Ehhh….
Mi estantería está un poco caótica últimamente después de haber perdido más de treinta libros gracias a la ineficiencia del ejército venezolano cuando, en la mudanza a España, me envié mis libros por correspondencia y llegaron después de tres semanas hinchados y verdes de la cantidad de moho gracias a que las cajas se mojaron en un diluvio —o las sumergieron al fondo del mar en el camino a España—, además de los terribles cortes con navaja que tenían los que eran de tapa dura, porque supongo que estaban inspeccionando que no hubiese droga o algo más escondido allí sin importarles dañar propiedad ajena.
Porque está claro que los libros les importan un rábano. Así que, desde entonces, soy más devota del Kindle y allí si pienso que no puede faltar: libros de mi autoría.
Sonará poco modesto 🤭 pero, de vez en cuando, me gusta releerlos y decir: «¿esto, lo escribí yo?»
A veces estar del lado del lector pone en marcha mi fábrica de ideas para futuras novelas.
Y otras veces, cuando creo que no lo hago tan bien, porque sí, los escritores sufrimos del maldito síndrome del impostor más de lo que se cree, releo mis propios libros y encuentro la magia de nuevo.