Serie completa de fantasía urbana +18
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Valerie Sanders es asesinada mientras Jack Lambert, duerme la borrachera plácidamente a su lado. Zaccaria Romano queda devastado con la noticia de que, su casi prometida, fue asesinada mientras le engañaba con otro hombre.
Mark O’Donell y Madison Sullivan son los detectives a cargo de la investigación para encontrar al asesino, en tanto que, Zoe Mitchell, ejerce su saber legal para defender al hombre, que ama en silencio, de ir a la cárcel para siempre.
Jack, Zaccaria y Madison tienen algo en común. El asesinato de Valerie los une.
Tienen un reencuentro con la vida que siempre les perteneció y que se negaron a aceptar.
Un destino que los marca y los lleva a unir sus fuerzas para ayudar a la justicia.
¿Aceptaran ese destino?
Jack Lambert se despertó con la cabeza a punto de estallarle.
Escuchaba sonar su móvil. Le parecía tenerlo pegado a la oreja a pesar de que el aparato estaba en el salón.
Supo identificar quién le llamaba por la melodía que expresamente seleccionó para su ‘inoportuna’ abogada.
Sympathy for the Devil de los Rolling Stones.
Por supuesto, no le contestó.
Ethan y Cristine Lambert decidieron adoptar a Jack cuando apenas era un bebé. La primera vez que Cristine vio a Jack en el centro de adopción y se fijó en sus ojos, sintió una conexión inmediata con el niño. El pequeño bebé tenía un ojo color verde y el otro de color ámbar. Cristine presentía que el niño sería especial y tuvo una inmensa necesidad de cuidarlo. No se equivocó. A medida que Jack fue creciendo, sus padres adoptivos empezaron a notar que ‘veía’ las cosas de un modo… diferente.
Se anticipaba a los hechos.
Para Jack resultó divertido durante su infancia saber qué cosas ocurrirían antes que los demás. Debido a su inocencia, compartía su don con otros niños y esos otros niños lo rechazaban porque consideraban que era un “fenómeno”, no solo por su don, si no también, por sus ojos de diferentes colores.
Sus padres le consiguieron ayuda psicológica para que aprendiera a canalizar su don sin sentirse como un “fenómeno”, y la buena intención de ellos funcionó hasta el día que Jack pudo ver cómo moriría su madre.
Apenas tenía 10 años cuando tuvo esa visión y dos años después, cuando a Cristine le diagnosticaron cáncer, supo que debía despedirse de ella.
Fue muy duro y muy rápido.
La enfermedad consumió a Cristine en cuestión de meses. Y durante esos meses, Jack no dejó de percibir la imagen de que su madre iba a morir. No se atrevió a confesárselo a nadie en casa. Ni siquiera a su adorada nana Rose.
Rose, ayudaba a Cristine en la crianza de Jack y después de su muerte, se convirtió en una segunda madre para él.
Jack jamás sintió que Ethan y Cristine no fueran sus padres biológicos, los amaba tanto que se sentía parte de ellos. Y el sentimiento era reciproco.
Como era de esperarse, luego de la muerte de su madre, Jack se volvió un adolescente rebelde. Su padre no lo castigaba por sus malas acciones, decía que el pobre estaba ‘drenando’ la tristeza de haber perdido a su madre de esa manera. Que luego se le pasaría y sentaría cabeza.
No podía estar más equivocado y arrepentido de no haberle puesto un freno a la actitud de Jack.
Para cuando decidió irse a vivir a Nueva York y estudiar Artes Plásticas allá, ya era demasiado tarde. El Sr. Lambert decidió que Rose se fuera con Jack, se sentía un poco más tranquilo sabiendo que alguien lo vigilaba de cerca, pero Jack no aceptó la oferta de su padre y Ethan no sabía decirle ‘NO’ a las peticiones de su hijo.
Así fue como Jack llegó a vivir a Nueva York, en un moderno y lujoso Loft en Soho que su padre le compró.
Durante sus años de estudio, no hizo más que darle muchos dolores de cabeza a su padre y una sola satisfacción: haberse graduado.
Cuando Jack tuvo la mayoría de edad para ingerir bebidas alcohólicas, se hizo un aficionado a ellas y descubrió que, cuando tenía alcohol etílico en su torrente sanguíneo, no tenía visiones. Entonces decidió sustituir el agua por alcohol y eso lo llevó a meterse en tantos líos que empezó a coleccionar multas de tránsito y su padre tomó la decisión de contratar a un abogado que viviera en Nueva York y se encargara únicamente de Jack, antes de que su actitud lo perjudicara todavía más.
Así que esa mañana, su abogada o ‘niñera diabólica’ como él la llamaba, lo estaba llamando para recordarle que tenía su reunión semanal en AA y que no podía faltar.
Ella consiguió que un juez le diera la sentencia de rehabilitación y suspensión de la licencia de conducir, en cambio de encarcelarlo por alterar el orden público en un bar y conducir ebrio causando un desastre en la vía.
Por fortuna, el desastre no ocasionó hechos de sangre, porque si no, no lo hubiese salvado nadie de ir tras las rejas.
Jack era todo un maestro a la hora de actuar. Él no iba a dejar que las visiones volvieran, lo que quería decir, que no pensaba de dejar de consumir ciertas dosis de alcohol.
Así que, bebía cuanto le venía en gana, evitaba armar alborotos en dicho estado y todos los jueves, iba a sus reuniones de AA fingiendo que tenía dos meses ‘limpio’. Lo peor de todo, era que lo hacía tan bien, que hasta su “niñera diabólica” le creía.
La noche anterior tuvo una pequeña fiesta privada en su departamento.
La única invitada había sido una hermosa rubia que conoció en sus reuniones de AA y que menos mal, logró obtener el número de contacto en la segunda asistencia de la rubia, porque después de esa, ella no volvió más.
Estuvieron en el apartamento de Jack, bebiendo y teniendo sexo hasta altas horas de la madrugada.
Tomaron vino y quién sabe cuánto, porque Jack sabía que dos copitas no le caían mal, pero su dolor de cabeza indicaba que fue mucho más.
Evitaba beber los miércoles para estar perfecto en sus reuniones de los jueves, pero, la carne era débil y su voluntad, también.
Se levantó y fue al baño.
Se duchó con agua casi fría.
Se colocó sus lentes de contacto verdes, los usaba todo el tiempo desde los 10 años. Eso le evitaba dar explicaciones en la calle, o peor aún, escuchar comentarios de la gente a sus espaldas diciendo que era un ‘fenómeno’. Luego se puso una franela blanca de algodón, pantalones cortos y zapatos deportivos.
Tomó dos pastillas para el dolor de cabeza acompañadas de tres vasos de agua fría. Activó su iPod y salió a correr.
La actividad física lo despejaría por completo y le permitiría llegar en perfecto estado a su reunión de AA.
***
Era casi mediodía cuando Zoe sacó del armario un bonito suéter manga larga de color verde. Habría preferido colocarse vaqueros, pero iría a almorzar con su abuela y luego a la celebración en la catedral de San Patricio.
Sabía muy bien que su abuela no le perdonaría ir a una catedral en vaqueros.
Así que, resignada, tomó un pantalón de vestir negro y la chaqueta a juego.
Se vistió y salió de su apartamento.
Tenía tres años viviendo sola y le gustaba, pero en ciertas ocasiones, metía un poco de ropa en una pequeña maleta y se iba a pasar unos días en casa de sus abuelos. Encontraba reconfortante la calidez y la seguridad que tenía en su antigua casa.
Ayudar a la abuela a cocinar una deliciosa tarta de manzana mientras conversaba de los escándalos de la alta sociedad, era algo que le encantaba. No por el cotilleo, si no por el hecho de compartir con su abuela, a la cual, amaba como a una madre.
Y luego, en las cenas en familia, conversar con su abuelo de los asuntos políticos y económicos a nivel mundial, era otro de sus pasatiempos favoritos.
Los padres de Zoe murieron en un accidente de tránsito cuando ella apenas tenía cinco años y la custodia les fue otorgada a sus abuelos maternos. Ellos pertenecían a la clase alta de la ciudad y vivían en un hermoso y lujoso penthouse al este de Manhattan.
Zoe creció rodeada de valiosísimas piezas de arte, música clásica, una excelente educación y el amor que siempre le dieron sus abuelos.
Se graduó con los mejores honores en la escuela de Derecho en Harvard University y luego, consiguió un excelente empleo en uno de los mejores bufetes de abogados de Nueva York.
Ganó un controversial caso que la sacó por completo del anonimato a nivel nacional y, cuando Ethan Lambert la entrevistó, supo que había dado en el clavo con la persona que se ocuparía de cuidar a Jack en esa ciudad. Ethan le ofreció un contrato anual que ella no pudo rechazar.
En ningún otro lado podrían ofrecerle tanto dinero por cuidar a un ‘artista’, pensó ella en aquel momento cuando celebró con sus abuelos su nuevo empleo.
Pero, luego de dos años de absoluto estrés debido al comportamiento de Jack, estaba considerando seriamente pedir un aumento de salario.
O una sustituta, o quizá un guardaespaldas que de vez en cuando le diera dos buenos puñetazos a Jack, a ver si con eso, empezaba a comportarse.
Zoe era equilibrada, tranquila y paciente, pero Jack, siempre, siempre lograba hacerle perder sus rasgos positivos.
No entendía cómo un hombre podía comportarse como un perfecto cretino teniendo tanto talento y tantas oportunidades de surgir en la vida sin la ayuda de ‘papi’.
Aclarando el punto, ella no entendía como Ethan mantenía a Jack. Consideraba que de estar en lugar del Sr. Lambert, como ella llamaba al padre de Jack, le daría un buen escarmiento dejándolo en la calle sin un centavo.
¡Ah! De seguro que el muy cretino se pondría a pintar y a ganar dinero por su propia cuenta.
Le logró conseguir una excelente oportunidad para exhibir sus pinturas en una galería prestigiosa en el corazón de Manhattan. Zoe conocía de arte y sabía reconocer cuando un artista tenía talento para crearse un gran nombre y venderle sus obras a los más adinerados de la ciudad. Pero Jack, solo le envió dos cuadros a la galería.
Reconocía que eran los mejores que había hecho, sin embargo, en aquel momento no hubo poder alguno que ella pudiera ejercer sobre él para que llevara más obras.
Jack solo insistía en que él estaba bien como estaba y que no quería volverse famoso.
Claro, en ese entonces Jack vivía ingiriendo alcohol día y noche y fue la época en la que tuvo que llegar a un acuerdo con el juez para que la ciudad no levantara una demanda en su contra por conducir ebrio y destrozar algunos parquímetros de una avenida.
El juez fue muy considerado en solo colocar una fianza, suspenderle la licencia y luego obligarlo a una asistencia semanal, durante un año, en las reuniones de AA.
Al parecer, eso le dio un ligero escarmiento a Jack. Ya tenía dos meses en tratamiento y no faltaba a ninguna de las reuniones semanales. Se mantenía de mejor humor y además, aceptaba con mejor disposición las sugerencias que Zoe le daba.
Seguía siendo un mantenido, pero ella se encargaría de que eso cambiara. Acordó una cita en la galería para esa misma tarde, porque estaban muy interesados en hacer una exposición por todo lo alto con las obras de Jack.
El problema era que no sabía cómo decírselo a él, para que aceptara.
Si pudo convencer a un juez de no demandar a Jack por daños a la ciudad, podría convencer a Jack de pintar y montar una exposición.
¡Ah! ¡Sí que podría!
Si había algo que Zoe tenía, era que siempre conseguía lo que quería. Y su sentido de la responsabilidad la obligaba a hacer su trabajo de manera casi perfecta.
Jack era como un niño, había que darle la vuelta y aplicar un poco de psicología inversa para que accediera a hacer las cosas.
Lo llamó para recordarle que era jueves y le tocaba asistir a su reunión en AA, él no respondió.
No le extrañaba. Jack jamás se levantaba de la cama antes de las 10 a.m. y todas las noches se revolcaba con alguna mujer hasta altas horas de la noche.
Cada vez que pensaba en eso, le hervía la sangre.
Ella se sentía muy atraída por Jack, pero sabía que eran como el agua y el aceite y que jamás podrían estar juntos. Su pobre abuela se infartaría de saber que tiene una relación con el Jack Lambert que tanto le daba de qué hablar a la prensa.
Llamó a su abuela desde su móvil para indicarle que ya estaba cerca. Aparcó en la entrada del edificio y mientras esperaba que su abuela bajara, llamó a Jack de nuevo.
—Hola.
—Buenas tardes, Jack, ¿Cómo va todo?
—Bastante bien. Ayer tuve una cita estupenda, quemé muchas calorías en una intensa actividad física en la noche y esta mañana, fui a correr a Central Park.
—Jack, sabes que no me interesan tus actividades físicas nocturnas…
—Eso es porque aún no las has probado, te aseguro que después de que lo hagas te sentirás tan en forma que vas a pedir nuevas sesiones.
—Bien, no estoy llamando por eso —ella siempre se ponía nerviosa cuando Jack le decía ese tipo de cosas y cambiaba el tema.
—¡Es una lástima! La pasaríamos muy bien juntos y podríamos hablar de otras cosas que no fueran mis citas en AA o sobre las travesuras que de vez en cuando hago.
—Pues, para tu sorpresa, sí vamos a hablar de otra cosa. Esta mañana me llamó Valerie Sanders de la galería de arte, quiere hacerte una oferta.
—Lo siento, ya sabes cuál es mi opinión.
Zoe suspiró y le hizo señas a su abuela para que guardara silencio cuando se subió al coche.
—Eso mismo es lo que le dije a ella. Tu opinión anti-exhibiciones. Pero, es una mujer insistente y me dijo que quería hablar contigo.
—¿La conoces? —el tono en la voz de Jack le indicó de que estaba cerca de conseguir que él accediera. Aunque tuviera que usar una forma que a ella poco le agradaba para convencerlo.
—Sí —hizo una pausa y suspiró—, y es muy bonita.
—‘Bonita’ es una palabra que usaría contigo. Tu eres bonita y a mí, no me gustan las mujeres bonitas.
—Está bien, sabes a qué me refiero —Zoe empezaba a molestarse.
—Si me vas a vender a una mujer fenomenal no puedes decir que es ‘bonita’, más bien, deberías decir… mmm, no sé, ‘salvaje’ sonaría más acorde conmigo.
Zoe suspiró.
Valerie no parecía una mujer salvaje.
Ella sabía que, en el diccionario, esa palabra tenía otro significado, pero en el corto y mal usado vocabulario de Jack ‘salvaje’ era un buen sinónimo para Valerie.
—En todo caso, conociendo tus magníficos modales —agregó Jack—, jamás podrías describir a una mujer de esa manera. También conozco tus intenciones y podemos llegar a un acuerdo.
—Muy bien, negociemos —respondió ella con seriedad.
—La propuesta es la siguiente: si la tal Valerie encaja en mi perfil de ‘buenas amigas’ y consigo su número de teléfono personal antes de que termine la reunión, entonces con gusto, acepto hacer unos cuadros más para que monten un show.
—Exhibición, Jack. No es un show lo que quieren montar.
—Siempre es un show a costillas del artista. Y una cosa más, no voy a estar presente en la exhibición, ¿entendido? Te encargas de aclararlo muy bien en la reunión.
—Me la pones un poco difícil.
—Es tu problema. Eres mi abogada, mi niñera y mi padre te paga muy bien por tu trabajo, así que hazlo.
Zoe le dictó la dirección a Jack y acordó encontrarse con él en la galería de arte.
Colgó la llamada y se desconectó de la molestia que sintió después de que el imbécil de Jack la llamara ‘bonita’ de una forma bastante despectiva.
Era el momento de tener un agradable almuerzo con su abuela y no iba a permitir que nada le empañara ese momento.
Aunque sabía muy bien que la molestia crecería cuando viera a Jack coqueteando con Valerie.
***
Mark salió de su apartamento tan temprano como de costumbre.
Era jueves, el día de San Patricio y se sentía feliz por dos razones: la semana estaba culminando de forma tranquila, lo que indicaba que, si todo iba bien, disfrutaría de la compañía de Megan durante cuatro maravillosos días.
Los pronósticos del tiempo determinaban que haría sol durante el fin de semana y que la temperatura estaría cercana a los 14°C.
Tenía muchos planes para compartir con su pequeña de siete años. La llevaría al parque y luego a comer pizza, iban a ver dibujos animados en la televisión y podría contarle un cuento antes de acostarla a dormir
Suspiró y sonrió pensando en su hija.
Era lo mejor que le había quedado del disparatado matrimonio con Juliane.
Y al pensar en Juliane, se le acabó la felicidad.
Sabía muy bien que antes de poder subir a la niña en su coche, estaría escuchando todo lo que Juliane no le permitía hacer a la niña, como por ejemplo: comer golosinas.
Mark era bueno poniendo las reglas en la calle y atrapando a delincuentes o asesinos, pero con su hija era otra cosa. Era un perfecto blandengue cuando la niña le sonría y juntaba sus manitos a la altura del pecho diciéndole: ¡Por favor papi, di que sí!
Sonrió de nuevo e hizo una ligera negación con la cabeza.
No había tanto tráfico en la ciudad a pesar de que iba a ser un día de celebración.
En la Quinta Avenida harían un gran desfile para conmemorar a San Patricio y seguro Mark estaría ahí.
Por sus venas corría sangre Irlandesa, tenía que estar ahí.
Luego, iría a buscar a Megan y llegaría a casa de sus padres antes de las 8 p.m. para disfrutar de la buena comida de su madre y de las Guinness que tendría su padre en el refrigerador.
Era un plan perfecto.
Mientras recorría la I – 278 W en el Dodge Charger negro que le asignaron en su trabajo, disfrutó del paisaje y de uno de sus cantantes favoritos Bon Jovi.
Para cuando llegó a Fort Greene a recoger a su compañera Madison, estaba sonando Runaway. Subió el volumen de la música y empezó a cantar casi como si estuviera dando un concierto dentro del coche.
***
—¡Buenos días, Charlotte!
—Buenos días señor Romano, se le ve muy alegre esta mañana.
—Y lo estoy, Charlotte —dijo Zaccaria sonriendo—, ¿podrías por favor llamar a mi hermana y pasarme la llamada a mi oficina?
—De inmediato, señor.
—Antes de que lo olvide —dijo Zaccaria mientras sacaba del bolsillo de su traje una cajita de color rojo y se la entregó a la mujer—. Feliz día de San Patricio.
Charlotte era una mujer de un poco más de 50 años, bajita, regordeta, pelirroja. Sus inmensos ojos verdes eran muy expresivos. Era la secretaria de los asociados de la compañía de publicidad, por supuesto, Zaccaria era uno de ellos.
El joven de 32 años era talentoso como diseñador gráfico y su mente era cien por ciento creativa. Hacía seis años que trabajaba en esa compañía y gracias a su talento escaló con rapidez hacia la cima convirtiéndose en uno de los asociados de la firma.
Ella abrió la pequeña caja.
La sorprendió un delgado brazalete dorado con un dije de un trébol de tres hojas colgando.
—Ayyy, es muy bonito señor, gracias.
Zac siempre tenía un detalle para ella en ese día especial para los irlandeses. Y ella, siempre agradecía que él tomara en cuenta sus raíces.
—Charlotte, deja de llamarme señor, me haces sentir mayor.
—Le prometo que algún día lo haré, señor.
Zac sonrió, sabía que ese día jamás llegaría. Charlotte era correcta al extremo y eso de tratar de ‘tú’ a uno de sus jefes, no existía.
Entró a su oficina. El ordenador ya estaba encendido, su agenda abierta para que él pudiera saber con exactitud cuáles eran las pautas del día. Era muy ordenado y Charlotte se logró adaptar con facilidad a su orden y a cómo le gustaban a él las cosas.
El teléfono le dio la señal de la llamada en espera.
—Hola Anna ¿Cómo estás?
—En medio de un caos, pero bien.
—¿Qué ocurre? —preguntó Zac al escuchar a su hermana mayor tan agitada.
—Estoy en el restaurante ayudando a mamá y papá con las cosas para hoy. Sabes que este día es muy movido y ellos no se dan abasto solos y además… ¡Santo Cielo! Espera un momento Zac, no cuelgues —Zac escuchó a su hermana alejarse del teléfono y luego decir—: ¡¿Qué rayos estás haciendo, Alberto?!
—Todo el mundo se pinta la cara de verde hoy, mamá —escuchó responder a su sobrino Alberto de cinco años.
—Basta, basta, yo lo llevo a que se lave —esa era la voz de su madre que de seguro, consentiría a Alberto sin importar el tamaño de su travesura.
Anna volvió al teléfono.
—¿Puedes creerlo? Mamá dejó una cacerola con pesto sobre una de las mesas y a tu sobrino le pareció una idea perfecta pintarse la cara con el pesto —Zac rio a carcajadas, siempre lo hacía con las travesuras de su sobrino—. ¡No te rías, Zaccaria! Ese niño es terrible.
—Igual que su madre.
—Bien, ¿en qué te puedo ayudar? —Zac sabía que el cambio de tema había sido porque a su hermana, no le gustaba que hicieran bromas que involucraran su forma de ser.
—Necesito que me acompañes a comprar algo hoy.
—¿Hoy? —dijo ella alterada—, ¿no me escuchaste decir que estoy ayudando a papá y a mamá?
—Tengo muy buen gusto a la hora de comprar, pero esta compra me tiene algo nervioso y necesito apoyo. Le voy a proponer matrimonio a Valerie y quiero que me acompañes a buscar el anillo de compromiso.
—¡¿Qué?! —dijo su hermana en un grito que Zac tuvo que apartarse el auricular de la oreja.
—No digas nada por ahí. Quiero que sea una sorpresa para todos. Planeo irme con ella mañana a Las Bahamas y pedirle matrimonio allá.
—¡Demonios! ¿Cómo hago para salirme de aquí sin tener que dar una buena justificación?
—Llama a Luca y dile que vaya a ayudar.
Luca era el hermano menor de Zac. Estaba a punto de graduarse de Chef y le encantaba ayudar en el restaurante de sus padres.
—Bien, buena idea. ¿En dónde nos vemos?
—Te espero en mi casa a las 2 p.m.
—¡Ay, Zac, qué emoción tan grande tengo por ti! Valerie es una buena chica y van a ser muy felices juntos.
—Shhhh, no digas más, recuerda que mamá siempre se las arregla para saberlo todo.
—Está bien, no vemos más tarde. Un beso.
—Igual, adiós.
***
—¿Por qué diablos tienes que escuchar la música a ese volumen? —le dijo Madison a Mark mientras cerraba la puerta del auto.
Mark sonrió y bajó el volumen, luego de cantarle un poco a toda voz.
—¡Feliz día de San Patricio!
—Lo único que tiene de ‘feliz’ es la gente a la cual vamos a tener que investigar hoy —Madison vio la camisa que llevaba Mark esa mañana. Era de algodón, color verde y en el centro tenía estampado a un duende irlandés con un trébol de tres hojas en la mano. Negó con la cabeza—. O’Donell, ¿has pensado en que esa camisa te hace lucir poco serio en tu trabajo?
—Sullivan —dijo Mark llamando a Madison por su apellido—, el hecho de que tus raíces irlandesas no sean tan fuertes como las mías, no es mi problema. Pero, como eres mi compañera y debemos lucir igual —sacó una bolsa de papel y se la entregó a Madison—, te vas a poner esa camisa tú también.
Ella sacó la camisa de la bolsa y lo vio con cara de pocos amigos.
—¿Es una broma?
Mark negó con la cabeza y sonrió.
—Es una orden.
Mark podía ser adorable, hasta que hacía uso de su rango, pensaba Madison.
Ambos eran detectives de homicidios del Departamento de Policía en el distrito 9, al sur de Manhattan. Él era un rango mayor que ella. Tenían tres años formando una buena pareja de trabajo cuando de atrapar asesinos se trataba.
—Tengo un plan.
Ella suspiró.
Los planes de Mark, por lo general, eran buenos. Pero ella no siempre estaba dispuesta a formar parte de sus planes.
En especial el día de San Patricio.
Era un día con tanto rebullicio y festejos en las calles, que solo anhelaba llegar a su silenciosa casa, tomarse una copa de vino, lamentar que no podía ir a ver a sus padres porque estaban tomando unas merecidas vacaciones en el Caribe. Además, aún era día de semana y no encontraría ningún boleto en tren para ir y venir a Filadelfia en menos de veinticuatro horas en esos días de celebración.
No, ese día se quedaría en la paz de su hogar y se iría a la cama temprano.
—Solo escúchame.
Ella se volvió y lo miró a los ojos.
—Salimos del Departamento temprano…
—¡Olvídalo! —Madison era muy responsable y por ningún motivo saldría de su trabajo antes de tiempo.
Además, consideraba que tenía mucho qué hacer.
—Repito, ‘escúchame’ quiere decir ‘no hables’.
Ella lo vio de nuevo.
Sabía que vendría la parte en la que Mark la persuadía hasta lograr que ella accediera.
—Salimos antes de tiempo —continuó él—, vamos un rato a la celebración de la Quinta Avenida. No tomamos una cerveza en un bar irlandés. Buscamos a Megan y vamos a cenar a casa de mis padres.
Absolutamente tranquilo y silencioso, pensó Madison.
—Ya le dije a Megan que vendrías conmigo a buscarla —se encogió de hombros.
—Solo por Megan voy a acceder esta vez.
A Madison le encantaban los niños, y en particular Megan. Era una niña lista, encantadora y por lo general se portaba muy bien. Su dulzura y su inocencia la apartaban de las crudas realidades que veía en cada uno de los asesinatos que le tocaba investigar.
La ciudad llevaba bastante tiempo en calma. Libre de asesinatos complicados.
La dosis de dulzura de la pequeña Megan le recargaría las energías para el nuevo caso que se aproximaba, porque era bien sabido que, cuando la ciudad permanecía tan libre de asesinos por determinado tiempo, lo que vendría luego sería un caso complicado.
Además, le agradaba la compañía de Mark.
Y la comida de sus padres.
Entre Mark y ella existía una estrecha amistad, eran un buen equipo fuera y dentro del Departamento de Policía.
Llegaron al Departamento y justo cuando Madison se disponía a sentarse en su escritorio, Mark la vio desafiante arqueando una de sus cejas.
Ella resopló.
—Ya voy a ponerme la camisa para que me dejes en paz.
La detective Sullivan recibió muchas bromas acerca de su camisa verde con el duende irlandés que Mark le obsequió y que, además, hacía juego con la que él llevaba puesta.
Después de verse con ella durante el día, decidió que no se veía tan mal.
Para Madison el día de San Patricio no era tan importante como para el resto de los irlandeses. Podía ser por el hecho de que en su casa lo único que tenían de irlandeses era el apellido o quizá, porque ella no era hija biológica de Mathew y Lucy Sullivan.
Cuando Madison tenía apenas unos meses de nacida, fue abandonada en la puerta del centro de adopción de Filadelfia en el que Lucy trabajaba. Luego de casi dos años de contacto con la niña y de ver que nadie se interesaba en adoptarla, Lucy y Mathew decidieron encargarse de ella y darle un hogar lleno de amor y estabilidad. Para cuando Madison llegó a casa de los Sullivan, ellos ya tenían dos hijos varones propios. David de seis años y Samuel de cuatro.
A Madison nunca le faltó nada, tuvo todo lo que un niño necesita para crecer dentro de lo que la sociedad establece.
A pesar de que llevaba con ella una carga de la que nadie sospechaba que existía.
Cuando Madison tocaba la piel de alguna persona y en muchas oportunidades, objetos que fueron tocados por otros, ella recibía una descarga automática de imágenes que la sobrecargaban de emociones. Veía el pasado de la personas, pero resaltaban las imágenes de traumas que en algún momento marcaron de mala manera a la persona a la que tocaba.
Nadie recuerda qué hizo o vivió a los dos años de vida, pero Madison sí. Y lo sabía porque fue el peor tiempo de su vida. En un centro de adopción en el que cada niño traía un trauma consigo o incluso el personal a cargo de cuidarlos, cuando le agarraban las manos, le transmitían cosas que aún después de 30 años recordaba.
Las cosas se calmaron un poco cuando llegó a casa de los Sullivan.
Eran una pareja estable y amorosa, ninguno de los dos había pasado por ningún trauma en sus vidas y por ende, sus hijos biológicos eran niños felices con los que Madison podía jugar sin importar que la tocaran.
Pero todo cambió para ella a sus ocho años de edad. Estaba, como de costumbre, jugando en el parque que estaba cerca de su casa y una niña compartía juegos con ella. Madison se las arreglaba para no tocar a la niña y para que su compañera no pudiera alcanzarla. Pero, la mente de un niño no siempre se mantiene alerta y en un momento de descuido, la niña la tomó de las manos.
En ese instante, Madison recibió múltiples imágenes de esa niña siendo golpeada y maltratada de forma verbal por su alcohólico padre. No solo vio las imágenes, también las sintió. Cada latigazo, cada bofetón, cada estremecimiento a causa de los gritos. El miedo, más bien, terror que sentía la niña cuando su padre llegaba a casa, lo sintió como si fuera suyo. Todo fue tan intenso y tan real que su cuerpo no lo soportó y se desmayó. Cuando despertó de nuevo, su madre la acunaba en sus brazos. Estaba a salvo en su habitación, lejos, muy lejos de toda la maldad de aquel hombre que invadió su cabeza.
Esa noche pensó en que debía encontrar la forma de acabar con aquel tormento.
Quería sentirse una niña normal, poder tocar a los demás sin descubrir sus secretos.
Ya no quería sufrir más.
Y para ella no existía una forma normal de explicarles a sus padres aquello que le ocurría cuando alguien la tomaba de las manos, tenía miedo de que la rechazaran y la consideraran un fenómeno.
Recordó haber visto en la televisión a un hombre que, de niño, sufrió graves quemaduras en las manos perdiendo sensibilidad por completo en las mismas. Para su corta edad, pensó que si perdía la sensibilidad, lograría perder la facultad de recibir las imágenes de los traumas de otras personas.
Al día siguiente, cuando despertó, aprovechando que su madre se duchaba, fue directo a la chimenea corrió la rejilla de protección y colocó las manos sobre las brasas ardientes.
En apenas unos minutos, cayó inconsciente debido al dolor que le produjeron las brasas en sus pequeñas manos. Corrió con suerte de que el calor que emanaba la chimenea solo le ocasionó un enrojecimiento en la piel del rostro.
Poco recordaba de aquel trauma propio que se causó para salvarse de percibir el trauma ajeno.
Era la única etapa de su vida que no recordaba con claridad, ni el momento en la chimenea ni la dura recuperación por la que pasó luego de obtener quemaduras de tercer grado en la palma de las manos.
Tras el terrible suceso, empezaron las visitas a los psicólogos para determinar por qué Madison se castigó de esa manera. Nunca determinaron la causa y ella poco recordaba de aquellas sesiones.
Todo lo acontecido la alejó durante algunos años de las imágenes que tanto le aterraban. Solo fueron unos años, porque luego, su ‘facultad’ volvió a aparecer, pero para ese momento, casi no le importó porque estaría destinada a cubrirse las manos de por vida con guantes para ocultar las terribles cicatrices que le quedaron.
En su adolescencia pensó en qué diferente habría resultado todo de haber tenido el conocimiento de que los guantes le servirían como un escudo. Aunque para llegar allí, hubiese tenido que contarles a sus padres lo que ocurría cuando tocaba a alguien y eso la hacía regresar a la afirmación de que lo que hizo, aunque doloroso, fue lo mejor.
Su padre adoptivo era un policía retirado y Madison siempre quiso pertenecer al bando de los buenos, sobre todo después de haber vivido en carne propia tantos abusos sufridos por otros y que algunos de los que ocasionaban esos abusos, no eran perseguidos por la ley.
Entró en el Departamento de Policía del distrito 9, después de un periodo considerable de espera y luego de haber presentado algunas pruebas, fue admitida en el Escuadrón de Homicidios de ese departamento, como detective.
Su familia seguía viviendo en Filadelfia y ella vivía en Brooklyn, Nueva York.
Ese día, el Departamento de Policía estaba tranquilo y sin mucho personal dentro.
Todavía faltaba un poco para la hora oficial de salida cuando Mark le hizo señas de que ya era hora de ponerse en marcha.
El día de San Patricio estaba permitido que el personal saliera antes del tiempo, siempre y cuando, mantuvieran sus móviles encendidos en caso de que alguien se dispusiera a ponerle fin a la vida de otra persona.

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Dakota Grant, desde muy pequeña, entendió que tenía habilidades que la diferenciaban del resto de las personas convirtiéndola en el blanco perfecto de rechazos por ser «diferente».
Pero Dakota uso ese rechazo para fortalecerse y llegar a alcanzar ese puesto importante como Agente Especial que siempre soñó. Sabía que su entrada al FBI podía ayudarle a encontrar a más personas como ella, con diferencias notables que los hacían especiales.
Ella no podía ser la única, y estaba convencida de que una vez los encontrara, buscaría la forma de que esas rarezas ayudaran a liberar al mundo del mal que lo afectaba.
Y todo parecía marchar a su favor hasta que Zaccaria Romano, uno de los consultores externos de su nuevo equipo, empieza a vivir entre los sueños y la realidad, cometiendo acciones que, directamente, le convierten en el asesino más buscado en los últimos meses.
¿Será Dakota capaz de llegar a la verdad de todo lo ocurrido?
¿Zaccaria podrá volver a la realidad, libre de toda culpa?
—¡FBI! ¡Ponga las manos en alto! —Gritó Dakota Grant que estaba al mando de la operación.
El sujeto se negaba a poner las manos en alto, la víctima se desangraba y era preciso atenderle pero primero, debían neutralizar al atacante.
Dakota quería correr a él y preguntarle por qué lo había hecho, sin embargo, tenía un protocolo que cumplir y si Palmer llegaba a darse cuenta de que sus sentimientos estaban mezclándose con el caso, la sacaría.
No podía permitirlo en ese punto tan crítico. Zac la necesitaba.
«Concéntrate»
—¡Manos arriba! —gritó otro de los Agentes Especiales.
Solo había una lámpara al fondo que alumbraba con precariedad esa área; sumada a las linternas de los Agentes que se paseaban por el resto de la estancia asegurando la escena.
Tres de las linternas estaban dirigidas al atacante que, en ese momento, soltó el arma y levantó las manos tal como se lo ordenaban.
—Manos sobre la cabeza y póngase de rodillas lentamente.
Zaccaria lo hizo.
—Ahora, acuéstese sobre el suelo dejando las manos a cada lado.
Le ataron las muñecas en la espalda y lo dejaron allí mientras los paramédicos asistían a la víctima con la rapidez que el caso requería.
Dakota paseó la linterna a su alrededor.
Todo estaba sucio, destruido, en total abandono. Como el resto de la edificación.
Negó con la cabeza.
Todavía no podía creerse cómo habían resultado las cosas.
—Voy a leerle los derechos y a empapelarlo.
Asintió con preocupación franca en la mirada, observando cómo Hunt empezaba a recitar las palabras que le eran tan conocidas y que ella misma pronunció muchas veces en honor a la justicia.
«Usted tiene derecho a guardar silencio y a negarse a responder preguntas.
Cualquier cosa que diga podrá ser usada en su contra en un tribunal judicial.
Tiene derecho a consultar a un abogado antes de hablar con la policía y a tener un abogado presente durante el interrogatorio o más adelante.
Si no puede pagar a un abogado, el tribunal le asignara uno antes del interrogatorio si así lo desea.
Si decide responder preguntas sin un abogado presente, tendrá el derecho de dejar de contestar en cualquier momento hasta que hable con un abogado».
Colocaron al sospechoso de pie, con brusquedad, y lo sacaron de ahí.
Los paramédicos se llevaron a la víctima y no daban grandes esperanzas de vida para esta.
Dakota seguía sin creerse lo que estaba ocurriendo.
Salió al exterior y observó cuando Madison se acercó a Zaccaria con prisa.
Nada de eso podía tener sentido. Deseaba con todo su ser que nada tuviese sentido.
Zac no podía haber llegado tan lejos.
Se acercó a Madison que la contempló con angustia mientras Mark ayudaba a Zac a entrar con cuidado en la patrulla.
Iba tranquilo.
Dakota seguía sin salir de su asombro.
—Tenía el arma en las manos y estaba frente a la víctima.
Madison sintió que se ahogaba.
—Me acaba de decir que no me preocupe —le dijo a Dakota con voz temblorosa—; porque, por la mañana, todo va a cambiar. Cree que está en uno de esos sueños que le han estado perturbando.
—Tenemos que aclarar esto, Zac no puede acabar en prisión.
Era imposible que Zac fuese el asesino que estaban buscando y encontrarían la forma de demostrar su inocencia.
Capítulo 1
Zaccaria caminaba con frenesí por las calles vacías de la ciudad.
Pasaba la media noche y él aún no conseguía drenar la ansiedad que tenía en su interior.
Intentaba recordar lo que comió y en dónde para que se despertara en él ese síntoma extraño que lo perturbaba. Y más angustiante todavía, era la necesidad de encontrar la calma con un pensamiento que no se le salía de la cabeza y que le aterraba y excitaba a partes iguales: venganza y muerte.
Luchaba contra su ansiedad para intentar controlarla pero parecía inútil. Es más, cada intento de control, hacía que su interior se agitara más.
Decidido a no luchar en contra de su propia naturaleza y a esclarecer qué diablos lo había afectado de esa forma, entró en un bar.
Fue directo al baño y dentro de este se topó con un hombre que lo vio con mala cara.
Zac sintió crecer la ira en su interior y quiso darle un puñetazo directo en el rostro para ver si, con ello, drenaba la ira.
Parecía que su cordura aún paseaba por su sistema en ese intenso momento y se hizo notar, haciéndole seguir de largo hacia los orinales, descargar su vejiga y luego lavarse las manos.
Cuando salió del baño, el mal encarado lo esperaba en el pasillo.
El hombre, tan ancho como alto, daba miedo nada más de verle; sin embargo, a Zac lo que le producía era algo parecido a un gran reto que debía ser derribado.
Apretó la mandíbula resistiéndose al impulso de saltarle encima y golpearlo hasta que no tuviera más fuerzas. Sus manos parecían tener vida propia y él, en un intento de dominar a todo su cuerpo y sus malditos impulsos vandálicos de esa noche, cerró los puños hasta sentir dolor en la palma de ambas manos porque sus propias uñas atravesaban la piel en ese instante.
El hombre levantó una ceja sarcástico.
Dio un paso al frente y Zac uno hacia atrás.
El hombre, en un rápido movimiento, le dio un puñetazo a Zac en la nariz que lo hizo encogerse del dolor, aprovechando este para volver a golpear en el costado izquierdo de Zaccaria.
—Sé lo que eres y me pregunto si no vas a defenderte.
Zaccaria sintió cómo la ira lo consumía en su interior y se levantó clavando la vista en la de su agresor.
No le dio tiempo de reacción al hombre y tampoco sabe cómo es que se movía con tanta agilidad y rapidez pero en un par de segundos y después de varios golpes directo al rostro y boca del estómago del gigante, este cayó al suelo y Zac lo arrastró sin problemas de nuevo al interior del cuarto de baño.
Lo dejó en el suelo quejándose, mientras se aseguraba de pasar el cerrojo de la puerta para que nadie pudiera interrumpirles porque, ese hombre, iba a recibir su merecido y más.
Lo vio, sonrió con odio y se dejó llevar por la rabia y la sed de venganza.
Antes de que su oponente pudiera pensar en levantarse, Zac se sentó a horcajadas encima de este y sus puños se ensañaron con el rostro del humano que tenía debajo, desfigurándolo pronto, haciéndole parecer una espantosa masa sangrante.
No le bastó, necesitaba más.
Siguió golpeándole hasta que sus propias manos ardían y dolían.
La liberación no llegaba y aquella violencia lo que hacía era exigirle más.
Zac necesitaba cobrarse esa vida.
Y así como si fuera un experto mercenario, rodeó el cuello de su víctima con ambas manos hasta cortarle el poco aire que aún le entraba por la destruida nariz.
Solo se escuchó un gorgoteo antes de que el hombre echara su último aliento sin posibilidad de defensa; alguna lesión en su cabeza, a causa de los golpes, debía imposibilitarle el movimiento de sus extremidades.
Zac sonrió con la maldad presente en su organismo. Todo llegaba a su fin en la vida de su agresor, sin embargo, para él mismo parecía no ser el fin porque su ansiedad, venganza y ganas de muerte todavía lo dominaban.
Para él, solo estaba siendo el principio.

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Una mañana cualquiera, varias escuelas de Nueva York son tomadas por el mismo grupo que, años antes, hizo volar un centro comercial de Nueva Orleans en el día más concurrido del año. La vida de cientos de niños está en peligro. Muchos de ellos son diferentes y Dominic Lane quiere arrasar con esos seres que considera monstruos.
Tiene un odio profundo hacia todos aquellos humanos que son diferentes desde que Skylar le dejara como culpable del asesinato de su mejor amigo.
No va a permitir que el FBI siga con su descabellado plan de reclutar a esos monstruos para ayudarles a vivir con sus diferencias y a usarlas para, según ellos, hacer el bien en la sociedad.
Él sabe que no existe ningún bien en esos seres.
Y está convencido de que el gobierno cederá a sus peticiones pudiendo así llevar a cabo su plan de exterminio.
Empezando por el monstruo que tiene al alcance de su mano: la Agente en entrenamiento Madison Sullivan.
¿Conseguirá su objetivo?
Madison se sentía mareada.
No entendía nada de lo que estaba ocurriendo.
Escuchaba voces que no reconocía; movimientos bruscos, sonidos metálicos como si estuviera en la parte trasera de un camión.
Trató de levantar la cabeza, no lo consiguió. Quería hablar y no podía, algo se lo impedía.
El resto del cuerpo parecía no responder en lo absoluto a las órdenes que le estaba dando.
¿Qué ocurría? ¿En dónde estaba?
Las imágenes de los recuerdos en su cerebro pasaban tan deprisa y todo era tan confuso, que no lograba entender nada de lo que veía.
Estaba dominada por un profundo letargo que no solo le impedía movilizarse, sino que también, le impedía retener los recuerdos aunque fuera por un momento para poder aclarar su situación y comprender en dónde se encontraba.
El traqueteo de su cuerpo ocasionado por el movimiento del vehículo en el que estaba, se detuvo.
Ruidos fuertes y secos se produjeron. Un mecanismo que se accionaba.
Parecía el engranaje mecánico de una puerta pesada.
Percibió más ruidos metálicos pero esta vez, muy cerca de ella.
Y de pronto, una luz la cegó. Entendió entonces que estuvo llevando la cabeza tapada y de ahí que no pudiera ver nada.
La luz, ahora, tampoco ayudaba porque sus pupilas se sintieron traicionadas con el brusco cambio.
La realidad se sumaba a la vorágine de imágenes que pasaban en su mente haciendo que todo se balanceara en su interior.
Su cuerpo parecía un barco, navegando a la deriva.
Mantuvo los párpados cerrados.
Tenía la boca seca.
La lengua parecía pesarle una tonelada.
Tal como sentía que pesaban sus extremidades.
Sonaban cadenas y sentía movimiento de nuevo en el vehículo pero no porque este se moviera, no, era ese vaivén que producen las personas de peso y tamaño cuando se mueven dentro de un coche.
Su cuerpo respondía asombrosamente a ese vaivén.
Abrió los ojos de nuevo, parpadeó un par de veces antes de darse cuenta de que su cabeza colgaba.
Las imágenes en su memoria seguían agobiándola, intentando llamar su atención.
Le era imposible fijarse al menos en una.
No lo conseguía.
No encontraba la forma de aferrarse a ellas.
Un hormigueo empezó a recorrerle el cuerpo.
Intentó hablar dándose cuenta entonces de que no podía abrir los labios.
Fue la primera vez que notó que dolía al intentarlo.
No pudo levantar la cabeza de golpe porque también aquello le dolía un infierno pero si algo tenía Madison Sullivan era que no se daba por vencida tan fácil; así que, con mucha lentitud y con la precisión que le permitía el lejano letargo que ahora tenía su cuerpo, fue levantando la cabeza.
Parpadeó varias veces, seguía sin ver nada. La maldita luz cegadora estaba frente a ella imposibilitando la visión de las personas que estaban detrás del foco.
Volvió la cabeza a la izquierda y solo había oscuridad.
Lo mismo lo que pudo ver a la derecha.
Su cuerpo, empezaba a despertar. El letargo desaparecía junto al hormigueo constante que la tenía dominada.
Por instinto, movió la pierna derecha y fue cuando su corazón se detuvo intuyendo que todas las cosas que estaba descubriendo no estaban bien.
El pálpito se expandió en su pecho cuando fue consciente de que estaba colgada del techo por las muñecas, dentro de un cubo cubierto de telas negras.
¿Un contenedor?
Mantuvo la calma intentando buscar una explicación lógica a su situación.
Aquello no podía tratarse de un simulacro porque la alarma por la que le sacaron de Quántico era real; lo vio, y Dakota conversó con ella sobre lo que harían al llegar a Nueva York.
Su mente aturdida, le regaló un recuerdo que le dejó en claro que, su situación, no era un simulacro. Recordó el coche en el que ella y Nell Jenkins estaban siendo trasladadas al aeropuerto en donde les esperaba el jet de la Agencia Federal para viajar a Nueva York.
Hiperventiló porque sintió el pánico que se apoderaba de ella al empezar a ver, con claridad, las imágenes que se detenían, finalmente, en su cabeza; y deseó poder volver a su estado de letargo porque aquel instante le estaba sembrando un terror que desconocía.
Cerró los ojos e hizo una fuerte inspiración; quería, no, más bien «necesitaba» encontrar calma para poder pensar con claridad.
La imagen de Nell, con el rostro bañado en sangre, sin sentido, después del volcamiento del coche que les trasladaba, le bloqueó la respiración por completo.
Sentía que se asfixiaba.
—Es el momento, empieza a recordar lo que le ocurrió y va a transmitir el pánico que quiero que los demás sientan con mi mensaje —Dominic Lane chasqueó los dedos y sus compañeros asintieron encendiendo la cámara y accionando el sistema para transmitir —en directo— un mensaje a todo el país.