Colección relatos de romance paranormal +18
Cinco relatos relacionados entre sí que deben leerse en orden

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La ciudad del pecado será el punto de partida para crear un cambio definitivo en la vida de estos fantásticos personajes.
Mike, el mejor de los guerreros de Jev, será el primero en caer en las redes del amor en tiempo record después de conocer a Cristine y no poder sacársela de la mente.
Ralph tendrá contacto con una de las pocas personas que quedan en el mundo que saben usar las plantas para curar enfermedades; cosa que poco se ve hoy en día en La ciudad que nunca duerme. Así llega a Nicole, y su aroma dulce y picante lo envuelve hasta obligarlo a rendirse ante ella.
La maravillosa ciudad de la luz será el sitio perfecto para que pueda nacer el amor verdadero entre Gabriel y Aimée, porque están destinados el uno para el otro; aunque Aimée crea que está maldita en el amor.
Uryan tendrá que enfrentarse a la mujer a la que abandonó aun estando profundamente enamorado de ella. La ciudad del viento dará fuerza al fuego interior de Uryan llevándolo casi a la muerte y gracias a Evelyn, podrá renacer felizmente junto a ella y a Enya, su pequeño fuego.
Y por último, el más importante de estos personajes, Jev, será el que pondrá el mundo entero de cabeza cuando decida desaparecer para no encontrarse con la mujer que ha amado por miles de años. Lilith se encargó de robarle el corazón desde que la creó y parece que, en la ciudad de los ángeles, podrán por fin estar juntos de nuevo.
1
Cuatro autos deportivos pasaron ante el gran letrero que daba la bienvenida a la ciudad del pecado, y como cada año, se detuvieron ante la puerta del majestuoso hotel Bellagio.
Las Vegas Boulevard era un hervidero de gente. Personas salían de un hotel para entrar al siguiente, todos con sus móviles en mano, listos para retratar, o, mejor dicho, inmortalizar sus vacaciones en esa ciudad.
Cosa que era un poco tonta, pensaba Ralph mientras se bajaba de su Lamborghini Murciélago Verde, a él siempre le pareció absurdo que los turistas usaran con tanta convicción aquel famoso lema «Lo que pasa en las Vegas se queda en las Vegas» y luego, salieran a la luz algunas fotografías comprometedoras que ellos mismos, en un momento de borrachera, habían tomado.
Todos los años era igual. Sonrió al pensar en ello.
—¿Ya estás sonriendo por las aventuras que vas a tener este fin de semana? —le preguntó Mike mientras le daba las llaves de su Porsche Carrera GT azul índigo a un parquero.
—¡Ni que lo digas, hermano! —contestó Ralph—. Realmente Mike, estaba pensando en todos los que ahora se divierten gritando a voces «Lo que pasa en Vegas se queda en Vegas» y después, los muy necios, andan suplicando al cielo que la mujer, la novia o lo que tengan, no vea las fotos que publicaron sus amigos en esa red social que es muy conocida.
—Facebook —respondió Gabriel acercándose a ellos—. Ya deberías ponerte al día con la tecnología, aunque sea para que la uses una vez al año.
—¡Bah! —soltó Ralph—. No me hace falta perder el tiempo en frente de la pantalla, entrometiéndome en la vida ajena —le respondió a Gabriel—. Espero que las aventuras de este año sean mejores que las del anterior.
—Yo también lo espero —agregó Uryan mientras se unía a sus compañeros.
—Bueno, ya basta de cháchara en la puerta del hotel, empezamos a parecer viejas chismosas. Vamos a entrar.
Una vez dentro del hotel, el cuarteto se dirigió a la recepción del mismo, se registraron y luego de comer un tentempié, salieron a inspeccionar la zona y el ambiente.
No era que no lo conocieran, todos los años volvían al mismo sitio, pero no todos los años se percibía lo mismo.
Cada año que pasaba sentían cosas nuevas en el ambiente, más lujuria, más vicios, más locura.
No era que les molestara aquello, al contrario, lo usaban para divertirse y recargar las energías para luego volver al trabajo y arreglar los problemas de los demás.
Era un tanto difícil que esos cuatro caballeros no levantaran suspiros de las féminas cuando pasaban cerca de ellas.
Eran increíblemente apuestos.
Mike tenía el cuerpo de un guerrero, sus músculos se marcaban en cada movimiento que daba, con sus ojos hipnóticos de un intenso azul índigo.
Gabriel era capaz de desconcertar a cualquier mujer con su piel blanca y su sonrisa.
Ralph, un poco más delgado que Mike, llamaba la atención del sexo opuesto por ser el más serio de los cuatro.
Y Uryan, era el único pelijorro del universo que no tenía ni una peca en la piel y en su cabello se marcaba las diferentes tonalidades del fuego.
Acordaron ir al bar de moda a escuchar buena música y con suerte, ligar alguna cita. Pero Mike tenía otra cosa en mente.
—Vayan ustedes —les dijo Mike—, yo prefiero ir a ver cómo me va en el casino, este año debería irme un poco mejor.
Ralph lo observó con mirada inquisitiva.
—Juega con cautela ¿sí? —le dijo—. No te quiero lloriqueando por los rincones porque perdiste más de lo que debías.
Mike solo sonrió y se separó de sus hermanos.
2
Al entrar en el casino, suspiró con satisfacción.
Le encantaba ese ambiente, lleno de ruido y diversión.
El olor a cigarrillo impregnaba toda la sala de juego, que era bastante grande.
Recorrió el espacio lentamente, estudiando las máquinas tragamonedas y dejando que su intuición le indicara en cuál de ellas debía sentarse a jugar.
Eligió una con un tema egipcio, le insertó el billete de más alta denominación que tenía en el bolsillo, apretó el botón que marcaba la apuesta más alta y por último, pulsó play.
En la pantalla de la tragamonedas, aparecieron cinco figuras iguales en la línea central. La máquina empezó a emitir un ruido ensordecedor y se le activaron luces de colores por todos lados.
Mike sonrió, sabía que eso era un premio gordo.
Uno realmente gordo.
No era nuevo para él ganar algo así, ya le había ocurrido otras veces, pero nunca dejaba de sentir la misma emoción, tal como si se tratara de la primera vez.
Se le acercaron dos hombres de gran tamaño vestidos de traje negro.
—Buenas noches, ¿sería tan amable de acompañarnos, por favor?
Los hombres en cuestión pertenecían al cuerpo de seguridad del casino.
Guiaron a Mike a través de un largo pasillo.
Se detuvieron ante una puerta de vidrio que dejaba ver un salón amplio y lujoso.
Un cómodo sofá de cuero negro recibió a Mike para darle el confort necesario.
Los guardias de seguridad le indicaron que esperara allí y que pronto llegaría alguien a atenderlo, luego salieron de la habitación y se plantaron a ambos lados de la puerta.
La atención que le estaban dando significaba que su premio era de algunos millones.
Luego de una larga espera, una mujer entró en el salón y Mike tuvo una extraña sensación en cuanto la vio.
Sintió como si tuviera saltamontes en el estómago.
La chica se acercó a él y le extendió la mano.
—Buenas noches, Sr. Mike Peters. Mi nombre es Cristine Fisher, soy la jefa del cuerpo de seguridad del casino.
Cuando Mike tomó su mano, sintió que el tiempo se paralizaba y los saltamontes se convirtieron en Pterodáctilos.
Respiró profundo, sintió el ligero aroma a lavanda que salía de la piel de ella y eso, le produjo un efecto tranquilizante.
—Mucho gusto, Srta. Fisher.
En la mesa que estaba frente al sofá, descansaba una bandeja de plata con una jarra de agua fresca y dos vasos.
Cristine sirvió un poco de agua en uno de los vasos y se lo ofreció.
—Sr. Peters, nuestro sistema de seguridad nos ha indicado que usted es un ganador genuino. La suerte le ha otorgado el jackpot de 10.000.000 de dólares a través de la máquina tragamonedas número 698. Felicidades.
Mike le mostró su mejor sonrisa.
Al hacerlo, sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo entero y estaba seguro de que no se debía a lo que había ganado.
Era esa mujer la que le estaba haciendo experimentar aquellas extrañas y nuevas sensaciones.
Ella asumió que Mike sonreía de felicidad por el premio que había ganado. Y le pareció que era un hombre bastante controlado ya que Cristine enloquecería si llegaba a ganar algo así.
—Sabemos que es un cliente regular de nuestras instalaciones, le pedimos disculpas por el tiempo que le hemos hecho esperar, pero era nuestro deber hacer algunas investigaciones antes de proceder a entregarle formalmente su premio. Se le han hecho algunas deducciones de impuestos, sin embargo, sigue siendo un premio muy sustancioso —Abrió una delgada carpeta de cuero negro que tenía apoyada en su regazo y sacó un papel—. Por favor, firme esta constancia que indica que le hemos hecho entrega del premio.
Mike colocó su firma en la parte baja de la hoja y Cristine le extendió el cheque.
—Reciba nuestras felicitaciones, Sr. Peters, y esperamos que siga divirtiéndose en nuestras instalaciones. Recibirá en su habitación un servicio de champagne para que celebre este golpe de suerte.
—Gracias —fue lo único que pudo salir de la boca de Mike.
Quería ir a buscar a sus hermanos para contarles lo ocurrido y lo que Cristine le hizo sentir.
Tal vez, alguno de ellos le ayudaría a entender por qué había tenido esas nuevas sensaciones ante la presencia de Cristine.
Sabía que los chicos estarían distraídos tratando de conseguir alguna cita y entonces, pensó que lo mejor era ir a su habitación y al día siguiente, les contaría todo lo ocurrido.
Entró en la habitación y se encontró con una mesa en la que descansaba una botella de champagne Dom Perignon y dos copas de cristal.
Se detuvo ante la mesa, por unos segundos, sintiendo la profunda tentación de tomar un poco de aquella bebida.
Alguna vez la había probado, tal como probó otras tantas bebidas alcohólicas, movido siempre por la tentación, el sentimiento que más le costaba dominar.
Cuando de apuestas se trataba, no hacía el más mínimo esfuerzo en dominar su tentación, pero cuando se trataba del alcohol, sabía que debía hacerlo.
Era una norma impuesta por su jefe y debía cumplirla.
Respiró profundo y se alejó de la mesa.
Sacó del bolsillo de su chaqueta el cheque que le entregó Cristine y su boca esbozó una espontánea sonrisa cuando pensó en ella.
—¿Qué demonios te pasa Mike? —Se reprendió a sí mismo—. ¡Olvídate de esa mujer! Puede traerte problemas.
Le fue muy difícil conciliar el sueño esa noche.
No dejaba de pensar en Cristine; en lo bien que olía, lo hermosa que era y sentía un deseo desenfrenado por poseerla.
Se levantó de la cama y se sirvió un vaso con agua fría, pensando que eso lo calmaría un poco. No sirvió de nada, cada vez que cerraba los ojos, lo único que veía era a Cristine.
Revivió el momento en el que ella se presentó ante él.
Era una mujer realmente hermosa.
Alta, estilizada, de mirada dulce. Respiró profundamente y pudo sentir de nuevo el aroma de la blanca piel de Cristine.
Abrió los ojos de golpe y fue directo a donde aún estaba la botella de champagne. La abrió sin pensarlo y se sirvió una copa.
Estaba siendo impulsivo y lo sabía, pero no le importo.
El champagne no estaba tan frío como debería tomarse aquella bebida, pero el primer trago bastó para relajar un poco los tensos músculos de Mike.
—Necesito verla de nuevo —dijo en un susurro.
Marcó el teléfono de la recepción del hotel.
—Buenas noches, Sr. Peters, ¿en qué podemos ayudarle?
—Buenas noches, quisiera que me comunicara con la Srta. Cristine Fisher.
—¿Algún problema con su cheque Sr.?
—No, todo va bien con el cheque es que debo hacerle una pregunta.
—Si gusta, puede hacernos saber su inquietud y se la haremos llegar a la Srta. Fisher.
«¡Maldición!», pensó «¡No van a dejarme hablar con ella!»
—Podría facilitarme un número de teléfono o algún email que me sirva para hablar directamente con ella. No necesito intermediarios.
—Lo sentimos, Sr. Peters, pero debido a la importancia del cargo que tiene la Srta. Fisher en nuestras instalaciones, no puede tener contacto con los huéspedes del hotel y clientes del casino.
—Muchas gracias entonces —respondió Mike un poco alterado—, no hay más nada en lo que usted me pueda ayudar.
Colgó la llamada y se sirvió la tercera copa de efervescente, convencido de que la decisión que estaba por tomar no era la correcta porque le traería serios problemas. Pero, de nuevo, no le importó.
Aquella mujer valía la pena. De eso también estaba convencido.
3
Se vistió y fue al casino.
Como era de esperarse, ya no había tanta gente en la sala, eran alrededor de las 4 a.m.
Buscó un pasillo de tragamonedas que estuviera vacío y se sentó frente a una de las maquinas.
Introdujo un billete de alta denominación en la tragamonedas, colocó su mano izquierda a un lateral de la misma y su mano derecha encima del botón que iniciaba el juego.
Hizo una inspiración, cerró los ojos y de sus manos brotó un leve resplandor azul índigo.
Pulsó el botón y abrió los ojos cuando la tragamonedas empezó a emitir una sirena y sus luces de colores se activaron.
Había vuelto a ganar. Y ese sería el pase seguro para ver de nuevo a Cristine.
Gabriel, Ralph y Uryan habían ido al casino a probar un poco de suerte, a ver si ahí les iba mejor que en el bar.
Se encontraban en una mesa de póker cuando Mike pasó ante ellos ignorándolos por completo. Esa actitud era muy extraña y los chicos percibieron que Mike estaba muy ansioso. Así que decidieron seguirlo.
—¿Qué diablos estás haciendo Mike? —preguntó Gabriel mientras se acercaba rápidamente a él. Ralph y Uryan le pisaban los talones a Gabriel.
Mike se levantó del asiento, sonrió y les respondió:
—Una locura.
Sus tres hermanos lo vieron con desconcierto. Mike nunca cometía locuras y de ese tipo, menos.
En ese momento, se acercaron dos guardias de seguridad que Mike ya conocía, pero esta vez, estaban acompañados por tres guardias más del casino y dos hombres uniformados de policía.
—¡Maldición! —dijo Uryan—. ¡Eres un perfecto imbécil! El jefe se va a poner furioso por esto.
—Sr. Peters, le pedimos que nos acompañe por favor.
—Creo que es un malentendido —dijo Uryan colocándose entre Mike y los guardias.
—Nuestro sistema de vigilancia sabe cuándo es un malentendido. Esto, evidentemente, no lo es. Le pido, por favor, que se haga a un lado y permita que el Sr. Peters nos acompañe.
—Apártate, Uryan —ordenó Mike.
—No puedes irte solo y menos después de esta estupidez que acabas de cometer. ¿Es que no pensaste en que se iban a dar cuenta? ¡Hay cámaras de vigilancia en todo el establecimiento!
—Apártate —Mike le dio un ligero empujón y logró abrirse camino.
Gabriel, Uryan y Ralph vieron como Mike se alejaba custodiado por los guardias.
Lo llevaron a un cuarto muy diferente a la sala de espera en la que estuvo anteriormente. Era pequeño, de paredes blancas, con una mesa cuadrada y apenas dos sillas.
En una de las paredes había un gran espejo.
El bombillo rojo de una cámara de seguridad titilaba indicando que estaba grabando.
Los hombres le dijeron que se sentara y esperara. Antes de que ellos cerraran la puerta, les dijo: —Quiero hablar con la Srta. Fisher.
Veinte minutos después, entró un hombre de gran tamaño, vestido con un traje de color gris, camisa blanca y corbata a juego con el traje.
Al entrar, levantó un poco un lado de la chaqueta para dejarle ver a Mike que estaba armado, pero él no le temía a las armas.
—Sr. Mike Peters. ¿Cierto?
—Hablaré únicamente con la Srta. Cristine Fisher —respondió Mike.
—Le recuerdo que no está en posición de pedir nada —dijo el hombre con una sonrisa irónica—. Necesito que me explique cómo hizo para intentar estafarnos.
—Se lo voy a responder a Cristine.
El hombre que lo estaba interrogando se le acercó tanto, que Mike podía sentir su aliento.
—Yo soy el que se encarga de los delincuentes.
—Entonces estamos claros, porque yo no soy un delincuente.
—Ah, ¿no? —Replicó el hombre—. Entonces, ¿cómo me explica esto?
Colocó frente a Mike la Tablet que dejó reposar en la mesa cuando entró en la habitación, y le permitió ver lo que las cámaras grabaron.
La imagen delataba la luz que salió de sus manos cuando las colocó sobre la tragamonedas para que se activara el jackpot.
—Necesito que me explique qué clase de dispositivo usó para activar el jackpot de la máquina —ordenó el hombre al tiempo que señalaba las manos de Mike en el video, justo en el momento en el que brotó la luz azul—. Las estafas de este tipo… —alguien llamó a la puerta. El hombre que interrogaba a Mike salió de la habitación.
Cinco minutos después, la puerta se abrió de nuevo, pero en ese momento quien entró, fue el jefe de Mike.
—Levanta tu trasero de ahí y sin decir una palabra, vamos a salir de aquí.
Mike se sorprendió al verlo.
Estaba seguro de que tarde o temprano el jefe llegaría para sacarlo del lío en el que estaba metido, pero no esperaba que fuese tan rápido.
Esa repentina aparición le quitó la esperanza de poder hablar con Cristine.
—¡Maldición! —dijo entre dientes mientras salía de la habitación.
—No maldigas, Mike —le reprendió el jefe—. Te dije que no pronunciaras ni una palabra.
El jefe de los chicos era un hombre delgado, alto, abundantes canas cubrían su oscuro y rizado cabello, llevaba una barba poblada y bien arreglada.
Era un hombre que cualquiera miraría, no por ser un galán de cine, sino más bien, porque su presencia resultaba imponente. Algunas veces intimidaba.
Los chicos lo siguieron hasta llegar a una habitación del hotel.
El jefe abrió la puerta y les indicó a los cuatro que entraran.
Se sentaron en el salón de la habitación.
—Eres mi mejor guerrero, Mike, y la verdad es que nunca me habías generado ningún problema —Mike quiso intervenir, pero su jefe levantó una mano en señal de que debía cerrar la boca—. No intentes justificarte. Tus razones habrás tenido para compórtate de esa manera tan alocada y casi exponernos a todos. Ya hice lo que tenía que hacer, borré cualquier evidencia y por supuesto, algunos recuerdos también.
Mike lo vio directo a los ojos y sintió rabia al pensar que Cristine no lo recordaría. Y en el momento en el que pensaba eso, se olvidaba por completo de que su jefe poseía un poder especial.
Lo recordó cuando el jefe habló de nuevo.
—¿Es que acaso hoy estás sordo? —le dijo el jefe—. Te dije que borré algunos recuerdos. Tenía que dejar en la memoria de esas personas, que unas horas antes, ganaste un premio grande.
Sintió alivio a pesar de que tendría que empezar de cero para poder contactar a Cristine.
Ya se le ocurriría algo, por los momentos, quería descansar.
—Me disculpo ante ti —le dijo al jefe y luego vio a sus hermanos—, y ante ustedes también.
Sus hermanos le dieron ligeras palmaditas en los hombros como gesto de aceptación. Mike se levantó y caminó hasta la puerta. Antes de salir su jefe le dijo:
—Mike —se dio la vuelta para verlo a la cara—, hay veces en que el alcohol nos hace cometer estupideces. Ten cuidado.
—Lo tendré en cuenta, señor.
Al llegar a su habitación, se tiró encima de la cómoda cama y se quedó dormido.
Horas después, se levantó con un hambre de los mil demonios.
Jamás en su vida había sentido tanta hambre.
Se dio una ducha rápida, se vistió y salió. Sus hermanos de seguro estaban en el restaurante del hotel. Lo sabía porque su reloj marcaba un poco más de la 1 p.m.
En el lobby del hotel se encontró a la hermosa Cristine y en cuanto la vio, un calor muy intenso le recorrió desde la cabeza hasta los pies.
Se acercó a ella.
—Srta. Fisher. ¿Cómo está?
—Muy bien, Sr. Peters —le respondió ella amablemente y con una ligera sonrisa—. ¿En qué puedo ayudarlo?
—He intentado contactarla a través de la recepción del hotel y en el centro de atención al cliente del casino, pero me han negado el acceso a usted.
—Sí, le pido disculpas. Como jefa de seguridad debo permanecer alejada de los clientes y huéspedes —hizo una pausa y le preguntó—: ¿Me buscaba usted para algo en particular? ¿Hay algún error en su cheque?
—No, no se trata de eso —Mike respiró muy profundo y ahí estaba otra vez el maravilloso aroma a lavanda—. En realidad, la buscaba porque me gustaría invitarla a cenar y, por favor, llámame Mike.
Cristine sonrió y Mike entendió que esa sonrisa podía acabar con él de inmediato.
—Le agradezco la invitación, pero le repito, no puedo relacionarme con los clientes del hotel.
—¿Un café? —insistió Mike sonriendo, ella amplió más su sonrisa y Mike pudo observar cómo sus mejillas se volvían un poco más rosadas. ¡Qué hermosa era cuando se sonrojaba!
—Lo siento, Mike. La única manera en que podamos conversar de nuevo sería de forma casual como estamos haciendo ahora, o que vuelvas a ganar mucho dinero en nuestras instalaciones.
Eso estaba descartado en la vida de Mike porque si llegaba a hacer trampa de nuevo, el jefe no lo tomaría con tanta tranquilidad como había pasado antes. Estaba seguro de eso.
El teléfono móvil de Cristine sonó.
—Me dio gusto hablar con usted, Mike. Espero que siga disfrutando de su estadía aquí.
Le dio la espalda alejándose de él y contestó su teléfono.
Mike se quedó un rato más viendo como ella se alejaba.
Tenía piernas de muerte, y notó que cuando caminaba, movía ligeramente las caderas dándole a su trasero cierto atractivo.
Sintió de nuevo aquella extraña sensación de actuar de forma irresponsable e impulsiva.
Quiso perseguir a Cristine y convencerla de acceder a tener una cita con él.
Se quedó unos minutos más en el lobby tratando de controlar aquel impulso y cuando por fin encontró dominarlo, fue al restaurante.
Mike no encontró a ninguno de sus hermanos allí, así que ordenó comida para que se la enviaran a la habitación. No quería permanecer allí más tiempo del necesario, en caso de que se encontrara de nuevo con Cristine.
Y pensar en ella detonó, una vez más, los sentimientos encontrados de Mike. Se preguntó un par de veces si hacer lo que debía o lo que quería.
Empezó a odiar esa sensación de inseguridad. Él era un hombre decidido y siempre tomaba las decisiones correctas. Pero esta vez era más fuerte que él y su balanza se inclinó por hacer lo que quería hacer. Luego decidiría qué hacer con el deber y la responsabilidad.
Así que ordenó una botella de vodka para acompañar su comida.
4
Tras recibir la botella de vodka en su habitación, Mike cerró la puerta y se sentó en el cómodo sofá que había en el salón.
Le aseguró a su jefe que sería cauteloso con la ingesta de alcohol y lo estaba siendo. Abriría la botella en la privacidad de su habitación y no saldría de allí hasta el día siguiente.
—¡Santo cielo! —murmuró y respiró profundo frotándose la cara con las manos—. Esa mujer me va a enloquecer.
Se sirvió un trago, a los pocos minutos sirvió otro, y otro, y otro… para cuando el sol se ocultó por completo, lo que quedaba en la botella era aire y Mike se sentía bastante mal. Le pesaban las extremidades y la cabeza le daba vueltas como un tornado. Cerró los ojos y se recostó del sofá, pero de inmediato se dio cuenta que eso lo que hacía era empeorar su estado.
Vio en la mesa de centro del salón una libreta con encima un bolígrafo y de la nada, tuvo una idea que pensaba llevar a cabo.
¡Al diablo con lo de ser cauteloso y no salir de la habitación!
Era su último recurso, ya había caído la noche, su última noche de su único fin de semana de vacaciones.
Se sentía desesperado.
Con una letra poco legible escribió algo en el papel y tambaleándose, fue hacia la puerta, salió de la habitación y bajó al casino.
Una vez que llego ahí, pensó que así debía ser el infierno; el ruido que había en la sala de juego y las luces… ¡Santo Cielo! Las luces eran insoportables.
Entrecerró los ojos, levantó la vista al techo, y aunque le costó un poco, logró ubicar una de las cámaras de seguridad.
5
Cristine se encontraba, como siempre, en la sala de seguridad, dentro de su oficina que era estilo pecera.
Uno de los guardias que se encargaba de vigilar un sector de las cámaras de la sala de juego, abrió la puerta y le dijo:
—Tenemos algo en pantalla.
Ella estaba revisando unos documentos que dejó encima de su escritorio, tomó un sorbo de su taza de café y salió de su oficina. Cuando llegó a la pantalla más grande que había en una de las paredes, sonrió ante la imagen que veía.
Era un hombre que tenía los brazos levantados con un papel entre las manos, en el cual, con una letra bastante confusa, decía:
“Por Favor, ven a cenar conmigo, Cristine”
Sintió vergüenza por aquella escena que todo su equipo de trabajo estaba contemplando.
Miró el reloj y vio que podía tomarse un par de horas. Se llevaría su móvil y el radiotransmisor en caso de que surgiera algún problema serio con la seguridad del casino. Escuchó al guardia que le había notificado de aquella escena, comunicándose con los guardias que estaban en el exterior para que detuvieran al hombre que estaba bloqueando la cámara número 11.
—Déjalo, Bob —le dijo Cristine sonriendo—, yo me puedo encargar sola de esto.
Salió y se dirigió al casino. Allí encontró a Mike bamboleándose entre dos de sus guardias.
—Sr. Peters —le dijo Cristine a Mike—, ¿sabe usted que está obstruyendo una de nuestras cámaras y que solo por eso podríamos sancionarlo?
—Me importan un bledo las sancionessss, ¿vienesss a ccccenar conmigo?
Ella sonrió.
No podía ir a cenar con Mike, no por falta de tiempo, él podía mantenerse en pie a duras penas y no era prudente llevarlo a comer al restaurante en ese estado.
Afectaría la imagen del hotel y la de ella.
—Tengo una mejor idea, Mike —le dijo y luego soltó una carcajada al ver la cara de sorpresa que había puesto Mike—. Por favor, acompáñenme a llevarlo a su habitación —le ordenó a sus guardias.
Una vez que llegaron a la habitación de Mike, Cristine les dijo a los guardias que se marcharan.
Entraron y vio la botella de vodka vacía sobre la mesa del salón.
—Supongo que tu estado es por esto —Levantó la botella y se dirigió al cesto de la basura para ponerla dentro.
Mike solo asintió con un brusco movimiento de cabeza y debido al mismo, tuvo que sujetarse de las paredes porque casi se cae.
—Esssste plan funcionó mejor de lo que penssssaba —le dijo a duras penas a Cristine, y el pobre no dejaba de sonreír de una forma que a ella le causaba mucha gracia.
—La verdad es que me sorprendiste, Mike. ¿Por qué no vas a darte una ducha con agua fría y luego vamos a comer algo?
Mike empezó a desvestirse frente a ella. No era que eso la intimidara. ¡Por Dios! Había visto a hombres desnudos antes, pero nunca uno como este.
Mike era como una escultura.
Su cuerpo era perfecto y milimétricamente equilibrado. Los abdominales de ese hombre parecían una tableta de chocolate.
Cristine de pronto se sintió confundida y muy atraída.
Tenía mucho tiempo sin salir con un hombre, su trabajo le absorbía todo su tiempo. No existía la posibilidad de mantener una relación amorosa y su trabajo al mismo tiempo. Además, tenía la costumbre de buscarse a imbéciles que lo único que hacían era hacerla sufrir.
Mike le hacía sentir algo más, no solo era deseo, cada vez que lo veía sentía una conexión muy extraña con él.
Le encantaba la forma en que la veía, porque sí, a él también se le salía por los poros el deseo hacia ella.
Para Cristine no había nada mejor en el mundo que un hombre que la sorprendiera y sin duda, aquella escena del papel ante la cámara le decía mucho de Mike; no solo que era espontaneo y creativo, también hablaba bien de su perseverancia hasta lograr su objetivo.
Pensaba en todo eso mientras preparaba una gran taza de café para Mike.
—Gracias por quedarte y ayudarme —le dijo Mike.
Ella se dio la vuelta y al ver a Mike, abrió los ojos como platos al tiempo que la taza de café se le deslizaba de las manos y se estrellaba contra el suelo. Después de eso, todo se volvió negro para Cristine.
6
Mike se asustó mucho al ver a Cristine caer al suelo encima de los trozos de porcelana. Trató de ser lo más rápido que pudo, pero sus extremidades aun no le respondían como debían. El alcohol seguía haciendo estragos en su organismo.
La levantó con delicadeza entre sus brazos y cuando se dio la vuelta para ir a recostarla en el sofá, casi se desmaya también con lo que alcanzó a ver con el rabo del ojo derecho.
¡Se le habían desplegado las alas!
La apoyó, suavemente, levantó el teléfono y llamó a Gabriel a su teléfono móvil.
—Tenemos un problema. Uno muy serio. Trae al jefe.
Gabriel trató de preguntarle algo, pero Mike colgó la llamada.
Durante diez minutos, Mike caminó como león enjaulado por la habitación, buscando las palabras correctas para explicarle al jefe por qué había bebido tanto, a pesar de que le dijo que tendría cuidado con el alcohol. Se sentía como un idiota por el grave error que había cometido y porque involucró a Cristine en ese error. Algo bastante irresponsable por su parte.
Llamaron a la puerta. Abrió y al primero que se encontró fue a su jefe, que lo vio con cara de muy pocos amigos.
—Te juro que si no es porque eres mi mejor guerrero te las corto ahora mismo —le dijo su jefe señalando las alas que salían de la espalda de Mike.
Cristine empezaba a volver en sí. Veía un poco borroso. Luego de parpadear un par de veces entendió que no veía borroso, lo que sucedía era que un par de alas blancas y brillantes le estaban obstruyendo la vista. Sintió ganas de volver a desmayarse, pero como pudo, se incorporó en el sofá.
Estaba asustada y con muchas ganas de salir corriendo de ese lugar.
—No te vayas, por favor, necesitamos hablar —le dijo Mike.
—En efecto, la Srta. no se puede ir Mike, tenemos que hacer algo con su memoria —acotó Ralph.
Eso iba a ser otro problema, porque el cerebro de los humanos no soportaba que se les borrara la memoria dos veces.
Usualmente, en el segundo intento no solo olvidaban un recuerdo específico, olvidaban quienes eran por completo. Y la mente de Cristine ya había sido manipulada horas antes, cuando Mike hizo uso de su poder para ganar en el casino. El jefe les borró la memoria a todos en el casino porque no podía permitir que descubrieran la verdadera identidad de ellos.
Cristine tenía cara de horror, y a pesar de que se sentía asustada porque no sabía exactamente en qué estaba metida, algo en su interior le indicaba que debía confiar en Mike.
Cuando tuvo ese pensamiento, el jefe de los chicos la vio directo a los ojos.
—¿Por qué crees que deberías confiar en Mike? —le preguntó.
—¡Dios Santo! ¡¿Usted puede leerme el pensamiento?! —le preguntó ella al jefe, él asintió con un ligero movimiento de cabeza—. ¿Y tú eres un Ángel? —le preguntó a Mike.
—Todos lo somos —respondió Uryan—. Solo que este tarado —le dio a Mike un ligero golpecito en la cabeza—, nos está exponiendo a todos.
—No somos Ángeles —aclaró Mike—, somos superiores a los Ángeles, ustedes aquí nos llaman Arcángeles.
—¡Madre Santa! —Exclamó Cristine con los ojos abiertos como plato—. Eres Michael, ¿el Arcángel Michael?
—Sí, Srta. Cristine —intervino Jev, el jefe de los chicos—, está usted en lo correcto.
Jev se dirigió a Mike y le preguntó:
—¿Por qué ingeriste tanto alcohol Mikael? Te recomendé que no lo hicieras—a pesar de que los chicos sabían que Jev estaba muy molesto, Cristine no parecía notar qué tan molesto estaba.
—¡Maldición! No me llames Mikael. Sabes que no me gusta.
Mikael era su verdadero nombre, pero solo se le escuchaba al jefe llamarlo así cuando estaba realmente molesto.
—No maldigas, Mikael —el tono de voz de Jev no podía ser más amenazante.
—Lo siento.
—Ahora, ¿me puedes explicar con detalle tu absurda actitud impulsiva?
Mike empezó a contarle todo lo que sintió desde que vio a Cristine por primera vez. Ella permanecía muda.
Jev se sentó en un sillón que había en un rincón del salón.
Respiró profundo.
—¿Cómo vamos a resolver esto Mikael? No hay otra solución más que exponerla a un segundo borrado de memoria y ver qué pasa.
—No te atrevas, Jev, no te lo voy a permitir —respondió Mike a su jefe, a quien muy pocas veces llamaba por su nombre.
—¿Me estas amenazando, Mikael? —lo retó Jev.
—No quiero faltarte el respeto, Jev, pero no voy a permitir que la lastimes.
7
Jev respiró profundo de nuevo y cerró los ojos por unos segundos.
Todos sabían que estaba tratando de percibir lo que había en el ambiente. El jefe todo lo sabía y todo lo veía, para él no era nuevo todo lo que estaba ocurriendo.
Hacía algún tiempo había visto que sus chicos experimentarían el sentimiento del verdadero amor en la tierra. Y sabía que el primero sería Mike.
Era consciente de que en la tierra existían muchas emociones que eran difíciles de controlar, él mismo lo había experimentado en sus esporádicas visitas para disfrutar un poco de aquello que había creado.
Sus chicos, trabajaban muy duro para darles a los humanos lo que tanto solicitaban, salud, buenas noticias, luz y protección.
Eran buenos chicos, responsables y compasivos. Desde hacía mucho tiempo les permitía disfrutar de las cosas que en el cielo no existían, necesidades físicas y sentimentales. Para los Ángeles era muy divertido contagiarse de todas esas emociones.
Jev era muy precavido, y se había encargado de manipular todos los sistemas para que sus chicos, cuando estuviesen en la tierra, adoptaran la identidad de cuatro personas que existían, trabajaban y hasta pagaban impuestos, así se evitarían levantar algún tipo de sospecha.
Y desde las primeras vacaciones que tuvieron, acordaron seguir dos simples reglas: no involucrarse sentimentalmente con mujeres y no consumir grandes cantidades de alcohol.
Consideraba que, con eso, les evitaría la tristeza de la separación del ser amado al momento de tener que regresar al cielo, porque bajo ningún concepto podía permitirles vivir en la tierra más de 48 horas. Eso haría que se contagiaran por completo de miles de necesidades y dejaran a un lado quienes eran realmente y para qué habían sido creados.
Lo del alcohol era simple, los relajaba a tal punto, que se les desplegaban las alas sin darse cuenta y lo peor era que no podían retraerlas de nuevo hasta tanto sintieran la firmeza de cada musculo que poseían en la espalda.
Como le ocurrió a Mike, con la suerte de que las alas se le desplegaron dentro de la habitación y no en el casino.
Jev percibía muchos sentimientos, sobre todo que provenían de la pobre Cristine, que no se atrevía a pronunciar palabra a pesar de tener millones de preguntas.
Y a su guerrero Mikael nunca lo había visto así, por nada ni por nadie, ni siquiera en batalla.
Tenía un instinto de protección hacia Cristine tan fuerte, que casi se contagia él también con aquella sensación. El estómago de Mikael estaba muy agitado y sabía que aquel agite se debía a un solo sentimiento, que cuando nacía de la noche a la mañana era totalmente puro.
Amor.
Bien que lo sabía el creador de la humanidad, Jev. Y sabía que el amor no se podía controlar.
Analizó entonces los sentimientos de Cristine, ya que cuando el amor es puro de ambas partes, existirá apoyo y comprensión.
Si Cristine sentía lo mismo que Mike, no confesaría que haber visto «Dios y sus cuatro Arcángeles», aunque en Las Vegas nadie creería una historia semejante ya que allí, podía verse cualquier cosa.
Luego de cerciorarse de que su visión sobre el futuro de Mike se estuviese llevando a cabo de la mejor manera, se levantó de su asiento.
—Tienes muchas cosas que explicarle a la Srta. Ya conversaremos tú y yo cuando estemos en el cielo.
Mike lo vio a los ojos.
—Gracias —le dijo a Jev.
—Vamos a darle privacidad a este par —le indicó Jev al resto del grupo en tanto abría la puerta de la habitación.
8
Cristine y Mike pasaron unos minutos en silencio, uno frente al otro, viéndose a los ojos.
—¿Te pesan? —le preguntó Cristine señalando las alas.
—Normalmente, pero ahora no las siento.
—Creo que voy a enloquecer con todo lo que estoy viviendo en este momento —dijo Cristine frotándose la cara con las manos.
Mike no supo que responderle.
—¿Puedo tocarlas?
—Me encantaría que lo hicieras —le dijo Mike acercándose a ella.
Ese momento para Mike fue tan sublime que sintió que flotaba en el aire. Ver la curiosidad de ella por tocar algo que jamás había visto, el contacto cálido de su mano sobre sus alas, y el cosquilleo que le recorrió el cuerpo cuando los dedos de Cristine se hundieron entre las plumas.
—Son hermosas —dijo Cristine después de unos minutos.
—No tan hermosas como tú —le respondió Mike viéndola a los ojos.
Así permanecieron por un largo rato, hasta que Mike, con mucho cuidado, tomó las manos de Cristine.
El aroma a lavanda que esa mujer desprendía lo estaba enloqueciendo. Quería besarla.
Y lo hizo.
Se acercó a ella sutilmente y le colocó una mano en la nuca. Ella cerró los ojos y cuando los labios de Mike se posaron sobre los de suyos, sintió por primera vez un vaporón que le recorría el cuerpo entero.
Quiso más de esa sensación y entreabrió los labios, dándole la señal a Mike para que siguiera adelante.
Quería saberlo todo sobre él, pero las palabras podían esperar.
La lengua de Mike exploró cada rincón de la boca de Cristine, y en ese momento entendió que no habría otra mujer en todo el universo que le hiciera sentir aquella emoción que se estaba apoderando de todo su sistema.
Y Cristine, se estaba deleitando con aquel delicado beso. Mike sabía dulce y su piel tenía un ligero aroma a tarta recién horneada. Ese hombre era todo lo que ella había estado buscando.
—¡Santo Dios! —Exclamó ella separándose solo unos milímetros de Mike—, siento que voy a estallar de tantas emociones. Eres un Ángel y estoy segura de que no vas a poder quedarte aquí para siempre, me gustas mucho, más de lo que puedo controlar y no quiero que esto termine.
Él sonrió ampliamente y luego la besó de nuevo.
—Te prometo de que encontraremos una forma para que esto funcione. Yo tampoco pienso dejar que esta historia termine mañana.
El radiotransmisor de Cristine emitió un sonido y a continuación se escuchó una voz masculina que decía:
—Cristine, tenemos un inconveniente en la sala de seguridad y necesitamos que vengas ya, cambio.
Cristine respondió al llamado.
—Copiado, enseguida me reúno con ustedes.
Miró a Mike con nostalgia.
—Lo siento, debo marcharme, aunque realmente no quiero.
—Entiendo, ¿vendrás luego?
Cristine respiró profundo. Deseaba con toda su alma quedarse en esa habitación, pero su sentido de la responsabilidad se lo impedía. Ese fin de semana debía trabajar corrido, apenas podía tomarse un descanso y ya se había excedido.
Mike no necesitó que Cristine le diera una respuesta, él pudo percibir como luchaba contra su lado responsable. Entendió perfectamente la negativa de Cristine en desaparecer de nuevo de su puesto de trabajo.
—Hagamos algo —le dijo a Cristine—, mañana a las 8 pm debo marcharme y me gustaría que me acompañaras.
—¿No piensas irte volando desde aquí no? —le preguntó ella.
Él soltó una carcajada.
—No cariño, nuestra llegada y nuestra partida es en el desierto. Hay un portal por el que viajamos.
—¿Un portal que te lleva al cielo?
—Algo así —respondió Mike sonriendo, le encantaba ver la expresión de sorpresa de Cristine y la forma en la que le brillaban los ojos debido a la curiosidad que sentía.
—Vas a atravesar ese portal y no vas a volver ¿Cierto?
—Solo puedo volver a la tierra por 48 horas una vez por año. Así lo impone Jev.
Ella se tumbó en el sofá de nuevo y lo vio con preocupación.
—¡Maldición! ¿Te vas a ir por un año completo? —Se tapó la boca con las manos—: lo siento —dijo apenada—. No debo maldecir.
—¡Bah! Yo lo hago todo el tiempo —Mike sonrió de forma pícara—, Jev siempre me reprende por eso. Y respondiendo a tu pregunta, sí voy a ausentarme un año completo, en tanto busco con Jev una forma conveniente para presentarme con más frecuencia en la tierra, sin que eso me perjudique.
—¿Cómo podría perjudicarte?
—Los seres como nosotros podemos percibir todas las sensaciones que experimentan ustedes, y si pasamos mucho tiempo en la tierra, nos contagiamos y podemos perder nuestra esencia. Si eso sucede, no volveríamos más a casa.
—¡Ni pensarlo! —Le dijo ella dándole un repentino beso en los labios—. No voy a ser yo la culpable de dejar a la humanidad sin el Arcángel Michael. Además, tengo cinco años trabajando sin descanso, podría hacerlo un año más y luego tomarme un par de días de vacaciones —finalizó guiñándole un ojo.
—Son muchas cosas las que tengo que explicarte sobre nosotros.
—Habrá tiempo para eso, Mike, estoy segura. Confío en ti. No creo que pueda acompañarte al lugar de partida, o el portal, o como sea que tú lo llames, pero puedo pasar a despedirme.
Le dio otro beso a Mike, esta vez fue más suave y dulce.
Luego salió de la habitación.
9
Las horas pasaron en un abrir y cerrar de ojos, eran un poco más de las 6 p.m. cuando Mike despertó del profundo sueño en el que se sumergió cuando Cristine abandonó la habitación.
Ni siquiera recordaba cómo llegó la cama. Se levantó, fue al baño y se dio una ducha rápida.
Agradeció que los músculos de su espalda estuvieran funcionando perfectamente y entonces, dobló sus alas de nuevo.
Había terminado de vestirse cuando escuchó que alguien llamaba a la puerta de su habitación.
Eran sus hermanos y Jev.
—¿Estás listo? —le preguntó Jev mientras entraba a la habitación seguido de Gabriel, Uryan y Ralph.
—Sí, estoy listo para seguir cumpliendo con mi deber…
Alguien llamó a la puerta de nuevo. Era Cristine.
—Lo siento, no quería interrumpirlos —se disculpó—, es el único momento que encontré para venir a despedirme.
—Pasa, Cristine —le dijo Jev.
Jev vio como Cristine y Mike se fundieron en un tierno abrazo y en ese momento supo que debía tomar una decisión.
—Mike, si te dijera que puedes visitar la tierra con frecuencia, pero solo por períodos de 24 horas, ¿estarías dispuesto a cumplir con esa condición?
A Mike le brillaron los ojos y Jev pudo sentir como de su pecho salía una emoción que estaba contagiándolo a él y al resto de los chicos.
La pobre Cristine no salía de su asombro ante tal ofrecimiento y lágrimas de felicidad rodaron por sus mejillas.
—Cumpliré esa norma y cualquier otra que me impongas con tal de poder estar con ella el mayor tiempo posible.
—Bien, estamos listos para partir entonces —anunció Jev—, Cristine —le dijo al tiempo que le daba un fuerte abrazo—, cuida mucho de mi muchacho cuando esté aquí contigo. Ya recibirás su primera visita, te dará la sorpresa, sé que te gustan.
—Gracias —le dijo Cristine a Jev con una hermosa y sincera sonrisa.
Los chicos le dieron también un afectuoso abrazo a Cristine y salieron de la habitación.
Mike le colocó una mano en la parte baja de la espalda a Cristine atrayéndola hacia él, luego la beso pausadamente, con dulzura.
—Vuelve pronto, por favor —le dijo ella en tono suplicante.
—Te lo prometo —respondió Mike, y él siempre cumplía sus promesas.