Serie de romance paranormal y fantasía +18
Estos libros deben leerse en orden.

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A Las Moiras, las hilanderas del destino en el Olimpo, se les encomienda una curiosa petición por parte de los Dioses Olímpicos: Tejer el destino de doce hombres de carne y hueso que nacerán, vivirán y morirán como humanos.
La idea vino del Dios Zeus a quien el resto de Dioses siguió, cada uno con sus propias motivaciones pero un fin en común: Pasar una temporada lejos de sus obligaciones.
Reencarnarán una y otra vez hasta que ellos mismos decidan volver o las circunstancias los obliguen ya que de ellos depende el orden de los cielos y la Tierra.
Sin saberlo, han creado la oportunidad perfecta para un ajuste de cuentas desde las profundidades del Inframundo; Titán dejó el trono una vez a petición de su madre, es hora de recuperarlo y nada podrá impedirlo.
¿Podrán las Moiras reunir al concilio de los doce antes de que Titán salga del inframundo y cree un caos en la tierra?
Abélard Le Brun sufre un accidente de tránsito que le deja una fuerte amnesia, dejándole un vacío absoluto sobre su vida previa al accidente.
Mientras investiga sobre su pasado con la ayuda de su psicólogo, entre la documentación resguardada en una caja de seguridad bancaria, encuentra una extraña tarjeta con un símbolo que no tiene idea alguna qué puede significar. El símbolo cobra significado, junto a su vida, cuando aparece Sofía León en su travesía.
Ella es la pieza clave en el rompecabezas de Abélard; y, también, la pieza que le hacía falta para sentirse más vivo que nunca.
Sumérgete en esta historia de romance paranormal y encuentra a los dioses mientras ellos te cuentan sus aventuras y desventuras en la tierra.
Abélard abrió los ojos con mucha pesadez. Cada vez que intentaba parpadear, su cabeza se lo reclamaba con una intensa punzada que lo doblegaba.
Intentó tragar saliva, pero algo le incomodaba en su garganta.
¿Qué era?
Quiso tocarse allí, en donde sentía incomodidad, fue entonces cuando se percató de que no estaba siendo capaz de elevar el brazo a pesar de que le daba la orden desde su cabeza.
Que seguía martillándole con un dolor insoportable.
Consiguió tragar saliva con mucha dificultad, o eso pensó, porque no había producción de esta en el interior de su boca que la sentía seca, rústica, pastosa.
Se obligó a abrir los ojos por completo, arrepintiéndose al instante; la luz encima de su cabeza lo cegó magistralmente.
Cerró los ojos.
Sus sentidos le permitieron darse cuenta de que estaba en un lugar que no reconocía.
Escuchaba susurros.
Movimientos lejanos de gente que iba y venía.
Tenía frío.
Necesitaba agua.
Un pitido le hizo volver a centrarse en lo que percibía.
¿Qué era ese pitido?
Bip. Bip.
Era constante.
Concentrado en el sonido, dejó que ciertas imágenes le llegaran a la mente.
Imágenes que dispararon su angustia.
Vio un coche impactando contra un árbol y luego cayendo al vacío.
No.
No lo veía, es decir, no veía el coche desde afuera, como lo haría si hubiera sido testigo de un accidente.
No.
Lo veía desde dentro, desde el puesto del piloto.
Aferrándose al volante, temiendo una muerte súbita a causa de la caída a la que se enfrentaba.
Aterrado. No quería morir.
¿Estaba muerto?
Se le aceleró el pulso haciendo que el dolor de cabeza fuese tan insoportable que…
El pitido empezó a hacerse más veloz.
Quería inspirar una gran bocanada de aire para calmarse y no podía.
¡Maldita sea!
¿Qué tenía en la boca que no…?
—Marie, necesito ayuda. El paciente de la 314 está despierto y sigue entubado, se está alterando.
Gente que corría.
¿Paciente?
¿Él era el paciente?
Movió las manos.
¡Por fin conseguía mover algo!
Entonces, no estaba muerto.
Abrió los ojos y se encontró con los de una enfermera que le sonreía con amabilidad.
¿Por qué se sentía tan confundido?
La mujer le decía algo, pero no conseguía escuchar.
Estaba mareado.
Una niebla oscura y densa envolvió todo el espacio en el que se encontraba, enviándolo a una oscuridad absoluta en la que pudo tomar la maldita bocanada de aire que tanto necesitaba y así poder empezar a calmarse.