la cabeza. Aquello empezaba a olerle muy mal.

—La fibra parece del muñeco del que la niña no se separa. Conozco a Vivian desde hace años, es una buena madre y mujer. No entiendo quién podría hacerle algo así.

—Llevaremos todo a la comisaria tenemos mucho trabajo. Debemos empezar una búsqueda de inmediato —sugirió Preston.

Salió y sintió pena por lo que debía anunciar a continuación.

—Sra. Wright, lo siento, todo indica que su niña fue secuestrada durante la noche.

Vivian sintió que el alma le abandonaba el cuerpo tras escuchar eso. ¿Secuestro? ¿De qué hablaba el policía?

Escuchó gritos lejanos.

¿Era ella?

Su hermana lloraba desconsolada a su lado, no conseguía entender qué era lo que le decía. Un asqueroso pitido se apoderó de sus oídos haciéndole imposible escuchar a los demás y sin embargo, reconocía sus gritos porque retumbaban en su interior.

Alguien intentaba dominarla porque no paraba el forcejeo, ella no les iba a permitir que la dominaran, tenía que salir a buscar a su hija y salvarla de lo que sea que estuviese viviendo, su niña, su pequeña.

Un pinchazo le atravesó el brazo.

No.

No.

La estaban durmiendo, como hicieron en el pasado.

No.

Vio a Edna y pudo leerle los labios cuando le dijo:

—Estarás mejor así.

Maggie se estaba saltando todas las leyes de tránsito establecidas. En medio de su angustia, rogaba para que no se apareciera nadie en su camino que pudiera salir lastimado. No tenía tiempo que perder, aunque David le aseguró que tenía la situación controlada y que actuarían en cuanto el jefe de la policía le diera la orden.

Sentía que tenía el estómago revuelto y una presión en el pecho no le permitía respirar con normalidad.

Cuando Douglas la llamó para preguntarle en dónde estaba Jayce y por qué aún no salía de la escuela, Maggie sintió que el alma se le iba del cuerpo ya que justo en ese momento, hablaba con la maestra de Jayce debido a un mal comportamiento del chico ese día en el salón de clases, el cual se encontraba libre de niños mientras las mujeres conversaban.

De inmediato, todas las alarmas de Maggie saltaron y recibió una ráfaga de recuerdos como los que estuvo experimentando durante las últimas semanas; con la diferencia de que estos no pretendían traer momentos de un pasado enterrado sino que se hacían presentes ante ella para dejarle ver lo inocente y confiada que fue con el asunto de las amenazas recibidas.

Anunciaron la ausencia de Jayce a las pocas personas que quedaban en la escuela, y empezaron la búsqueda en las instalaciones y alrededores.

Buscaron en todos lados sin éxito.

Algo le había pasado a su hijo y todo sería culpa de ella por no hacer caso de las amenazas.

Maggie le dio un golpe al volante mientras se decía «estúpida» mil veces. Observó por el retrovisor que Douglas aún la seguía y sabía que no la perdería de vista.

No tardaron en emitir un Alerta AMBER. La foto del niño pasó a formar parte de un mensaje que se transmitió a cada uno de los dispositivos móviles en el país con la información necesaria para que pudieran dar aviso a las autoridades en caso de que alguien lo viera. Otros medios de comunicación interrumpieron su programación para activar el alerta y sumarse a la búsqueda.

Jeffrey y Larry, los amigos de Jayce, le indicaron a la directora del colegio que le vieron por última vez al otro lado de la calle, esperando a que viniera a recogerle su padre. Al parecer, el chico recibió un mensaje de texto de parte de su progenitor en le que le decía que cruzara la calle y le esperase del lado contrario para poder evitar la fila de coches de los demás padres.

Basándose en esto, David, que aún no entendía qué diablos estaba ocurriendo ese día en la ciudad, revisó la grabación de la cámara de seguridad vial que estaba en la esquina del colegio. Se concentró en las horas de salida de los alumnos y pudo presenciar el momento en el que Jayce cruzaba la calle, esperaba al otro lado y cómo, segundos después, una furgoneta negra se detenía frente al niño haciéndole desaparecer.

La furgoneta no llevaba matricula que pudiera identificarla y los hombres al frente llevaban gorras que les tapaban el rostro.

David insistió en la búsqueda, esperando que encendieran el móvil del niño en cualquier momento para activar el GPS de la unidad. Temía por el niño, sin embargo, necesitaba mantenerse optimista, sobre todo por Maggie ya que no sabían a qué se enfrentarían.

Cuando empezaba a desesperarse por no poder seguirle la pista a la furgoneta, los técnicos avisaron que el móvil del chico había sido encendido y activaron de inmediato el GPS para poder ubicarle.

David presentía que llamarían a Maggie, así que se adelantó y le dio órdenes de lo que debía decir si le llamaban, mientras ellos se encargarían de seguirles físicamente porque la señal del móvil se mantenía en el mismo sitio. Alguien mencionó la ubicación en voz alta mientras él hablaba con Maggie y en el momento supo que aquello no acabaría bien.

La escuchó coger las llaves del coche, subirse, encenderlo y arrancar haciendo chirriar los neumáticos. Intentó seguir hablando con ella pero la mujer no respondía. Solo la escuchaba respirar de forma tan agitada que David temió por ella.

Cortó la llamada y en tanto se vestía con la indumentaria necesaria para ir a un encuentro con criminales y un rehén, ordenó que llamaran al equipo táctico del FBI porque no sabía con qué situación iba a encontrarse.

Llamó a Douglas para pedirle que siguiera a Maggie y no la dejara acercarse a la furgoneta si llegaba a saltarse los cercos de seguridad que él mismo mandaría a poner para mantenerla alejada y a salvo.

Maggie no podía quedarse de brazos cruzados. Se trataba de su hijo y por su culpa se encontraba en una terrible situación que lo marcaría de por vida.

Los neumáticos del coche derraparon cuando Maggie giró el volante para acceder a la calle que le anunciaron a David cuando habló con ella por teléfono.

Coches patrulla, una furgoneta blindada, policías, agentes del FBI y un cerco de seguridad le dieron la bienvenida y la obligaron a detenerse haciendo chirriar de nuevo los neumáticos que levantaron humo y dejaron una marca en el pavimento. El coche de Douglas, detrás de ella, reaccionó de igual manera.

Maggie se bajó y se saltó todas las cintas que le prohibían el paso. Era esquiva y no les daba tiempo a los oficiales de agarrarla.

Corría hacia la furgoneta que tenía las compuertas abiertas y estaba vacía.

Vio a David y cuando la mirada del hombre se apagó sintió que la vida se paralizaba en ese momento.

Gritó, no sabe cuánto, no sabe qué porque el zumbido en sus oídos no le permitía escucharse a sí misma.

David la atajó a tiempo antes de que se derrumbase por completo en el suelo y la acunó entre sus brazos con firmeza.

El policía veía a Douglas acercarse a ellos.

—Maggie, cálmate. No lo han encontrado. Y cuando lo hagamos, estará con vida, te lo aseguro —David vio a Douglas y negó con la cabeza—. Llegamos tarde. Solo está su mochila.

Douglas sintió que la desesperación se apoderaba de él.

—¿Por qué se lo llevaron a él?

—Es mi culpa, Douglas, es todo mi culpa —Maggie sollozaba y soltó a David solo para abrazar a Douglas que la rodeó sin problemas con sus brazos y el policía sintió compasión por ellos. No podía sentir celos en ese momento.

Douglas le dio un beso en la coronilla a su ex mujer.

—Estoy seguro de que el detective lo encontrará, Maggie —vio a David y este asintió con la cabeza.

—Les prometo que haré todo lo que esté a mi alcance. Por ahora, lo mejor será que vayan a casa y esperen allí.

—¡No! —la mujer se dio la vuelta y le dedicó una mirada cargada de pánico.

—Maggie, por favor —David se sentía impotente por no poder darle a Maggie la tranquilidad y seguridad que le prometió unos días antes. Le rodeó el rostro con las manos y le dio un beso en la mejilla, después la vio directo a los ojos—. Lo voy a encontrar, te lo prometo, sano y sin un rasguño. Sabes muy bien mis sentimientos por ese pequeño.. Haré lo que sea necesario pero necesito saber que tú estarás segura en casa. ¿Entendido?

Maggie asintió y emprendió el camino de regreso al coche rodeándose con sus propios brazos.

—No la dejes conducir —David advirtió a Douglas y luego le dio una palmada en la espalda—. Todo saldrá bien.

—Lo sé, confío en ti.

Douglas siguió a Maggie y la obligó a entrar en su coche. El oficial Smith le llevaría el suyo.

El trayecto a casa lo hicieron en silencio. Maggie llevaba la mirada fija al frente.

Douglas la tomó de la mano y no la soltaría hasta que fuera necesario. Sabía que Maggie estaba a punto de rendirse ante la culpa como le había pasado tantas veces cuando conversaban sobre la muerte de su padre. Y en ninguno de los dos casos, era culpable de nada. ¿Cómo saber que una simple investigación acabaría de esa manera?

—Por qué no me dijiste lo de las amenazas, Maggie.

—No quería preocuparte y David estaba investigando eso también —la voz quedó ahogada de nuevo por el llanto—. Soy una ingenua, Douglas.

Aparcaron frente a casa y el oficial Smith, que conducía el coche de Maggie, se detuvo detrás de ellos.

—Sacaremos tu bolso de tu coche y luego entraremos en casa para que me cuentes todo con detalle, así nos mantendremos ocupados.

Maggie asintió en silencio.

Caminaron hasta el coche, cogieron el bolso y el oficial de policía les indicó que entraran en casa, cerraran bien puertas y ventanas y no salieran de ahí a menos de que David así lo ordenase. Fue el mismo David quien dio la orden de que el oficial Smith se quedara allí para custodiar a Maggie.

Smith se arrebujó dentro de su chaqueta, chequearía los alrededores para comprobar que todo estuviese en orden y luego entraría con ellos.

Maggie le prometió esperarlo con una buena taza de café. Empezaba a hacer frío; las hojas de los arboles cubrían las calles y las tonalidades del otoño empezaban a extinguirse. Esperaban la primera nevada muy pronto.

Maggie introdujo la llave en la cerradura, le dio la vuelta y abrió la puerta.

—¡Dios mío! —pronunció en voz alta llevándose la mano al pecho y en dos zancadas, alcanzó a Jayce que se encontraba atado a una silla y con la cabeza colgando por el estado de inconsciencia.

Douglas imitó a Maggie sin dejar de ver al hombre que estaba detrás del niño, vestido de negro, con el rostro tapado y apuntando a Jayce con una pistola directo a la coronilla.

—Maggie, baja la voz que no queremos alertar a Smith —advirtió Douglas a su ex mujer aterrado de que aquel sicario acabara con la vida de su hijo. Veía con preocupación hacia la puerta esperando el momento en el que Smith entrase y se armara la grande.

Cuando Maggie lloraba desconsolada a los pies de su hijo y los pasos y el silbido del oficial Smith advertían que se acercaba a la puerta de entrada de la propiedad, Douglas empezó a sudar frío.

—Déjalos ir a ellos —le suplicó al sicario—. Me quedaré yo. Hay un policía —el silbido de Smith se acercaba cada vez más—… por favor, no le hagas daño a nadie, por favor —Douglas suplicaba aterrado.

El silbido de Smith cesó cuando sus pasos atravesaron el umbral de la puerta. Maggie se aferró a su hijo con fuerza y Douglas se lanzó sobre ellos.

Unos segundos después, la puerta de la propiedad se cerró y Smith dijo:

—Todo en orden —Douglas levantó la cabeza con cuidado y vio al oficial sentarse en una silla del comedor.

Maggie lo vio aterrada y fue cuando se percató de que había alguien sentado en el sofá del salón, detrás de Douglas.

—No hagan ninguna estupidez o los sesos de tu hijo se esparcirán por todos lados —advirtió el hombre del sofá—. Tal como los de tu padre, Maggie. ¿Recuerdas?